Por María Paulinelli *

Desplazarse en el espacio y luego, narrarlo en una historia. Significar de infinitas maneras, un tránsito que alcanza también la trasformación personal de cada uno, en la metáfora del viaje como la vida que transcurre. Recorrer, andar, sentir esos desplazamientos y también interpretarlos desde una subjetividad contemporánea que relata los viajes… también de otra manera

La vida es movimiento. Todo relato es un movimiento en el tiempo y el espacio. Todo relato es vida, entonces. Quizás, eso explique la importancia de los relatos en la historia de los hombres, de los pueblos… en las infinitas modalidades de la cultura y de las sociedades.                                                                   

El viaje tiene implicancias de todo orden. Maravilla, descubrirlo. Entusiasma, comprenderlo.                

Todo viaje tiene una implicancia existencial. Es privativo de la condición humana. Pertenece al mundo de los hombres. Es un atributo y una capacidad. Metaforiza el sentido de la vida y de la muerte.             

Se viaja no para llegar sino por viajar. Para llegar lo más tarde posible, para no llegar posiblemente nunca. Por eso, alguien llamó a sus relatos de viaje, el infinito viajar.      

Pero también, viajar no quiere decir solamente ir a otro lugar, a otro espacio,  sino también descubrir que siempre se está en ese otro lado, adonde creímos haber llegado. Podríamos metaforizar, diciendo que ¿la acción de viajar significa más  posibilidades, que el mismo sentido de realidad de lo que somos?     

Desde los inicios de la Humanidad, los viajes, fueron motivo de relatos. Se los transmite en una perfecta sinonimia: relato, viaje, como parte de nuestras experiencias vitales.     

Una adecuación lo más completa de lo que somos como humanos. Es esto quizás, lo que  justifica esa permanencia de los relatos de viaje. Quizás también, es lo que explica las transformaciones o adecuaciones de la escritura de viajes en el tiempo. De la estructura circular de los relatos clásicos, con el retorno final a pesar de las vicisitudes diversas –pensemos en Ulises en La Odisea, volviendo  a Itaca, lugar de su partida-  pasamos a una estructura lineal, cuyo  derrotero es la vida misma con la muerte como cierre de los llamados relatos modernos… para llegar en esta contemporaneidad a esa simbiosis de discursos entre relato, ensayo y libro de viajes. Y…  en estas tres modalidades, la escritura triunfante en las disímiles posibilidades que la palabra enuncia.  De ahí, la variedad, la multiplicidad, las infinitas maneras de contar ese  viaje que puede ser en el tiempo y el espacio…  en la interioridad de una subjetividad que se explaya cada vez,  con más autonomía… en los recovecos de la escritura que apuesta al movimiento de la vida.          

Ahora, la contemporaneidad, se solaza en la narración de  viajes… apuesta al delineamiento de historias que tienen como materia imprescindible, esa subjetividad que se desborda desde la racionalidad de comprender, pero también desde la sensibilidad que expresa,  ese hecho tan humano  de viajar y entonces, relatar lo que se viaja.

En estos días… ¿qué mejor que apostar a la imaginación para quebrar la quietud del aislamiento? ¿Qué mejor que encontrar en las palabras, algún espacio de libertad posible para tener un poco de alegría?     ¡Recorrí tantos textos! Ahí van algunos….     ¿Me siguen en la aventura que propongo? 

Paradojas. Los relatos de viajes que nunca se hicieron sobre lugares que nunca existieron.         

Las ciudades invisibles. (1972) del italiano  Italo Calvino.  

No puedo dejar de mencionarlo. Uno de los libros más bellos que se escribieron sobre el mundo, los lugares donde viven los hombres-las ciudades- y los relatos imaginarios para contentar al soberano.    

Italo Calvino nos sorprendió con esas ciudades que solo existen mientras se desplazan  los relatos, mientras el diálogo fluye para mitigar la tristeza, la impotencia, el desaliento.  Ciudades infinitas, únicas, dispersas por el mundo. Posibles de descubrir solo en los azarosos recorridos de las palabras.  Existentes en la melancólica visión de viajes que jamás se realizaron. Pero que tienen la paradoja –esos relatos- de remontarse a otros tiempos, aquellos que encontraban el poder del ensueño y la utopía en la voz de un relator de historias. Marco Polo –el veneciano- renace con su magia. Kublai Kan es el oyente poderoso que todas las noches, escucha la maravilla de ese imperio que posee y no conoce.               

Múltiples interpretaciones se han hecho y se hacen de esas ciudades invisibles. Nosotros, nos atenemos a lo que afirmó Italo Calvino: …” se presentan como una serie de relatos de viajes.”                                            

Renuevan la estructura de los tradicionales libros de viajes, para afirmar la inmensa capacidad  de los hombres para armar relatos imaginarios y así, sobrevivir.

Ah, Calvino y tus ciudades…. Invisibilidades de un mundo de palabras bellas… de sabidurías tan viejas como el mundo.

Aún modernos. El largo viaje hacia uno mismo. Posibilidades      

En el camino, de Jack Kerouac ( 1957). En la carretera, de Cormac Mc Carthy (2006). Ambos autores, estadounidenses, proponen opuestas pero al mismo tiempo similares metáforas sobre el viaje y sus significaciones individuales y generacionales. Casi modernos, pero con el desparpajo de una linealidad borroneada, casi inexistente.         

Se unen a las tradicionales narraciones sobre la construcción de la identidad y se superponen con la larga lista de producciones cinematográficas que aluden al recorrido de los espacios como forma de conocimiento de uno mismo. Las llamadas Road movies.  París Texas, Buscando mi destino, Thelma and Louise, Nebraska, Diarios de motocicleta,  entre otras, referencian de distintas maneras  ese viaje iniciático que las novelas de aprendizaje significaron en la  Modernidad.  

Una consideración semántica de los títulos, indica una primera identificación que se convierte en una diferenciación imperceptible que se profundiza con la lectura.   

En el camino, implica una generalización en la designación del espacio- físico o metafórico- aumentado con la preposición en y que designa  la acción de estar en un espacio, supeditado a la acción, al movimiento. El uso de la primera persona para relatar la experiencia vivida, estimula la significación de movimiento direccionado. De ahí que los cinco viajes que relata el texto, justifican el simbolismo de recorrido existencial del autor y con él, la de toda una generación: la Generación Beat del siglo XX.    

Si bien el narrador se enuncia en primera persona, la importancia de sus amigos o compañeros de viaje, se justifica  no solo en la serie de acontecimientos compartidos, sino básicamente, en la corporización de la relevancia que el narrador -Sal Paradise- confiere a su amigo Dean Morierty como protagonista ineludible. De tal manera, los cinco viajes, muestran recorridos espaciales determinados que tienen el punto de partida en el Este para dirigirse a la Costa Oeste, continuando hacia México con el regreso  a los  espacios iniciales                                                                                                                                                                                                                         Localizaciones dispares, distintos climas, diferentes momentos del día, personajes asombrosos, impactantes, entrevistos o definidos… constituyen ese abigarrado mundo que los protagonistas recorren frenéticamente, en esos recorridos que suponen asimismo el correlato con distintas motivaciones: la búsqueda del padre en Dean, la necesidad de viajar en Sal… por no citar las de los otros protagonistas circunstanciales. Todos unidos en ese sentido del viaje como necesidad vital, como experiencia imprescindible. “Me encontraba en una cabina Me sentía feliz”.

Todas estas motivaciones tienen, pues, un denominador común que es el viaje. El viaje como un recorrido que conduce inexorablemente  hacia la libertad. El viaje desde  un vitalismo que rechaza los valores establecidos de una sociedad y busca desesperadamente otros  que puedan reemplazarlos. De ahí que el camino, se transforme en la metáfora del  viaje hacia uno mismo y a su vez, de  todos los que comparten la experiencia. Ese grupo que es la generación diferente y por lo tanto: nueva. De ahí  la sinonimia de viaje,  identidad personal, cambio generacional y  libertad. Para encontrar su sitio en el mundo, cada persona  tiene que conocerse a sí  mismo. Y entonces, también encuentra al otro, los otros. De ahí que no interesan tanto las descripciones ni las secuencias de los trayectos recorridos  espacialmente. Es la suma de experiencias suscitadas, lo que importa.  Esto explica la bellísima reflexión final: “Así en esta América, cuando se pone el sol y me siento en el viejo y destrozado malecón contemplando los vastos, vastísimos cielos de Nueva Jersey y se mete en mi interior toda esa tierra descarnada que se recoge en una enorme ola precipitándose sobre la Costa Oeste, y todas esas carreteras que van hacia allá, y toda la gente que sueña en esa inmensidad, y sé que (…) la estrella de la tarde dedicará sus mejores destellos a la pradera justo antes de que sea totalmente de noche, esa noche que es una bendición para la tierra, que oscurece los ríos, se traga las cumbres y envuelve la orilla del final, y nadie, nadie sabe lo que le va a pasar a nadie excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos, pienso en Dean Moriarty…”. Soberbia metáfora que condensa ese camino por los espacios,  pero que también significa los caminos interiores de cada hombre y de todos los hombres.

La carretera remite a un espacio determinado que sirve como nexo de comunicación. Remite por lo tanto a una materialidad significante que los hombres construyen como vínculo entre ellos y los distintos pueblos. Escrita en tercera persona, La carretera es una desposeída mirada sobre un mundo en descomposición. Todo sucede en la carretera. Un hombre con su hijo deambulan buscando una sobrevivencia que se esfuma  para el padre, pero que resulta como posibilidad para el hijo en el encuentro final de la historia.  Un mundo irreconocible,  en esa inmensidad del territorio americano. Una catástrofe nuclear parece haber detenido todo atisbo de vida. Más que atisbo de vida, me atrevería a decir, toda posibilidad de existencia. Sin embargo y eso es lo increíble del relato -(¡Oh, Mc Carthy!)-  un descarnado lirismo recorre todo el texto. No solo la ternura avizorada en la relación padre hijo, sino la mirada que se desplaza por ese inerme espacio centrado en la carretera. “Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos, había alargado la mano para tocar el niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer glaucoma frío empañando el mundo”. 

Una prosa seca, pragmática enuncia ese viaje hacia la nada porque el mundo ha dejado de ser como tal: “En esta carretera no hay interlocutores de Dios. Se han ido y me han dejado aquí solo y se han llevado consigo el mundo. Duda: en que difiere el nunca será de lo que nunca fue?”.   

Mundo que parece existir  como posibilidad de sobrevivencia para el niño huérfano, recogido por una familia: “La mujer al verlo lo rodeó con sus brazos y lo estrechó. Oh, dijo. Me alegro tanto de verte. A veces, le hablaba de Dios. El intentó hablar con Dios pero mejor era hablar con su padre y eso fue lo que hizo y no se le olvidó”.  Rotundidad de la memoria. También, trascendencia de lo humano: “Dijo que el aliento de Dios era también el de él aunque pasara de hombre a hombre por los siglos de los siglos”.       

Una trascendencia metaforizada en ¿la continuidad? de la vida en la naturaleza. “Una vez hubo truchas en los arroyos de la montaña. Podías verlas en la corriente ambarina allí donde los bordes blancos de sus aletas se agitaban suavemente en el agua (…) En sus lomos había dibujos vermiformes que eran mapas del mundo en su devenir. Mapas y laberintos. De una cosa que no tenía marcha atrás. Ni posibilidad de arreglo. En las profundas cañadas donde vivían todo era más viejo que el hombre y murmuraba misterio”. Enigmático y poético final. No en vano las truchas afirman sus ciclos vitales nadando contra la corriente. No en vano, ese “hubo una vez”,  nos remite a un tiempo pasado, anterior al deambular por la carretera.  No en vano, dice” ni posibilidad de arreglo”. Pero también, no en vano, la carretera  albergaba  un padre, un chico y la ternura de estar juntos a pesar de la nada, de la destrucción y la muerte.

Muchos años entre un texto y otro. Mucha historia de los hombres. Hoy quizás sintamos por momentos lo insondable de la existencia en la particularidad de nuestros días. Por eso el viaje En el camino nos puede resultar lejano, hasta ajeno. La carretera quizás nos acerque a esa descomposición y peligro que tememos. Sin embargo la congelada poesía de sus páginas, el metafórico y enigmático final, nos remite una y otra vez, a la capacidad de las palabras para que sobrevivamos a pesar de todo. También, con la memoria. 

Transiciones

El infinito viajar (2005) del italiano Claudio Magris   Los relatos contemporáneos tienen marcas, señas que la definen. Se particularizan en sus inespecificidades. Los textos ahora,  no pertenecen más a una categoría. No se definen por su pertenencia a cualquiera de ellas.  Se transforman. Abandonan, así, sus modalidades específicas. Habitan resbaladizos territorios, donde definirlos, adscribirlos, resulta difícil… quizás incierto. Así, intercambian lugares y se conforman con  variadas combinaciones. Esas transformaciones, se producen en el tiempo. A veces, lentamente, Otras, no tanto. Llamamos transiciones a esos momentos intermedios.                 

 El texto de Magris representa un espacio intermedio entre los relatos de viaje modernos y los contemporáneos. La estructura y los tipos de discursos que lo integran, muestran esa cierta ambigüedad en su caracterización. A su vez, ocupan espacios delimitados en el texto. 

El infinito viajar, reúne cerca de cuarenta crónicas de viaje publicadas en el Corriere della Sera, precedidas por un Prefacio. Coexistencia de géneros discursivos diferentes. El género periodístico y el discurso ensayístico… 

El Prefacio: Magris justifica su inclusión. A la calificación de todo prólogo como sospechoso, innecesario, opone, esta particularidad que adquieren en los libros de viajes.  “Pero quizás el Prólogo sea adecuado en una recolección de páginas de viaje, porque el viaje -en el mundo y en el papel- es de por sí, un continuo preámbulo, un preludio de algo que siempre está por venir y siempre a vuelta  de la esquina; partir, detenerse, volver atrás, hacer y deshacer las maletas, describir en el cuaderno el paisaje que, mientras se atraviesa, huye, se disgrega y se recompone como una secuencia cinematográfica con sus fundidos y reajustes, o como un rostro que cambia con el paso del tiempo.” Magistralmente expone así,  la doble posibilidad de viaje: en el espacio y en la escritura. Las implicancias físicas de todo recorrido unido a la tersura del relato que cambia y se transforma en la morosidad del tiempo y la mirada.

 A partir, de allí, Magris, deambula por las posibles maneras de entender un viaje: como persuasión. Como regreso. Como traspaso de fronteras. Como llegada y partida al mismo tiempo. Como lo nuevo y lo eternamente viejo adonde se llega en el camino. Pero también, como  descubrimiento y como recuperación de los  diferentes estratos de la realidad, en las superfluas y a la vez, imprescindibles  digresiones, o en la aseveración de una afirmación que se ordena en línea recta cuando llega a las palabras. Magnífico discurrir que intenta mostrar las infinitas implicancias del viaje… en cada hombre, en cada tiempo, en cada texto.     

Me atrevería a afirmar, que estas sutiles consideraciones, condensan de manera similar a todo viaje, las expectativas, los logros como así también, las imposibilidades. Viajero de lugares.  Viajero de escrituras.   

Las crónicas visitan países europeos y asiáticos. Son breves. Consignan la fecha de escritura. Componen un fresco de imágenes autónomas. Ciudades en perspectiva. Lugares particularizados. Monumentos. Plazas. Templos. Castillos. Barrios.  Bibliotecas. Teatros…. Lo que muestran, pero también lo que ocultan y lo que callan.

También, la naturaleza, en toda su dimensión: “ Conocer un país, significa, para mí, zambullirse en su mar, sentir la densidad del agua, percibir su luminosidad y limpieza, su sabor”……”El encanto de la tarde que se precipita húmeda y rápida en una luz subacuática lo envuelve todo: campos irrigados y y labrados, búfalos en el verde, casas bizarramente estrechas porque los impuestos de pagan según la anchura de la fachada”.

 Y allí notamos ese sutil cambio: de la mirada que observa la naturaleza a la mirada que comprende la sociedad y el tiempo cultural que también forma parte de ese espacio. El viajero que se nutre y a su vez, nutre al lector de un conocimiento histórico y cultural relevante. Accedemos a espacios-físicos y escriturarios- pero insertos en un desarrollo de momentos, de épocas, de tensiones, de posibilidades humanas que cruzan el espacio y reiteran ese sentido existencial del viaje. “El viajero no corrige el pasado ni se corrige a sí mismo con un juicio postrero, sino que intenta llevar el mayor número posible de cosas-percepciones, realidades, hipótesis, proyectos-al futuro, tan precario y destinado a ser superado pronto como ese pasado.”                    Subjetividad que empieza a desplegarse para eclosionar en la contemporaneidad. Subjetividad metaforizada en “ A veces es como si el viajero resurgiera del agujero negro de su personalidad y se quedase casi sorprendido de la dirección en la que le llevan sus pasos, relevándole partes del corazón antes desconocidas para él”.                                                            Interesante experiencia de lectura. El Prólogo por el peso de las consideraciones sobre el viaje. Los textos periodísticos, por el deslizamiento en las palabras de un viajero que integra en el viaje, todas las dimensiones como hombre.  Ah!…Aparte leer Magris, siempre es una maravilla.

Contemporáneos. Relato y experiencia

Viajes. De la Amazonia a las Malvinas (2014), de la argentina Beatriz Sarlo                                                                                     

El título y subtítulo sintetizan los enunciados del texto, integrado por ocho capítulos y uno final de Notas. El relato de los distintos viajes realizados en las sucesivas etapas de su vida –los viajes de vacaciones de la infancia, los de la adolescencia y juventud  como viajes iniciáticos por distintas regiones de América Latina, los últimos de la vida adulta– se completa con digresiones sobre el viaje –distintas modalidades– los relatos de viajes y sus implicancias, y dos temas particularizados en el primer y último capítulos: el salto fuera de programa y las libretas de viaje. Quizás sean estos dos temas los que signifiquen un aporte interesante a la extensa bibliografía sobre el tema, además de considerar aspectos del viaje en la actualidad. De esta manera, ratifica en la estructura de los enunciados, cierta significación consignada sobre los libros de viaje. Así dice: “No pueden prescindir de la anécdota como tampoco prescinden de un sistema de reflexión sobre los sucesos donde el malentendido es el riesgo permanente”. Esto, unido a determinados referencias a sus experiencias, nos permite entender Viajes como un texto contemporáneo: Cierta inespecificidad de los discursos que bordean el relato de la experiencia del viaje, las reflexiones y la expansión de una subjetividad siempre presente.

Beatriz Sarlo desgrana algunas particularidades, que  interceptan los relatos, que explican la experiencia. Así dice que  “se viaja buscando la intensidad de la experiencia. De pronto algo  asalta de modo inesperado y original al viajero, es lo que se llama, salto fuera de programa…  imposible de ser integrado en una serie, en una enumeración de lo planeado”. 

Ese salto fuera de programa es la esencia del viaje: desordena lo previsible, rompe el cálculo, abre una grieta por donde aparece lo inesperado, incluso lo que no llegará nunca a comprenderse del todo. No es del orden de lo exótico o de lo desconocido. Puede suceder en cualquier lugar y cualquier momento.  

Produce una discontinuidad entre lo que se buscaba y de pronto se encuentra. Es imprevisible y se convierte en lo más radical del viaje.  Depende del azar,  necesita un grado de indeterminación: estar perdido, no saber adónde ir. Posee cierto grado de autonomía y agrieta el orden del recorrido programado.  Es por eso, que no  tiene que ser espectacular, sino significativo: es una experiencia que remite a la reflexión.  A  veces, revela lo visitado y a veces lo oculta.                

Muchas veces, también,  es un reconocimiento inesperado, una familiaridad impensada. Puede ocupar solo un instante… Tener la fugacidad de lo impredecible. Por eso,  estos momentos de salto fuera de programa, son la intensidad misma del tiempo del viajero. De ahí  cierta dimensión elitista: le sucede a un tipo de viajeros, más libres, más imaginativos, más cultos.

Podría ser una producción del viajero mientras viaja.  Esta relevancia de la creación personal es asimismo el sentido del relato del viaje. Un relato siempre en pasado y donde la memoria puede ocultar, deformar o profundizar  ciertas miradas, ciertas versiones. Es que dice: “El relato del viaje es siempre un a posteriori, aunque exista la libreta materialmente intacta sobre la mesa de quien lo escribe. Su pretensión y su razón de ser es reconstruir un pasado en una situación de escritura alejada del momento de los sucesos: remota, apartada, en un tiempo diferente. (…) Volver a la experiencia del viaje es un deseo irrealizable porque aquel presente es ahora pasado, y sobre todo porque el sujeto ha dejado de viajar y se ha puesto a escribir”.  El viaje resulta así, una creación personal intransferible de la experiencia. Única. Totalmente subjetiva. Profundizada en el paso a la escritura.

Un texto necesario para conocer también, como era ser joven y creer en una América Latina más humana… allá por los sesenta. Imprescindible.

La errancia. Sabiduría y placer            

Deambular, recorrer, andar, merodear, viajar…. en los espacios nuevos o conocidos del mundo que habitamos…. en los lugares siempre hospitalarios de la imaginación y la ficción … en las palabras que alguna vez, pronunciamos o que otros dijeron o escribieron… pero siempre en la errancia, en el movimiento inconcluso de los viajes que realizamos a veces y otras… solo imaginamos.

 Los últimos años, nos sorprendieron con textos donde la errancia es un enunciado abigarrado, múltiple, complejo… a través de una enunciación que también divaga y se hace fugitiva de modalidades discursivas…. Nos subyugaron, entoncesLas sombras errantes de Pascal Quignard… Nos provocaron Los errantes de Olga Tokarczuk… Aprendimos que los libros de viajes ya no solo eran la suma de relato, ensayo, expresión de la subjetividad, sino que podían ser la sinonimia de vida, escritura y viaje.   

Y entonces, no puedo olvidar la experiencia del texto de Marcelo Casarín,  Vivir en la foto de otro (2019), que me dio esa experiencia  de la errancia en todas sus posibles dimensiones. Un breve texto entrevisto entre La Partida y El final en las tres jornadas del espacio material de un viaje a las Sierras cordobesas.

Una propuesta: “Decidí hacer un viaje turístico literario. 72 horas por sitios poco frecuentados de las sierras en mi nombre Citroen  3CV y mi notebook”.  Un resultado: la inespecificidad de un texto entre un libro de viajes, un relato de memoria, una narración fantástica, la transcripción de una crónica cultural, la historia de un acontecimiento…  Todo es y no es al mismo tiempo en esa subjetividad que se expresa mientras vive, recuerda, imagina, sueña, mira, observa. Texto que se inscribe en la suma de todas esas posibilidades y donde el viaje significa la consumación de la escritura, finalmente: “Llegué a mi casa de esa noche. Apenas encendí la luz golpearon a la puerta: era la dueña con mi cena. Cené y me decidí a comenzar a escribir lo que me proponía contar. Era una historia que me daba vueltas por la cabeza desde hacía varios años. Encendí la notebook  Inauguré un documento y escribí un título: Vivir en la foto de otro”.

Por ello  la enunciación de la escritura, resulta el elemento cohesionador de todos los discursos implicados. Esa tenue línea que une el viaje con sus distintos acaeceres: los recorridos de las tres jornadas, los encuentros  variados, las hospitalidades, las mañanas con sus noches…Ese tenue hilo que avizora la memoria de los viajes familiares con todo el peso de la nostalgia y la simpleza… el viaje de adulto a Europa que se centra en el encuentro fortuito en Madrid con Almodóvar y la escena de la foto… Recuerdos y más recuerdos que se desprenden de esa foto: el incidente de su postulación como actor y la afrenta de la respuesta que recibe… lo fortuito –nuevamente– del descubrimiento de dicha foto  y descubrir que se vive en la foto de otro… Lo inexplicable, lo absurdo de algunas experiencias y certezas. Y entonces, la escritura.  El relato de ese sueño fantástico donde la materialidad de lo real de su viaje se transforma en esa historia de miedo, crueldad y misterio… y que desaparece con el día, con la luz de la última jornada de su viaje.                                                      

Errancias. Escritura que deviene referencialidad y ficción al mismo tiempo. Metáforas de la fragilidad de la existencia. Opacidades de la vida que transcurre.                                                                                                                 

Siento que con este texto puedo cerrar el largo recorrido de los libros de viajes. Saber que la errancia es vivir cada día con la melancolía y la ignota tristeza de sabernos viajeros. Saber, también que la errancia es la posibilidad que tenemos de conocer este mundo, de saber quiénes somos y de escribir esa historia.                                                                                                                   ¡Hasta pronto!

Imagen principal: www.tripin.travel

* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.