Por María Paulinelli *
A 49 años del golpe que convirtió el terror en política de Estado, una mirada sobre ayer y hoy, sobre el poder criminal y sus herencias. Sobre la necesidad de recuperar la humanidad.
La memoria tiene trampas, subterfugios que colocan en zonas más claras o más oscuras los acontecimientos, los hechos, las acciones. A veces, rodean de una cierta irrealidad los sucesos ocurridos ciertamente. Otras, realzan –construyendo puntualmente– acontecimientos anodinos dotándolos de una persuasión inexplicable.
Es por eso que, al hacer memoria, buscamos en las palabras las certezas necesarias para que los recuerdos sean, no solamente más definidos, sino que provoquen esa sensación de que hayamos vivido ese momento.
Pienso… ¿qué metáfora podría representar aquel tiempo en que entramos un 24 de marzo hace ya casi cincuenta años?
¿Qué imagen podría sintetizar las disueltas esperanzas en un mundo distinto sepultadas por un autoritarismo implacable y silencioso?
Quizás, la oscuridad avanzando lentamente sobre la luz y la alegría.
Quizás, el viento frío generando resecas, yermas tierras.
Quizás, la falta de aire imposibilitando respirar, condenando los cuerpos a la muerte.
Quizás, un invierno, casi eterno, acabando con los ciclos de la vida.
Quizás un silencio tenaz, empedernido, acallando las palabras y las risas
Digo y no me alcanza.
Todo eso no logra satisfacerme en la precisión con que trabaja mi memoria.

Recuerdo. Rememoro.
Los tiempos en el 76 se habían agudizado. Veníamos de permanentes sobresaltos. Teníamos miedo, miedo, miedo. Éramos seres desvalidos en medio de una tormenta de enfrentamientos y violencias.
Era casi imposible vivir la cotidianeidad porque todo parecía ser excepcional.
El abuso del poder por las fuerzas de seguridad.
La inconsistencia del gobierno supuestamente democrático.
El desmadre de la revolución como proyecto.
En el medio, nosotros, quienes creíamos y todavía creemos en el valor de las instituciones, de la república, de la vida en democracia. Solos, ateridos, frágiles, efímeros.

Hoy, se reitera esa situación de indefensión frente a un poder que se ha tornado inexplicable… insoportable.
Soplan desordenados vientos que desmadran la convivencia ciudadana.
La violencia desatada, por momentos, hace trizas las instituciones, acalla la voces que denuncian y se expresan, generan movimientos que confunden, que difaman, que ensombrecen, que entristecen.
Atrás quedan bastardeados como restos: las normas que regulan las acciones del poder y de sus hombres; el reconocimiento y valoración del otro, una persona; las palabras como diálogo, como forma de construir esta realidad discursiva que vivimos… y entonces, el presente se obnubila, se desordena el pasado y se imposibilita el futuro.
Inquietos, nos preguntamos, ¿cómo es posible que suceda? ¿Que hicimos y también, que no hicimos para que sea real este tiempo sin luz, sin esperanzas?
He buscado metáforas. He delineado imágenes. He descrito sensaciones.
Traté de hacer memoria de entonces…y también de ahora.
Que nunca volvamos a sentirnos tan solos, tan desvalidos, tan precarios…Que hoy seamos capaces de decir basta y recuperar la necesaria convivencia y la alegría de ser entre todos, una Nación.
La memoria está presente. Como siempre.
Foto principal: Protesta de jubilados, Buenos Aires, marzo de 2025 / Diario Popular
* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.