Beatriz Lora, sobreviviente del terrorismo de Estado en Córdoba habla sobre su detención y lo que vino después.

Por Milenka Álvarez Paúr. Estudiante ECI UNC.

Beatriz Lora nació en Bell Ville, al este de la capital cordobesa. En 1972 comenzó la Licenciatura en Kinesiología, y hace dos años, terminó el Doctorado en Ciencias de la Salud. Fue detenida en septiembre de 1977, cuando la UNC “era muy politizada”, describe.

“Cuando se hablaba del peronismo, no era lo mismo charlar de la base que de los Montoneros, o no era lo mismo hablar de la tendencia comunista que del ERP. Era una política con dos caras”, agrega Lora y explica que lo permitía esa época porque en la universidad había mucha discusión de corrientes políticas diversas.

“Yo hablaba de todo lo que pensaba, no me callaba nada”, dice. Para la mujer, Argentina venía muy mal en aquel momento, ya sea por la persecución durante el gobierno de Isabel de Perón como por los enfrentamientos entre las organizaciones guerrilleras. “Yo siempre consideré que la lucha armada que hacían los Montoneros, el ERP, incurría en el error de tener gente inocente e intelectual en el medio. Honestamente considero que hoy pagamos las consecuencias porque creo que en la política actual falta toda esa inteligencia que se mató y que se desapareció en la época del proceso militar”, subraya.

-Usted fue detenida durante el terrorismo de Estado. ¿Puede contar un poco sobre eso? Beatriz Lora (2)

-Mi detención fue en mi casa. Vinieron en la madrugada del 5 de septiembre de 1977. Yo estaba mirando televisión, mis padres estaban durmiendo, y tocaron la puerta: eran del Tercer Cuerpo del Ejército. Venían a allanar la casa. Revolvieron todo y me llevaron, porque supuestamente tenían órdenes de trasladarme a la central de policía. Estuve seis o siete días. Posteriormente me trasladaron a Villa María a una especie de comisaría, y luego me llevaron a la penitenciaria. Después de unos días, el Ejército me trasladó, junto a unos muchachos, al Campo de la Ribera. Ahí estuve casi tres meses, en los cuales en dos oportunidades me llevaron a La Perla: la primera vez fue porque venían nuevas detenciones de Villa María, y la segunda, para interrogarme. Luego me volvían a llevar a la Ribera. Posteriormente del terremoto de Caucete, me incorporaron a la penitenciaria de San Martín de Córdoba (la UP1), donde estuve prácticamente un año, y después me llevaron a Devoto. Ahí estuve hasta que logré la libertad en noviembre de 1981. En total, estuve detenida cuatro años y dos meses.

-¿Tuvo miedo?

-No, por eso hablaba. Las consecuencias de no tener miedo fueron las que pasé. Sin embargo, creo que, a pesar de todas las cosas, no me fue tan mal no teniendo miedo, porque gente temerosa la pasó mucho peor que yo. A mí, por ejemplo, me golpearon, me hicieron la picanita, el submarino… pero comparado a lo que le hicieron a otras personas, eso no fue nada. El problema más importante es el trabajo a nivel psicológico que te hacen amenazándote con hacerte más cosas. Yo siempre les decía a las personas que no hay que asustarse por lo que te dicen, sino por lo que te hacen. Eso me permitió pasarla bastante bien, o sea, no tan atemorizada por lo que me pasaba. Por supuesto que el encierro te crea mucha ansiedad. Lo peor que puede haber para cualquier persona es estar presa.

-¿Qué pensaba cuando estaba ahí?

-Buscábamos hacer cosas. Por ejemplo: con pedacitos de vidrio trabajábamos acrílico de los cepillos de dientes, o con los huesos del puchero que nos daban de comer hacíamos cosas manuales, o de las toallas sacábamos hilo y bordábamos. Además, a mí me tocó estar con una mujer que era profesora de ciencias de la educación de Villa María, Susana Barcos. Ella era una gran lectora, entonces, en los momentos que se suponían que eran recreos, se ponía en la ventanita que tenía la puerta del celular (celda individual) y les contaba libros a todos: Cortázar, García Márquez. Ella nos ayudó muchísimo. Por otro lado, a través de lo que llamábamos “palomitas”, los presos comunes nos pasaban muchas cosas: tabaco, dulces, artículos de diarios, mensajes. También hablábamos a través del lenguaje de señas, porque los presos comunes podían tener información y recibir visitas. Así nos informábamos un poco mediante esos sistemas. En ese sentido, los presos comunes eran amigos de los presos políticos (risas).

Reflexiones después de lo vivido

-¿Usted piensa que con los juicios de lesa humanidad y la CONADEP, se está haciendo justicia?

-Sí. Yo pienso que los juicios son buenos, porque están saliendo a relucir algunas cosas que también involucran a la actualidad. Pero también creo que no se juzgó la corrupción. Recién ahora se está hablando de algunas empresas o propiedades que se apropiaron los militares. Son hechos de corrupción que en su momento no se tocaron. Yo te confieso que cuando salí de declarar para el juicio de La Perla, estaba muy fastidiada conmigo misma porque me olvidé de decir una cosa que yo consideraba: los militares que estaban siendo juzgados tendrían que devolver el dinero que significó las apropiaciones que se hicieron y todos los años de vida que le quitaron a mucha gente. Por otro lado, creo que, en los juicios, se están viendo algunas cosas que ocurrieron, algunas. A su vez, considero que hay gente muy impune que ahora está en la política. Esas personas deberían ser juzgadas porque moralmente son responsables de muchos desaparecidos. No creo que los militares eran todos los malos de la película. Hay muchos malos de la película que están hoy en día gozando de la impunidad.

Gentileza imagen La Perla