Por María Paulinelli *

Desde la cotidianeidad y sus sentidos, la búsqueda de la identidad y la particularidad de ser mujeres libres, únicas y autónomas, un recorrido por la narrativa de Natalia Ferreyra, Analía Bonifay y Soledad Guzmán.

¡Hola!

Un tiempo nuevo. Un tiempo que, lentamente, se transforma. Han pasado tantos siglos en la Historia de olvidos, desconocimientos; de violencias desatadas o encubiertas; de negación de posibilidades, distorsiones.

Recién, ahora –casi un siglo con sus días– la Humanidad se vuelve hacia sí misma y se hace nueva. Reconoce otra igualdad en las personas, la similitud del poder de decisiones, la paridad en el desenvolvimiento de la vida, la coincidencia en ser humanos, la composición de sociedades con una desigualdad menos… la del género.

De ahí, las miradas distintas, que marcan diferencias, y a su vez, convocan a nuevas relaciones entre hombres y mujeres.

De ahí, las palabras transformadas para nombrar esta novedosa coincidencia. 

De ahí,  ese cambio sutil que se anunciaba desde siempre, se hace real… se logra lentamente en las relaciones sociales, apuntaladas por el ordenamiento legal que también cambia. Es una identidad que transparenta una forma de estar en el mundo, de hacerlo, de nombrarlo, de imaginarlo, de representarlo, de darle la continuidad en el sosiego, el respeto, la esperanza, el reconocimiento del otro y la construcción de este nosotros.

Me llena de alegría –y acaso de esperanza– reconocer que el mundo, un poco avanza. Que el inmenso espacio de las desigualdades, puede comenzar a reducirse… en algo por lo menos. 

Y entonces, les cuento que encontré estos textos que algunas de Ustedes escribieron… y fue una revelación, todo un descubrimiento, escuchar esas voces singulares que cuentan de la vida  y… ¡son mujeres!

Historias que hablan de ellas, dichas desde esa misma condición que las identifica. La palabra que narra… y que también socava, propone, interpela, denuncia, hace memoria. Por eso lo de singularidades, como nombro los mundos posibles, que ahora leeremos.

Les propongo mirar los textos desde distintas perspectivas… con la singularidad que lo reclaman las voces de mujeres que los hablan. 

¿Me siguen en esta aventura que significa, nuevamente, la lectura?

¡Allá vamos! 

La supuesta cotidianeidad de los relatos

Natalia Ferreyra, autora de El resto de los días / Imagen: Revista Machete

El resto de los días de Natalia Ferreyra.

Un conjunto de cuentos estructuran el texto.

Son siete relatos que subyugan por la transparencia de la prosa.

Siete relatos, también, que se desenvuelven, incansables, en el devenir azaroso en que se convierte la lectura. Una experiencia particular en ese socavamiento permanente que horada, conturba y desfigura ese mundo que suponemos conocido.

Leo el título. Me embarullo en las posibles significaciones que denota.

El resto inquiere como lo que queda después de haber utilizado, conocido, consumido el todo. El resto como la parte, el pedazo, el sobrante de ese todo. De ahí esa compulsiva revisión de mi primera lectura complaciente, que se tornó descubrimiento de lo oculto, lo negado, desconocido o silenciado. Es una posible significación.

Esta es otra. El resto, como los días, aún, no sucedidos. Los días en futuro, ese por-venir que agazapa la lectura y que será distinto a este presente que revela y que releva los días transformados después de conocidos. Los días diferentes a estos relatados, porque ya se desnudaron de toda hipocresía, falacia o encubrimiento.

Y entonces, reconozco la intangibilidad de una lectura que cambia y se transforma en cualquiera de los dos posibles significados que tenga esa formulación. El resto de los días

Podría también, hablar del texto de disímiles maneras.

Opto por una. Antes, ratifico lo cotidiano del mundo que despliegan las historias. Ese cotidiano que es el hilo conductor que las enlaza pero no lo suficiente, para dejarlas autónomas, independientes. Cada una es un mundo posible que existe por sí misma, eso es lo cierto.

Dije optar por una manera de deslizarme por el texto. Elijo: los sujetos enunciadores. La voz de quien relata. Lo digo en singular, porque el plural es desechado.

Las olas –primero de los cuentos– se enuncia desde la mirada que un narrador tiende obsesiva, tenazmente, sobre ese mundo simple. Una pareja –Matías y Agustina– con sus hijos de vacaciones en el mar. Un narrador que desde la omnisciencia de quien mira, se expresa en la tercera persona que relata sin ser parte, sin inmiscuirse en ese día de playa que cuenta con una particularidad: articula su mirada desde el protagonismo de Agustina. Ella es el pivote desde el cual giran las acciones, desde donde se extienden los límites del mundo posible construido. Esa narradora –ya está explicado el género– tiene la capacidad de transitar distintos tiempos. Remitirse a un pasado ya vivido, que aparece y desgarra la sutil continuidad de las acciones. Nombrar ese pasado que se enquista en un recuerdo. El de Franco, otra pareja. No hay noticia sobre él que no la haga dudar de todo. Cualquier dato se transforma en un microbio, en un virus que le hace sentir su vida como si fuera la de otro, como si su cuerpo levitara a pocos metros del piso y desde allí se observara. Ahí, sentada en una playa de la costa de Buenos Aires, con dos hijos, y de otro hombre. Y no sucede nada que quiebre el cotidiano, la aparente realidad –desmoronada– que ahora los lectores conocemos.

Sucintamente cierra el cuento. Se para y se va al baño. Cierra con traba. Saca el celular. Amigo Franco 1, Amigo Franco 2. Marca. Llama. Tocan la puerta. Tocan de nuevo. Una, dos, tres veces. –¿Estás bien? Sí, Mati, andá, ya vuelvo a la mesa.

Los otros seis relatos se enuncian desde una primera persona –una mujer– que se convierte en protagonista del relato. La singularidad femenina se expresa así, de esa manera. Distintas posibilidades: como hija, hermana, amiga permite ensanchar el mundo cotidiano y entonces, mostrar la rajadura, la  grieta, la inconsistencia de las vidas.

Sequía: Avizora lo que está oculto, lo que se vuelve disimulo. La visita a la casa de una amiga, estructurada en seis fragmentos titulados. Fragmentos que revelan las carencias que el matrimonio, la maternidad  alcanzan en la nueva vida de su amiga. Sirven como enumeración de lo ocultado. De ahí lo de sequía. Faltantes de una libertad que se tenía, se vivía, se gozaba… y que ahora no se tiene pero que –infructuosamente– se oculta y disimula.  Por eso, el final con el regalo de un cactus y el recuerdo suscitado, metaforiza esa carencia. El camino estaba minado de cactus. Yo decía que esos árboles me daban sed y que eran lo más feo que había visto en mi vida. La abuela me retó. Me explicó que eran las almas viejas de los indios. Desde entonces, cada vez que veo un cactus cuento las espinas para saber a qué edad murió el indio libre que yace adentro.

Velocidad crucero:  Desnuda lo horroroso sospechado. El título es la metáfora que designa ese sistema que permite que el auto avance a idéntica velocidad siempre. Es una metáfora del matrimonio de sus padres que explota en la imagen del final del relato. Las gotas golpean el parabrisas con fuerza, el sonido retumba adentro del auto. Papá se aferra al volante con las dos manos, las ruedas van pegadas a la calzada. /Veo la cara de mi tío en los chubascos, tiene los dientes blancos y la sonrisa ancha, se acerca a mi madre, le habla al oído. / Ella sonríe mientras enrula con su dedo índice un mechón de su pelo./ Mamá gira la vista, nos mira de reojo, a mí, a mi papá. La sonrisa de mamá se cae al piso cuando terminamos de atravesar la cortina de agua.

La música de mi hermano. Interpela la ausencia –supuestamente– aceptada, pero que resulta en verdad, intolerable. El silencio es el recurso para tranquilizar conciencias. El disimulo lo es,  para representar la supuesta normalidad de la familia. Mañana se cumplen siete años desde que Enrique se fue. Mis padres todavía tienen la idea de que desapareció y que alguna noche de estas volverán a sentir el ruido, el de la llave girando en la cerradura de la puerta del garaje. Que reaparecerá frondoso y sano como un árbol adulto. Yo prefiero que las cosas sigan así, que Enrique siga inactivo, inmóvil como un fantasma. La imagen final, resume la verdad de la historia del hermano.  Una historia de drogas, violencia y marginación.  Firmaba con una calavera y con un corazón rodeado de púas.

Postura invertida:  Muestra la inconsistencia de ciertas propuestas de paz y de armonía. La descripción de una clase de gimnasia. La mirada oblicua que atraviesa con ironía, las supuestas propuestas. A veces, me siento un perro. Un animal viejo y ciego, tratando de deglutir un hueso que es de plástico. La imposibilidad de sentirse incluida, de ser una más del grupo. De ahí lo de invertida, en cuanto el impedimento  explicitado.  Doy vueltas mi cabeza como si quisiera pararme con la coronilla mirando hacia atrás. Ahora miro con la boca y como por los ojos. Me acuerdo de los contorsionistas que aparecen en los programas de madrugada y mi propia imagen me deprime.

Mesa para cuatro: Descubre la falacia de ciertas relaciones. Los hermanos –cuatro– se reúnen para plantear una solución a los problemas del matrimonio de sus padres. Saco la hojita que escribí en casa, donde anoté lo que sé hasta ahora y aquello que supongo. Miro el papel y es un gran mamarracho, un árbol gigante y desproporcionado con demasiadas ramificaciones para sostenerse en un solo tronco. Pensar que nosotros salimos de ahí, me da náuseas. Increíble síntesis de lo que luego se relatará. Una imagen certera de la falsedad de la familia. Padres entre sí. Padres e hijos. Hermanos entre sí. Relaciones tóxicas… prolijamente ocultas.

Los ruidos de la selva: Revela la inconsistencia de ciertas relaciones. Dos amigas de vacaciones en un lugar tropical. El relato de una excursión. Las contradicciones, las paradojas de esa relación explicitadas en las situaciones que se generan en el recorrido. No es un grito. Es el rugido de una gran garganta que tiene carraspera. El sonido amplificado de la panza de un obeso después de un año entero de no ingerir alimentos, Primero se escucha que algo se agita y después vienen el aullido fuerte y final. Así pasan de a uno de a dos. Situaciones que patentizan las  inconsistencias de dicha relación. Hago el esfuerzo para recordar qué es lo que tenía que hacer si le agarraba lo de la cabeza pero me doy cuenta que nunca lo supe. Que yo conocí a Tania después de los ataques y que siempre simulé entender qué es lo que tenía. Me siento un ser horrible. El final lo resume acertadamente. Quiero arrodillarme y llorar, Tania empieza a subir los peldaños con la fuerza de un comechingón, de un mapuche, de un nómade en busca de tierra fértil. Hago la cabeza hacia atrás, junto los omóplatos, hago sonar la espalda. Miro para arriba y tres pájaros vuelan a media asta sobre mi cabeza. Son negros y tienen el pico rojo. 

Entonces, al finalizar la lectura, el sentido de resto, emerge, nos deslumbra, nos deja anonadados. No solo los días por-venir son y serán distintos para siempre. También, cada mundo narrado, se pierde en un marasmo, se diluye, se desmadra… se convierte en solo un resto.

Increíble la capacidad narrativa de los recursos que varían según los relatos enunciados. He transcripto fragmentos que de alguna manera, explicitan ese sentido de resto… Esa singularidad de mujer deshilando la trama cotidiana para mostrar como el horror, la falsedad, la carencia, ocupan este mundo… que es el mundo posible que relata.

Hermoso. ¿No?

La búsqueda, el encuentro con la  identidad

Analía Bonifay, autora de El cuarto de los santos

Analía Bonifay escribe El cuarto de los santos.

Cinco capítulos, precedidos por epígrafes, estructuran la novela.

Una novela de un mundo posible donde acontecimientos, tiempos, lugares, se mezclan, se fusionan con historias de hombres y mujeres. Aquellos existentes, rastreables en el mundo real. Ubicables en la Historia. Documentados. Estos –los sujetos de acción– personajes verosímiles, reconocibles, creíbles totalmente. Protagonizan acciones, situaciones diversas. Conforman así, en esta ambivalencia de lo real/ imaginado  un mundo posible abigarrado, enmarañado, heterogéneo, difuso por momentos. Un epígrafe de Claudio Magris, ilustra esto que digo. El tiempo se adelgaza, se alarga, se contrae, forma grumos que parecen poder tocarse con la mano o se disuelve como bancos de niebla que se disipan y desvanecen en la nada. Así, la novela se dispersa, se ordena, se reúne, se cierra finalmente. Entendemos, entonces, que esa multiplicidad es necesaria en ese mundo posible que es uno solamente… por la complejidad de la vida que relata.

Pienso en una imagen que pueda referenciarlo, mostrarlo, hacerlo asible… Se me ocurre un árbol que se alza, que crece, que se expande. El tronco es el sustento que ordena las historias que se escapan en las ramas, en las hojas que hacen el follaje. De una u otra forma, todas muestran la singularidad de las mujeres en las distintas situaciones que se narran. Una singularidad que enfatiza las búsquedas, las indagaciones, los distintos recorridos que conducen indefectiblemente al encuentro con ellas mismas en una cierta trascendencia. Esa trascendencia  que es la identidad pasible de reconocer, de hacerla propia.

El texto resulta así una metáfora sobre el sentido de la vida.

Una metáfora que se desplaza en los capítulos que estructuran el texto y que finaliza en ese Cuarto de los santos, que da título al libro. 

Les decía, multiplicidad de historias. Los narradores, oscilan entre la tercera persona y la primera. Aquel, registro minucioso, desde distintas perspectivas a los protagonistas. Lo hace con la omnisciencia que permite el entrecruzamiento de tiempos y de espacios, que posibilita que la memoria avance en el pasado, que puede relatar de una u otra manera, el mismo acontecimiento, el mismo hecho. Pero, de pronto, se transforma en el narrador protagonista que inquiere sobre sí mismo, que se explaya como una inundación que trastorna, muta, cambia. Lo hace intempestivamente. Sin ningún tipo de recursos. Solo se hace voz… y así también, desaparece.

Es esta ambivalencia de voces narradoras, lo que muestra esa complejidad, esa multiplicidad que caracteriza a la novela. Y así, la historia termina siendo solo una que se va enhebrando, desgajando, pero que deja incólume a Laura en su viaje interior. Lo entendemos solamente al terminar el texto, al llegar a ese cuarto donde termina el viaje.

Los capítulos proponen lo que parecen historias diferentes, solo unidas por los personajes que transitan, que emergen y que también desaparecen. De ahí, lo que les decía de relato enmarañado… una maraña que se hace transparente cuando finalizamos la lectura.

El primer capítulo se titula Verde Lima. Narra morosamente la compra en una pinturería. Laura, su marido –los clientes–  y Gastón Lencinas, el vendedor, situación que continúa en el relato con la posterior separación de la pareja. El cambio de narrador, posibilita explicitar la situación anímica de la mujer al separarse. Habla entonces, ella, como protagonista, con la relevancia que supone su singularidad como persona. La ilusión de ser descubierta estaba empañada por el temor a ser olvidada, y así, anclada anduve por el mundo mirando sin ver y dejando pasar la oportunidad de vivir en plenitud. Una mujer que se va con la premura del desamor, no se asoma al mundo, se somete a él. La narradora, concluye explicitando el sentido de ese acontecimiento, que puede parecer nimio, en esa trayectoria. Nunca tuve un recuerdo más nítido, tal vez haya sido mi primer recuerdo genuino, el olor a tiner de esa pinturería, las tarjetas voladoras, Lencinas, sus dedos, sus uñas masticadas. Todas y cada una de las versiones del Gordo contando la anécdota de la elección del verde. La pluma se quedó para siempre en la página 56, una pluma gris y deshilachada, de alguna de esas palomas tristes, gordas y urbanas que todos odiamos un poco. 

El segundo capítulo, El Albo, asombra por la versatilidad de los narradores. De uno a otro, de ese otro a otro diferente… y así, se cuentan los recuerdos de los protagonistas. Recuerdos que continúan el diseño de esa trama que es la historia. Un partido de fútbol que sucede y se interrumpe para continuar en   uno más lejano. Presente y pasado siguen completando la trama, con las voces que se suceden… mientras la vida continúa. Yo quería ser comentarista de fútbol mientras cortaba maderas y escuchaba a Orlando Marconi en la carpintería de mi viejo. Años después le vendí un tarro de veinte litros de pintura látex para exteriores color verde lima a una pareja, el Gordo era exasperante, la mujer era todas las mujeres. Era Laura con un libro sobre el regazo, era Laura gritando el gol del Albo, era Laura acariciando el gato mientras lee, era Laura cerrando esta puerta.

El tercer capítulo, Roberto Cognini, introduce otro protagonismo, el de Marisa. También, nos posibilita revisar décadas pasadas con la violencia del patriarcado  y el autoritarismo de la Dictadura Militar en Argentina. Se suceden, así, las historias que interpelan los excesos, los abusos, la intemperie de las mujeres en una sociedad sin límites al poder en sus diversas formas. Un párrafo lo sintetiza.  Al trabajo, sí,  podría cuidarlo a expensas de su dignidad, ahora, cuidarse a sí misma, eso lo dudaba. A su vez, el texto se convierte en un documento de la época. Así afirma. Goles y escuadrones de la muerte, convivían en la misma algarabía e inconsciencia. El relato sintetiza mediante el recurso de un sueño relatado, la significación de las distintas historias, vinculadas a Marisa. Todas estaban allí, sin hablar, cada una sin reparar en la presencia de la otra. Marisa las veía a todas, incluso a sí misma desde la perspectiva del soñador, todo era lógicamente probable aún en las coexistencias atemporales. Un recurso que metaforiza –sutilmente–  la situación de las mujeres: sin reconocerse entre ellas, en silencio, en diferentes situaciones.

El cuarto capítulo, Del otro lado del deseo, avanza con las historias de Laura, Gastón y Marisa. Insiste en la relevancia de la memoria, pero de una memoria teñida de la subjetividad de las cosas mínimas, sensibles, creativas de la vida. Subjetividad  –finalmente reconocida– de las mujeres. Este y tantos otros trazos de cotidianidad se evocan en la memoria, fijando los más inusitados detalles que en los momentos menos previsibles, se revelan. Porque así funcionan los recuerdos, asaltan las mentes con diversos objetivos, ofician de distractores, de mecanismos de dejá vu, para obsequiarles un poco de la magia de la predestinación que toda realidad necesita para sentirse menos real.

Las historias se cierran. Con sabiduría afirma: Las grandes pérdidas, los duelos que le siguen y las situaciones límite promueven los cambios necesarios para acomodar la vida a las nuevas circunstancias.

Finalmente Gastón entiende –y con él, nosotros, los lectores–  el breve texto de Ricardo Reis –novelista portugués, personaje de la novela de José Saramago–  que se reitera en el relato. Aquí termina la tierra y empieza el mar. La vida, pues, como un desplazamiento constante para llegar a la identidad. Las imágenes de la tierra y el mar, lo dicen todo.

El último capítulo, El cuarto de los santos, relata el fin de la búsqueda de Laura. El milagro se produjo un domingo, no fue un milagro tipo haz de luz cegador, ni tampoco se derramaron sangre y lágrimas, nadie recuperó la vista, ni sanó dolencias terminales, ni experimentó una epifanía, ni se topó con el rostro de deidad alguna. El poderoso influjo de la cotidianidad en un momento que condensa muchos otros y que no tiene nada de singular excepto el hecho de resultar memorable para, al menos, una persona.

Ese milagro es el armado del cuarto de los santos. Un espacio propio que crea Laura –y que me recuerda al Cuarto propio de Virginia Woolf–. Es que las mujeres queremos nuestro propio espacio, metáfora de la necesidad de vivir nuestra propia existencia en libertad y con la singularidad de ser únicas. 

La trascendencia que confiere Laura a las distintas creencias religiosas, se explicitan en el texto poéticamente. Sorprenden. Encandilan.

Las últimas palabras metaforizan finalmente el encuentro de Laura consigo misma. Entonces, un manantial fluye del alma, que es de lo único que se siente consciencia mientras el milagro sucede, y el torrente desbordado arrasa con el último tramo entre la tierra y el mar.

He seguido, casi meticulosamente, el derrotero de los protagonistas. Un derrotero que finalmente decanta, y se hace transparente en ese milagro que nombra Laura. Milagro o transformación. Yo diría, la culminación del camino. Finalmente entrar al mar.

Ahora sí, diremos las mujeres. Ahora, sí, allí está el mar. Hemos llegado.                   

Esa particularidad de ser mujeres libres, únicas, auténticas

María Soledad Guzmán, autora de La perdición de Adán: una mujer valiente

La perdición de Adán: una mujer valiente de María Soledad Guzmán.

La perdición de Adán… hermosa metáfora que designa a las mujeres. Una metáfora que propone en los  distintos relatos, el protagonismo de ellas en estos tiempos que vivimos… Mujeres que, de esta manera, se convierten en las heroínas que, –al asumir su identidad– logran  ser personas… De ahí la perdición de Adán como metáfora de la negación de la unicidad del hombre como género.

El título referencia, delimita, califica. Por eso, también, enuncia: una mujer valiente. Mujer como síntesis de todas las mujeres. Valiente como la cualidad que las identifica. Conjuga la determinación, la autonomía, la libertad. Representa un nuevo paradigma, una forma de estar en el mundo, luego de siglos de ausencia del poder, de las palabras, de la Historia.

La mujer protagonista es esa mujer valiente que logra la perdición de Adán –genérico de los varones–. Esa perdición que significa el reconocimiento de un nuevo paradigma.

El género femenino se definiría desde el título –entonces– desde otra perspectiva: podría ser la de una mirada que muestra, pero también transforma. Puede adelantar así, la significación que plantea la lectura: develar nuevas verdades, reconocer protagonismos diferentes.

El Prólogo de Eliana Márquez enuncia la significación del texto. Hablar sobre este libro es hablar sobre los sueños y la lucha constante por alcanzarlos. Esos sueños que metaforizados en el título –como decíamos– significan un distinto reconocimiento de la mujer en la sociedad. Por eso, Soledad elige los relatos como esa modalidad discursiva que permite, desde las múltiples historias, mostrar ese protagonismo diferente. La vida de cada una de ellas está signada por problemáticas cotidianas como la violencia de género, la discriminación o la trata de personas. Problemáticas que atraviesan la vida de sus protagonistas pero que no las doblegan. Al contrario, la lucha constante por alcanzar su libertad, concretar sus sueños y hacer realidad sus ideales está siempre presente.

Eliana Márquez particulariza  la identidad de las protagonistas. Las describe. Logra adentrarnos en ese universo narrativo que prologa. A medida que transitamos por los distintos relatos nos estremecemos: como con el de una joven mujer guardia cárcel y madre, o la de una niña que decide acompañar al dueño de un circo en su recorrido por el mundo y por la vida. O la de una mujer encerrada en un prostíbulo, para quien el fútbol significa mucho más que un deporte.

Subraya, además, el carácter realista de los relatos que muestran una realidad verosímil, existente, con la autonomía de mundo posible que también, referencia y representa. De donde la vinculación con lo real. De ahí, también, la elaboración estética de un discurso que muestra pero que también, compromete. Por eso, concluye, señalando: Sin duda La perdición de Adán: una mujer valiente es una invitación de María Soledad a disfrutar y a reflexionar sobre las realidades que nos rodean y nos atraviesan, pero también es una soplo de aire fresco desde el momento en que nos alienta a creer que un mundo mejor es posible si luchamos sin cesar y con las mejores armas: aquellos valores universales que nunca fallan: la educación y la libertad. 

Ocho relatos autónomos, estructuran el texto.

Ocho historias que presentan un universo narrativo que se adecua a las pautas del realismo: verosimilitud y representación / referencialidad. Un narrador en tercera persona ordena las acciones y muestra desde su omnisciencia a los protagonistas en un tiempo y un espacio perfectamente reconocible. Asimismo, incluye  elementos característicos de la época o del entorno natural o social.  De ahí, también, la importancia de la inclusión de modismos del habla popular que confiere mayor posibilidad de acercamiento a ese mundo narrado, con la consiguiente identificación de los lectores. De tal manera, los supuestos estéticos se adecuan a los objetivos reseñados en el Prólogo y metaforizados en el título del libro.

¿Cuáles son los enunciados? ¿Las problemáticas propuestas? ¿Cuáles las acciones narradas?  ¿Quiénes son los/ las protagonistas? ¿En qué tiempos y en qué espacios?

Corroboro lo señalado en el Prólogo: las protagonistas son mujeres. Mujeres que soportan la violencia patriarcal o del sistema político en sus distintas formas. El nudo del relato implica la transformación de ese sujeto femenino en un sujeto autónomo, consciente de su libertad y sus posibilidades.

El tiempo es perfectamente reconocible: un presente o un pretérito cercano. De manera similar, los lugares se identifican, no solo por la denominación, sino por la descripción exhaustiva que posibilita el reconocimiento o completa las significaciones del relato.

Reconozco una especie  de homogeneidad en la estructura de los cuentos. Una similitud en el desarrollo de las problemáticas y en el crecimiento de los personajes.

Decido leer con ustedes uno de ellos. Quizás, porque presenta perspectivas múltiples en la historia. Quizás, porque son varios los sujetos de acción que se transforman.

La historia se centra en Inés. De ahí, el título La Inés. El artículo determinante –la–  remite a un modismo del habla cordobesa: se antepone al nombre propio. Jerarquiza en la identificación a una mujer designada y conocida así: La Inés.

El cuento, se estructura en fragmentos. Esta separación indica las distintas secuencias de la vida de la protagonista que se corresponden con el logro de su autonomía. Se suceden así, las distintas situaciones de desamparo e indefensión de las mujeres. Inés nace sin la presencia del padre. Se ha ido a trabajar en la cosecha… y no volverá más. El abuelo suple las carencias de su hija y nieta.  La madre se traslada a la estancia donde trabaja al servicio de la dueña. Se muestra la solidaridad entre ambas. Esa mujer –violentada por su marido– sospecha la lascivia del sobrino por Inés. Por  solidaridad  protege a la muchacha.  Entonces, por primera vez en su vida, se atrevió a enfrentar a su marido y exigirle que alejara al muchacho de la Inés. Ella sabía cuál era el destino de las jovencitas que a éste le gustaban. El patrón, furioso por el atrevimiento, la dio una paliza memorable. Otra situación de violencia. Otra situación, también, de solidaridad.  La mujer abandona su marido. Todo iba bien, hasta que la patrona, harta de los abusos de su marido que continuaba con sus andanzas y se candidateaba para gobernador, se marchó a Europa  llevando por dama de compañía a la madre de Inés. Nueva situación de desamparo para Inés. Denuncia de los abusos del poder patriarcal, ahora desde la política. El patrón ganó las elecciones, a punta de pistola en muchos casos, haciendo votar a los muertos en otros y perdiendo padrones también.  El sobrino seduce a Inés y la viola brutalmente. Ella queda embarazada, el padre no acepta y la somete a un aborto impunemente. El abuelo intenta defender a su nieta, pero es salvajemente castigado y muere. Se patentiza así, los excesos de un poder sin límites. El patriarcado suma el ilegítimo poder de una política autoritaria.

Inés trata de rehacer su vida. Decide viajar a Buenos Aires, la patrona la recibe y consigue trabajo para ella y su madre.  Allí comienza la transformación de la muchacha. Estudia medicina, se recibe y entra a trabajar en una clínica. Pero, su experiencia de violación, el aborto no consensuado, la muerte del niño y las consecuencias de imposibilidad de engendrar nuevamente, sumado a la memoria de las carencias en el pueblo, la lleva a elegir a las mujeres violentadas y desamparadas como sujetos de su profesión. Forma una Fundación que rápidamente crece y que alcanza un reconocimiento en el Congreso de la Nación. Allí, coincide con el homenaje a Don Manuel –su violador–  por su labor en pos de la conservación de las tradiciones santiagueñas. Inés en su discurso, lo denuncia públicamente por la violación y sus excesos. Los enumera uno a uno. Fue entonces, que quise ser médica, para salvar a todos los abuelos que las nietas adoran en el mundo: para atender a las nietas que se desangran en un patios; para curar los vientres que quedaron infértiles por el ultraje recibido… así que gracias Don Manuel   ¿o debo continuar diciéndole patroncito? Gracias, su crueldad me empujó a una carrera de servicio y logros. He compensado a mis dos hombres muertos haciendo nacer a miles y he llenado de hijos ajenos, el espacio vacío del hijo que me mató.

Un discurso  de denuncia que es, a su vez, una proclama de los derechos de la mujer, la afirmación de su libertad y  autonomía. Pero además, propone la transformación del dolor en alegría, de muerte en vida nueva, de sojuzgamiento en igualdad. Ha logrado totalmente su reivindicación. No solo en la denuncia pública, sino en el compromiso como mujer para un mundo algo mejor.

La cronología  de los acontecimientos se enuncia en el pretérito. Solo se altera,  en los fragmentos decisivos en la transformación de Inés. El inicio con la presentación de la protagonista. La Inés, se llama así por nacer justamente el día de Santa Inés. Un presente que actualiza la permanencia de la protagonista y de su historia. La Inés llega al rancho y le cuenta todo a su abuelo.  Otro, en el recurso de recordar la muerte del abuelo desde un presente donde decide ser médica. La Doctora Inés mira la foto del abuelo, la tiene colgada en su consultorio al lado del título de médica y rodeada por tantos diplomas. Fue cuando él se le murió en los brazos que quiso estudiar para médica. Para tener un poquito de poder sobre la vida y la muerte. Para preservar la vida y evitar la muerte

Releamos esto. Los motivos explicitados. Tener poder sobre la vida y la muerte. Evitar la muerte y preservar la vida. Tremendo. ¿No? 

También,  usa el presente n la secuencia final cuando se prepara para enfrentar al hombre responsable de  su violación cuando adolescente. El presente se convierte en la mirada a ese futuro que enuncia un tiempo mejor… no solo para ella, sino para otras mujeres.  Repasa el discurso que leerá en el Congreso. Es importante ese acto. La distinción le valdrá apoyo de muchos sectores para su fundación. Apoyo que se traducirá en aparatología de avanzada para su consultorio móvil y sueldo de profesionales. Y más mamás, dando a luz en condiciones dignas.

El cambio de tiempo verbal –de pretérito a presente– confiere una inmediatez a la lectura que permite la identificación y comprensión de esas situaciones definitorias. La transformación de presente en futuro, significa los cambios necesarios que se producen con la transformación de la protagonista. Todo desde un realismo que muestra, pero también propone. 

Los espacios connotan las vivencias de los protagonistas. De ahí que son meticulosamente descriptos cuando metaforizan el desabrigo y la intemperie de una sociedad, no solo patriarcal en su organización, sino en el uso y abuso del poder político. De ahí, que la ciudad no se muestra, Sí, el lugar de nacimiento, de la infancia, de la adolescencia y de la violación de Inés.  Santiago del Estero es el espacio. Escuetamente Soledad lo describe. … cuando el calor de enero secaba hasta los poros de las personas que pisaban Santiago.  Y de ese lugar, prioriza el algarrobo que sintetiza las virtudes del abuelo, ese hombre que marcó la vida de Inés, positivamente. La otra versión de los varones. Él era recto pero dulce y protector como el algarrobo, que daba sombra, madera fuerte y perdurable y un fruto delicioso.

Un relato prolijamente narrado. Certeramente enunciado. No se agota en  sí mismo. Resulta, también, un manifiesto.

Un manifiesto de la capacidad  de las mujeres que se enfrentaron y se enfrentan  a las distintas formas de violencia patriarcal y política para hacer de este mundo un lugar con menos desigualdades, con más libertades.

Un espacio para todos y todas.

Y aquí estamos. Un largo pero intenso recorrido.

Singularidades, decíamos. Singularidades de ser mujeres… hoy, de otra manera. Más mujeres que nunca.

Más enamoradas de la vida.

Más solidarias. Más seguras. Más… más libres. 

Nos vemos pronto, pronto.

Gracias por acompañarme. Me hace feliz saber que están del otro lado. 

María

 

Textos 

Bonifay, Analía. 2021. El cuarto de los santos. El Emporio Ediciones. Córdoba.  Ferreyra, Natalia. 2016 El resto de los  días. Editorial Nudista. Córdoba. Guzmán, Soledad, 2015. La perdición de Adán: una mujer valiente. Ediciones de autor. Córdoba.

 

* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.