Por Carlos Torino *

Despedida y homenaje al gran Joaquín Salvador Lavado Tejón, padre de la criatura que con sus por qué nos hizo entender un poco más el mundo. Y nos contagió el deseo de cambiarlo.

Mierda.

Cuesta hasta llorar porque se anudan nuestras gargantas. Me atrevo al plural porque Quino es un NOSOTROS que supera cualquier individualidad. Quino es Mafalda y Mafalda es Quino. Un slogan obvio. Una obviedad necesaria para saber que mi generación (hablamos de los que tenemos más de 50 años) nació, creció y se formó con Mafalda. Mejor dicho con Quino. O con los dos.

Las tiras que aparecían en el diario de turno eran una delicia infantil, primero; inquietud casi filosófica, después, en la época en que los humanos y las humanas, dicen, adolecemos. Luego, ya de grande, era la única figurita que reivindicábamos y no nos avergonzaba de haber jugado de niños y niñas. Ya de más grandes nos atrevimos a citarla. Este travasamiento generacional, ya que estamos nos hablemos con la jerga de la época donde trascendió su creación, es el gran logro del dibujante mendocino. Pero Mafalda era también Susanita. Era Felipe y Miguelito. Eran sus padres y su hermanito. Era Libertad. Todas estas criaturas a partir de hoy quedan con la enorme tarea de tributar al maestro. Como nosotros.

Un amigo me dijo apenas conocida la noticia: Se fue lo mejor del Siglo XX. Otro lamentó: Nos dejó el último creador. Mi amiga mendocina, cortó su clase y contestó el mensaje. Soy fan de Quino, dijo. Leoncito, su hijo de cinco años, también.

 Cuando escucho sentencias como estas tengo mis precauciones. Con solo mirar a la música y la literatura hay muchos mejores. Ni hablar de quienes fueron creadores de teorías políticas, psicológicas o sociológicas. No obstante, el arte y sus ejecutores y precursores movilizan las vísceras de la emoción. Pienso que cuando murió Spinetta lloraba mientas caminaba y lamento que nunca podré soñar con un recital en vivo del brasileño Tim Maia. También, recuerdo las lágrimas incontenibles en el bondi de regreso a casa cuando se fue Fontanarrosa y no podía concebir que un enero de fin de ese siglo tuviera que irse Soriano.

Creo, a través de estas pocas horas de la noticia, que pudieron existir los pensadores y artistas y literatos más capos del mundo, pero al siglo XX lo hicieron tango un Cambalache y le sacó lustres a preguntas los cuadritos con una nena de melena profusa juntos a niñas y niños jugando y cuestionando al mundo, a los políticos y a la política. Les preocupaba la pobreza y siempre preguntando por qué era como era la sociedad y el planeta y los que mandaban.

Pero si uno le pregunta a esos púberes ¿cómo era el Mundo Mafalda? Le contestábamos que era preguntarle a los adultos y a los padres, principalmente. Quino en el papel de la niña terrible era la reflexión ante las observaciones de la cotidianeidad asfixiante del modelo cultural, regido por un modo de producción, el capitalismo, que vino para transformarse casi indefinidamente. 

Esa niña vuelve a nosotros y a nosotras, los ahora adultos, para decirnos porqué el mundo es como es y era como era; porque cambió algo y mucho y parece que no cambió nada. La pobreza sigue igual, más o menos lo digan los especialistas del INDEC de todo el mundo, haya o no haya grieta en el lugar que diga los números. Ahí nomás aparecen las voces autorizadas para analizar y promover una tierra de naciones unidas pero pueblos sufrientes. La escena narrada tranquilamente merece ser un cuadro de Mafalda, una tira que reproduce cualquier diario que paga los derechos de autor y la pone en la página más leída de los periódicos: la contratapa. A todo esto huelga decir que Mafalda es popular.

A Mafalda la recitan los que mañana, sino es ahora, van a seguir la ruta de la exclusión, pero si algo tienen algunos de sus libros es que incomodan leerlos en la zona de confort y en el lugar de los hechos donde se produce una injusticia más.

Quino es el artista que interpretó todas las preguntas de los pibes y las pibas de esa generación que creyó tocar el cielo con las manos, Beatles y Hombre a la Luna mediante. Sociológicamente, nos mezclamos la generación X con los Baby Boomers. Ambos dimos luz a Milennians y Centennials, según el momento de la procreación. Todos y todas tenemos la obligación social de advertir el porvenir con preguntas para desenredar la esperanza, en general hábilmente envueltas en las resignaciones. Después de todo, Mafalda era una niña y no dejaba de serlo por más que su resistencia a la sopa era hasta política.

Sostienen los adultos que los niños y las niñas dicen la verdad. Hoy estos adultos lloran de verdad desde aquella niñez llena de Mafalda y de verdad empezamos a vivir con la memoria del verdadero padre de la criatura: Quino.

* Licenciado en Comunicación Social de la ECI-UNC y docente.