Por María Paulinelli *
Un viaje personal y azaroso por un mundo de libros y escritores que nos abren la puerta a otros viajes, otros mundos y a “la asombrosa normalidad de los seres vivos”.
Y acá estoy… de nuevo… Trato de encontrar en las palabras, una manera de estar juntos. Busco alcanzar un horizonte dibujado en libros de una y mil formas diferentes. Veo de alcanzar ese prodigio que sería ver las estrellas al mediodía. Porque de eso se trata este espacio de escritura. Propone una especie de pacto donde la lectura nos abrace largamente y nos abrase, nos queme, nos consuma impetuosamente… y recorramos las voces, tantas veces escuchadas, quizás nunca imaginadas, tal vez entreveradas entre otras, a lo mejor infinitamente deseadas y soñadas.
Y entonces, llego.
También entonces, me pregunto. ¿Cómo empezar a hablar? ¿Qué territorio escudriñar hoy? ¿Qué estrella reconocer en esta magia? Como un eco, presiento: Y en el comienzo de todo eso, están los libros… Ah, los libros, digo.
Decido, pues, hablar de ellos.
Subrepticiamente, se encolumnan en mis días. Comparten momentos permanentes. Compañeros de mis tiempos de lectura, luego, quedan en la memoria. Enraizados. Fugazmente. Pero también, aparecen sin decirlo. Imprevistos. ¿Sospechados? Ocupan territorios. Dejan marcas.
Me ocurrió hace poco. Leo. Una novela me entusiasma. Develo la historia lentamente. De pronto, ahí, surge lo inesperado. El narrador -sospechosamente el escritor- habla de sí mismo. Habla del objeto que construye con palabras. Paul Auster dice en Leviatán: “…que mis libros se publican, dije. La gente los lee y yo no tengo ni idea quienes son. Sin saberlo siquiera, entro en las vidas de los desconocidos, y mientras tienen mi libro en sus manos, mis palabras son la única realidad que existe para ellos…”. Ese escritor que resulta, un poco, ladrón de intimidades. Ese escritor que los lectores imaginan “que les perteneces, que eres el único amigo que tienen en el mundo”, porque “un libro es un objeto misterioso, y una vez que sale al mundo puede ocurrir cualquier cosa. Para bien o para mal, escapa completamente a tu control”. El relato continúa. La historia sigue su imprevisible desenlace. Pero, allí estaba ese momento. Vislumbré por un instante un sentido último en el texto. Una estrella brilló… quizás solo parpadeó… pero estuvo.
Menuda disquisición. Quedo pensando. Objeto misterioso. La única realidad que existe para ellos. Único amigo que tienen en el mundo. Es increíble Paul Auster. Siempre está la cuestión de le escritura, del autor, de los lectores. ¿Se acuerdan cuando hablábamos de La invención de la soledad, en el Libro de la memoria, cómo mostraba el proceso de construcción del relato, la forma de funcionamiento de la memoria? Interesante, interesante. No sé si decirles que lean Leviatán… quizás leí antes Invisible y me gustó tanto que ahora este aparece opacado. De todas maneras, es alguien a quien sigo. A veces, muestra las estrellas o quizás solo el brillo. Se empecina por mostrarlo. De eso estoy segura.
Miro el celular. Una amiga me envía un archivo de Juan Forn en Infobae. El mapa personal de lecturas que comenzó en un ascensor. Confieso que las contratapas de los viernes, en el Página 12, logran suspenderme. Levito. Las sigo concienzudamente. Busco todo lo que pueda completar esa lectura y así llegué a Como me hice viernes. Una Autopsia, editado aquí en Córdoba por DocumentA/Escénicas y escrito por el mismo Forn.
El caso es que, en esta nota, Forn habla de su experiencia con la literatura como descubridor de un mundo que, con los años, hará propio. Es un recorrido que apasiona. Distintas etapas. Diferentes convencimientos. Enamoramientos permanentes. Los grandes, los pequeños desfilan en las palabras que arman ese mapa de lecturas pero que encienden posibilidades de estrellas en el día. Lo sigo. Lo recorro. Me dice muchas cosas… también sobre la vida. Sobre cosas.
Transcribo alguna de ellas. “El problema de la vida es que se la vive para adelante, pero se la entiende para atrás”. Soren Kierkegaard. Inmisericorde, Soren! Lecturas de adolescencia de mi generación, cuando creíamos que la melancolía era una forma especial de pasar la vida…
“El escritor es un envase vacío en donde parece que todo está por ocurrir” W.H. Auden. Maravilla de la creación. Espectacularidad de la referenciación, podríamos decir en estos tiempos de la no ficción. ¿No?
“El que no puede escribir poesía, escribe cuentos, y el que no puede escribir cuentos, escribe novelas”. William Faulkner. Solo él podía decir esto. El descreído pero inconmensurable escritor sureño estadounidense. Huella en la mejor narrativa argentina de los 60.
“Todo libro que no encierra su contra libro, es un libro incompleto”, Jorge Luis Borges. Los infinitos laberintos. Las múltiples realidades superponiéndose en su obra imperecedera. ¿Qué otra afirmación, diríamos de él?
“Intenté que mi prosa tuviera algo al menos de lo que tiene la poesía: ser siempre sobre la persona que la está leyendo o escuchando”. Danilo Kis: marca el comienzo del desdoblamiento de Forn. El lector pasa a ocupar el espacio del escritor.
Seguimos. “El verdadero lector hace tanto como el autor, solo que él construye entre líneas: aquel que no sabe leer en el blanco de la página no será jamás un buen lector”. Menuda afirmación. Consiguiente responsabilidad. ¿No?
“Es que la literatura se escribe leyendo. La imaginación se aloja entre el libro y la lámpara”. Escribir y leer en el mismo nivel de creatividad. ¿Lo entendemos? Y termino. “Para soñar, no hay que cerrar los ojos, hay que leer”. Marcel Schwood.
Marcel, me dijiste demasiado bien lo que significa ser lector. Y me quedo, pensando, cuantos días faltan para el viernes. Cuantos días para poder asomarme al Página 12 y encontrarme con la maravilla de un escritor que se hizo viernes… que se hizo luz en pleno día.
Y llegó como préstamo por unos días… y les aseguro que se quedó para siempre como creo que se quedará entre ustedes. Contra Amazón de Jorge Carrión. Increíble. Inclasificable.
El autor en Lo viral, otro de sus textos lo define así: “…esa colección de crónicas y ensayos sobre mundos librescos” Una colección que incluye además -completamos nosotros- un Manifiesto contra Amazón y una entrevista a Manguel -quien fuera director de la Biblioteca Nacional. Les propongo caminar por este espacio-libro, casi laberíntico que plantea dos horizontes Todo el contenido se ordena, gira, en torno a cos propuestas. “Un libro es un libro, es un libro (así, reiterado) y su lectura -atención y regalo- es un rito, el eco del eco de lo que fue sagrado”. Esencialidad de su existencia. Es un libro. Sentido de lalectura como una actividad casi más que humana, en esa cercanía con los dioses. Cualidad de lo sagrado. ¿Qué tal, no?
El otro horizonte propuesto, abarca la totalidad: “Los libros se mueven en un cuadrado: editoriales, librerías, bibliotecas particulares y bibliotecas colectivas”. Esto explica los recorridos del texto: anotaciones, crónicas de viajes vinculadas a librerías, bibliotecas, editoriales. Un deambular impreciso que diseña un mapa de la cultura de cada tiempo y cada lugar.
El Manifiesto que abre el texto, enuncia siete propuestas Como todo manifiesto es una interpelación, pero también una declaración de principios. Los transcribo: “I. Porque no quiero ser cómplice de una expropiación simbólica. II. Porque todos somos ciborgs pero no robots. III. Porque rechazo la hipocresía. IV. Porque no quiero ser cómplice del neoimperio. V. Porque no quiero que me espíen mientras leo. VI. Porque defiendo la lentitud acelerada, la relativa proximidad. VII. Porque no soy ingenuo”. Principios de fuerte tono político y de convicciones éticas. Principios vinculados a los derechos más elementales del hombre/ mujer como persona, pero también de la sociedad actual y sus posibilidades de desarrollo tecnológico. Los releo y me quedo pensado en la lentitud acelerada, en la relativa proximidad, en el sucederse de los días, en la maravilla de tener un libro entre las manos. Nada del remanido discurrir sobre la oposición impresión de papel/ formato virtual. Alude a problemas y situaciones de esta sociedad que vivimos. Marca su posición como ciudadano y… como lector. Como un ciudadano del mundo en el siglo XXI.
Siguen luego esa multiplicidad de anotaciones o reseñas de librerías de distintos lugares del mundo mechadas con fragmentos de conversaciones con libreros y editores. Las librerías: “Esos espacios por excelencia de lo que llamamos modernidad”. Ese espacio que se privilegia frente a “la pantalla que abarca menos que la mirada de alguien que entra o curiosea una librería” Porque cada lector tiene su propia librería… y entonces, estos textos se convierten en exclusivas librerías y conversamos con las sombras de los escritores y sus libros. Don Quijote. Julio Verne. Curzio Malaparte. El infaltable Borges con su biblioteca eterna. Pablo Neruda. Alberto Moravia… y muchos otros. Los sentimos cerca. Los atisbamos en las librerías donde también se emocionaron como nos pasa a nosotros, con las nuestras. Esos espacios con su propia identidad. Con las distintas modalidades que las define Las librerías de viejo con la inminencia del hallazgo, con la aventura de viajar hacia otros tiempos. Las nuevas librerías: espacios de sociabilidad, de encuentro, de reconocimiento. Hibridez de las actuales librerías y su convivencia en el centro comercial, tienda de ropa, sucursal bancaria, aeropuerto… Presencias indispensables: los dueños como magos desmontando maravillas (Vaya, si sabemos de ellos… de Rubén, de Javier, de todos los que ya se han ido…) de consultores que acompañan, seducen mientras explican. Es que las librerías “son los espacios donde el hambre de lectura es insaciable”, dice. Está todo dicho. Síntesis perfecta.
Transcribe también una entrevista a Manguel. Imperdible. “Yo ya sabía que quería vivir entre libros, sabía que el mundo me era revelado a través de los libros y que luego el mundo confirmaba o daba una visión imperfecta de lo que los libros me habían revelado” Pero va más allá en sus certeras afirmaciones. Privilegia, opta por la condición de lector. “Si me dijesen que no puedo escribir más, me preocuparía mucho menos que si me dijesen que no puedo leer más. Si no puedo leer más, me consideraría muerto”. Me emociona una afirmación tan tajante, tan apasionada de lo que significa la lectura… Arriba hay luces.
El texto se cierra con un capítulo Contra la bibliofilia. Es una defensa de los libros como objeto de uso, de apropiación. No para ser venerados. Así dice: “No concibo la posibilidad de que haya en mi biblioteca, libros que no pueda subrayar. Doblar la esquina de la página. Apilar. Llevar a clase. Leer en el metro o en el café. Incluso perder. Pará mí esa es la bibliofilia: el amor crítico y compartido por los libros, por su historia y por sus historias, por su lenguaje, por su capacidad de penetración intelectual, psicológica, moral, espiritual. Por eso no entiendo la otra bibliofilia: la del coleccionismo de ejemplares únicos, delicados y caros: libros que debes consultar con guantes de tela; que no le puedes dejar a un amigo y que tienes que esconder como los tesoros que son (mientras uno dice para adentro la cara deformada por la avaricia): mi tesoro”. Está todo dicho.
Y así con Carrión, miramos estrellas con esa lucidez que provoca el brillo de palabras tan sabias.
Ya retomaremos esta lectura en otra entrega. Lo viral es un libro agudo de análisis de cambios, de nuevas perspectivas. Nos quedamos, ahora, con la sabiduría de este texto. Es mediodía y el cielo se ha llenado de puntitos brillantes, como bichitos de luz o… a lo mejor, estrellas.
Alessandro Baricco tiene toda la carnadura sensible de los italianos. Junto a eso, acumula un increíble conocimiento de la cultura occidental, lo que no le impide imaginarla -Océano mar, Tres veces al amanecer, La esposa joven, entre otras- reescribirla -Homero Ilíada- interpelarla -Los bárbaros, The Game- e incluso interpretarla -Una cierta idea de mundo. Y aquí nos detenemos.
Ha sido un recorrido muy particular. La lectura me ha sumido en una honda melancolía y al mismo tiempo, un agudo convencimiento de que si hay algo en este mundo profundamente humano, son los libros.
Un prólogo y cincuenta notas periodísticas hacen el texto que se desliza entre la experiencia personal de la lectura a las significaciones que supone este recorrido disperso, desordenado, hasta ecléctico pero que destella las posibles maneras de entender el mundo que tienen algunos escritores y ciertos lectores… como él mismo. Porque de eso se trata. Un mapa de los mejores libros que ha leído en los últimos diez años. Por eso el Prólogo explica las circunstancias de su producción… El armado de una biblioteca totalmente nueva después de una mudanza unido a la costumbre de mirar los lomos de los libros y entonces, sucede: “…echándole ganas, es como si revivieras fragmentos de tu propia vida, hasta dejas que te vuelva la sensación de aquella vez que lo tuviste entre las manos. Esta es la razón por la que soy capaz de decir con cierta exactitud, cuáles son los cincuenta mejores libros que he leído en los últimos diez años.” De ahí al proceso de escritura de las notas, solo hay un paso: “Algo más difícil sería explicar por qué he decidido dedicarle un artículo a cada uno de ellos. Entregando uno a la semana, cada domingo, durante un año”.
Esa experiencia personal de la lectura, que se metaforiza “como una apacible liturgia”. (¿Se acuerdan lo que señalaba Carrión en relación al carácter sagrado de los libros? ¡Coincidencias!) Fíjense en ese sentido de acariciar los lomos de los libros. Acariciar… dar ternura. Compartir un momento casi único. Experiencia sensible. De ahí el sentido de hacer hermosos a los libros-el libro objeto por ejemplo-. Pero también, que mientras se los acaricia, se los siente, se los vive también, emocional, afectivamente.
Enumera las “acciones” de los libros: reviven fragmentos de la propia vida. Forman “una sociedad de placeres pacientes, que sigilosamente, contribuye al desarrollo de la inteligencia y fantasía colectivas”. Pero y -esto quizás es lo más importante- permite “que si me ponía a hablar de ellos, de uno en uno, solo de los buenos, sin hacer nada más que eso, se me ocurrió que de ahí podía surgir una cierta idea de mundo. Con muchas posibilidades de que fuera la mía”. Es decir, los libros darían la respuesta a los interrogantes de qué pasa, qué acontece en el mundo… y también cómo sería posible mejorarlo un poco. La proverbial sabiduría que encierran, unido al amor que provocan, serían los motivos de esa posibilidad de lograr “una cierta idea de mundo”. En el último de los artículos, afirma: “Como dije hace cincuenta libros, escribir sobre libros que te gustan, es un modo de escribir sobre ti mismo, sobre el modo en que estás en el mundo”. No solo recuperar ideas de otros, sino también, diseñar y mostrar la propia idea del mundo que se tiene. Está todo dicho. ¿No?
Un abigarrado mundo de escritores cruza los tiempos. Desde la Antigüedad clásica, pasando por el Medioevo, la Modernidad, los siglos XIX, XX y también el XXI. Clásicos, rabiosamente importantes, y también desconocidos. Legitimados en la Academia, en el tiempo, en la permanencia, pero también desde la experimentación de los guiones de cine, la novela gráfica. Sobre hombres que diseñaron tiempos, épocas, lineamientos que aún perduran hasta las biografías de hombres comunes, intrascendentes. Estructuras discursivas diversas que van desde novelas, poesías, ensayos, biografías, autobiografías, diccionarios… El pensamiento en sus diversas posibilidades. La ficción en sus infinitas formas que superan la imaginación para atisbar el mundo de lo sucedido. Todo está allí… y en el centro, el autor, buscando las palabras que lo muestran y que van armando, al mismo tiempo, una cierta idea de mundo que, también, nos pertenece.
Podría seguir hablando tanto tiempo… Podría decirles que “el sentido de la vida sea arrancarse la felicidad de dentro de uno mismo, todo lo demás es una forma de lujo del ánimo, o de miseria según el caso”. Que podríamos considerar “el pensamiento como el intento de encontrar en uno mismo el equilibrio justo que lo proteja del dolor y del miedo”. Que deberíamos entender siempre que “Son pocos los hombres que, como preparativos de la revolución, optan por convertirse en hombres dignos”.
Sobre la lectura, afirmaría que “se lee no tanto para aprender, ni tampoco para poder entretenerse de un modo inteligente, se hace para dejar que la prosa impregne un cansancio, un fracaso o una derrota personales, aliviando el resquemor y limpiando la Herida. Así leemos por el simple placer de la lectura y para salvarnos”. Algo más sobre la lectura: “Yo más bien pienso que la razón por la que uno sigue leyendo, cuando tiene un libro entre manos, no debería ser que quiere llegar a ningún lugar, sino que quiere permanecer donde se está. Me apetecía quedarme el mayor tiempo posible en esa luz o levedad, o precisión, o locura. La escritura es un paisaje, no termina en ninguna parte, está ahí y punto. Lo que sí se puede hacer es respirarlo”.
De la escritura excepcional de algunos hombres, susurraría que “Algo primitivo como el misterio de las cosas antes de que alguien les pusiera un nombre: la audacia de un amanecer donde todo estaba dicho”. Sobre la escritura de los hechos, podría explicarles “esa idea de literatura que recoge la asombrosa normalidad de los seres vivos, con toda la objetividad posible, limitándose solo a fotografiarla”. O también, su admiración por este tipo de escritura:” Así este libro aun pareciendo irrepetible, al final me ha parecido un modelo, casi la enunciación luminosa de un acercamiento literario a las cosas respetando la realidad pero manteniéndose fiel a la imaginación”.
Una última definición sobre el libro: “el producto de una cultura que sabía y todavía sabe, cuál es el ritmo de la despedida, y el arte de dejar que una historia vaya muy lejos, cuando su tiempo ya ha terminado”. Y lo dejamos pensando, diciendo, musitando como si recitara Los bárbaros o The Game: “De vez en cuando me imagino la vida cultural de los humanos como una especie de corteza terrestre muy resistente, y a los grandes autores como cargas de dinamita que pueden hacerlas explotar para que de ellas salgan ríos subterráneos que quién sabe de dónde vienen y cuántos años llevan viajando. Luego el río se confunde con el autor, aunque el autor es solo fuerza, paciencia y megalomanía. Es una intensidad. Es una explosión”.
Afuera llueve. El mundo se resiste a la ensordecedora luz del sol. Parece que necesitara de las sombras. Una luz parpadea en mis manos que aún sostienen Una cierta idea de mundo. Me digo que, a pesar de las nubes, veo estrellas… y las seguiré viendo mientras lea.
Me olvidaba decirles que Erri De Luca escribió eso de mirar las estrellas al mediodía en El día antes de la felicidad. Quería que lo supieran.
¿Seguimos? Largo abrazo.
María
Imagen principal: www.wallhere.com
Sobre los textos
Auster, Paul. 2009. Invisible. Anagrama. Uruguay
Auster, Paul. 1993. Leviatán. Anagrama. Barcelona
Baricco, Alessandro. 2020. Una cierta idea de mundo. Anagrama. Argentina
Carrión, Jorge. 2019. Contra Amazon. Galaxia Gutenberg. Barcelona
Forn, Juan. 2018. Como me hice viernes. DocumentA/escénicas. Córdoba
* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.