El Cordobazo fue una revuelta social espontánea, eminentemente política, pero sin definiciones partidarias específicas. Se produjo como respuesta de la ciudadanía contra la intervención de las Fuerzas Armadas sobre el sistema político y los constantes atropellos de la dictadura.
Por Pablo Ponza. Investigador del CONICET, Docente de Historia Argentina Contemporánea de la ECI.
El 29 de mayo de 1969 estalló el Cordobazo como expresión de hartazgo y bronca frente a una creciente intervención violenta de las Fuerzas Armadas sobre el sistema político. Intervención que había comenzado en junio de 1955 con el derrocamiento del gobierno constitucional de Juan Domingo Perón, continuado luego con el de Arturo Frondizi en 1962 y el de Arturo Illia en 1966. Fue justamente ese año –tras una serie de disputas castrenses internas- cuando accedió plenamente al control del Estado el sector más liberal, ortodoxo y católico de las Fuerzas Armadas. A partir de entonces, y desde el Ministerio de Economía, un puñado de tecnócratas estrechamente vinculados a los intereses de empresas transnacionales se aplicó en establecer un agudo proceso de concentración económica.
El Cordobazo fue un episodio propio de la década de 1960, una década signada, fundamentalmente, por la proscripción del peronismo, la alta movilización de sectores obreros en contra de políticas económicas de desmantelamiento industrial, la concentración del PBI en sectores reducidos de la población, y una honda preocupación de la clase media urbana por las problemáticas políticas y el desarrollo.
El hecho paradigmático o la característica más destacada del Cordobazo fue el protagonismo obrero en la resistencia de dichas medidas, y el apoyo de amplios sectores estudiantiles de clase media, cuya comunión de intereses no registraba tradición previa. Pero ¿qué fue lo que ocurrió? ¿Qué hizo que obreros y estudiantes marcharan juntos en esas históricas jornadas?
Recordemos que el 28 de marzo de 1968 se había fundado la CGT de los Argentinos (CGTA) encabezada por Raimundo Ongaro. La CGTA se fundó con la finalidad explícita de conformar una alternativa al poder burocrático, vertical y autoritario de las 62 Organizaciones, liderada entonces por Augusto Vandor. La Central intentaba promover formas democráticas de representación sindical opuestas a la negociación espuria con el gobierno de facto, el clientelismo y el matonaje practicado por el vandorismo. La CGTA buscaba también una descentralización que diera un papel más activo a las dependencias regionales del interior del país, con el objetivo de minimizar el control ejercido desde Buenos Aires, y lograr mayor transparencia en las gestiones, mayor participación de las bases y, sobre todo, más legitimidad en las decisiones.
Esta iniciativa tuvo eco solidario en los gremios de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA), en el Sindicato de Trabajadores de Fiat Córdoba (SITRAC), en el Sindicato de Trabajadores de Fiat Materfer (SITRAM), en Luz y Fuerza Córdoba, por mencionar las tendencias más significativas. Tenían líderes de renombre como Agustín Tosco, Elpidio Torres, René Salamanca, Atilio López, José Francisco Páez, entre otros de los que ya venían resistiendo el embate de la dictadura. Dichos sindicatos eran numéricamente importantes y sus dirigentes contestaban los mandatos de los representantes más conspicuos de la burocracia negociadora peronista. Algunos de estos sindicatos tampoco pertenecían a la llamada izquierda peronista, pero habían conseguido cierto apoyo multisectorial gracias a su mensaje ético y el coraje de enfrentar la prepotencia de la dirigencia central, que amedrentaba a los delegados independientes amenazándolos con armas de fuego, y propinándoles feroces golpizas con el aval de la patronal.
Según Juan Carlos Torre, el ideal de democracia sindical que sobrevolaba entonces en las fábricas, estaba legitimado por componentes morales más que ideológicos y políticos. Torre señaló que la cuestión moral apareció en el lenguaje de la época: los blandos, los duros, y el carácter antagonista que se atribuía a la clase trabajadora. Desde la perspectiva de la izquierda, la democracia sindical intentaba suprimir a la burocracia porque era negociadora, corrupta, conciliadora, prepotente, mafiosa y anti democrática. Pero sobre todo, porque con su dinámica de actuación se diluía el carácter antagónico que esperaban asumiera el movimiento obrero. Para Torre, la idea de la democracia sindical era la que dominaba el pensamiento del movimiento obrero de esos años. Era el paradigma a través del cual el obrero pensaba su representación política.
Desde esta perspectiva, y en clave política, podemos agregar que la democracia sindical se desprendía de una visión del mundo del trabajo habitada por un esquema binario o dicotómico, constituido por dos entes prototípicos. Por un lado, la clase trabajadora dispuesta a la lucha. Y por el otro, una camarilla traidora de ese espíritu. Así definida la idea de democracia sindical, sus funciones principales eran, primero, intentar proyectarse como la mejor alternativa de los trabajadores, sobre todo a partir del comportamiento ético, coherente y ejemplar. Mientras que la segunda función era deslegitimar las acciones manipuladoras e integradoras de la burocracia sindical. En efecto, algunos triunfos simbólicamente significativos de los sindicatos combativos habrían inclinado a las bases obreras a participar y profundizar sus exigencias de saneamiento, buscando mayor autonomía respecto de las centrales y una distribución más equitativa de beneficios. De esto darían prueba, por ejemplo, la reunión realizada en Unquillo el 11 y 12 de enero de 1969, cuando los sectores duros del sindicalismo peronista buscaron establecer una línea de acción común, e impulsar un frente político en contra de la dictadura y a favor de la recomposición constitucional.
Cabe resaltar –y polemizar con algunas interpretaciones posteriores- que en 1969 los sectores duros del peronismo no se planteaban la revolución socialista sino el retorno a la democracia. Como fuera, esta iniciativa tuvo muy buena recepción en la delegación regional de la CGTA que, en la llamada Declaración de Córdoba, documentó no sólo su oposición al régimen de facto, sino además su deseo de recuperar la democracia.
Fuerza obrero estudiantil
Pero retomando la pregunta: ¿cómo fue posible la unidad entre obreros y estudiantes? Hay que decir que las universidades fueron uno de los principales objetivos de la dictadura de Onganía, y ese fue quizás el elemento central que indujo a una importante porción del estudiantado universitario a unirse y participar con los obreros combativos de Córdoba.
Ya el 30 de junio de 1966 la Federación Universitaria Argentina (FUA) había emitido una declaración repudiando la dictadura. En ese comunicado se refirió a ella como reaccionaria e incondicional servidora de los monopolios y la oligarquía. 29 días después de dicho comunicado, a través del Decreto Ley 16.912, la dictadura terminó con más de medio siglo de autonomía en las universidades públicas, colocándolas bajo el control del Ministerio del Interior. Este fue un duro golpe para el pensamiento crítico e independiente de nuestro país, se desmanteló la universidad reformista, se aplicó la censura de contenidos y sobre todo, se anuló la vinculación entre investigación y docencia. Sólo por graficar la escena, recordemos la llamada noche de los bastones largos, cuando algunos docentes y estudiante de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires fueron removidos de sus dependencias a garrotazos por la policía. El operativo fue monitoreado por el propio jefe de la Policía Federal, General Mario Fonseca, quien dio la orden de represión gritando: “Sáquenlos a tiros si es necesario. Hay que limpiar esta cueva de marxistas”, cita María Seoane. La inusitada violencia represiva del régimen contra el colectivo universitario, en diferentes episodios se cobró las vidas de los estudiantes Pampillón, Cabral, Bello, Blanco, entre otros.
Otro dato importante que nos ayuda a explicar y comprender la alianza obrero-estudiantil, es que los gremios más activos pertenecían a fábricas de alta capacitación técnica. Es decir, contaban con plantillas obreras que habían pasado por bachilleratos técnicos, escuelas terciarias de capacitación, y la propia universidad. Gozaban pues, no sólo de los mejores salarios del país, sino, en especial, participaban de las redes de socialización estudiantil.Como observó oportunamente Mónica Gordillo el 93,7% de los trabajadores afiliados a Luz y Fuerza, Smata Córdoba o SITRAC-SITRAM eran jóvenes entre 21 y 30 años que ingresaban por primera vez al mundo laboral y la vida política. En una escenario caracterizado por el autoritarismo militar, la proscripción y la anulación de las vías institucionales de representación.
Sin duda el carácter católico-cursillista, tecnocrático y autoritario, sumado a las medidas económicas anti populares del gobierno de Onganía funcionaron como una chispa que incendió la pradera. El Cordobazo fue la primera de una seguidilla de protestas estallaron en Rosario, Tucumán o Mendoza, poco tiempo después. Tal vez la eficacia disruptiva y el efecto multiplicador de la revuelta radicó en la identificación precisa de su enemigo: el gobierno militar y la burocracia sindical que negociaba con la dictadura en desmedro de la representación de sus bases obreras y los intereses nacionales. De hecho, las expresiones de descontento se restringieron a los símbolos de la dictadura y los capitales transnacionales con presencia visible en la ciudad. Por caso fueron atacados el Jockey Club, el Club de Suboficiales, la concesionaria Citröen y las oficinas de Xerox. Incluso el propio General Alejandro Agustín Lanusse reconoció años más tarde que en la movilización: “se apreciaban grupos totalmente ajenos a la subversión y, en especial, de los aparatos del radicalismo y de la estructura sindical”.
Aquél 29 de mayo de 1969 por la tarde, la ciudad estaba tomada por los manifestantes y poco a poco la mayor parte de vecinos fueron regresando a sus casas. A últimas horas de la tarde la protesta continuaba circunscripta en los barrios estudiantiles de Alberdi y Clínicas. Esa noche se declaró el toque de queda e intervino el Ejército. Hubo un puñado de francotiradores, civiles espontáneos sin identificación política y con armas cortas, de bajo calibre, que resistieron amparados por la noche y una notable complicidad de los vecinos de la zona. El saldo de la protesta fue de treinta y tres muertos y noventa y tres heridos. En términos políticos el sacrificado fue Krieger Vasena, el ministro de Economía y poco más tarde Onganía, jefe de una dictadura culturalmente retrógrada, económicamente regresiva y políticamente represiva.
* Nota publicada en el lanzamiento de Qué, portal, junio 2014.