Por Daniel Díaz Romero * y Alexis Oliva **
Doña Ramona Orellano de Bustamante encarna la resistencia de la cultura campesina ancestral al modelo de los agrotóxicos, el desmonte indiscriminado y el cultivo transgénico. “Siempre viví en este campo y no me pienso ir”, asegura con sus 95 abriles enfrentando la amenaza de un nuevo desalojo ordenado por un Poder Judicial que desconoce sus derechos.
Ramona Orellano de Bustamante cumplió 95 años el último 6 de abril. Su figura menuda y encorvada despliega el mapa de su vida: mujer cuyas arrugas son signo de la dignidad del campesinado cordobés. Tras muchos años de trabajo y penurias, hoy camina el campo que es monte nativo, con la ayuda de un andador. La dulzura de su voz y la ternura en su trato contrastan con una vida recia y su implacable dignidad, expresada en la determinación de no abandonar el campo que compraron sus padres, en donde ella nació, creció, trabajó, parió y crió a hijos “propios y ajenos”.
Luego de un extenso litigio judicial y dos brutales intentos de desalojo, el 26 de febrero la jueza Emma Del Valle Mercado, a cargo del Juzgado Civil, Comercial, Conciliación y Familia de Deán Funes, hizo lugar a la acción de desalojo interpuesta por los empresarios Edgardo y Juan Carlos Scaramuzza, productores rurales de Oncativo, contra Ramona Orellano y su hijo Orlando. El fallo los intimaba a entregar el campo en el término de diez días “bajo apercibimiento de lanzamiento por la fuerza pública”, pero el equipo jurídico del Movimiento Campesino de Córdoba (MCC) apeló y el desalojo quedó en suspenso hasta que se expida la Cámara de Deán Funes. (ver https://periodismoambiental.com.ar/dona-ramona-historia-de-un-despojo/ )
A lo de Ramona se llega atravesando un guadal que dibuja una tormenta de polvo tras el paso de los vehículos. Un camino de tierra recto que deja atrás la localidad de Sebastián Elcano. Suelo árido poblado de alambrados que contienen mares de un verde inanimado de maíz y soja.
Transitados 26 kilómetros hay que doblar a la izquierda por un sendero que es casi una picada que se abre en el monte. A la izquierda, el campo en litigio con su monte y renovales de algarrobos, chañares, matos y tunales que crecen por milagro en la aridez del lugar. A la derecha, un universo de maíz transgénico donde el silencio es abrumador. Enfrente: aves, insectos y fauna silvestre se camuflan en el abrigo del monte; y en la presencia de doña Ramona, como depositarios de una tierra repleta de vida.
Primer suspiro: 95 años en el campo
Doña Ramona teje carpetitas en la penumbra de una piecita de 2 x 5 metros. También hilvana pensamientos. Son las 10 de la mañana y aún no sale de su dormitorio porque le han dicho que se cuide del frío.
Cuando entramos, levanta la vista y esconde un suspiro, el primero. En su precaria vivienda con piso de tierra, las gallinas y patos entran y salen. Hay olor a lana. La piecita no tiene puertas, apenas una abertura con cortinas por donde entra un haz de luz mientras habla con entonación animada: “No puedo pisar bien. Cuando hace frío peor; que me cuide dijo el doctor y con el viento sur que ni me arrime para que no me agarre la neumonía. A mí no me duele nada. Ahora, solo la pierna, capaz que sea la humedad. Y acá estoy… Me caí porque había una tierra floja y sabía ser que era un hueco. Cuando yo hice para caminar, me fui…”.
El dolor de la pierna es solo un detalle, porque su padecimiento más fuerte se prolonga desde hace 20 años, con tres intentos por desalojarla que dejaron, frente a sus ojos, la violenta demolición de su antigua casa, el pozo de agua contaminado, amenazas varias y la matanza furtiva de sus animales.
-¿Qué nos está pasando? Mire usted, siendo que somos dueños ahora nos quieren sacar de la tierra nuestra. ¡Por eso no quiero salir yo! Les he dicho que no me voy a ir de acá porque el campo no es de ellos. A mí me hicieron poner la firma. Habían escrito tres hojas, los sinvergüenzas, y a mí me hicieron firmar una, pero las otras no me las leyeron. Y esa firmé.
– ¿Se acuerda qué le dijeron cuando le pidieron que firmara?
– Me dijeron: ‘Vos no vas a salir. Vos viví acá’. Yo estaba sola y no sabía. Son unos sinvergüenzas.
Ramona califica sin filtros a los empresarios y abogados que demandan la expulsión del campo que habita desde hace 95 años.
-¿Y cuándo los volvió a ver? ¿En el juicio?
-¡No! Ni se arrimaron siquiera. Tengo una hermana, por parte de padre -mi papá se casó después de enviudar de mi mamá- y dijo que no me conocía, que no era hermana mía. Muchos años antes, cuando yo me había casado y tenía mi casa, un día paso y la encuentro a ella llorando en la calle; la madre se había ido y no había vuelto. Y le dije: No llorés, ya te voy a traer para que comas. Me vine para mi casa, alcé carne y pan y le llevé para comer, porque lloraba de hambre. Después, cuando la llamaron de Deán Funes (Tribunales), dijo que no me conocía”.
Ramona hace un gesto de despecho y elige refugiarse en sus afectos: “Yo he criado tres hijos míos y seis ajenos. Todos vienen a verme. Son un amor”.
-¿Cómo es un día en su vida? ¿Se levanta temprano?
-¡Sí, me levanto a qué hora…! Porque no puedo dormir toda la noche seguida: mire que tomé un té no sé a qué hora y ya tengo hambre. Me acuesto y me levanto, me acuesto y me levanto, buscando una cosa u otra, así que no me duermo, tengo que andar caminando nomás. Tomo el té con un pedacito de pan, carne no como porque tengo gastritis, pero de eso me alivió un chico que curaba de palabra y ya no me duele.
Segundo suspiro: testigos de la infamia
Andrea Quiroga es integrante de la Unión Campesina del Norte (UCAN) que confluye en el Movimiento Campesino de Córdoba (MCC). Docente y Trabajadora Social de la localidad de Sebastián Elcano dice a Sala de Prensa Ambiental que la UCAN nace a partir del conflicto que sufren la anciana campesina y su hijo, Orlando.
– La conozco desde hace muchos años -cuenta Quiroga-, desde que decidió con fortaleza que de acá no va a salir, que el campo es de ella, llenando de fuerzas a todos los campesinos que están luchando por la tierra. Creo que Ramona es un emblema, porque no solamente fueron dos intentos de desalojo los que sufrió, sino amenazas y hostigamiento todo el tiempo. Ella es ejemplo de lucha y resistencia. Intencionalmente, hace unos días pasaban los aviones fumigando a muy poca distancia sobre su casa. Todo el tiempo queriendo que se vaya. Por las buenas o por las malas: le rompieron la casa, le taparon el pozo, los aviones en sobrevuelo desparramando veneno, le matan los animales, las amenazas constantes, mandan gente a decirle que se vaya y le ofrecen casas en Elcano y en Puesto de Castro: con todo eso tienen que convivir ella y el Orlando, desde hace años.
-¿Por qué cuesta tanto que la Justicia reconozca y proteja sus derechos?
-Ella tiene la posesión, no sólo de sus 95 años, sino la ancestral de su familia y (en los juicios) “nadie la conocía”. Una situación de mucho dolor, donde a veces, algunos campesinos y campesinas de la zona -conocidos y vecinaje- han atestiguado en contra, diciendo que no la conocen, que no sabían quién era.
-¿Por qué se desentienden? ¿Por miedo?
-Por plata… la mayoría han vendido acá.
Para Pablo Toranzo, ingeniero agrónomo e integrante de la Unión Campesina de Traslasierra (Ucatras – MCC), el conflicto de Ramona también inspiró conquistas: “Nos enseñó que quería pelear por su tierra, que no iba a vivir en otro lado. A partir de ese proceso, el Movimiento Campesino de Córdoba fortaleció muchísimo su trabajo territorial y político, porque se corrieron límites y se consolidaron y conquistaron derechos impensados en otro momento. Así, surgió la ley del Registro de Poseedores, la 9100 y después la 9150, que hoy permite acceder a un registro de la posesión. La Ley de Bosques atesoró territorio campesino, permitió el arraigo de las familias campesinas en el campo y el no desalojo, a partir de una limitación concreta que el Estado tomó como política: no se puede hacer un cambio de uso de suelo en las zonas rojas.
Todos estos son hitos que se pudieron visibilizar a partir de la figura de Ramona -valora Toranzo-. Así, se pudo mostrar en una persona una problemática muy concreta en la que hacía falta reconocer derechos para todas las familias campesinas. Ramona es eso, esa figura y ese poder”.
Tercer suspiro: Ramona y la virgencita
A pesar de las amenazas, destrozos y amedrentamientos, Ramona no se fue: “Acá nomás me he quedado y tengo una Virgen de las Mercedes ahí en ese altarcito. Le pido a la virgencita que no me deje llegar ninguna peste acá, que me cuide. Y parece que me oyera, porque estoy bien”.
Desde una repisa arriba de su cama, vela su sueño intermitente la imagen de la Virgen de la Merced, morena y con cabello natural, a la que conforme trabajan las agujas de tejer, le va renovando el manto.
– Nunca estuve sola. Siempre he tenido a los chicos que he criado, que se han venido a estar conmigo. Por eso yo no puedo estar sola, echo de menos a la gente. Me gusta cuando vienen a visitarme, porque me gusta compartir. Nunca comí sola. Cuando mi marido vivía y estábamos en la casa que me voltearon, tenía dos comedores, dos dormitorios y una galería larga, larga. Tenía la mesa ahí y siempre ponía un plato de más. Cocinaba mucho, nunca cociné poquito, gracias a Dios que tenía. Mi esposo me decía:
-‘¿Para qué ponés otro plato?’
– ‘Puede venir alguien… y para que ya esté el plato acá’. No sé por qué, sacaba todos los platos, los llevaba a la mesa y uno iba de más. Ahí nomás lo dejaba.
He criado tres hijos míos y seis ajenos, porque andaban sufriendo, con hambre. Les compraba zapatillas cuando los veía descalcitos, por eso yo digo que Dios sabía que yo hacía eso con los chicos ajenos. Me decía una madre:
– ‘No lo mando a la escuela porque no tiene zapatillas’
– ‘Ya te voy a comprar yo’. Le compraba. No me faltaba la plata a mí, no sé si era de Dios. Como dicen que cuando es poco el pan hay que pedirle a San Cayetano para que alcance. Así que yo, cuando me era poco el pan, le decía: ‘Ay, San Cayetano, aumentame el pancito porque hay gente…’. Me alcanzaba. No sé por qué, pero me alcanzaba el pan. Yo sé rezar. Les rezo a todos los santitos y a las virgencitas. Les rezo. Tengo un rosario hermoso que me mandó un chico que vive en Luján. Allá vive un hermano mío que tenía ocho meses cuando murió mi madre y yo lo crié, el más chico.
-Ramona, ¿siempre vivieron del campo?
-Sí, de los animales del campo. Para criar a todos esos chicos.
-¿Por qué es importante el campo en su vida?
– Porque en el campo uno cuidaba los animalitos, no compraba comida. Ahora, para tener un animal, hay que comprar maíz y alfa. No es como antes ya. Antes había mucha gente vecina, pero no era mala. Ahora, hay mucha maldad: mis cabras van para el fondo del campo y les echan los perros, las matan, les cortan la colita, les lastiman las piernas… a todas las cabritas.
-¿Ahora qué animales tiene?
-Tenemos cabritas. Yo vendí las vaquitas que tenía, porque se me morían de hambre, no había qué hacer. Estaba el campo peladito, no llovía nada. Tenía unas cuantas vaquitas. Se morían, se morían, se morían… les compraba alfa y lo mismo se morían. Tenían varias, como treinta he tenido y cuando ya vi que me habían quedado seis, dije: ‘No, antes que se me mueran todas, las vendo’ y vendí las que tenía. Ya no tengo ninguna vaquita ahora. No importa, no las puedo cuidar. Era mucho trabajo para el chico solo (Orlando,su hijo). Él tiene las vaquitas, pero yo no. Tengo unas treinta y no sé cuántas cabritas en mi corral. Y él tiene aparte el corral para allá.
Cuarto suspiro: el Orlando
Orlando Bustamante, hijo de doña Ramona Orellano de Bustamante, comparte el campo y los días con su madre. Nacido y criado en ese lugar, es quien se encarga de las tareas cotidianas, el trabajo incesante en el paraje “Las Maravillas” y de los cuidados de la anciana.
Calzado con boina y ropa gastada por el trabajo, toma la palabra con tono decidido: “Hoy ando pensando que no hay justicia; pienso que el derecho de poseedores, la ley veinteañal o la ley ancestral pareciera que no existieran. No hay ley que lo ampare a uno, mayormente a los campesinos, a los que no tenemos título de la tierra; como si no tuviésemos derecho a ella. Eso pienso en estos momentos y da mucha bronca e impotencia porque todas las leyes que hay son para los ricos, para los poderosos; los jueces se venden, los abogados también y siempre van donde hay plata en el poder. Eso ando pensando hoy.”
Orlando vivió toda su vida en el campo de 150 hectáreas. Sentado en un banquito desvencijado en la puerta de su casa, rodeado de perros y de niños que corren alborotando a patos y gallinas que andan por ahí, el campesino continúa diciendo: “Desde el año 2000, más o menos, con el avance de la soja nos empezó a ir mal porque nos quitaban los lugares donde comían las cabras y pastoreaban las vacas: nos empezaron a encerrar, a alambrar y bueno, se nos iba achicando la comida del animal, por ejemplo. Desde entonces, nos cambió muy mucho la vida porque antes de eso los campos eran abiertos, no había divisorios ni alambrados, no había empresarios y los animales iban y volvían, comían de una estancia a la otra, tranquilos”.
Orlando Bustamante es un hombre al que le cambió la vida el primer intento de expulsión del campo donde vivió toda su vida, una situación cargada de violencia: “En el 2003, fue el primer desalojo que tuvimos y de ahí hasta la fecha mal, muy mal porque no vivimos en paz, no nos dejan vivir tranquilos; dicen que Dios hace las cosas por algo, pero no sé. Por ahí me pongo a pensar: soy católico pero no entiendo el por qué de tantas cosas malas que nos están pasando, ya no sabría qué pensar. Antes, yo creía en todas las personas pero desde el desalojo a la fecha me he dado cuenta de muchas cosas, de cuál es la persona que está en la vereda mía y cuál en la de enfrente”, sentencia el campesino.
“En la Justicia ya no creo y si vienen a atropellar nos vamos a defender, como le dije la otra vez al policía que vino, porque ayer anduvo un patrullero por acá.” Sucede que las visitas policiales son cada vez más habituales en el campo donde habitan Orlando y doña Ramona y se incrementaron desde que la jueza de Deán Funes sentenció el tercer desalojo en febrero de este año: “Sí, vino un policía de Las Arrias, que está a 30 kilómetros de acá y me dijo: ‘Mirá, ustedes ya tuvieron dos desalojos así que tené cuidado porque el de ahora puede ser violento’. Yo lo tomé como una advertencia mala y le dije: ‘¿Van a venir ustedes?’ ‘No, nosotros no’, me respondió el uniformado”.
Orlando Bustamante recuerda que “la otra vez fueron policías los que rompieron una pared para meter una cuerda y voltear nuestra antigua vivienda, porque el tractor no podía voltearla. Uno de esos policías ahora está jubilado y ha sido vecino…él y el hermanito venían a comer a la casa nuestra cuando tenían 10 o 12 años pero después, él mismo vino a romperla para que la volteen”, cuenta el campesino mientras baja la mirada y hace una pausa como si estuviera reconstruyendo en su memoria la destrucción, aquel fatídico 30 de diciembre de 2003; tras lo cual se recompone y señala a su alrededor con la mirada: “Hay mucho para romper ahora, van a tener que voltear allá, acá, mi casa…no sé, el tipo este, el empresario está muy respaldado por el gobierno, no tanto por los empresarios”, expresa el campesino del departamento Tulumba.
De pronto, los ladridos desencajados de los perros ganan la escena: “La policía, la cana… ¡viste!”, señala y sale disparado de su silla hacia el sector del campo donde un policía se acerca a doña Ramona.
Bajo una especie de quincho levantado con maderos irregulares, lonas deshilachadas y una larguísima mesa preparada para recibir invitados, Ramona está sentada en una silla, apoyando sus manos en el andador en el que se apuntala para apenas caminar. Frente a la anciana, un corpulento oficial de policía entabla un diálogo en un tono que, de tan amable, inspira sospechas de sobreactuación.
“Un gusto Ramonita volver a verla después de tanto tiempo. Cuánto me alegra que esté bien de salud y de todo”. Las palabras son de un joven oficial de la localidad de Sebastián Elcano, el poblado más próximo al paraje Las Maravillas. A unos metros se encuentra otro uniformado que observa inmóvil aquella escena: …“¡Me vas a contar a mí todo lo que hiciste Ramonita!. Cómo olvidar toda la infancia, mi viejita. Cuidate. Bueno, ahora voy a hablar un poco con la gente, a ver de dónde son, tomarle los apellidos, de dónde vienen y bueno, para saber nomás. Voy a andar dando vueltas por acá”, dice el uniformado que ahora se muestra algo impaciente, ante una situación que se vuelve incómoda frente a la mirada atenta de los que presencian la escena.
Se retira junto al otro uniformado a tomar los datos de quienes están en el campo, mientras Ramona dice: “Yo le cosía la ropa al papá de él -refiriéndose al joven policía-, su abuela me daba la ropa para que se las cueza….uh, que chiquitos eran, los he visto nacer yo”. Orlando cuenta que el oficial es hijo de un comisario -ya retirado- que conoce a la anciana desde niño y, por eso, se negó a participar en el primer desalojo de doña Ramona: lo suspendieron 5 días por aquella inconducta. “Él era oficial de Sebastián Elcano pero no quiso venir al desalojo porque Ramona le cosía la ropa”, comenta el campesino.
Quinto suspiro: la casa hecha escombros
-¿Quién les volteó la casa, Ramona?
– La volteó un tractor que trajeron de Río Seco, quién sabe de dónde…y no la podía voltear primero: con un fierro le pegaban en la ventana para hacerle un agujero; hasta ataron una cadena para poder tirarla con la máquina. Nosotros nos quedamos debajo de una plantita, yo al lado de un chico que había criado y que no paraba de llorar. El Orlando no estaba ese día acá. Con el chico estábamos en la casa cocinando jalea de algarroba cuando llegaron ellos: era una casa grande, linda; tenía baño y luz dentro: era muy linda.
-¿Cuántos años tenía esa casa?
-Uh, qué se yo, no me acuerdo pero tenía muchos años … y quedamos abajo de una plantita de paraíso, ahí quedamos… ¡Sinvergüenzas! Y se cruzaba, iba y volvía, iba y volvía uno de los infelices esos, de los Sacaramuzza.
-¿Por qué cree que hacen esto?
-Porque son sinvergüenzas, si no es de ellos. ¡Dicen que le han vendido el campo! Mi madrastra vendió lo de ella y lo de tres hijos que ha tenido. Pero ella vendió lo suyo, la parte de ella. Nosotros, no.
-Para muchos, usted es un ejemplo de resistencia: ¿qué le diría a la gente que le está pasando lo mismo?
-Les digo que es muy feo, y yo soy hecha a todo: he sufrido y he gozado, porque mi mamá era pobre y yo me crié prestada de una casa a otra. Fui a la escuela hasta segundo grado. De las pocas cosas que aprendí es restar, sumar, leer pero dividir ¿por qué me olvidé digo yo?. A los chicos -los míos y los que he criado- los he mandado a la escuela a todos.
Dios sabrá por qué me pasan las cosas, no sé. Yo nunca tuve ni un sí ni un no con nadie, toda la gente es buena para mí. No sé por qué otras gentes están peleando, a mí no me gusta eso. Nunca jamás en mi vida peleé con nadie.
-Con este asunto del campo, ¿qué piensa usted que puede llegar a pasar?
-Yo digo que con la ayuda de todos los chicos, ustedes y todos, y le pido a la Virgen, yo digo que me va a salvar, que me voy a quedar.
– ¿Del gobierno nunca vino nadie?
-Nada. Una vez dijeron que me habían mandado unas cosas pero acá nunca llegaron. Vino una chica de Puesto de Castro:
– “Che, venimos a ver las cosas que te mandó el gobierno”.
– “No, m’hija, a mí no me ha mandado nadie nada”.
– “Eh, pero si nosotros hemos visto en la tele”…
– “Acá no llegó nada”.
– ¿Se imagina viviendo en otro lugar que no sea su campo?
-Y… no sé, qué voy a hacer yo. Tengo un hijo que me quiere llevar, está en La Para, pero no me gusta a mí: voy un rato, los veo, pero ir a vivir a otro lado no.
-Y si tuviera al Gobernador enfrente, ¿qué le diría?
-Ay, no sé. Me parece que le diría cosas malas.
Sexto suspiro: Ramona no está sola
Los hermanos Edgardo y Juan Carlos Scaramuzza fueron a juicio en 2009, acusados por estafa en perjuicio de Ramona Orellano por la firma de aquel supuesto acuerdo, pero la Cámara del Crimen de Deán Funes los absolvió. Hoy, su posición es inflexible: “Para nosotros el conflicto está terminado y liquidado. En su momento, se les ofrecieron un montón de cosas y, hoy por hoy, nuestros clientes pretenden disponer de su legal y legítima propiedad, porque a través de todos estos años los respaldan las sentencias. Esto de que la Justicia es una porquería, es falso. La falsedad está desde el inicio de esta trama: imagínese, se disponen a trabajar un campo y terminan perdiendo durante 20 años sin poderlo explotar y lo tiene un movimiento que utiliza a una persona, a la señora, para sostener con la fuerza lo que no podían con los hechos, ni la verdad, ni la ley. Eso muestran las sentencias en todo momento”, dice su abogado Gustavo Montoya.
Andrea Quiroga, de la Unión Campesina del Norte (UCAN) indica a Sala de Prensa Ambiental: “Hemos estado en instancias de mediación con los Scaramuzza y ha sido que no nos quieren ni ver. Pero la cuestión de los conflictos por la tierra se da en todos lados. Acá hubo muchísimos desalojos antes de que empiece a trabajar el Movimiento Campesino. Lo que se le pide a Schiaretti es que expropie estas 150 hectáreas”.
– ¿Por qué tiene que quedarse Ramona?
– Porque el campo es de ella y van a producir un desarraigo terrible: se muere si la sacás de acá. Es el lugar donde nació y se crió, donde tiene toda su cultura y su historia. Ama el campo como un montón de campesinos y campesinas que dicen: “¿Qué voy a hacer yo en el pueblo?”, porque nosotros somos los productores de alimentos, no los empresarios sojeros. Y resistiendo, porque todo el tiempo la están hostigando: no fueron solamente dos desalojos. Es admirable que a los 95 años ella sigue diciendo que (del campo) se va a ir con las patas por delante. Y Orlando también es un compañero que está a la par, y él sabe que cuando Ramona no esté más corporalmente, van a venir a querer sacarlo a él. Porque mucha gente ahora dice: “Ay, Ramona, la viejita…”. Entonces, queremos empezar a decir que en el campo también está Orlando, que tiene 65 años y fue criado acá y es el único de los hijos de Ramona que se quedó, produciendo y cuidando a su madre. Entonces, es Ramona pero también Orlando…
El carácter emblemático de Ramona Orellano deriva de que, ella y muchos como ella, son despreciados por la Justicia y los gobiernos. No se reconoce su pertenencia al universo de los hijos reconocidos, ni al de los propietarios legales, tampoco al de los poseedores legítimos, y mucho menos al de los productores sustentables. Tampoco la registran los radares de la legalidad jurídica ni la legitimidad productiva. Gran paradoja: la más cabal exponente de la conexión con la tierra es para la institucionalidad una usurpadora digna de ser “lanzada” (textual de la sentencia) de la porción del globo terráqueo donde asienta sus pies. De esa condición deviene una múltiple privación de derechos: a su identidad como hija de su padre y madre, a la educación; como trabajadora campesina, como poseedora, como mujer y como anciana.
Asoma el invierno, las heladas en el campo marcarán el fin de un ciclo para que comience otro. Noventa y cinco inviernos que vieron pasar a Ramona.
Ramona no se irá.
Fotos: Sala de Prensa Ambiental y Qué Portal
* Periodista y docente, especializado en ecología social. Director de Sala de Prensa Ambiental.
** Periodista, docente de Redacción Periodística II y secretario de Producción y Transmedia de la FCC-UNC.