Por Gustavo Cabana *
Las geografías marginales de Palpalá, en Jujuy, otrora espacio de obreros siderúrgicos desplazados por las políticas neoliberales, se convirtieron en terreno de disputa entre el heterosexualismo del Estado provincial y las sexualidades disidentes. Espacios que se resignifican y renacen tras la muerte de una de sus activistas más brillantes.
En memoria de Lourdes Ibarra
El 13 de septiembre de 2021, amigxs, familiares y activistas de diferentes organizaciones sociales conocíamos la noticia de la partida de Lourdes Ibarra, una mujer trans, luchadora por los derechos del colectivo travesti trans de Jujuy. La organización Damas de Hierro, apuesta política y epistémica de Lourdes, fue su legado. Y creció hasta convertirse en referente clave del proceso de politización de las identidades sexodisidentes jujeñas. Con el anclaje puesto en una política de cuidado travesti trans, Damas de Hierro logró tensionar muchísimos espacios e incomodar las políticas cisgéneros de un estado provincial que asume la heterosexualidad como fundamento de poder. Todo esto no alcanza para dimensionar el aporte de Lourdes para el desarrollo de una sociedad sin odio. Es quizás, desde ese conocimiento situado y apropiado, que se hace indispensable reflexionar acerca del heterosexualismo de Estado y sus formas de normalizar las existencias sociosexuales atravesadas por marcaciones de raza, etnicidad, género y sexualidad.
Tensionar el espacio público para incomodar al poder
Tras la muerte de Lourdes Ibarra, Damas de Hierro organizó una despedida simbólica en la zona roja de la ciudad de Palpalá. Durante ese homenaje llamó la atención cómo los espacios se transformaron y reconfiguraron de acuerdo a las horas del día; parece ser que la noche es significada como la condensación de lo abyecto en el espacio público. Muchas de las compañeras travesti trans, que hicieron uso de esos espacios -como el puente Spindola, la plazoleta, las vías del antes ferrocarril- estaban ahí. La temporalidad, definía otro espacio.
Todos esos territorios, antes símbolo de la ciudad transitada por los trabajadores de Altos Hornos Zapla, fueron después el lugar de las travas y los putos. Un espacio que volvimos a reapropiarnos para despedir a Lourdes y que se resignificaba en su memoria, por sociabilidad y el cuidado colectivo de su propuesta. Ahí, donde a su vez, se habilitaba para el teje, para el yiro y para el levante.
También ese era el espacio donde la policía circulaba y controlaba más, porque en su idea de ciudad algo les decía que ahí “los putos y las travas se drogaban”, o “contagiaban el sida”.
Sucede que cada territorio es un índice que nos permite leer a la sociedad y sus dispositivos de poder. Cada sitio se encuentra sexualizado y racializado por el poder. Y los colectivos sociales que se ubican en los márgenes del discurso hegemónico del higienismo social, resignifican esa marginalidad espacial.
Estar ahí, en un lugar así, fue y es signo de disputa constante. A contraparte, los llamamientos al orden sexual dominante se hacen sentir con más fuerzas.
Lourdes transitó esos lugares, como muchas maricas y travas. Y fue víctima del asedio de la policía. Su despedida simbólica, volvió a estar signada por los uniformes y las botas. Nos acuerpamos en ese no lugar, en ese espacio de transitoriedad, para despedir a una compañera, realizar una olla popular y pasar el día. Nadie pensó, o tal vez sí, que la policía llegara a querer amanezarnxs “con una contravencional”, acusando que las compañeras se estaban alcoholizando, o estaban incomodando a los vecinos. Les cuerpes a la luz, incomodan. Tensionan
La policía nos “recordó” que el espacio permitido para las corporalidades travesti trans es la noche y que el agenciamiento colectivo y la memoria será motivo suficiente para poner en funcionamiento el reglamento del género. Sin embargo, paradójicamente, algo cambió, en esa despedida.
Es que, transformar el espacio es un componente clave para la discursividad política travesti trans. Se vuelve algo necesario y urgente. Incomodar las geografías y visibilizar la vulnerabilidad nos permite comprender cuál es el papel de los activismos en la denuncia de la heterosexualidad como institución política.
En definitiva, una apuesta hacia una agencia biopolítica que nos permita deshacer la heteronormatividad como configuración del poder que produce -y reproduce- la injusticia erótica, corporal, política, cultural y económica hacia las disidencias sexuales.
Vencemos al odio organizándonos
Las dicotomías de lo bueno y lo malo han sido ideas fundantes de las sociedades contemporáneas. Los procesos de otrificación hacia ciertos colectivos sociales se ha convertido en el aspecto más sobresaliente de las mutaciones del poder que lleva adelante el Estado. Frente a esto, pensar e incomodar las políticas conceptuales que ubican a las sexualidades disidentes como significantes de lo malo se ha vuelto una necesidad de justicia epistémica.
Hoy se lee a los dispositivos de la transexualidad desde una retórica de los derechos humanos. Se maquilla así de letra muerta a las principales demandas y formas de colectivización. Así, la lucha por el cupo laboral trans sigue siendo eso: una lucha, no una realidad. Tampoco es realidad el acceso a la salud y a la educación, y mucho menos la reparación histórica y el reconocimiento de la plusvalía del trabajo sexual a la que son arrojades las compañeras, en nombre de una soberanía de género propia de una provincia como Jujuy.
Si vemos el rostro de las compañeras trans, nos encontraremos con la morroneidad a flor de piel. Es en este sentido que podemos considerar que la producción y reproducción del odio y del eje del mal se encuentra en la normatividad como régimen de poder. Es contra de esa idea de mal a la que tienen que ir dirigidos todos nuestros esfuerzos por desestabilizar sus sentidos, produciendo subjetividades y discursividades políticas ancladas en la memoria colectiva de nuestras propias vivencias.
Lourdes Ibarra presente, ahora y siempre.
* Marica feminista, indígena, antirracista y decolonial. Profesorx en Ciencias de la Educación, maestrandx en Antropología Social y doctorandx en Estudios de Género por la Universidad Nacional de Córdoba. Becarix Doctoral para Temas Estratégicos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Integrante del Área Interdisciplinaria de los Estudios de la Mujer y de Género y del Grupo Universitario de Estudio para la Acción y Reflexión en Disidencias Sexuales de la Universidad Nacional de Jujuy. Integrante investigadorx del Equipo de investigación Formar: “Género y Comunicación. Repensando espacios de articulación y construcción colectiva, desde una perspectiva transfeminista y decolonial” (Secyt- FCC UNC). Actualmente, desempeña funciones en Unidad Ejecutora en Ciencias Sociales Regionales y Humanidades en la que forma parte de la Red de Estudios sobre Fronteras Andinas y del Grupo de Estudios sobre la Subalternidad. Realiza acciones de activismo político en el Movimiento Pluricultural Indígena Pueblo Omaguaca y NOA Diversa, organización LGBTIQ+ de Jujuy.