Por María Paulinelli *
La diversidad de territorios e identidades, los infinitos fragmentos de humanidad y la empecinada esperanza del mundo, vasos comunicantes entre los relatos de Nora Pojomovsky, Sol Aliverti y Ariel Halac.
¡Hola! De nuevo con ustedes.
Un torbellino de vientos permanentes, nos embarulla las cosas… También, las ideas, las visiones. Esperamos en vano, la lluvia que calme, purifique, que afirme la luz, la transparencia.
Y así, estamos.
Me quedan de ustedes, pocos textos. En noviembre pasado, aparecieron dos nuevos. El gran río, de Sol Aliverti, y Parir en tierra ajena, de Nora Pojomovsky. Antes, en el 2013, No había que hacer negocios con argentinos, de Ariel Halac.
Los leo. Veo que tienen un rasgo común. La multiplicidad en el discurso. La multiplicidad en los fragmentos en los relatos. Parecen diseñar desde esa multiplicidad, una mirada más serena sobre este mundo que habitamos. Más amable. Más cercana a la esperanza.
Y entonces, los invito a que veamos estos mundos posibles que diseñan.
Que encontremos la significación de esas multiplicidades que los hacen… para poder estar, así, un poco menos tristes.
¿Empezamos?
Dar a luz una esperanza
Nora Pojomovsky escribe Parir en tierra ajena.
Leo el título. Lo leo y lo releo una y otra vez.
Me detiene esa conjunción de un espacio de vida y ajenidad al mismo tiempo. Una simultaneidad que me conmueve.
Parir en tierra ajena. Dar a luz… en un espacio al que no se pertenece, que es extraño.
La ajenidad –ahora y como siempre– me golpea. Me inhibe en la comprensión total de ese significado. Me remite a lo extraordinariamente carenciado. La extrañeza, la no pertenencia y la exclusión. Ser el otro. La imposibilidad de ser nosotros… en un territorio que no se siente como propio.
Es la metáfora de un mundo implosionado, me digo. Son tiempos oscuros estos que vivimos. Los territorios mudan impotentes. La vida se retrae… Parir –en cuanto maravilla de la reproducción, la continuidad, la permanencia– se desdibuja. No tiene alegría, ni luz, ni transparencia. Resulta un hecho vaciado de humanidad… a veces, solo un mecanismo.
Abro el libro.
Un epígrafe de Marcel Proust, me indica el recorrido. El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en ver nuevos mundos, sino en tener nuevos ojos. Descubro una rendija de esperanza en esa posibilidad que resulta la mirada como reconocimiento de lo nuevo.
Entonces, leo.
Quince relatos dibujan un mundo posible que horadan las huellas de otros innumerables mundos relatados. Simula un vasto y genial caleidoscopio que mezcla las formas y colores para –siempre– empezar con otra historia. Otra historia que devela otro mundo posible diferente. Pero todas, desde la ausencia, el silencio, el vacío que condicionan una vida… o varias vidas. La falta de contacto con la tierra como ese sostén que confiere identidad.
El desmembramiento de la familia, de los grupos que generan pertenencia. Las tradiciones, los mitos, los resguardos de los pueblos se convierten en zonas opacas que a veces, se ignoran, otras resultan obsoletas, muchas conducen a la inoperancia en esos tiempos nuevos que se habitan. La sociedad parece sedienta de una singularidad identitaria que expulsa lo distinto. No solo en los sujetos migrantes, sino también en la imposición de una uniformidad que altera la libertad de pensamiento, de acción, de decisiones. Vivir puede resultar una experiencia inmensamente triste.
Nora así lo testimonia… para mostrar que aún es posible la esperanza. Por eso apela a la multiplicidad, a las palabras como sostén de lo humano y de un mañana.
Esa multiplicidad de las figuras me encandila.
Una multiplicidad que se expande y se renueva, no solo en las historias que la conforman, sino en el discurso que las dice. Las palabras, así… giran y giran. Nos posibilitan la increíble recurrencia de escuchar los susurros verdaderos en la transcripción del habla particular de cada espacio. También, se acomodan a la urgencia de describir, narrar, testimoniar para erradicar la inautenticidad, lo que no es propio.
De ahí la relevancia que adquieren los epígrafes que inician cada historia. Conforman un mosaico de la sabiduría de cada espacio, de cada territorio. Desplazan los interrogantes que sortean las distancias de los mundos distintos que se narran.
Los títulos también rezuman esa posibilidad de creatividad.
A veces, desde una referencia escueta. Parir en Ramadán. Los ojos de Buda. Aluden al lugar de la historia. Ecuador. Lo tiñen de significaciones. Mamá África.
Representan significados simbólicos. Quasar
Enuncian metáforas que condensan significaciones. Como una oveja con miedo. El barrendero llevará mi sombra. El hilván de la memoria.
Incitan a comprensiones distintas. Darle un lugar a los muertos. Quien puede renunciar a las raíces.
Así, ratifican una singularidad que retrae la ajenidad que se relata.
Una singularidad que también se manifiesta en los narradores de cada historia. Una singularidad que deviene en la exacerbación de las posibilidades narrativas. Un narrador, en tercera persona que ausculta, observa, interpreta en la omnisciencia que denota. Un narrador en primera persona –desde el yo singular a la pluralidad propia del nosotros– permite el testimonio, la comunicación de la experiencia y la particularidad enunciativa. También, una segunda persona en esa apelación, esa interpelación entre protagonistas que los enriquece significativamente. Asimismo, se muestra en la escritura de cartas, como otro recurso explicitado.
Todos estos narradores trabajan los traspasos en el tiempo. De un presente a un pasado. De un pasado a otro más remoto. Esto permite el dinamismo imprescindible para la inteligibilidad de la problemática narrada.
Y como posibilidad, también la alternancia de textos que permiten entroncar voces diferentes. Pozo del viviente que me ve. El pasado de la tradición que está presente y confiere esa identidad que no se reconoce. La voz del narrador se enhebra con textos bíblicos de historias sobre la maternidad y sus significados. Propone, así, una comprensión de la gestación en situaciones especiales.
Asimismo, usa el diseño de distintos tipos de letra para marcar los enunciados de las distintas voces.
Los elementos del relato permiten reconocer esa multiplicidad mostrada en los recursos. Así, los espacios se definen en una pluralidad de lugares diferentes. Son parte del planeta. Lejanos. Más cercanos. Pertenecen al territorio en el transcurso de los tiempos. No de naciones o de patrias. Solo tierras. Así dice: Besé varias tierras menos la mía. Digo tierras, nunca patrias.
Los tiempos están enraizados en el siglo que pasamos. No parecen terminar, ni transformarse con los ciclos de la vida. Están allí, fijados en ese congelamiento que solo tiene la carencia de lo humano.
Las historias son diversas. Imposibles de ordenar en esa autonomía que logra definirlas.
Hay un sesgo –sin embargo– que logra establecer una mirada. Una mirada que descubre la ajenidad. La extrañeza. La soledad. La opacidad de los pasados y el presente. Huyo es lo que hago. Me tragará el olvido. Soy un extranjero, un cuerpo desleído de presente que va perdiendo su significado.
Me doy cuenta que cada relato es un signo del desarraigo en sus mil formas. El desarraigo del mundo que estamos habitando. Por eso dice: Tu padre decía que ya ni nos parecíamos a nosotros mismos.
Y entonces, me pregunto: ¿Por qué ese título que habla de parir en tierra ajena? ¿Es la referencialidad del primer relato lo que invade y nombra a todos?
Pienso y pienso. Recorro los límites de cada uno. Las brillantes figuras, se empecinan en seguir diseñando esos mundos posibles… tan distintos. Siento que el texto es una sola metáfora que nombra al mundo. Que habla del tiempo que vivimos. Por eso, parir, significa aquí, empezar la vida. Ya no desde el vientre que expulsa y abre al mundo. Sino desde el sujeto que nace en esa instancia. Es el abrirse a la vida, pero de un sujeto que lo hace en tierra ajena.
Ese abrirse a la vida se transmuta en variadas posibilidades y situaciones. No es solo el nacimiento. Es la construcción de una identidad. Es empezar a reconocerse como uno, como alguien con un rostro, un nombre, una historia, un pasado y un tiempo nuevo que se inicia. De ahí, la referencialidad de la metáfora.
También la posibilidad de referenciarla nuevamente. En otras situaciones, en otros protagonistas. Así, en El hilván de la memoria, Nana hace muñecas. Metaforiza el acto de parir, del nacimiento. Una acción que se repite en las mil formas de reconocerse, de ser alguien. Nana deja deambular las imágenes que surgen en el acto de coser. Enlaza lo que duele al inicio de todo cuando nadie era víctima de nadie. Cuando era barro amasado. Cuando alguien la quiso sin más. La vemos agregar los rellenos de algodón que luego serán brazos y piernas. Después llevará a su pecho la obra a medio hacer, porque las verdaderas obras se hacen con latidos. Nana solo quiere que quien lo reciba vuelva de regreso a su mejor niño y más allá. A los ancestros. Al espacio circular que alberga. A la divinidad donde no se atreve la razón a poner algo en duda.
Recorro las historias. Esa multiplicidad de los recursos discursivos, se acompasa con la dispersión en los espacios y en el tiempo, en la diversidad de protagonistas y sus acontecimientos.
El mundo es enorme, me digo. La Historia tiene demasiados sucesos no resueltos, ocultos, sin voz alguna que los nombre. Por eso, Nora habla de ellos. Los visibiliza, los muestra, los expande…
En Como oveja con miedo, le da voz a una de esas tantas historias: Ella que se creía sola en el mundo. Ella que corría con tanta libertad por la montaña, con el persistente anhelo de ser querida por la gracia de estar viva.
Y entonces, les propongo un recorrido por historias que se completan, se reiteran, se olvidan y empiezan nuevamente… en esa dispersión de espacios y de tiempos. Personajes de un mundo vaciado del sentido de la pertenencia a un territorio. Pertenencia que implica la familia, los grupos sociales, las manifestaciones culturales, el lenguaje, la tradición y los terribles mandatos patriarcales. De ahí la inmensa soledad de los protagonistas. El miedo. El temor por ser distintos. La errancia permanente.
Una uniformidad parece haber cubierto el mundo, donde los diferentes no son reconocidos, no tienen voz, ni siquiera son presencia. Ser diferentes en unos tiempos en que eso es imposible.
Parece estar prohibido el deambular por el planeta que es de todos. De ahí las referencias a los desarraigos causados por las guerras, las migraciones obligadas, las existencias no aceptadas. Historias tan viejas como el mundo. Es que la barbarie no dejaba a nadie fuera de juego, que en un instante imperceptible lo impregnaba todo. Y que a partir de allí, nadie sabía quién era. Que por eso te habías ido.
Esa uniformidad tiñe a la sociedad en su vida política. El autoritarismo, en sus mil formas, lleva al exilio. El exilio como único recurso para sobrevivir, para seguir viviendo. Por eso, las huidas, los ocultamientos, las persecuciones… y, entonces, el vacío. La ajenidad de no poder respirar el aire del lugar donde se vive. El odio, el rencor, la negación de la libertad, de la palabra que da vida y testimonia.
En ese territorio inmenso que es el mundo, en aquel siglo que concluye, en este siglo que ahora empieza, hay resquicios de esperanza. La mujer que da a luz en Ramadán, le habla a su hija. Mi niña musulmana de ningún lugar. Mi niña libre como el mar. Mi niña fugitiva. Y el texto continúa: Desde los ventanales del hall principal vio como las velas de los barcos de los pescadores se abrían sin mezquindades. Ella también ensayaba un vuelo.Así afirma la posibilidad de la vida en esos seres que parimos. Dice, entonces: Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo que somos capaces las mujeres, crecías con la insolencia de las plantas, con el esplendor de las magnolias. Como nacen de repente los grillos y las chicharras en los días de calor.
Y así, en espacios mínimos de los relatos, se cuela una luz, la transparencia que permite reconocer que pese a todo, no está perdida la esperanza.
Por eso, los dejo en la lectura.
Maravilla cómo se dicen los relatos. Las palabras que –como decía más arriba– giran y giran para llenar con un poco de belleza este mundo que se ha vuelto opaco, deslucido.
Son resquicios… pero es algo.
Es un mundo posible en la multiplicidad, me digo.
Un mundo posible que puede hacer más humano el tiempo y los espacios.
Fugacidad y permanencia
Sol Aliverti escribe El gran río.
El gran río, me digo… y exclamo al mismo tiempo: ¡Qué maravilla ese título! Cuanta sabiduría condensada.
Increíble metáfora que une la significación última del texto, con los simbolismos presentes desde siempre sobre el agua, el río, el tiempo, el movimiento…
El texto es, también, una experiencia distinta de escritura. Una experiencia que supone el azar, lo contingente y lo aleatorio como formas de enunciación y en consecuencia, del proceso de lectura.
Pero vamos por partes.
¿Por qué el gran río? El río se anuncia ya en la tapa con esa línea que divide la hoja –el mundo simbolizado– en dos partes. Una, la de arriba, tiene árboles que son distintos. Dos tienen el sol del amarillo. Los otros tres son bosquejos de pinos o de alerces, tienden hacia el cielo. La otra, la de abajo, es el río que se diluye en la infinitud que una representación –solo sugerida– causa. Puntos que se esfuman. Puntos que remiten a la incompletud del mundo… también, a la infinitud imposible de representar, así que resulta una posible sugerencia.
El río es un elemento de la naturaleza, cargado de simbolismos. Los humanos, desde siempre, apelaron a su imagen para señalar la fugacidad, el movimiento, la instantaneidad de un momento… y con ellos, su reverso. La permanencia de ese fluir que no termina, la presencia que no se diluye en las ausencias. Solo el río que se deja ir, que asume el recorrido que la naturaleza ha dibujado de antemano… y que puede alterar una crecida, una sequía, para luego retornar y seguir siempre.
Un recorrido –completamos– con las circunstancias que recoge en el camino. De allí, que Sol solo coloca un adjetivo para identificarlo, para decir cuál es su río. Es el gran río, me contesto. El río, que tiene la capacidad de lo posible. El río que es único en esas cuatro letras que logran definirlo: gran.
Pero ese río lleva agua. El agua con sus posibles significados. Como fuente de existencia y energía, representa varias dimensiones de la vida humana que sobrepasan su realidad material. Simboliza la vida. De ahí ese fuerte simbolismo y esa dimensión sagrada que adquiere en las distintas culturas desde siempre.
Los humanos proyectan sobre el agua la realización de sus esperanzas y temores. De allí, la paradoja: es promesa de vida y amenaza de muerte. Una dualidad sin solución, con permanencia.
Representa los ciclos naturales en ese recorrido, no solo en los ríos y los mares y los lagos, sino también, en la conformación de las nubes, como un enlace entre la tierra y el infinito espacio. Por eso, el movimiento, el tiempo que es de todos, en las representaciones, en los sentidos que nos muestra.
Entonces, Sol toma el agua, el río, el tiempo, el movimiento como esos primeros significantes que abren el texto, ese –hasta entonces– ignoto recorrido de las palabras en la escritura y la lectura.
Multiplicidades. ¿No?
Pienso y me digo… ¿Qué imagen podría buscar para representar el texto?
Se me ocurre un círculo. Un círculo que abra y cierre, que no termine nunca en ese recorrido que sus puntos deslizan en la hoja. Un recorrido que permite que entremos donde sea… y que sigamos entendiendo los sentidos. Ese es el texto. Un aleatorio azar que nos encamina a cualquier espacio, a todo el enunciado al mismo tiempo, donde Sol es la dueña de la llave que abre y cierra. Y que nos permitirá después a nosotros encontrar lechos en el proceso de lectura. Por eso su voz, nos habla para decir cómo iniciar la maravilla. También, cómo decir, que se ha acabado.
Y ahora sí, empezamos. Tres fragmentos hacen de guía de lectura. También de Prólogo.
La primera referencia es el I Ching y su significado, su objetivo como texto. Todo sistema adivinatorio es una manera de forzar el azar y eso también es I Ching, un libro que parece tener la respuesta a todo lo que sucede en el tiempo. Explica luego. Cada uno de sus 64 hexagramas contiene un dictamen que indica una orientación cada vez que le hacemos una pregunta.
El segundo fragmento nos conduce al sentido de la enunciación del texto. Acudí al I Ching con un solo pedido: ¿qué escribir? Quise que la respuesta dada por el libro fuera un molde para la escritura, una forma de ser guiada, la manera, también, en que yo comprendía esa respuesta. Es decir, la justificación de ese azar estructurante del texto… la sugerencia impuesta desde el hexagrama.
De ahí, la organización en fragmentos que responden a esa aleatoriedad, a ese particular ordenamiento. Es por eso que los hexagramas que aparecen en El gran río, no reproducen el orden del original, sino que sigue la secuencia en que fueron apareciendo cada vez que consultaba.
El tercer fragmento explica la resultante modalidad de lectura. El gran río no invita necesariamente a una lectura lineal de principio a fin. Para leerlo puede emplearse el mismo método con el que se creó: o abrir las páginas al azar, o arrojar las monedas hasta formar un hexagrama y consultar ese dictamen en el I Ching.
Define, entonces, el sentido del texto. No es que así se encontrará un sentido a lo escrito, pero sí, una aproximación a la experiencia.
Un texto cargado de los símbolos que el título señala.
Un texto que alcanza una significación nueva cada vez que se abre, cada vez que el azar conduzca a lo aleatorio. Increíble. ¿No? El hexagrama 64 cumple la función de epílogo o de cierre. Sol habla. Nos explica la cercanía de su texto con el I Ching en ese mecanismo que le permite terminar y volver a empezar. Así dice. Me pregunto si en el fondo no quise eso. Empezar a escribir algo que no terminaré nunca, porque si hay algo que no se termina es el tiempo. Por eso, refiere la modalidad de la escritura. Mi propio mecanismo fue este: dejar caer las monedas, escribir lo que el azar mande. Sin embargo, después de un tiempo, el asunto no fue tan fácil. Las monedas caían y no había señales de alguna palabra que diera con eso que quería decir. Aparece la intransigencia del tiempo que… tiene un secreto al que no podemos acceder. El tiempo justo es siempre el correcto y el tiempo inadecuado también. Por eso concluye –hermosamente– con la imposibilidad de abarcar la infinitud del tiempo en la escritura y en la lectura. Empezar a escribir algo con la sentencia invisible de no terminarlo nunca es otra metáfora del tiempo, un juego al que podría someterse un niño en su insistencia a la repetición o un sabio en su absoluta certeza de lo inabarcable de los ciclos.
De nuevo, multiplicidades. En la estructura de fragmentos. En lo aleatorio de la escritura y la lectura. En esa aproximación a la experiencia que significa el texto. También en el proceso de crecimiento –singular– de todo ser humano.
El mundo es múltiple en sus significados y metáforas.
Abro ahora el libro. Fragmentos desordenados, u ordenados por el azar, lo imprevisible de cada acción humana, lo conforman.
He leído de distintas maneras el texto. Una linealmente. Otra guiada por la posibilidad de tener esa experiencia diferente.
¿Cuál de las dos les recomiendo?
La estructura de los textos es disímil. Fragmentos de fragmentos. Acontecimientos, hechos de memoria, se mezclan, se confunden con reflexiones, con distintas consideraciones. Las distintas funciones del lenguaje, se interfieren y generan una volatilidad que se corresponde con lo inasible de la búsqueda. Así las experiencias propias permiten el acceso a temas como la muerte, la familia, los afectos, la niñez, la adolescencia, los enamoramientos… todo en ese azar que conduce a todos lados y a ninguna parte. Pero siempre el pensamiento que hurga, hurga en la referencialidad del mundo y la subjetividad de quien escribe.
Pero también, están las reflexiones. Reflexiones sobre distintos temas. La escritura es uno de ellos. Se pregunta. ¿Existe la palabra, una especie de núcleo esencial al que podemos llegar para liberar todo lo que queremos decir? ¿Dónde está esa palabra? Revisa distintas experiencias que se relacionan con el tema del hexagrama consultado, La liberación, y finaliza diciendo. Pensar la creación como un arrojo hacia el otro, del cual tendremos certeza de que va a cuidarnos. La liberación no podría parecerse entonces al punto de concentración donde todo explota y se expande, sino a un agotarse sobre sí mismo, después de haberlo confesado todo. Movimiento de despegue y concentración al mismo tiempo.
En el Hexagrama La gracia, enuncia: Hay que escribir las imágenes que vienen, fugaces, incompletas. Escribir imágenes recurrentes, como historias que se presentan sin propósito, o con un propósito secreto. Imágenes que contienen esa futilidad que a veces esconde la escritura y que Sol ratifica en el intento final de conocer el desenlace de una historia. ¿Quién viene a verla? ¿Qué llega ese día en el que ella mira por la ventana? Cada vez que esa imagen viene a mí, nunca puedo terminar la escena. Ella deja caer el agua sobre el laurel y corre hacia la puerta. Va al encuentro de eso que no veo, de toda esa felicidad que se me niega.
También La espera resulta un aprendizaje de escritura. Así dice: Los primeros ensayos nunca son buenos. Escribir es esperar a escribir. Esperar es hacer todo alrededor de una cosa: la cosa está en el centro y alrededor comienza la danza, aparentemente distraída. Se danza alrededor de eso sin nombre hasta que eso toma forma. Nuevamente, el movimiento como metáfora de la escritura.
Podría seguir transcribiéndoles otras búsquedas de significaciones. Me detengo en solamente dos. El agua y la vida.
El agua es definida desde quince referencias que enhebran la subjetividad con los conceptos. Esa asomarse a las infinitas posibilidades que tiene el mundo de ser comprendido, definido, y representado. El agua es blanda… El agua es dios… Es la primera vez que pienso que el agua es dios… El agua asume el peligro… El agua está compuesta por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno… Fantaseo con el ahogo: contengo la respiración e imagino cómo sería morir ahogada… El agua es el último deseo antes de la fatalidad de la muerte, le dan agua a los enfermos, le mojan los labios… El agua cae del cielo, el agua brota de la tierra, el agua ocupa el mundo. Vuelve la idea de que el agua es dios.
Enunciados desde la subjetividad que se desmadra, inundando con ese yo todo concepto. Pero también desde la objetividad que referencia, precisa y cataloga. Así es el texto. Una suma de posibilidades que son eso. Las multiplicidades.
Y allí también, lo insondable de la vida. Lo imposible de enunciar, lo indecible, lo maravilloso, lo asombroso. Creo que es la singularidad de su hijo, y la certeza de que no hay nadie así en el mundo. El otro día pude conocer al niño y las dos nos quedamos mirándolo porque era cierto que su corazón latía sin saber cómo, y a ninguna de las dos se nos había anunciado ningún ángel para explicarnos el misterio. Un ángel… como si los ángeles aún bajaran por nosotros y a este mundo.
Y entonces, pienso que solo la belleza de las palabras nos podrá consolar de tanta incompletud, tanta precariedad que nos acecha.
Los dejo en la aleatoriedad de la lectura… con Sol y la multiplicidad de su mundo posible.
Territorios, identidades y nostalgias
Ariel Halac escribe No había que hacer negocios con argentinos.
Lo leo en la tersura que me envuelve la transparencia de la luz de la pantalla. Una experiencia inusual, pero que permite que podamos acceder a los textos de quienes están lejos…
Entonces, leo.
De pronto, me imagino cómo será la tapa de este libro. Imagino e imagino y siento la gratuidad de esta libertad de poder completar las posibilidades que un diseño puede permitir. Me digo, entonces, que cuánta multiplicidad resultaría, si todos pudiéramos ser los diseñadores de esta tapa. Imágenes cruzando la barrera de estos mundos posibles que se envían en los textos narrativos. Imágenes que resultan de la percepción de cada lector para representar ese mundo posible.
Siento que la multiplicidad me acosa, me interpela desde esta situación que imaginé y que hace de cada lector un diseñador potencial. Alguna vez, –¿recuerdan?– el Gringo Ramia dejó una pregunta y un mail para completar el inevitable desenlace de su texto. Yo pregunto. ¿Y si hacen el diseño de la tapa al terminar la lectura de este texto? Dejo el impreso en la Biblioteca de la Facultad para que disfruten la lectura y luego se conviertan en diseñadores de una tapa que viajará pasando el mar y llegará hasta Ariel como una forma de respuesta. ¿No sería interesante completar las significaciones que provoca la lectura en el diseño de una imagen?
Empiezo. La novela –¿conjunto de fragmentos?– si fuera a definirse sería eso: multiplicidad. Multiplicidades en la estructura en las enunciaciones, en los enunciados, en todo, pero en especial en la nostalgia que rezuma en cada letra.
Me asombró la inmensa capacidad para construir un mundo posible con tanta precisión y al mismo tiempo, con tanta exuberancia, tan diseminado en el mundo referencial que habitamos como en el mundo imaginado de otros textos. Una simbiosis permanente entre lo que sucede y lo que sucedió alguna vez, en otra época. Una hibridez entre lo que puede ser la versión de alguna historia y los potenciales relatos que los dicen. Una intermitencia que se diluye entre un futuro que sucede aunque no han llegado aún los tiempos y un presente que se mezcla con pasado para apelar a esa transformación de lo posible. Una alternancia que permite al lector, avizorar los aleatorios desenlaces y comprobar así, la precariedad, lo inconsistente de las historias de cada ser humano… Sobre todo, de la inmensa nostalgia de otra vida.
Y digo esto, y debo ordenarme para que esto que escribo sea una reseña y no la espontánea expresión de mi lectura.
Ahora empiezo.
La dedicatoria es un adelanto de esa libertad que circula entre las hojas. El cosmonauta, el navegante, el superviviente, el renacentista, son los adjetivos que identifican los compañeros de travesía, además de Oma que me regaló su máquina de escribir blanca. Sugerencias que se expanden en la referencia de los avatares que leeremos. Un mundo posible que es más que eso. Es parte del mundo real –como los sujetos a quienes nombra en la dedicatoria, perfectamente identificables– pero cargados de una consistencia que los transforma y los hace ser posibles, ficcionales.
¿Será también una metáfora esa máquina blanca, en cuanto contener toda la suma de colores –y de historias– o será solo el color que la distingue? Me inclino por lo primero. Estamos en el terreno donde la imaginación y el desconcierto abren ventanas a otros mundos.
El texto se organiza en cuatro capítulos divididos en fragmentos titulados. Estos capítulos remiten a cuatro espacios –En el origen, Córdoba, Miami, Barcelona– indicando así una cierta organización temporal de los enunciados. Es decir, plantean una cronología que se corresponde con una posible biografía de Ariel.
Esta plausible biografía se expande y se desdibuja a medida que se avanza en la lectura, no solo en la sustitución de narradores, sino básicamente en la sutileza de los enunciados que se desplazan de la referencialidad de situaciones a la irrupción de lo poético y metafórico sobre situaciones –ya no personales– sino singularizadas en la existencia humana como posibilidad.
De ahí, la genialidad –y lo subrayamos en cuanto estructura del texto– de este desplazamiento cuyas significaciones ahondan y profundizan referencias propias de esta época, que incluyen, además, elementos culturales que sobrepasan y definen la particularidad de una contemporaneidad signada por el desplazamiento y la ajenidad. Por eso, la pertinencia de una multiplicidad en la consideración de los sujetos actuantes, como también en el uso de recursos narrativos que permiten este desplazamiento.
En el origen es el primer capítulo con solo un fragmento. Cambio de tranvía. Escrito en primera persona, el fragmento resulta un relato de memoria, particularizado en su infancia en Colonia, Alemania. El tiempo presente de la enunciación profundiza la ajenidad que insinúa el texto. Una ajenidad que se dibuja en las situaciones de su vida. El idioma, la religión, las costumbres, las complicaciones para trasladarse en la ciudad… son algunas de las consideraciones que le permiten expresarla. No soy alemán, no soy católico. No sé de memoria el padrenuestro. Cuando nos tomamos las manos, siento ganas de gritar: ¡tampoco soy este!
Una ajenidad que se reitera en la soledad y en cierto desconcierto de la familia: “En Córdoba, tenemos más de cien parientes”, repetimos como si fuera un consuelo. “Aquí no tenemos a nadie, no entendemos el idioma. Somos como los Gastabeiter turcos, españoles o griegos”, argumenta mi padre. “Somos becarios, estamos aquí para aprender”, sostiene mi madre. Las discusiones son eternas. El tiempo de la enunciación reemplaza el tiempo del enunciado. Este recurso le permite ensamblar desde el presente de la escritura –un futuro en el relato– la continuidad del relato. Ahora entiendo lo que entonces presentía: que en el futuro de mi hermano no habría otra cosa que oscuridad. Desde la reconstrucción del tranvía puedo reconquistar esa ciudad. Cuarenta años después lo entiendo: mi hermano se quedó en esa guardería y sucumbió en la pena. Cayó en el abandono. Ahora sé que él quedó ahí donde lo dejaron.
Pero se cuela un espacio de luz. Su actitud es distinta. Eso le permitirá sobrevivir y tener una existencia autónoma. Ya no lloro. No lamento lo que tengo que hacer solo. Dialogo. Encuentro un breve intervalo para que alguien me escuche. Aprovecho la oportunidad. Voy sanando.
Explicita entonces, cuál ha sido y sigue siendo esa posibilidad. La palabra. Me defiendo con la palabra en cualquier idioma. No pueden conmigo los matones. No me intimidan los arrogantes, los ignorantes, los bárbaros. A veces, basta una sola palabra. A veces, elaboro un texto, un libro. Llevo el legado milenario, el del pueblo perseguido. Me rijo por mi propio código. Por eso concluye: Cuarenta años después cruzo, cada vez que lo deseo esa ciudad reconstruida en el tranvía verde nueve. Me dejo llevar con la palabra hacia mi destino, en el idioma de Goethe, Schiller y Heine.
Increíble manejo de los sujetos del enunciado y de la enunciación. Reconocimiento del discurso como elemento configurador y relevante de la existencia humana… pero también como resguardo de la identidad frente a la ajenidad desoladora.
Me pregunto: ¿será este último fragmento transcripto lo que explica el sentido irónico del título del texto No había que hacer negocios con argentinos? Una contraposición entre la experiencia de este sujeto enunciador y los otros sujetos enunciadores o enunciados. La continuidad del relato profundiza esa problemática. Alude a cierta imposibilidad de superación de esa ajenidad despersonalizante y carenciada en diversidad de situaciones. De ahí la ironía subyacente que el título connota a mi entender. Ustedes pueden responder. Les dejo la pregunta.
El segundo capítulo es Córdoba.
Nuevamente, la memoria es el proceso relatado. La adolescencia en su ciudad natal. Una adolescencia que deja entrever el autoritarismo de la última Dictadura Militar en las experiencias escolares tanto como en la vida cotidiana. El propio Teniente Coronel Retiro Efectivo nos lo hacía saber en un breve discurso matutino: “Nos debemos a nuestra patria y a nuestra bandera”, decía antes del primer acorde de Aurora. En Gimnasia nos hacían desfilar: izquierda, izquierda, izquierda, derecha, izquierda. Como si la única derecha fuera mejor que todas las izquierdas juntas. Una referencia que se documenta desde el presente de la escritura. Acá hay una foto de todos levantando la pierna derecha, en uniforme de gimnasia.
El protagonismo del narrador pierde transparencia a medida que avanza el relato en los distintos fragmentos. Así la narración de las experiencias adolescentes –los asaltos o americanas, esas fiestas tan particulares, los grupos o pandillas, la música…– se entremezclan con el clima político de época: la mención a las desapariciones, la violencia y el autoritarismo. Una situación que se mantiene con los años. Cuenta así en un regreso desde España: El país ha cambiado de nuevo… … Están chupando gente de nuevo… … Es por la declaración en el Juicio a las Juntas. Hay un expediente abierto con nuestros nombres. El contexto actual es favorable para la jugada. La política es una mierda.
Los distintos pasados se entremezclan y corroboran esa ductilidad en la enunciación que ya habíamos señalado. Así, el último fragmento, titulado Versiones, relata distintos acontecimientos vinculados con asesinatos con cierto matiz político que suceden en la provincia de Córdoba.
La inclusión de apelaciones en el uso de la segunda persona establece una proximidad narrativa, que diluye la transparencia de la biografía del protagonista de los primeros fragmentos a una expansión de problemáticas, que retratan un clima de época más que una historia singular. El tercer capítulo es Miami. El primer fragmento titula el libro. Los otros fragmentos relatan experiencias diversas de argentinos en esa ciudad estadounidense. De ahí los títulos singularizando las historias. Gloria y ocaso del Puma, El oscuro sueño del Montesano y El más tonto de los hermanos Ovidio, entre otros.
La búsqueda de un lugar donde establecerse, los distintos trabajos, la impotencia frente a un sistema distinto y totalmente ajeno, la nostalgia por el país abandonado, son los temas que enhebran una radiografía de los argentinos en ese lugar del mundo.
Una mirada irónica, por momentos socarrona, se enuncia por los distintos narradores que muestran la imposibilidad de encontrar un lugar para vivir.
El protagonismo del biografiado se escurre entre las distintas historias que enfatizan esa significación del título. No había que hacer negocios con argentinos.
Los relatos adquieren otra enunciación distinta en la multiplicidad de enunciados y en la pluralidad de narradores. Se expande así el mundo posible relatado desde la idoneidad de quien organiza y estructura ese mundo.
El cuarto capítulo se titula Barcelona.
Distintos fragmentos enfatizan la situación de ajenidad y nostalgia. Una elaboración meticulosa de los textos caracterizan y definen esos conceptos, no solo desde la experiencia de personas comunes, sino apuntalados ahora por un tratamiento singular de dichas problemáticas. Los títulos subrayan esta particularidad en el tratamiento. Extranjero. Extranjero en la estación, Nadie en Barcelona, La ciudad y los muros, Vivo en un país de insomnio. Incluyen las presencias de protagonistas de la historia y la literatura en ese increíble entrevero de lo referencial y lo posible. Roberto Bolaño escribe otra vez.
Quizás sea Carta desde la prisión de Figueres el texto más elaborado poéticamente. La ambigüedad de un relato entre lo posible y la potencialidad de lo posible en un certero manejo de recursos –narradores, tipos de discurso, tiempos de la enunciación y el enunciado– con la inclusión de la historia de Walter Benjamín y las referencias a otros escritores, hacen de este fragmento un pequeño relato poético, difícilmente olvidable.
El último fragmento, Me voy, me quedo, sintetiza el eterno y permanente dilema de los errantes en la contemporaneidad.
Una errancia que se ha convertido en un tópico ineludible de la narrativa actual. Confluyen así, el primer y último fragmento del texto en una mirada lúcida pero no exenta de nostalgia sobre las historias de tantos que –como Ariel– encontraron otro lugar en el mundo.
Hermoso texto. Maravilla la estructura. La ductilidad de la estructura. La idoneidad en la enunciación. La poesía que sobrevuela los enunciados y remite al valor de la palabra como espacio de identidad y libertad.
No dejen de leerlo.
Y ahora, me estoy yendo. Será por poco tiempo. ¿Me esperan?
Los abrazo.
María
Textos
Aliverti, Sol, 2023. El gran río. Borde perdido Editora, Córdoba.
Halac, Ariel, 2013. No había que hacer negocios con argentinos. Ediciones Cal-ligraf. Figueres. España
Pojomovsky, Nora, 2023. Parir en tierra ajena. Editorial Hugo Benjamín. Buenos Aires.
Imagen principal
Bjorn Larsson www.bjornlarsson.se
* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.