Por María Paulinelli *

Los libros del verano que aún están… que se quedaron para siempre. Algunas metáforas que nos nombran y nos piensan. La literatura como la sutileza permanente de estar vivos.

El sentido de la vida: Paraíso, de Ab Duorazak, y Antártida, de Claire Keegan.

Encontrar en la vida, un espacio diferente: Los llanos, de Federico Falco, y Un amor, de Sara Mesa.

Los tiempos de la vida son dispares. Se transforman, permanecen, se diluyen… pero -inexorablemente- son los tiempos que vivimos.

Ahora, vivo unas largas y extrañas vacaciones.

Digo largas porque ya son vacaciones para siempre.

Digo extrañas porque son indefinidas… porque hay pandemia y nos aislamos… porque estamos en una casa que es la nuestra, lo que implica seguir la cotidianeidad y la rutina… porque estoy en las Sierras y todo es verde, acunado por el maravilloso silencio de estar lejos de la ciudad con sus ruidos y murmullos.

Esta mañana, escribí esto.

Mucho silencio. El verde de las plantas tira al amarillo después de tanto sol abrasador. Alguno que otro pájaro da vueltas entre un polvillo que, suave, suave, se desplaza.

Yo siento la vida que circula… de una forma precaria, ya… sin ganas.

Allá lejos, estás vos. Entorno los ojos y te extraño. Espero que pasen estos raros tiempos y podamos abrazarnos nuevamente. Reconocernos. Mirarnos mucho mucho. Conversar. Hablar de las palabras, las nuestras… estas que hace ya dos años con sus meses y sus días, traspasamos en las superficies iluminadas de las máquinas.

Me digo ¿y si te escribo?… y acá estoy. Hablando nuevamente. Tendiendo mis manos hacia Vos que son Ustedes. Ustedes que serán siempre mis Ustedes.   

Y ahora, sigo. En estos días hay un ritmo construido sin relojes, sin horarios. Un tiempo que se acompasa al ritmo de los días que transcurren. Un tiempo que se ensancha, que constriñe, que acomoda las acciones, las palabras. Un tiempo que diluye las preocupaciones y genera otras nuevas, diferentes.

Y entonces, leo. Leo mucho. Imagino lo que dicen las palabras. Repaso los sonidos de las letras que suspenden el silencio y se expanden rutilantes.  Armo laberintos con las significaciones de los textos. Invento ensamblajes entre propuestas, afirmaciones, sugerencias.

De eso quería hablarles. Contarles esta experiencia y animarlos a que continúen esta especie de sendero abierto a lo posible, a lo aleatorio.

Les propongo encuentros entre textos. Encuentros desde una mirada maravillada por la posibilidad que tenemos los humanos de entendernos. De saber que estamos cerca mediante las palabras. 

¡Allí van! Estos son los libros del verano en estas vacaciones, que se quedaron para siempre.

Metáforas del sentido de la vida

Cuando aún, todo es posible… cuando no queda más que la impotencia, la soledad, el frío para siempre.

Paraíso, de Abdulrazak Gurnah

Antártida, de Claire Keegan

Dos textos diferentes. Una novela, un cuento.

Un hombre, una mujer. Un escritor desde la memoria de su África profunda. Una narradora desde los límites de esa Irlanda, que interpela las condiciones de su pueblo pero desdibuja la posibilidad de sus mujeres.

Un comienzo que podría llegar a ser comienzo. Una posibilidad que se diluye.

Hermosos textos ambos. El autor de Paraíso fue Premio Nobel de Literatura en el 2021. Keegan hace mucho que me acompaña con sus cuentos. Un descubrimiento no buscado, uno. La confirmación de lo esperado, otro.

Paraíso es el espacio que nombra a ese pedazo de mundo -el centro de Africa- donde transcurre la niñez y adolescencia de Yusuf. Una historia que se entremezcla con relatos variados, disimiles, heterogéneos. Accedemos así a ese intrincado mundo colonial -principios del siglo XX- donde pululan distintas etnias, creencias, religiones. Sistemas de poder sinuosos, fantasmagóricos, desconocidos que se presentizan en la violencia descarnada de los hombres singulares que -inmersos- no comprenden -ni sospechan siquiera- la legitimidad de esos sistemas.

Un Paraíso, irónicamente denominado. Un lugar, habitado por salvajes y ladrones que roban a mercaderes inocentes y venden a sus propios hermanos por unas chucherías. No tienen ni Dios ni religión, ni siquiera un poco de misericordia corriente y moliente. Exactamente como las bestias salvajes que viven allí con ellos.

Un Paraíso, irónicamente relatado. Sabía así como los hombres se incitaban mutuamente para contar la historia una y otra vez. Son esos relatos los que seducen, encantan embelesan. Llenan de una vitalidad desbordante los acontecimientos relatados. Carentes de la racionalidad y empapados de la sinuosidad de la existencia simplemente. Permiten vivir… traspasar la muralla de los tiempos, porque todo es posible.

Abdulrazak Gurna / Foto: www.somosfan.com

Yusuf en esa suerte de periplo de iniciación que narran las secuencias, se descubre a sí mismo. Se hace grande, asume la soledad de los adultos, toma decisiones, entiende sus oscuras pesadillas y allá va en ese Paraíso que es un espacio de este mundo y que es el suyo… La aceptación de la vida, nada más.

Quizás, ignotamente, es el espacio de la memoria que una y otra vez, vuelve para recordar a Gurnah que ese mundo ya no existe, que solo es el remedo de la nostalgia perdida ya hace tiempo… cuando tomó a Occidente como espacio de existencia… y por eso también, se llama Paraíso.

Antártida es el primero de los quince relatos que estructuran el texto.

Un acontecimiento trivial. Una mujer casada decide -antes de envejecer- dormir con otro hombre. El fin de semana antes de la Navidad, viaja a la ciudad y allí se relaciona con un hombre cualquiera. Van a su casa, dialogan, comen, beben, tienen relaciones. El relato termina abruptamente cuando él la abandona inmovilizada a la cama y sin posibilidades de ser auxiliada ni liberada, condenada a morir de frío y de inanición. Hasta aquí la historia.

Seguimos. Este escueto relato, sin embargo, se convierte en una metáfora del infierno. Distintas señales en el texto lo explican.  La protagonista mira un documental sobre la Antártida -de ahí esa referencia y el título-y luego en un diálogo, referencia el significado del infierno. Ese lugar diferente para cada persona, la peor de las situaciones posibles que uno imaginara, dice el texto. Ella afirma: Siempre pensé que el infierno sería un sitio insoportablemente frío, en el cual una estaría medio congelada pero sin perder la conciencia y sin sentir verdaderamente nada-dijo la mujer-. No habría nada, salvo un sol frío y el diablo allí mirándote.                               

El final, grafica esta significación. ¿Era su imaginación o era la nieve que caía más allá de los vidrios de las ventanas? Contempló el reloj sobre la mesa de luz. El gato la observaba, sus ojos oscuros como semillas de manzana. Pensó en la Antártida, en la nieve y en el hielo y en los cuerpos de los exploradores muertos. Luego pensó en el infierno; después en la eternidad.

No hay disquisiciones ni reconvenciones. El infierno como castigo,  particulariza esa singularidad de la situación. La transgresión de las normas sociales con su correlativo sentimiento de culpa, se explicita en la situación que cierra el relato con todos los elementos descriptos.

Ausente toda posibilidad de decidir, de elegir. La respuesta es clara. Entonces, llega el infierno. Después la eternidad.

Claire Keegan / Foto: Philippe Matsas – Opale

Los otros relatos giran en esas imágenes de mujeres que coinciden en este brevísimo texto. Mis parientes mujeres se arremolinan en el dormitorio a mi alrededor, con té, tazas de porcelana y platitos desenterrados del aparador, y el tintineo de la vajilla en bandejas Son mujeres huesudas y acostumbradas al aire libre, a las que les gusta pensar que me enseñaron a distinguir lo que está bien de lo que está mal, modales y los méritos del trabajo duro. Son mujeres de panza chata, temperamentales, que se rindieron y a eso llaman felicidad. ¿Imposibilidad de autonomía, de una posible libertad… de vivir sin rendición?

Paraíso e infierno. Dos lugares acechando desde el fondo de los tiempos. A veces, una imagen que se incrusta y nos anula. Otras, como posibilidades inciertas pero vivas. El Infierno. El Paraíso

Me pregunto. ¿Quién puede descubrir el Paraíso aunque no se reconozca? ¿Quién puede evitar el infierno que promete una felicidad, aunque sea con castigo?

Encontrar en la vida, un espacio diferente

A veces nos perdemos en la vida. Necesitamos andar, mirar un poco para recordarnos como somos…para cambiar los senderos elegidos… para encontrar un sentido a lo que hacemos.

Los llanos, de Federico Falco

Un amor, de Sara Mesa

Dos novelas, se juntaron sin saberlo. Impensadamente. Proponían el relato de estas formas de búsqueda, de encuentro. ¿Las andamos? Una, desde la multiplicidad discursiva que propone. La otra, desde la mirada obsesiva que contempla, observa, mientras narra.

Federico Falco es un escritor cordobés, nacido en General Cabrera y radicado hace un tiempo en Buenos Aires. Sus textos siempre tienen la certidumbre de la memoria y la nostalgia desde una prosa medida, equilibrada, transparente.

Sara Mesa es una escritora española. La incorporo, ahora a mis lecturas permanentes.

Los llanos. Federico Falco.

Como si al andar tanteando por el mundo, al revisar los acontecimientos de su vida, al esparcir los recuerdos y la ausencia, al volver a la simpleza  de los eternos ciclos naturales, intentara dar respuestas al silencio, al desencanto de estar solo, a la inquisición desmesurada por el sentido último de la existencia y la escritura.

El fin de un amor. Del amor del otro, no del suyo… lo conmina a dejar la vida que vivía. Otro lugar. Emigrar al interior, a ese territorio sin límites que son los llanos. Yo ahora solo quiero mirar el horizonte, la llanura. Fijar los ojos en la distancia, que me inunde el campo, que me inunde el cielo para no pensar, para que lo sucede en mí, deje de existir todo el tiempo.

Allí en la rutina dispersa de los días, empieza otras formas de estar vivo. Un símil de diario reconstruye el lento transcurrir de ese duelo que parece no terminar nunca… que será para siempre. Inamovible.

Arma una huerta que es también, la sobrevivencia de la siembra y la cosecha. La posibilidad de hacer algo nuevo, diferente. Entregarse a los ciclos de la vida. El reconocimiento del espacio, de los seres vivos que lo habitan en las largas caminatas que son, ahora, su nuevo cotidiano. La soledad y el silencio sin voces… solo el murmullo de la vida. Es rarísimo ser uno, estar adentro, todo el tiempo uno consigo mismo, conocerse en cada miseria. Y calculando cuanto ven los otros, que se imaginaran que uno deja que sepan.

Porque de eso se trata. Estar adentro con uno y no decirlo. Silencio. Silencio.

Ese silencio que obtura la escritura. Ese silencio que es el resultado de un mundo desbastado por la ausencia, los finales, el desamor inesperado. Por eso, también el texto es un ensayo sobre la escritura. ¿Cómo escribir entre los escombros, entre el barro y los charcos, juntando acá y allá, los restos mojados de lo que había sido una casa? ¿Cómo escribir una historia entre los escombros de una historia? Y lentamente, escribe. Es la vida que renace, que vuelve, permanece. 

Y en ese recorrido de escombros, más abajo hay cimientos. Quien había sido allá, mucho antes, en los tiempos pasados lejanos, muy lejanos. Recuperar los momentos felices de la infancia, los complejos tiempos de la adolescencia. Un volver a vivir desde la memoria restallante de recuerdos. Recuperar los espacios, las personas hechas sombras, los afectos congelados, las historias pequeñas pero propias. Todo eso permite la escritura.

La oquedad de un horizonte sin límites, se confabula en la nostalgia de lo sido y lo vivido. Restaura. Recompone. Está vivo.

Federico Falco / Foto: www.brecha.com.uy

Similitud de paisajes. Los llanos como metáfora que significa este presente liso, de gris monotonía. Los llanos como el espacio que permite el encuentro con él mismo en ese relato del yo que se expande irresoluto, mientras habla, mientras dice, mientras logra la escritura.

Nostálgico texto. Los duelos son siempre misteriosos. Sin justificaciones, sin orden, sin claridad, sin finales esperados. Son también únicos, pertenecen solo a alguien. Demandan una historia… aunque sea tremendamente triste. Falco ha logrado contar ese duelo… que es el suyo.

Un amor, de Sara Mesa

Un narrador, obsesivamente mira, mientras narra. Esa tercera persona, permite un distanciamiento necesario para, también, mirar nosotros.

Es un relato permeado por la visualidad del narrador. Un relato lineal que permite conocer las secuencias que muestran -en tres fragmentos- la llegada de la protagonista a ese inhóspito pueblo, la casi imposible convivencia, la sutil experiencia de un amor y la renuente y permanente soledad a que se vuelve.

El texto se inicia con la llegada a ese lugar como final de un derrotero de búsqueda. Al hacerse de noche es cuando cae el peso sobre ella, tan grande que tiene que sentarse para coger aliento. Fuera el silencio no es como esperaba. De hecho, no es silencio.

En el medio, la historia. Una transgresión en el trabajo y la desocupación consiguiente. La necesidad de cambiar. La elección de ese pueblo. Inútiles  y recurrentes fracasos en las distintas socializaciones buscadas. La fallida experiencia de una huerta como síntesis de sobrevivencia material e integración con la Naturaleza. El atisbo de un amor. El desmadejamiento de los lazos imposibles.  La nueva soledad. La partida a otro lugar.

El final del texto lo metaforiza ciertamente.  Un día coge su coche y vuelve a la Escapa. Aparca en el mirador. Hace el mismo recorrido que hicieron entonces, pero no para recuperar las mismas sensaciones, sino justo al revés, para borrarlas y escribir otras nuevas sobre ellas. Admisión del fracaso de la búsqueda. Decisión de un nuevo comienzo.

Pero hay más. En la mano siente un cosquilleo, una hormiga. Descubre una hilera avanzando por la roca en la que se ha sentado, una hilera disciplinada salvo por el ejemplar que trepó hasta su mano: la díscola, la sediciosa.  Se identifica con ella y acepta su condición de distinta, diferente.

Continúa. Observa a las hormigas con atención. Le cuesta trabajo conciliar la amplitud de las vistas desde la cima con ese universo tan estrecho: lo grande y lo pequeño, todo junto, en el mismo plano mental. Alcanza cierta forma de paz, de revelación.

Sara Mesa / Foto: Letra Global @JMSANCHEZPHOTO

Y entonces, finalmente, expresa con claridad el sentido de esa búsqueda, de este texto que la expresa y la relata: Comprende que no se llega al blanco apuntando, sino descuidadamente, mediante oscilaciones y rodeos, casi por casualidad.   Ve con claridad que todo conducía a ese momento. Incluso lo que parecía no conducir a ninguna parte.

Aventuro más. ¿Justifica esto, también, la indeterminación del artículo un en el título? Uno más… así. Un amor, más. ¿Una incansable búsqueda? ¿Un infinito e inútil deambular? ¿Eso es vivir?

Quizás me he excedido en la transcripción. Tiene una rara perfección la singularidad del pensamiento, la síntesis de la experiencia, el descubrimiento de las significaciones vividas.

Los textos de Falco y Mesa referencian formas distintas de resolver y de aceptar. En definitiva, encuentros de cada uno con espacios para poder vivir y encontrar algo parecido -aunque sea parecido- a la felicidad.  

¡Hasta uno de estos días!

Ya nos encontraremos entre la profundidad increíble y maravillosa que tienen las palabras… y el brillo incandescente de la pantalla que nos une.

Textos

Falco, Federico, 2021, Los llanos. Editorial Anagrama, Barcelona.

Gurnat, Abdulrazak, 2021, Paraíso. Editorial Salamandra, Buenos Aires.

Keegan, Claire, 2009, Antártida. Editorial Eterna Cadencia, Buenos Aires.

Mesa, Sara, 2021, Un amor. Editorial Anagrama, Barcelona.

Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.