Por María Paulinelli *
El viaje de lecturas transita por un nuevo ramal: la escritura poética como ventana abierta a la humanidad. En esta primera entrega, El tiempo de la crueldad, de Rubén Pensa, e Impresionismos, de Gustavo Gros.
Desde siempre, los humanos relatamos los tiempos que vivimos, los acontecimientos que enhebraron nuestros días, los sueños que ocuparon nuestras noches, las esperanzas que llenaron las mañanas, la maravilla que supuso el estar vivos. Los relatos quedaron como marcas, señales, huellas de ese transcurso por el mundo.
Tiempo y espacio conjugaron así las infinitas posibilidades de la existencia de cada persona, de cada grupo, de cada época.
Ocurrió que las palabras acompasaron su ritmo a las imágenes. Los sonidos se transformaron en signos que permiten que, aún hoy, los recorramos. Hubo un tiempo, decimos… y ahí es cuando empieza ese milagro.
Ese milagro que solo hacen los humanos… cuando relatan el tiempo de la vida.
¡Hola! Estoy de vuelta. Nuevamente en estos encuentros con palabras.
¡Me gustaría conversar de tantas cosas…!
Y entonces, siento que no es gratuito recuperar esos transcursos por el mundo que hoy vivimos. Hablar de nosotros… y hablar también del mundo. ¡Ahí vamos!
Una inmensa desolación parece abrazarnos y la transparencia de la vida se opaca en relatos ajenos a toda alegría, a toda expectativa en un mañana.
La existencia cotidiana, también adquiere esa ajenidad del descontento. Miro los rostros que deambulan por la calle. Absortos, desmadejan ausencias y penurias. Miro los gestos que acompañan intercambios banales del día a día… reiteran esa carencia. Los diálogos son casi monólogos que obnubilan posibles sentidos.
Estamos mal, decimos… y agregamos: Pero es una crisis del siglo. En todas partes es lo mismo.
El mundo, pues, semeja un enorme vacío, sin sustento, sin la consistencia que otorgan las ideas. Un espacio deshumanizado.
Un nuevo tiempo se anuncia, pero no tiene palabras que lo definan, que lo expliquen. Solo se expresa en el ronronear de sonidos que musitan aullidos, gritos sordos. Una mudez total de significaciones.
No tenemos palabras, lo repito de nuevo. Hacen falta certezas. Certezas en nosotros, humanos. Certezas en saber qué decimos. Certezas en proyectos políticos que mejoren la vida, que humanicen el mundo, que destierren tristezas.
Pero no todo es desolación. También, están los resabios, lo que queda de un tiempo diferente y que se manifiesta en sentimientos, en sonrisas, en gestos, en abrazos que siguen perdurando. No es lo definitorio. Ya lo dije: son solo resabios.
Alguien, en las redes –Juan Aguzzi, un trabajador de la cultura– propone inventar alguna lengua y acción que emancipen del desprecio a la vida que proponen algunos sistemas políticos actuales.
Me quedo absorta con la nitidez de la propuesta.
Siento que, aún, es posible la esperanza.
Y entonces, pienso que podríamos revisar esos discursos que muestran este mundo que vivimos, que es el hoy de cada día, para recuperar el valor de la palabra y encontrar un espacio de luz y transparencia… donde encontremos los signos necesarios para hacer este mundo más amable, más humano.
Les propongo unos textos que he leído y que muestran el mundo así, como puede percibirse, desde esa particularidad de tristezas.
Son textos únicos, hermosos…
El lirismo de la imagen y el poema. El tiempo de la crueldad.
El relato de un mundo fragmentario, disoluto, hecho totalidad desde momentos. Impresionismos.
Y también, entonces, les sugiero que sumen otros textos para que circulen en este espacio de palabras, en la invención de esa lengua para comprender esos signos… para transformar experiencias… mejorarnos la vida.
Humanizar este tiempo.
¿Me siguen, mis amigos?
El lirismo de la imagen y el poema
El tiempo de la crueldad, de Rubén Pensa.
Rubén habla del tiempo. Lo determina como el suyo. No hay otro. Es este, el tiempo. El nuestro. El de quienes vivimos este siglo. Le agrega una cualidad que lo identifica, lo define entre tantos otros tiempos transcurridos. La crueldad.
Una crueldad que carece de humanidad. No es humana. Un prefijo lo fija en la significación que toma. Es inhumana.
Truculencia, atrocidad, insensibilidad, salvajismo… también, podrían definirlo. Como otras tantas voces.
Pero Rubén no dice solamente. También, lo muestra. Lo referencia en las imágenes que además, lo significan. Por eso, dice y representa. Los signos de la escritura, se unen con los signos de lo icónico. Palabra e imagen, en complejo contubernio, relatan ese tiempo.
De ahí que la imagen que convoca en el objeto que es el libro, son hojas que caen, lentamente. Hojas secas, que indican la carencia de la vida que, alguna vez, tuvieron. Metaforizan, así, la modalidad de la existencia de este tiempo. Renuente a la plenitud. Huérfana de humanidad. Socavada en sus cimientos. Distorsionada en sus rasgos primigenios.
Entonces, Rubén narra. Un relato que se desliza desde el tiempo feliz de la inocencia, recorre las turbulencias del presente para atisbar la posibilidad de un retorno: la pureza de la vida en la capacidad de la poesía, de la belleza que, a veces, tienen las palabras.
Es un relato que compulsa las palabras con la imagen. Unas y otras, se escalonan y se escuchan –¿No es eso acaso la lectura?– y son vistas, son miradas.
Las hojas del texto se suceden en la compulsión de los sentidos apelados, desde el misterio que solo tiene lo poético. En un principio el mundo era… Así dice: La tierra no ha sido tocada. / No ha sido herida, ni labrada. / Está bañada en un manto de humus / y ofrece por sí misma todas las delicias. Habla de un mundo en el que convergen todas las especies, la vida posible de la naturaleza que circula y que se reproduce en la algarabía portentosa de la imagen.
Por eso, dice en ese inicio: La pureza de la vida es invisible. / Al atardecer cuando la luz y las sombras / se olviden de nosotros / bajarán los delicados secretos de la poesía / que continuarán la vida de otros hombres. El reconocimiento de la infinitud de la vida… a pesar de la precariedad, la inconsistencia, la insulsa mortalidad de lo humano. Una continuidad de la vida, no visibilizada, como envuelta en ausencias… pero siempre presente.
Una circularidad del regreso a los tiempos felices. Una posibilidad permanente de retorno al comienzo.
La imagen reproduce esa esperanza en el espacio en blanco entre los árboles que muestra la opulencia de montañas a lo lejos. Una permanencia que se metaforiza también de esta manera.
Y la historia, comienza. Un título abre el momento inicial: Primer encuentro. Nos muestra así, en la conjunción de imágenes y letras, los símbolos de la decadencia y el desastre. Tres poemas recorren las secuencias. Tres dibujos escenifican ese tiempo. Un tiempo de transformaciones. Llegó el tiempo en que se acotó la primavera. / Aparecieron el verano, el otoño y el invierno. / La luz iluminó de otra manera. Un anuncio que se expande en la descripción de los cambios en el devenir de la vida natural. Cambios que acaban con el deslizarse de los días para encarnar rupturas, desórdenes inexplicables. Desastres, cataclismos, torbellinos impensados… El tiempo de la crueldad ha comenzado. Lo indica el título que inicia el otro momento del relato.
Y entonces, puntualmente, muestra como la armonía de la vida, se rompe, se anula, se expande en una depredación donde los hombres son actores responsables. Y entró la destrucción en todos los rincones.
Las imágenes pierden la plenitud de otro momento. Su consistencia derrapa en ese mundo devastado que son líneas, manchas, figuras deformadas que, también, gritan mientras avizoran la desgracia.
La inhumanidad satura el mundo. Los hombres se despojan de su esencia y destruyen el mundo. Acaban con la humanidad que antes tenía. Distorsionan el orden de la vida.
La crueldad, inunda y cubre. Se va extinguiendo la luz y los colores / La música de vida es un extraño ruido. / El amor cobró vuelo rumbo al cosmos / Invadió el gris y se ha perdido hasta la sombra.
El mundo es otro.
El tiempo es otro.
Un postfacio, completa la mirada sobre el mundo, sobre ese tiempo de la crueldad. La voz de Federico García Lorca nos subyuga en un fragmento del poema Cortaron tres árboles. Metáfora de la destrucción, del escamoteo de los cuerpos, del desastre de los tiempos, de la decadencia de lo humano, de la desaparición de la vida. Una vida reducida a ese ninguno.
Rubén Pensa, con la magnificencia que solo tienen los poetas, exclama: Somos el árbol / Somos el agua / Somos el hacha / Somos la sombra que lentamente se disuelve en este día alucinado y suicida.
La belleza nos inunda.
La esperanza nos transforma. Somos palabra que espera.
Como dice Rubén: Bajarán los delicados secretos de la poesía.
En eso estamos. Llegará la luz y con ella la humanidad para los tiempos que vivimos.
Antes… hay que creer en la palabra.
Un mundo fragmentario, disoluto, hecho totalidad desde momentos
Gustavo Gros escribe Impresionismos. Como en otros tantos textos, gradúa experimentos. Es un orfebre del lenguaje. Imágenes y palabras se unen en el amor indisimulado por las posibilidades de referenciar, representar, imaginar, crear y construir discursos.
Este verano nos sorprendió con Impresionismos.
Lo leí. Quedé asombrada.
La solidez de la escritura unida a la contemporaneidad de la propuesta necesariamente, tuvo reconocimientos importantes. La Fundación El Libro le otorgó el tercer premio a la producción 2024. Lo justificó en un dictamen que señala: Una colección de relatos que sobresalen por su trabajo particular con la prosa y el ritmo y las estructuras textuales. Pequeños artificios, pues se trata de piezas sumamente calculadas como si el autor se propusiera que la literatura es un filtro de necesario refinamiento frente a las violencias que se narran.
Me detengo en el título. Impresionismos remite en singular a ese movimiento artístico que prescindió de las normas para provocar diferencias en la representación. No solo crear un momento de luz, más allá de las formas, de los cuerpos y objetos, sino crear la ilusión de la profundidad en ese deambular entre la iluminación y la sombra, entre la claridad y la oscuridad. Provocar, así, un todo unitario entre las partes inconexas resultado de instantes, de soplos, de relámpagos, de tiempos de escasa duración. Entonces, las formas se diluyen, se mezclan, se separan y se unen de forma imprecisa, fugazmente. La impresión, pues, como propuesta.
Gustavo, en el plural que usa, denota las infinitas posibilidades que esa estética permite. Por eso, descarta el singular. Por eso, escoge la fragmentariedad como modalidad contemporánea y muestra el espacio y el tiempo que hoy tenemos. Y al decir, muestra, aludo a la multiplicidad de recursos discursivos que alcanzan ese todo que es el mundo posible que resulta. De ahí que el Epígrafe –la Proposición Vi de Baruj Spinoza– enuncie la pertinencia de la pasión y o el afecto en la vida de cada hombre, como parte necesariamente imprescindible de ese todo. Un todo que en el mundo posible –que ha creado– carece de la humanidad que implican la pasión y los afectos.
El texto, pues, busca mostrar una totalidad. Una totalidad que se expande en una vida –en la periodicidad de años que aspiran referenciar una existencia–, en un espacio –la descripción puntillosa de un lugar que es una historia– en un tiempo –los instantes que componen un momento–.
Una totalidad que se construye, lenta, tenazmente, desde las posibilidades que tiene la escritura cuando logra la plenitud en un mundo posible sin fisuras. Por eso, decíamos, oscila entre representar y referenciar, al mismo tiempo. Muestra e indaga simultáneamente. Por eso, desde el presente, avizora el futuro como inmediatez potencial. De ahí, la conjunción de posibles historias reales y también, imaginadas. De permanencia en una realidad inmediata, cercana, cotidiana que se asoma a otra impredecible, casi ajena. De una mirada que recorre en la minuciosidad de los detalles mientras alcanza una perspectiva lejana, inalcanzable. Porque de lo que se trata, es de lograr una totalidad de un mundo posible que es y puede ser el nuestro, o el que pronto habitaremos.
Gustavo lo define: Distópico pero oscuramente posible. Por eso, la diversidad de recursos discursivos que explican la necesariedad de los fragmentos. Esa necesariedad que define la contemporaneidad de la propuesta. Una contemporaneidad que se hace en la distopía que subyace y que contamina de crueldad ese mundo posible que ha creado. Por eso dice: Prestá atención: lo irremediable es lo verdadero a pesar de que siempre se medie eso con representaciones en vez de conjuraciones.
Y entonces, accedemos a la total maravilla que tienen las palabras cuando son proferidas sabiamente. El mundo, entre el Centro de Córdoba, un bar, su ventanal, sus mesas redondas mal niveladas, un sábado cualquiera, su gris invierno, la Galería Rex, la avenida General Paz, sus vehículos, sus peatonales aledañas, el aeropuerto muy a lo lejos, la cautela de los pájaros, la lealtad de los perros, la música ininteligible de los ciegos cantores, el susurro sospechoso de los arbolitos, las menudencias cotidianas de los mozos y la gente que va y viene… que aparece y desaparece. Multiplicidad de sujetos. Composición de objetos que componen la escena. Perspectiva ajena de ese espacio cercano que carece de vida. Todo remite a una a una distinta mirada que recoge cautelas, sospechosos susurros, suspicaces lugares. Eso esconde otra cosa… bastardeada en esencia.
La conjura de un mundo que es de todos, pero no logra contenerse ni seguir estando. La explosión del Dique San Roque. Las bombas detonando en el paredón a destiempo según lo había planeado. Un error impensado. Imponderable total. Los escombros volando hacia todos lados junto al inmenso dragón de agua liberado que anidaba en el Dique. Los cimientos del primer paredón construido por el gran Carlos A Cassaffousth intactos, no obstante. El agua, salvaje, liberada de su encierro centenario llevándose puestos a los milicianos que lo perseguían río abajo y para los que habían programado la explosión. El agua, salvaje, liberada, sin importarle el error en la programación de los hombres, llevándoselo puesto sin dejarle tiempo a que escapara, mezclándolo en su torbellino bestial, perdiéndolo en la religiosidad de un legado que a pesar de tantos esfuerzos desde pequeño, parece, no va a lograr concretar.
La terrible historia con que cierra el texto donde un hijo asfixia a su padre y que muestra como aún queda un resquicio de humanidad en ese gesto con que accede a su propio asesinato: …mientras mis brazos, más fuertes que nunca, agarran las muñecas de los de él y a diferencia de lo que cree, sorprendido, presionan con fuerza, mucha fuerza también el almohadón sobre mi cara, ayudándolo… Ayudándolo por última vez en este poquito de vida con ochenta años a cuestas que aún me queda por resistir, y que a él, quizás todavía, le quede por vivir.
Pero también, el sentimiento. El amor de padre hecho palabra. Regodeándose en la magnitud de humanidad que contamina el enunciado. Mi hijo. / Mi único hijo. / Al que no le creo la muerte. / Al que no le siento la muerte. /Al que siempre intuiré la vida. / El que siempre será la parte más bendita de la mía.
Y el mundo va y viene. Las historias redundan imposibilidades, violencias y tristezas. La crueldad se asoma, se vislumbra, acontece siempre y siempre. Puede sin embargo en la circularidad de ese mundo tan compacto, insinuar que en los retornos, puede haber algo de esperanza. La inmediatez de lo continuo puede provocar otra historia, otro acontecimiento… un poco más amable, un poco más humano. Por eso en Menudencias comienza y cierra con esa circularidad de un comienzo que se cierra con un final algo distinto. La noche, afuera… cuando hace un rato, nomás, era muy de día acá adentro. En el fondo del baldío, sobre el árbol doblado, el revoloteo de las abejas en su colmena ante el desvelo nervioso por la presencia (¿ignota?) de algún fantasma. El final es la respuesta. El día adentro… cuando hace un rato, nomás, era de noche allá afuera. En el fondo del baldío, sobre el árbol doblado, el revoloteo de las abejas en su colmena después de devorar hambrientas, efectivamente, al fantasma revelado. Ya polinizado.
Solo el adentrarse en ese mundo en la lectura puede comprender la plenitud de Impresionismos. Solo eso.
Un mundo fragmentado disperso en mil pedazos. Una mirada que complejiza la desolación que significa ser humanos, en una conjunción de relatos increíbles… donde puede transformarse lentamente, si se reitera la vitalidad que inevitablemente confieren las palabras.
Los dejo hasta uno de estos días. Será pronto, muy pronto. Lo que sí, volvámonos hacia nosotros y encontremos la humanidad que nos contiene. Quizás sea un antídoto para la tristeza que nos cubre.
Textos
Gros, Gustavo, 2024. Impresionismos. Edición digital. Córdoba.
Enlace para descargar la versión digital de Impresionismos
Pensa, Rubén, 2024. El tiempo de la crueldad. Babel Editorial. Córdoba. Argentina.
* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.