Por María Paulinelli *

Obras que se adentran en “la inconmensurabilidad de las personas”. La subjetividad reconocida, en Magnetismo de Irina Morán. Y la vida, solamente, en La doble venida de Hilda Bustamante de Salomé Esper.

¡Hola! Y acá estamos de nuevo entre el brillo sutil de la pantalla, las palabras que aparecen, se desplazan, encandilan.

Ustedes en un lado y yo, del otro…

Afuera es primavera…

La vida renace, el mundo gira…

Las bignonias amarillas parecen atajar la luminosidad del sol y hacerla suya. Es por eso, que cada vez que miro tras del vidrio, siento la calidez que se desplaza, me enceguece y me llena así, de la ternura de estar viva.

¿Comparten esta maravilla?

Y entonces, un rumor infatigable me suspende. El rumor de las historias que he leído.

Un rumor desde la subjetividad que se desmadra.

Un rumor desde la insistencia de la vida que transcurre.

Y digo así, rumor, porque son relatos que se cuentan desde la superficie lineal de las palabras. Relatos que transparentan el acto de lectura que parece, al mismo tiempo, la escucha de la historia.

Relatos que evaden la complejidad, la inteligibilidad del enunciado para desplazarse y  adentrarse  en la inconmensurabilidad de las personas.

Relatos también, de lo simple, lo común, lo cotidiano, lo indiferenciado, sin singularidades, ni particularidades, solo lo vital desplazándose en sujetos.

Sujetos posibles de un tiempo empecinado en emociones, afectos, sensaciones. Un tiempo que puede suponer un cambio total de paradigmas, una vuelta a lo más humano que somos los humanos.

También, un tiempo sin preguntas, interpelaciones, sin dudas, ni creencias. Un tiempo, donde lo imprescindible, es el hecho de estar vivos.

Leamos estos textos, les propongo.

Avizoremos esa luz enamorada de la vida que son estos relatos.

Detengamos las maravillas, que –aún– se desparraman, en estos días venturosos de una nueva primavera. 

Magnetismo, de Irina Morán

Irina Morán, autora de Magnetismo

Irina escribe esta novela.

Quizás, la deletree en busca de otras voces que enuncien las palabras. Las palabras que son suyas y que pronuncia también, por las mujeres de su generación y de su tiempo.

Una generación distinta en un tiempo diferente. Un tiempo con cambios. Sin la Modernidad y sin sus brillos, sin la racionalidad que aturde y enceguece, sin la tecnología que excede la materialidad de los cuerpos. Que hace virtual el mundo, los hombres, las palabras.

Un tiempo posible –en el presente y el futuro– que se expande y desmadra en las subjetividades necesarias, que cada vez, más necesitamos.

Magnetismo es todo eso. Una voz que habla por otras. Todas ellas mujeres.  Mujeres en un ciclo de lunas. Mujeres que gravitan en las fuerzas de atracciones y pulsiones. Mujeres que diseñan otro mundo. Un mundo… quizás más de nosotros.

Magnetismo, también, es el relato que mezcla las posibilidades narrativas. Se acerca a la ciencia ficción y la transforma. Se esparce más allá de sus características.

También, se acerca a lo fantástico. Lo desborda. Es un relato que supera en lo cotidiano, lo disruptivo de los hechos.

Lo maravilloso contiene quizás todo. Aúna la sorpresa con la vida.  Lo indescifrable, inexplicable se convierte en lo posible de un mundo que es esa totalidad. La suma de esos acercamientos y… un modo de relatar distinto en la búsqueda que hace. El subtítulo lo explica: Todo puede suceder… Así, tan simple.

Trece capítulos estructuran la novela que se acompasa al ritmo de las fases de la luna. Cada capítulo metaforiza en la fase que el título enuncia el avance del relato, caracteriza los protagonistas de esa secuencia, resume el enunciado.

Magnetismo. Luna nueva, es el primer capítulo. Define así –en la significación de esa fase lunar– los hechos que transforman las vidas de los protagonistas a partir de la experiencia de la tele transportación.

Sucesivamente, en todos los capítulos, cada fase adosada al título, cumple esa función. Por eso decíamos, que la novela se acompasa al ritmo de las fases de la luna. Un ritmo –a su vez– que enfatiza un tiempo diferente con las mujeres como protagonistas.

La novela se enuncia en una tercera persona que relata las acciones y muestra la subjetividad de los protagonistas: él y ella. Ambos, singularizados en esos pronombres personales que, a su vez, engloban genéricamente a los hombres y mujeres.

Los distintos protagonistas expresan no solo sus emociones y sentimientos, sino que exponen y explican las significaciones de estos fenómenos trascendentes en la definición de un tiempo nuevo. De ahí, que se complementen las secuencias del relato, con las ideas sustentadoras de dichos sucesos. Todo explicitado en un lenguaje poético que carga de maravilla y encantamiento el texto. Un concepto de la vida. Ese cielo, plagado de luces infinitas, le devolvía la certeza de que la vida no era más que un manojo de energía transitando una experiencia fugaz en un cuerpo humano.

O la explicación de porqué los pies desnudos posibilitan mejor una carrera… que es también la explicitación de una metáfora sobre el recorrido de la vida. Si no aprendes a sentir tus pies sobre la arena, sosteniendo la entereza de tu cuerpo, arraigándote a tus raíces, difícilmente logres comprender el verdadero esfuerzo que hacen tus pies, al enfrentar el desafío que supone todo camino nuevo. Y solo después de haber sentido la arena ríspida bajo tus pies, podrás sentir que vuelas, bajo la alfombra suave de una pedana. Respira. Camina. Y solo después, despegas. 

La historia es simple. Un día él y ella sufren la experiencia de la tele transportación. Se han conocido casualmente hace siete años. Sintieron una atracción increíble… pero siguieron cada uno con su vida. Él es crítico de ciney fotógrafo. Trabaja en un canal de Buenos Aires. Ella está casada con Nicolás, un experto en estadísticas y tiene un hijo –Santiago– de nueve años. Es maestra de gimnasia deportiva.

Ellos –ella y él– se comunican virtualmente cada tanto… Durante siete años, habían mantenido una relación que dilataba una definición sobre sus vidas… hasta este día, en que de improviso, todo cambia.

El relato aúna las acciones con la descripción de las sensaciones y sentimientos. … primó esa felicidad de sentirse juntos (…)  ese extraño fenómeno que solo se produce por la atracción exponencial de dos personas que se aman (…) El tiempo real se había detenido. Aún no podía comprender lo que estaba viviendo (…) La ansiedad de esa pregunta inmensa desordenó los parámetros de aquella escena. Su cuerpo comenzó a desvanecerse de golpe y apareció de repente en un costado del set del Noticiero de Internet… …Descolocada en ese ambiente, se preguntó que hacía ahora en el lugar de él (…)  Después de algunos intentos fallidos, comprendió que ese extraordinario fenómeno no se producía de manera caprichosa.

Pero también, el relato explicita la explicación de lo ocurrido. Aparece en escena Max, un amigo de él. Un investigador futurista que había sido expulsado de la NASA por criticar de manera pública el modelo hegemónico y la mercantilización de las patentes científicas. Max explica el fenómeno. Han intentado negar durante demasiado tiempo la energía primaria que sostiene el universo… Y como sostiene, el hecho de tele transportarse es apenas una advertencia o quizás la última oportunidad para comenzar a hacer las cosas de manera correcta. Una manera correcta que significa hacerse cargo de lo que sienten y darle un lugar a esa energía que los atraviesa y se expande.

Historia los antecedentes que explicaron este magnetismo. Conocía a la perfección aquella teoría desarrollada por aquella comunicad griega, denominada Selene (magnetismo lunar en clave 13) una experiencia ligada a la teoría decadimensional que solo logra experimentar un ínfima poción de los últimos Homo Sapiens, capaz de sentir la energía del amor como única fuente transformadora y vital en todas las dimensiones.

En el presente, afirma, las personas se niegan a sentir a mirarse. A vincularse de manera directa y sincera.

Pero contra toda esta situación casi alienante, profetiza. El futuro de la Humanidad no estará regido bajo el desquicio enajenante del desarrollo tecnológico. La humanidad del futuro será aquella capaz de actuar y reconocer sin miedos sus sentimientos.

La química cerebral está ligada a las pulsiones afectivas, concluye.

Las secuencias continúan con los distintos hechos que corroboran esta particularidad del magnetismo que los atraviesa. El presente –la descompensación de ella, el regreso a Buenos Aires de él– se enhebra con hechos del pasado –las vacaciones en el mar de ella y Nicolás, el embarazo y la fría actitud del padre– que corroboran la distancia entre personas diferentes totalmente.

Finalmente, confluyen casualmente en el Sur –Bariloche–. Él decide aceptar la invitación de Max. Siente que podrá encontrar una respuesta a sus necesidades e inquietudes. Ella, por su parte, viaja con su equipo de Gimnasia a un Torneo Nacional Federativo de Gimnasia Artística.

Se encuentran. Él retiró la mejilla del visor y con la mirada totalmente despejada, se dispuso a disfrutar de esa suerte de milagro de volver a verla. Ella, expresa el sentido de la actividad que ha presentado que es casi una declaración de principios de aquellos que pertenecen a esa generación πi de la que forman parte. Hoy cuando nos reunimos a entrenar y aprendemos esa capacidad de volar que tienen nuestros cuerpos, abrazamos nuestra identidad, sin acelerar ni forzar cada etapa de la vida. Queremos que el deporte sea un territorio de expansión. De movimiento e intuición. De libertad. De música. De amor y de alegría. Una actividad que se corresponde con esa posibilidad diferente de ser y de vivir.

También, significa el encuentro definitivo de él y ella. Un encuentro en un espacio significativo, el Sur. Ese lugar donde van a confluir en estado puro, la pasión y el deseo. –como dice Fernanda Juárez en la contratapa–. Esa zona imaginaria, entre la cordillera y el mar, se transformará finalmente, en el lugar donde todo puede suceder.

Así… concluye el texto: La primera vez que me sentí parte de su vida. Que la escuchaba en un discurso. Que podía contemplar sus pasiones de cerca. Que la observaba y comprendía. Que se encontraban sin haberse escrito, ni leído, ni llamado. Que la veía caminar, hablar, bailar. Que se mezclaban. Que se fundían. Que la miraba, que lo miraba, y otra vez…

Los sujetos enunciadores se superponen, se mezclan, se identifican. Ya son uno solo. Todo sucede… finalmente.

Releo el texto. Me detiene este fragmento. Lo transcribo.  Se trata de la pulsión, de la energía más poderosa y delicada, como es el amor. Vos, ella yo y seguramente muchos más, somos parte de la generación πi. Nuestro ADN, está ligeramente modificado. Y ciertamente, no solo sentimos, sino que en poco tiempo, seremos la especie de la esperanza para una vida inmune en el planeta.

Siento que metaforiza transformaciones necesarias que, quizás esa generación –la generación πi– y tantos otros que esperamos otro tiempo más humano, podemos –aunque sea lentamente– construir.

El rumor inquietante permanece. Conmociona. Enternece.

Después de tanta racionalidad impenitente, la subjetividad se desmadra por el mundo.

La doble venida de Hilda Bustamente, de Salomé Esper

Salomé Esper, autora de La doble venida de Hilda Bustamente

Un texto de cuchicheos, de voces escondidas, de murmullos.

Los rumores, se convierten, así, en el hilo conductor de las acciones…

Acciones que cuentan de la vida… sin interpelaciones y menos interpretaciones o sesudas comprensiones. Solo conjeturas que posibilitan los afectos. La intuición que dan los cuerpos conocidos. La certeza de saber que se está vivo.

Y entonces… leo desordenadamente el texto que ya he leído con asombro. Necesito recorrerlo de nuevo… hasta cansarme. Hasta agotar la significación de las palabras. Hasta empaparme de la vitalidad de una historia que es solo eso. La historia de la vida.

Y digo así, porque no es una vida de todos y ninguno… es la vida de Hilda Bustamante que regresa y con ella, todos viven. Por eso, es la vida.

Los textos icónicos de la tapa, descontrolan todo análisis. Son únicos.  Asombra recorrer las distintas imágenes. Imágenes que, después, interpreto en la lectura.

Siento que abrigan un relato que es de todos. De todos los que, aún, podemos sorprendernos. De todos los que vivimos, alguna vez, en un pueblo pequeñito… o en algún lugar desconocido y solitario. Un pueblo/ espacio, donde puede suceder lo indecible, lo único, lo impenetrable… Aquello que es la magia de compartir lo cotidiano. Acá, en las historias musitadas, recordadas.

Por eso, las imágenes que abrigan el misterio y, al mismo tiempo, maravillan… porque son el pasaporte a la imaginación, al vértigo, a la emoción de relatos que siguen siendo únicos.

El texto enhebra fragmentos cortos desde una mirada que relata. Mirada que es de uno, de otro, de todos… de ahí la multiplicidad de voces que instauran una manera de contar que es diferente. Sin la continuidad lógica que supone la estructura… Sí, con la versatilidad de la vida. El movimiento. Los afectos.

Salomé narra y al narrar, nos encandila.

Me digo, entonces, que este mundo posible, tiene una dimensión que tuvo alguna vez, cuando era todos los sonidos ahuecados en el calor del grupo que escuchaba… Mucho antes del enamoramiento solitario que tiene el contacto con el libro. Por eso, ella narra y narra. Nosotros disfrutamos.

Hilda se despertó con la boca llena de gusanos, la extrañeza de cuerpos blandos moviéndose contra sus dientes. Quiso sentarse con una furia muy parecida al asco, pero se golpeó la cabeza con algo. Así empieza el texto.

A partir de esta situación, se desenvuelve esa segunda venida de Hilda Bustamante, como se titula.

Y comienza entonces, la vida a desplegarse. Primero con preguntas. Puro silencio y quietud, no había ruidos ni señales de un mundo que todavía estuviera funcionando. ¿Habrían muerto todos? ¿Habrían muerto sus padres? ¿Habría muerto ella? Se acordó de eso y ahora y entonces, lo supo. Sin entenderlo, sin poder explicárselo. Supo que había muerto.

Luego, con la decisión de estar viva… al sentir que eso sucede. Pasaron casi tres horas hasta que Hilda Bustamante pudo salir. Mucho o poco, no fue el tiempo quien tuvo que golpear, empujar, quebrar la materia que antes la guardaba, separa la tierra en dos, desmentir un mal diagnóstico. Fue Hilda.

Afuera por fin sacudió la tierra rápido, como si recién se hubiera caído y levantado, se pasó los dedos por el pelo mirando a los costado, como si esos gestos inocentes y hasta elegantes pudiera borrar su pasado inmediato, como si no sintiera todavía ese ardor. Y sin querer pensar, pensó: ¿y ahora qué?

Así comienza y… así sigue. Está el pueblo donde suenan las campanas para la misa de la tarde. Está, Álvaro –su marido– en bicicleta yendo a buscar a Amelia –su nieta que no es nieta de ellos, pero que es como si lo fuera– . Amelia no era su verdadera nieta, aunque cuánto de verdad hay en esas cosas. Y está, allí en la memoria, siempre ella.

Los recuerdos de Álvaro de esos primeros momentos de la ausencia. Hubiera querido llorar a los gritos, desgarrar alguna ropa, dormir hasta otro año. Pero se suponía que estas cosas pasaban, ya estaban grandes, ¿qué esperar? Y ¿qué esperar del después de Hilda?

Recuerdos que se entreveran, continúan. Aparecen las Devotas, esas amigas de Hilda. Cada conversación era un malabarismo hecho de pequeñas informaciones: lo poco que sabían de él, lo mucho que sabía de ellas por Hilda, por esas tardes en el patio entre las plantas.

Están las rondas de las campanas, que de tres a cuatro, provocan el asombro. Novena, décima: una sensación rara, algo que no correspondía, un milímetro corrido levemente de su eje, como cuando la imagen de la tele no termina de sintonizar y hay un halo de distancia entre el personaje y él mismo.

Y también está allí, el misterio. En el mismo momento que entraban a la casa, el sonido de las campanadas paró, el milímetro corrido volvió completamente al personaje, el silencio al aire.

Sucede entonces, lo imposible, que puede ser posible. Álvaro, prendió la tele. La niña miró, distraída. Y allí estaba Hilda, en vivo, sentada en el campanario de la iglesia. Pasando el dorso de su mano muerta sobre su frente muerta, secando un sudor repentinamente vivo. La cámara del canal local que parecía ir hacia ella corriendo, detuvo su acercamiento desenfocado súbitamente cuando ella se dio vuelta y la vio, lo vio, los vio. Sonrió en un plano americano borroso y estiró con fuerza el brazo hacia abajo para tirar una vez más de la cuerda. La primera campanada de la cuarta ronda fue la que hizo estallar todos los vidrios de la ciudad.

Todo enumerado así, sin más detalles. Hilda en el campanario con esa cuarta ronda que no solo confunde sino que aturde y exaspera. La tele que la muestra y permite que los vea a Álvaro y Amelia…. –Como si la tele pudiera mirar y no ser solo para ser mirada–.  El mundo que se derrumba en lo más frágil… explotan todos los vidrios de ese pueblo.

Hilda ha vuelto. Álvaro se quedó tres minutos, enteros guardando la misma y exacta disposición de su cuerpo, la leve inclinación, la cercanía, la presión de sus brazos sobre la espalda de Hilda, su cabeza apoyada contra la de ella, el amor y el terror y los ojos abiertos.

Y cuando ella le habla… sucede lo indecible. Y en ese momento, al escucharla, al escucharse en esa voz se encontró en su nombre como hacía tiempo no se encontraba, y su cuerpo volvió a su cuerpo, letra por letra, sin saber que antes se había ido.

Son cuatro días, los que vuelve Hilda.

Cuatro días donde suceden muchos hechos.

Los rumores se expanden por el pueblo y llenan de confusión y de extrañeza. Un prodigio para unos, un anacronismo para otros, una confusión de versiones, finalmente.

La explosión de los vidrios, como nuestra de la fragilidad de lo que existe.

La plaga de langostas que encierra, atemoriza y desencadena lo distinto, inexplicable.

El regreso de alguien que se ha muerto –ya– hace un año.

Hilda mientras tanto, sabe que está viva. Percibe el mundo tal como ella lo ha vivido y conocido. Lo mismo siente Álvaro, la nieta que no es nieta con Gabriela que es su madre; las Devotas que ahora son devotas de este renacimiento de una santa; Genaro –que cree poder cumplir su recóndito deseo de ser de Hilda; el cura Néstor que acepta y asiste simplemente pero asume su función de sacerdote; la radio que divulga los rumores; los temores ancestrales que aparecen y se expanden ahora libres… antes murmurados en secreto o en silencio. Un montón de vida desplegada.

Y así como vino, Hilda se va. Intempestivamente. Sin motivo. Sin aviso. Hilda se sonríe a sí misma, ahora sin lástima. Hilda, la que recibió el milagro, ya no importa cuando. Hilda la que pudo volver, siente ese calor que rugía como una brasa en su pecho, mermar repentinamente, borra su sonrisa, cae al piso, muere.

Hilda se ha ido. La lluvia que limpia y purifica se despliega en forma detormenta. Cayó una gota y después dos hasta convertirse en una tormenta que parecía un diluvio, una mezcla de tiempos evangélicos que amenazaba recomponer ese apocalipsis con las vendas de un antiguo testamento.

Salomé continúa narrando. Nos explica a nosotros, los lectores.

Ella no sabe, tampoco, quiénes son las creaturas del mundo que ha creado.

Así dice: Hay ciclos también, en lo profético y lo misterioso. El orden que guía al universo y a sus formas descansa en cada venida de la muerte, cada langosta y cada vidrio explotado. Adentro de ellos, la explicación que nadie alcanza.

Y el mundo continúa. Los afectos susurran las presencias. También explican  las palabras. La niña es quien escribe a Hilda. Le dice que la quiere y que la extraña. Le cuenta los sucesos que transcurren. Espera que algún día le responda. Las letras en rojo cierran el texto y explicitan esa esperanza en una vida que sea para siempre… aunque sea una segunda venida que un día se termine.

Lo leo nuevamente. ¡Me faltan tantas cosas…!

Es tanta la vitalidad que tienen sus palabras.

Es tanta la sabiduría que ahora no tenemos… y que aún… necesitamos.

Ha sido un encuentro con ustedes, que sé que se replica en cada uno. Volvernos a nosotros.

Comprender que las pulsiones, sentimientos, afectos, magnetismos, nos hacen más humanos.

Nos llenan de esperanza.

Quizás sea una forma de mirar mejor el mundo que vivimos.

Me voy sin que me vaya.

Me quedo con Ustedes. María.

Textos

Esper, Salomé. 2023. La doble venida de Hilda Bustamante. Editorial Sigilo. Buenos Aires.

Morán, Irina. 2021. Magnetismo. Editorial Recovecos. Córdoba.

 

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* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.