Por María Paulinelli *

Conocer interpretaciones sobre el mundo que vivimos es poder entendernos como humanos, saber quiénes somos y conocer este, nuestro tiempo. Así como el invierno se afirma en la consistencia del final de un ciclo, estas interpretaciones desechan la fragilidad de los cambios, transformaciones, mutaciones para exponer certezas, evidencias, certidumbres.  Atisbamos, así, posibles similitudes, identificaciones entre ciclos naturales y ciclos de la Historia. Las palabras de George Steiner, Alexandro Baricco, Éric Sadin y Jorge Carrión nos muestran la intensidad de sus miradas sobre un tiempo donde la ciencia y la tecnología dejaron de ser las futuras utopías para convertirse en las realidades de un presente. 

Segunda parte (Sadin / Carrión)

Un nuevo modo de existencia humana

Éric Sadin / Foto: www.revistapaco.com

La inteligencia artificial o el desafío del siglo. Anatomía de un antihumanismo radical. Éric Sadin

El autor, es un relevante ensayista europeo, crítico de las formas tecnológicas contemporáneas desde una filosofía fuertemente arraigada en el Humanismo clásico. En esta, su última publicación, continúa sus disquisiciones sobre el desarrollo de la tecnología en el mundo actual. Lo hace, examinando el concepto de inteligencia artificial a partir de la historia de las ideas y de una fenomenología de los aparatos para evaluar qué cambios radicales se producen actualmente en el modo de construcción de lo real. La crítica ha definido  la hipótesis enunciada,  señalando que “la causa (y no la consecuencia) de la pregnancia del fenómeno de la inteligencia artificial es un cambio de estatuto de las tecnologías digitales: de ser prótesis acumulativas en intelectivas -porque permiten el almacenamiento,  la indexación y el tráfico veloz de información-, han pasado a ser entidades de las que se espera que enuncien una verdad a partir de la interpretación automatizada de situaciones”. 

Una Introducción, cinco partes divididas en capítulos y un Epílogo estructuran el texto que compendia la referencialidad y la información-la descripción de la inteligencia artificial como ese nuevo estadio de desarrollo tecnológico-; la representación de una ideología –una cierta historia de las ideas del Humanismo–; el simbolismo de la expresión poética –el relato y adaptación de un mito–. Estas modalidades, componen instancias de enunciación, definidas en las distintas partes del texto que referencian, critican y metaforizan desde distintas estructuras discursivas. A su vez, significan aperturas diversas en la comprensión del texto posibilitando una activa recepción.

Leo. Me subyugan la versatilidad y la precisión al mismo tiempo. Reconozco las distintas maneras de interpelación que horadan todas mis posibles interpretaciones. Quedo extasiada. Empiezo un cortísimo recorrido.

La Introducción como todas las introducciones, enuncia el sentido del texto. Lo hace al final del capítulo, merodeando los límites de la referencialidad y la interpretación en un claro atajo que conduce a lo poético. “Este libro busca iluminar los términos de las alternativas de alcance civilizatorio en todo punto irreconciliables, y espera brindarse como una herramienta que permita, desde la suave sensación del tacto de las páginas impresas y al abrigo del ruido del mundo, hacer que nos podamos determinar mejor, en plena conciencia y responsabilidad”. En palabras más prosaicas, el libro pretende compendiar la información que permita la elección de una mirada propia, responsable.

También la Introducción completa la significación de “introducir en el tema” con un subtítulo que define el horizonte de lectura. El superyó del siglo XXI. ¿Cuál es? La inteligencia artificial, por supuesto. Define el actual estatuto de las tecnologías digitales: enunciar la verdad. De esta manera –afirma– lo digital se ha convertido en un órgano habilitado para peritar lo real de modo más fiable que nosotros mismos al garantizar la verdad. Es la extensión de una sistematización que promete aplicarse a todos los segmentos de la vida humana, una suerte de estimulación artificial e ininterrumpida de lo real. Continúa explicando como las ciencias algorítmicas han tomado un camino resueltamente antropomórfico que busca atribuir a los procesadores, diversas actividades en un calco escrupulosamente mimético de nosotros mismos: “el cerebro humano como modelo“. Una transformación digital con el objetivo de alcanzar una administración indefinidamente maximizada de las cosas. Todo en un tiempo particular con ciclos de innovación cada vez más rápidos, sin distancias entre las distintas fases de concepción y comercialización. Esto –acota– vuelve marginal y aniquila a largo plazo el tiempo humano de la reflexión y la comprensión, niega a los individuos y a la sociedad su derecho a evaluar fenómenos y procesos, “dar testimonio y decidir libremente el curso de su destino”.  

Señalado esto, caracteriza el tiempo de lo experiencial –como denomina esta etapa de transformación– mediante la remisión al movimiento de informatización de los 60 con la continuidad   ininterrumpida de estudios en los distintos centros académicos y científicos que generan una relevancia permanente  y explican ese sentido de superyó, con que titula el fragmento.

La Introducción finaliza con la remisión al pensamiento de Hannah Arendt. Un pensamiento que se alza como la luz que permite visualizar los peligros y dificultades de este nuevo estadio que no solo reduce la capacidad de decisión y discernimiento, sino que obtura los niveles de la ética y de la política en la sociedad. “La manifestación del viento del pensamiento no es el conocimiento, es la aptitud para decir lo que es juro y lo que injusto, lo que es hermoso y lo que es feo y esto puede impedir catástrofes, al menos para mí en los momentos cruciales”. Completa Sadin: “Podríamos agregar, lo que es digno e indigno, e incluso lo que libera las potencialidades humanas o lo que las regimenta dentro de marcos limitados y anquilosados”.

El núcleo del texto lo componen las cinco partes con sus correspondientes capítulos. Todos son titulados lo que permite entender la exposición que vertebra el desarrollo secuencial, pero profundizando en las características y potencialidades de cada etapa. La primera parte se titula El giro conminatorio de la técnica. A partir de una breve historia de la informática, trabaja el devenir antropomórfico de la ciencia y los avances en la construcción de la tecnología.  La segunda parte, tiene como centro de consideración el poder de enunciar la verdad en una revisión del concepto occidental de verdad, para pasar a trabajar los distintos estadios de la verdad: incitativo, imperativo y prescriptivo para culminar en el estadio coercitivo. Referencia las distintas visiones de la técnica: el rechazo de una oscuridad ante su incomprensión y lejanía; el encantamiento ante sus posibilidades y logros.

La mano invisible automatizada es la tercera parte. Los temas giran en torno a las distintas utopías desde Tomás Moro hasta las propias del siglo XX para llegar al momento actual que denomina la sociedad del contrato.

La cuarta parte se denomina El paraíso artificial. Analiza las resultantes en la política, la administración automatizada de las conductas. Toma como paradigma de esta prevalencia de la tecnología, el automóvil. Concluye planteando la transformación de lo político en un cierto adormecimiento del poder y la secuenciación y desaparición de lo real. “Pasamos de la sociedad de la información a una nueva episteme”.

La quinta parte es el Manifiesto de la acción en tiempos de lo exponencial. Propone como lo señala la palabra manifiesto, un plan de acción ante ese paraíso artificial. Para eso, analiza los sucesivos fracasos: el de la conciencia y el de la racionalidad,  básicamente. Propone actos de resistencia en el uso de la palabra, en las acciones posibles en el ámbito de lo individual y de lo social. Finaliza con un verdadero manifiesto que resume su posición de un humanismo integral. “Porque ubicar nuestra relación con los otros y lo real bajo el sello de la inventiva supone trazar paso a paso nuestro propio camino y contribuir en la medida de cada cual a la obra común, sin frustraciones, resentimientos o envidias, porque estamos totalmente movidos por todas las facultades de nuestro cuerpo y nuestro espíritu así como por nuestro amor sin límites a la vida”. 

Les adelantaba el simbolismo de la expresión poética en la enunciación del Epílogo. Intuyo el porqué de la elección de este tipo de discurso. Sospecho que acabadas todas las posibles disquisiciones desde la lógica y la racionalidad de las ideas, quedaba un espacio posible para erradicar ese antihumanismo que se avizora en la aplicación de la inteligencia artificial y sus recursos.

Queda la poesía. La palabra poética que tantas veces salvó el mundo. La palabra poética pero enraizada en un mito “esa historia fabulosa de la tradición oral que explica por medio de la narración las acciones que de seres que encarnan de forma simbólica las fuerzas de la naturaleza, aspectos de la condición humana. Relatos que forman parte del sistema de creencias de una cultura o de una comunidad donde son considerados como historias verdaderas”, dice el Diccionario.

Sadin recurre a un mito hawaiano en el Monólogo del Pulpo –Kanaloa, el dios de la oscuridad y el océano, asociado a Kane, diosa creadora de la luz, del sol, la selva y el agua fresca–. Pero además, dicen los viejos narradores, que “Dios creó primero el mar, luego la tierra y más tarde los fenómenos atmosféricos”. El pulpo como uno de los primeros seres existentes en el mundo. Quizás todo esto, lo llevó a Sadin a elegir el pulpo como metáfora de lo humano primordial, como la antítesis de lo que puede suceder en ese tiempo experiencial de la tecnología.  Por eso explica: “Un mito hawaiano, con justeza, me considera a mí, el pulpo, como el sobreviviente solitario de un mundo anterior”. Quizás la voz del Pulpo es el último reducto desde donde se alza ese llamado, hecho de creencias ancestrales que apelan a los tiempos primordiales donde había una armonía entre los seres, de la misma manera que Kanaloa y Kane representaban la unidad divina de fuerzas complementarias pero opuestas. Y entonces, leo el Epílogo que es el monólogo: Yo, un Pulpo escéptico.  

Un monólogo escrito en fragmentos que se enuncia en primera persona plural –“Quería hablarles a ustedes. Pero sepan que los hablo en nombre de los míos”– pero también desde la singularidad de un yo. “Estoy entre ustedes”. “Estamos tan lejos y tan cerca”, dice el Pulpo para comparar desde su perspectiva las diferencias de su especie y la de los humanos. Estos, empeñados a los largo de la existencia en elaborar recursos para superar… inútilmente, la vulnerabilidad que los acosa. Aquellos, buscando reparos solo circunstancialmente   a las dificultades.

En el segundo fragmento anuncia su identidad. “Vengo del océano, de los fondos arenosos. Me llaman Virgilio, en referencia a su príncipe de los poetas”. El vate, el anunciador de las historias de los hombres, es la metáfora elegida para nombrar ese Pulpo que habla en nombre de su especie. Caracteriza, entonces, las diferencias que a lo largo de los siglos los separaron y alejaron. Los pulpos dice: “Prefirieron que la Naturaleza nos construyera cuerpos proteiformes, de conformaciones maleables, miembros proliferantes, órganos que ignoren las fronteras” Los humanos en cambio, prefirieron la constitución singular que les permite sentir la particularidad de cada emoción, de cada situación. De ahí la interpelación: “Esa pasión por ustedes mismos los habría llevado a buscar en ustedes, el remedio definitivo a sus tormentos inmemoriales”.

En el siguiente fragmento, toma la palabra “en nombre de los míos”. Interpela a los humanos sobre la creación de la inteligencia artificial como el recurso posible para solucionar sus diversas dificultades y vicisitudes. Les pregunta por qué no construir una inteligencia extraterrestre o subacuática, para poder disfrutar de la singularidad que los caracteriza pero desde la capacidad propia de los distintos habitantes de la tierra. Flexibilidad, elasticidad, una infinidad de combinaciones de resistencia y movimientos, así como la eventualidad  de vivir las experiencias amorosas de todo tipo, fundirse con el entorno y “disfrutar de cada ocurrencia del presente”. Ya en el último fragmento, enrostra a los humanos, la posibilidad -con la inteligencia artificial- de perder la libertad, la creatividad, el conocimiento infinito: “Y entonces, quizás ustedes evolucionen no tanto dentro de una sociedad pacificada sino viéndose recorrer el mundo a zancadas sin buscar sistemáticamente protegerse, ganarle a los demás y acumular tesoros: Pero para eso, es necesario “abandonar su espejismo de réplica omnipotente de ustedes mismos para quizás reanudar el lazo, después de millones de años, con dimensiones que finalmente, los liberarían de sus cadenas y permitirían realizarse en cuanto que seres hechos de tantas inteligencias”.

No ha sido vana la transcripción del fragmento anterior. Es una mirada que apela a las formas más simples de la existencia humana como posible superación de la inteligencia artificial. Apela a lo más simple de nosotros… a lo más imprescindible… lo que termina definiendo la condición de que aún somos… Eso, que es la vida. Virgilio, el pulpo, nos lo dice: “Este mundo anterior desde donde vengo es fantástico, por su obstinación en no perder jamás de vista ese soplo primero de vida cuyos garantes, todavía somos”.

Tiempos difíciles, estos, los de ahora. Hace bien, escuchar estas palabras. Hace bien, sentir que a pesar de todo, aún estamos vivos. Y… que podamos sentirlo y entenderlo.    

     

Lo viral en sus dos formas: tecnología y pandemia                                                                           

Jorge Carrión / Foto: Beto Gutiérrez – www.elnacional.com

Lo viral. Jorge Carrión.

Me apasiona leer a Carrión. Es tan nuevo en su mirada del mundo. Es joven en la voluptuosidad de sus propuestas e irreverente en las disquisiciones sobre la realidad de un mundo que comienza. Mientras, el día tiene la opacidad de los inviernos. Hay silencio en una ciudad donde existen restricciones… y donde el hecho de estar vivos, es una posibilidad entre otras.  La pandemia aprieta. Lo sabemos.                                                                                                               

El libro se propone como “un diario falso” escrito en simultaneidad con los acontecimientos de su vida entre el 10 de marzo y el 25 de mayo del 2020.  Pero como es falso, resume también su producción entre el 17 de noviembre del 2019 y el 2 de mayo del 2020 –por lo que cita en una Nota Final, las referencias de sus publicaciones–. Ahora bien. ¿Por qué un diario? ¿Por qué falso? Carrión, lo explica: “Si el género de estos tiempos es el diario íntimo, este texto, por supuesto, no lo será. No creo que tenga género, pero se podría definir como un antidiario de no ficción, un informe, una sucesión de preguntas, un diario fake, o una reconstrucción.”. Es decir que el texto referencia un tiempo determinado. De ahí, su organización en una secuencialidad. “Es tan alta la intensidad de lo real,-acota- que este texto tiene forma de cronología para que no perdamos en ningún momento la conciencia de que hay un origen, un desarrollo, una secuencia de días con unos mismo cimientos de hielo, grietas, ultravirus”. Ya había avisado de la particularidad de lo real en este tiempo. “Todo lo que ves, está cambiando el mundo”. Ahora, incursiona en esta experiencia de escritura que habla sobre el mundo… este mundo en unos pocos días del 2019 y los primeros meses del 2020, en un presente en el que enunciación y enunciado coinciden hasta que… necesita el testimonio de un acontecimiento similar a los actuales y remite al 26 de abril del 4900AC: la peste negra; también a situaciones en el siglo XX que instalaban la idea de lo nuevo. Asimismo, imagina, predice posibles devenires, y avanza hasta el 28 de abril del 2059. Posibilidades ambas, dado por la ductilidad de una modalidad discursiva que es ambigua, volátil, casi evanescente.                                     

Por eso, maravilla. Por eso, nos identificamos en la sucesión de vivencias que resumen experiencias similares, parecidas.  Por eso, lo seguimos en diversas espirales que hablan de lo viral desde la doble perspectiva de un cambio de época mediante las transformaciones tecnológicas, pero también, desde la especificidad actual de una pandemia.

 Plantea el inicio de un nuevo tiempo: el de la pandemia de coronavirus. Puede significar el verdadero comienzo del siglo XXI, la primera muerte por Covid el 27 de noviembre del 2019.  Un corrimiento de años y de fechas que se corresponden con los verdaderos acontecimientos fundantes de un tiempo nuevo. Se desplaza así en consideraciones sobre el inicio del siglo XX y trata de dilucidar la validez de dichos acontecimientos. Quizás por esto, avizora ese día de abril del 2059 para justificar una utopía: la propuesta para el siglo que vivimos. La viralidad es el terreno de la experiencia referenciada. Es lo que nuclea los acontecimientos de su diario. Se pregunta: “¿Será la viralidad la categoría que mejor define los mecanismo sociales, culturales, políticos y económicos de nuestra época?”. Retrotrae al origen conceptual del término viral que migró de la biología a la retórica como “aquello que puede comentarse, evaluarse y, sobre todo, compartirse masivamente”. “Una especie de ecosistema”, dice.

Diseña un sinuoso recorrido por el territorio de lo viral, que entrecruza espacios, intercambia sentidos, recurre a la memoria. No es un territorio fácil. Está lleno de recodos que impiden mirar lejos. Es necesario andar despacio, revisar los escondrijos, escuchar atentos las voces que hablan de experiencias… algunas cercanas, otras más lejanas… Todas desde la consistencia de la cultura como proceso de construcción de lo humano.   La literatura en sus diversas formas, los medios de comunicación, la publicidad, las redes sociales, los influencers, las series… ese abigarrado mundo de la tecnología hecha transmisión, recepción y producto. A medida que revisa, los define como virus. Cada espacio analizado le permite decir: “el virus es… el virus son…”.

La afirmación final avanza hacia un futuro desde el presente donde habla: “Lo clásico es el viral en el mañana. Lo viral es lo clásico en el ahora.  Lo clásico pervive en una vibración de intensidad baja o media que se va reactivando periódicamente. Lo viral explota con una intensidad altísima que se apaga también a gran velocidad”… y así caracteriza a una y otra modalidad para señalar: “Lo clásico y lo viral coinciden al menos en dos rasgos fundamentales. Todo lo clásico fue en algún momento viral –el de su canonización– y todavía, en menor medida lo sigue siendo. Y ni lo clásico ni lo viral son categorías estéticas, sino aglutinadoras: acogen en su marco lo trágico y lo cómico, lo tradicional y lo moderno, lo bello y lo feo, lo irrelevante y lo sobresaliente. Pero lo viral va más allá, porque es capaz también de   integrar aquello que difícilmente llegará a ser clásico y que es tan, pero tan nuestro: lo amorfo, lo kitsch, lo cursi, lo cacofónico, el boceto, el chiste, la estupidez, Lo clásico tiende al ideal y se aleja, por tanto, de los cuerpos. A lo viral, en cambio, nada humano, le es ajeno.”  Pero el mundo de lo real tiene otro virus propio de este siglo. “Este 2020 ninguna serie, ningún fenómeno mediático, ningún meme será tan viral como el propio coronavirus. Ha conseguido monopolizar nuestra atención tanto en el mundo físico como en el virtual, tanto en los supermercados y los medios de transporte como en las redes sociales y las televisiones. Es una realidad híbrida, mitad biología, mitad pixel, que no cesa de multiplicarse por ambas dimensiones de lo real.” Por ellosu injerencia en los diversos aspectos de la vida, las transformaciones que genera en las actividades humanas, la mutabilidad constante con la consiguiente zozobra ante lo desconocido… Un virus perpetuamente esquivo.

Relata, entonces, lo cotidiano de su vida en los meses de pandemia. La transformación de hábitos, rutinas. La carencia de contactos, de encuentros y de abrazos. La inutilidad de tratar de entender… la necesidad de esperar y de estar aislados.  Es el diario del confinamiento que recuerda a otros textos de confinamientos y soledades en los tiempos. Y de nuevo el mundo de la cultura se llena de luces, de presencias.

No hay un final. Tampoco una interrupción, un corte. Solo una mirada que avizora algo de lo que puede estar pasando ahora, que leemos ese diario de sus días. Así termina: “El encierro colectivo ha cumplido con su meta… No hemos estado viviendo o sobreviviendo durante el último mes y medio, sino que hemos estado escalando hacia otro nivel del videojuego o hacía la cumbre del glaciar y ahora iniciamos el descenso hacia la Nueva Normalidad. A un lado de la pantalla, o de la montaña, o de la frontera o del hielo se encuentran, por tanto, los últimos años de la Antigua Normalidad del siglo XX en que la ciencia ficción era el nuevo realismo. La montaña de la pandemia ha convertido la propia realidad en ciencia ficción durante unos meses de transición. Y al otro lado, nos espera el siglo XXI la Nueva Normalidad, ese nuevo subgénero de la ciencia ficción. O del terror”.

Interesante. Resume –adelantando lo que aún vivimos. Enuncia su vida ese 25 de mayo del 2020. Es lo último que dice en ese Diario.                                                                                                  

Pero quizás, cuando leamos –nuevamente– ese texto premonitorio de un abril en el 2059 –utópico en la formulación de lo posible, de lo que quizás soñamos que suceda–, sabremos lo que Carrión espera que acontezca. Conoceremos el final escamoteado de un mensaje que habla de los ciclos eternos de la vida, del infinito valor de las palabras, de la capacidad de los hombres para no morir nunca del todo, del acaecer de las tardes con sus noches, de las primaveras que suceden a los inviernos cuando acaban. Conoceremos que aún es posible la esperanza.

Carrión dice: 28 de abril de 2059. Desde finales de la cuarta década del siglo, la transición algorítmica ha permitido el control absoluto de los virus y las bacterias, gracias a la monitorización constante de todos los cuerpos y de todas las temperaturas de la corteza terrestre. Por eso nadie estaba preparado para la primera pandemia informática, devastadora para la economía, la política y la salud mental de la humanidad. Si las pandemias de virus biológicos obligaron a la gente a confinarse durante mucho tiempo en sus trajes, en sus cápsulas, en sus casas y en sus colonias, la del virus digital provocó el regreso masivo a los bosques, las montañas, las ciudades, los mares, los exteriores que casi se habían olvidado. Durante casi un año los hombres sólo contaron con la inteligencia natural, con los libros, con su propia voz, con sus cuerpos. Los mapas de papel y las brújulas magnéticas volvieron a ser útiles, de pronto. Regresaron esos abrazos que se dan con el cuerpo entero. El sexo volvió a ser primario, animal, salvaje: enteramente satisfactorio. El virus es el tiempo: su lento avance que tanto se parece al retroceso. El virus es tanto el realismo como la ciencia ficción, que en realidad son la cara y la cruz de la misma y extraña moneda”

Miro el mundo, me decía en el comienzo de este texto. Miro el mundo en el paso de este otoño al nuevo invierno, del siglo XX al viral siglo XXI.

Miro el mundo diré, luego.                                                                                

La próxima vez conversaremos sobre los ciclos naturales, de las plantas, de los árboles, las flores… de los jardines como espacios para pensar el tiempo de los hombres.

Voy y vuelvo.

Los abrazo.

María

Textos  
Steiner, George (2001). Gramática de la creación.  Edición digital. 
Baricco, Alexandro (2019). The Game. Anagrama. Barcelona.
Sadin, Eric( 2020). La inteligencia artificial o el desafío del siglo. Anatomía de un antihumanismo radical. Caja Negra Editora. Buenos Aires.
Carrión, Jorge (2020). Lo viral. Galaxia Gutemberg. Edición digital. Barcelona.

Imagen principal: Mirada al mundo, de Daniel Antonio Salviati

Miro el mundo (1) – Primera parte (Steiner – Baricco)

 * Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.