La  fiesta de los pueblos andinos también se realiza en Córdoba.

Por Marisa Baravaglio y Nancy Ferrari. Estudiantes de la ECI.

Al viajar desde la capital cordobesa hacia Carlos Paz, unos enormes carteles al costado de la autopista invitan a conocer el casino, disfrutar de un spa, asistir al teatro o comprar un lote que reunirá naturaleza y confort. Los hoteles y restaurantes seducen a cada paso e indican al viajero que ya se encuentra dentro de la ciudad veraniega.

Sin embargo, Carlos Paz, previo a su fundación cien años atrás, fue un asentamiento del pueblo Comechingón. Hoy muchos descendientes continúan su vida allí. Tal es así, que a sólo diez cuadras del centro, en el Parque Estancia La Quinta, se sigue celebrando la Pachamama.

La elección del espacio no es casual, “los restos arqueológicos indican que antiguamente era un asentamiento de los pueblos originarios, incluso la disposición de los morteros nos dice que también era un lugar sagrado”, cuenta Cristina Escobar, integrante de la Fundación Proyecto Artístico Nativo Geo Ambiental (Pangea). Y agrega que en el predio hay una iglesia, símbolo de los conquistadores, y  está el pozo para tributar a la Pachamama, representativo de los pueblos originarios. Cristina lo define como un encuentro de dos culturas que en este momento están vivas.

El tributo y sus significados

La Fundación Pangea organizó a principios de agosto la tradicional ceremonia donde congregó a un gran círculo de personas y designó a Aldo Gómez, de la comunidad Ticas del pueblo Comechingón, como guía espiritual.

Semillas, trozos de frutas, harina, agua y vino son parte de las ofrendas, dispuestas en diferentes cuencos sobre un mantel. En este ritual, la retribución es el eje central. “Significa que lo que yo recibo y produzco cotidianamente lo entrego en la celebración”, explica Víctor Acebo, fundador del Instituto de Culturas Aborígenes de Córdoba.

Durante la ceremonia, para preparar el espacio etéreo, el que no se ve, se utiliza un sahúmo que representa al aire y al fuego. Se coloca una brasa de carbón en un recipiente con distintos yuyos de las sierras cordobesas (palo santo, incayuyo, romerillo, salvia blanca) y el aroma que produce “limpia” a todos los seres que circulan en el aire. La música también es parte del ritual.

Una vez entregadas todas las ofrendas, se rellena el espacio con tierra y encima se colocan piedras en un montículo (apacheta). Éstas indican dónde se abrirá el pozo el año próximo y además, quien pase por allí puede tomar una piedra para agradecer o pedir protección en otro lugar. “Es como pasar ante una iglesia y rezar, la conexión del hombre con lo divino”, ejemplifica Cristina.

Este culto se puede realizar en diversos espacios, el patio de una casa, una plaza, una escuela, la vereda o la calle, como ocurre en el Instituto de Culturas Aborígenes. La condición es que sea siempre en el mismo lugar donde la tierra  se abrió la primera vez. De esta forma, “el lugar escogido se convierte en sagrado”, asegura Víctor.

Mucho más que Madre Tierra

Para los pueblos originarios la Pachamama tiene un sentido muy profundo, no es sólo la tierra, “se refiere a un ser vivo en todos sus aspectos, que alimenta al hombre física y espiritualmente y del cual somos parte real: somos aire, agua, minerales, fuego”, afirma Gómez.

Los pueblos andinos fueron agricultores y el día de la Pacha está estrechamente relacionado con esta característica. En junio celebran el día del Sol, fecha en que comienza un nuevo año y una nueva vida. Agosto es el mes en el que se pide permiso a la Madre Tierra para arar y sembrar en septiembre. “Entonces ahí hago el pozo para depositar mis ofrendas, lo que recibo de la tierra y lo que produzco con mi trabajo”, detalla Acebo.

Alberto Olmos, profesor en Antropología Social del Instituto de Culturas Aborígenes, agrega que este ritual se realiza no sólo en agosto sino también en otros acontecimientos importantes, como por ejemplo antes de comenzar con la construcción de una casa.

Conocer para respetar

Mucho antes del descubrimiento de América las familias se reunían para esta celebración. El fundador del Instituto de Culturas Aborígenes,  resaltó que desde la colonización, se comenzó a difundir la idea del indio como ladrón y borracho. Fueron doscientos años de generaciones moldeadas con esta imagen, lo que generó una fuerte presión social y llevó a que la fiesta se realice sólo en la familia o en la comunidad.

Sin embargo, en la actualidad, ésta y otras prácticas tradicionales de los pueblos originarios se reproducen en la provincia sumando incluso gente que no es descendiente de aborígenes. Al respecto, Víctor dice que “es importante hacer la celebración públicamente ya que empieza a abordarse el tema y a cambiar la mirada”. Pero la ceremonia tiene sentido sólo si la persona que participa cree en ello.

De igual modo, desde Pangea creen que “la difusión es fundamental porque las comunidades están vivas, y no en el pasado como se nos enseñó en la escuela. Por eso, desde la Fundación tratamos de tender puentes de acercamiento, porque al acercarnos empezamos a conocer y al conocer se genera respeto”.