Por Maria Paulinelli *
Frente a la espera y “el vacío del mundo”, un conjunto de ficciones biográficas sobre protagonistas de la Historia, narrados desde la precaria cotidianidad de una existencia que “podría ser la nuestra”.
¿Cómo llenar el tiempo de la espera con la sabiduría de saber que es único, irremediablemente solo nuestro? ¿Cómo reconocer que nosotros, también, somos únicos en este inmenso vacío que es el mundo? ¿Cómo afirmarnos como sujetos irremplazables, insustituibles en el tiempo de la vida? Quizás, sea el tiempo de hablar, de pensar, de leer sobre nosotros… quizás ya no como sujetos, sino como subjetividades que nos hacen, nos dicen, nos expresan. Allá vamos, ahora …en busca de historias de esas subjetividades que nos hacen.
Y entonces, hoy…
Hablar de sujetos parece casi una ironía. Disuelta la Modernidad en instancias infinitas, los sujetos racionales, experimentados, explicables, devinieron subjetividades explayadas. Subjetividades que hablan hoy desde una diferencia en perspectiva… desde voces nuevas, incipientes… desde espacios ambiguos y no tantos. Devinieron entonces, estas formas de narrar que encandilan y sorprenden. De ahí la contingencia que supone aventurarse en estos territorios insólitos del yo. Enunciaciones y enunciados. Corrimientos y descubrimientos. Negaciones y también afirmaciones. Tiempos de armar nuevos relatos. Tiempos de tratar de llegar a los lectores, desde la ficción que construye y que imagina.
Formas…formas
Y entonces…. decimos, las subjetividades que nos hacen. Corrimientos desde los sujetos protagonistas a ese nuevo espacio indefinido de hombres comunes, quizás grises. Ahora, sujetos de enunciados diferentes. Espacio biográfico, lo llamamos.
Pero también, ese espacio en los diarios de una vida que es la de cualquier humano. Una vida como tantas, pero también, una vida única, porque es de alguien. De este y no de ese. De uno y no de otro. Diarios… ahora distintos, también, en el protagonismo de un yo… que se diluye en posibilidades de vivir y de decir.
Y entonces, enunciar una vida, la que es propia, se convierte en un relato, una historia construida. La ficción. Como pertenece a quien escribe, lleva el prefijo auto. Decimos, la autoficción.
Tengo amigos que hacen historias de estas formas. Interpelan los discursos sobre alguien. Quizás sobre ellos mismos. Los cuestionan. Los transforman. Los hacen diferentes. ¿Los seguimos? Iremos de a poco. Nos llevará un tiempo. Pero… valdrá la pena. Les aseguro.
Las vidas humanas en esos espacios de la subjetividad
Los sujetos fueron narrados desde la biografías como esos espacios que condensaban en una vida, las categorías definitorias de un tiempo, de un espacio, de la Historia. De allí su valor ético. Su apego a una moral, a una utopía. Ratificaron casi siempre, el protagonismo del héroe de un grupo humano. Visibilizaron valores, mitos, arquetipos.
Cuando los sujetos devinieron subjetividades se dieron lentamente cambios y transformaciones. Los héroes fueron reemplazados por hombres comunes, mediocres, olvidables. Pero también ahora, esos protagonismos de los héroes, se visualizan desde acciones vulgares, cotidianas, vacuas en su trascendencia. Todo con un objetivo preciso: enfatizar el carácter único de cada persona, de cada existencia.
Algunas experiencias comienzan por narrar momentos desde narradores desacralizados. Me acuerdo de la_noche_de_Santa_ana”>La noche de Santa Ana del cordobés Fernando López. La noche de la muerte de Eva Perón. Un momento trascendental para la Historia. Ahora, desde las versiones de la oralidad de hombres desconocidos pero, protagonistas de ese hecho. La figura emblemática de Juan Perón, dibujada en la desazón, el desaliento, la inoperancia ante una soledad intolerable. Un hombre desprotegido, casi desvalido, en la ausencia de la amada que lo es todo. Voces y contenidos devenidos ahora, desde subjetividades no conocidas o apenas entrevistas… pero siempre desde la consumación de un mito: el de la inquebrantable Eva.
Andrés Rivera y la desescritura de la Historia
El bueno de Andrés, escribió novelas donde deambulan los héroes de nuestra Historia, devenidos ahora hombres suspendidos en el tiempo de la vida, más que en el tiempo de las heroicidades.
Lo cotidiano, lo accesorio, lo vulgar, lo rutinario moviliza las acciones de esos protagonistas que se acercan a nosotros, desde la similitud de la precariedad que nos define a todos. Así podemos identificarnos con ellos y entenderlos en las potencialidades de una existencia que podría ser la nuestra.
Asimismo, una abigarrada enunciación –en cuanto multiplicidad de voces– ratifica esas difusas subjetividades que señalábamos como propias de ese nuevo espacio biográfico. Y entonces, la Historia se resquebraja en sus verdades inconmovibles y la literatura crea su propia verdad: la verdad de discurso. Por eso, hablamos de la desescritura de la Historia.
La revolución es un sueño eterno es la historia de Castelli, el orador de la Revolución de Mayo. Desvalido por un cáncer de lengua que le impide hablar…indefenso ante una situación donde naufraga el proyecto revolucionario de mayo… representa la metáfora de las revoluciones como sueños… no realizados. Pero sueños, eternos, al fin. Así dice: “Y en el escenario cuya luz se extingue, el actor escribe: la revolución es un sueño eterno. Castelli escribe: Es hora de comer mi ración de zapallo pisado”. Revolución/ hombre y utopía/ cotidianidad. Se entreteje así la historia que Castelli enuncia en sus cuadernos en una performatividad de la escritura, conjuntamente con el narrador en tercera persona que relata desde una supuesta objetividad. “Castelli mira como Castelli abre unos postigos de hierro…dice, invita a la muerte”.
Dolor, incomprensión, precariedad como hombre. Fracaso, inoperancia como protagonista de un proyecto que metaforiza –también- la presencia de los intelectuales en este país. Por eso es que Rivera cierra magistralmente su novela con esta pregunta: “¿Qué revolución compensará la pena de los hombres?”.
Un interrogante para nosotros, los lectores. Allí queda El Farmer. Es un relato de memoria. Un día en la vida de Rosas en el exilio: “Digo esto, calmo, sereno, en una mañana británica, yo, que recuerdo los tiempos”. Rosas habla, enuncia su realidad de existencia: “Yo tomo mate….Yo tomo mate, ahora de pie….Yo salgo al campo, a la luz del campo, y el silencio que sube del fondo de la tierra y el silencio de los animales y del cielo, son míos”…porque “El destierro es la verdad; lo otro, sueño”. En esta ambigüedad de memoria / realidad y pasado / presente, se diseña la figura de ese hombre viejo que alguna vez, fue dueño del poder: “Soy el nombre de la Historia que se mira a ningún espejo y habla con ningún espejo. ¿Soy el nombre de un hombre viejo que a la luz de unas velas llora frente a ningún espejo?”.
Transcribiría todo el texto. Es de una belleza incalculable esa imagen del poder que fue y que ahora ha quedado reducido a los despojos de un hombre. Un hombre como cualquiera, ya viejo. Solo, enfermo, acompañado por los fantasmas de su vida. No un héroe, ciertamente. Por eso, Rivera termina así su texto: “Hiela, nieva. El día se fue. Miro a Rosas. Es triste todo”. Para leer, ¿no?
El manco Paz. El relato es minucioso, fragmentario, desordenado. Pero, a su vez, es un relato donde la indiferenciación entre lo público y lo privado, muestra una subjetividad anclada en personas y no en sujetos históricos. Así vemos que el relato se organiza en apartados alternados que se titulan: La Estancia y La República.
Rosas y Paz son las subjetividades trabajadas en estos segmentos discursivos que complejizan las narrativas del yo, en una mixturación, superposición y transformación permanentes. Referenciaciones desde la autobiografía o desde las oblicuas miradas que hablan desde variadas perspectivas. Así habla Paz: “Yo soy una estatua que respira… La estatua dormirá un rato…despertará y buscará en la cocina. Y con el sabor del vino en la boca, volverá a mi catre de soldado. Sin mujer en mi catre de soldado”. Asimismo, Rosas habla de Paz: “No quería tierras el manco, y no había oro en tierra argentina que comprase al manco, y no había tributos ni homenajes que comprasen su voluntad” Pero también Rosas se define: “Yo, Juan Manuel de Rosas, les digo esto. Don Justo José, muerto. El manco, muerto. Yo, Juan Manuel de Rosas estoy vivo y cultivo mi granja en tierra inglesa”.
Así los protagonistas se construyen desde ellos mismos pero también, desde las miradas de los otros. Siempre como subjetividades difusas y en permanente construcción para nosotros, los lectores. Pero como hombres de carne y hueso, que sienten la miserabilidad de ser precarios y finitos porque son solo eso: hombres.
Tampoco olvidamos que Rivera en el uso de esa multiplicidad de recursos, demarca la contraposición: La Estancia/ La República donde se metaforizan distintas formas de pensar el país. De hacerlo. De imaginarlo en futuro. Quizás, el texto nos ayude a entendernos como hombres argentinos. Desgarrados, a veces. . ¿No?
Todas metáforas, para desescribir la Historia desde los relatos de hombres comunes en sus vidas cotidianas. ¡Qué tarea, nos dejaste!, Andrés. ¿Lo conseguiremos?
Y termino. Y si de subjetividades hablamos, no puedo dejar de traer a Emmanuel Carrere, otro amigo. Ya volveremos a leerlo.
Ahora solo quería decirles que Limonov, es increíble. Accedemos a la subjetividad del protagonista desde la misma subjetividad del narrador. Y lo hacemos desde esas perspectivas que hacen del discurso una posibilidad de delinear subjetividades. Así dice: “Limonov, fue un gamberro en Ucrania; ídolo del underground soviético; mendigo y después ayuda de cámara de un multimillonario de Manhattan; escritor de moda en París; soldado perdido en los Balcanes: y ahora en el inmenso desmadre del poscomunismo, viejo jefe carismático de jóvenes desesperados. El mismo se ve como un héroe. Se lo puede considerar un canalla: me reservo mi opinión sobre este punto”.
Lecturas para aquietar estos tiempos.
¡Hasta pronto!
María Paulinelli
Foto principal: iStock / www.elconfidencial.com
* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.