Por María Paulinelli *

Casualidades y causalidades, presencias y ausencias, búsquedas de sentidos vitales, familiares y sociales, en las obras de Adrián Calvo y Ariel César Guzmán.

La casualidad, lo azaroso, lo aleatorio en Monedas en el aire de Adrián Calvo.

La causalidad de los hechos, el entrecruzamiento de los tiempos, la determinación de las acciones en Objetos para ocultar el vacío de Ariel César Guzmán.

¡Hola!

De nuevo con ustedes.

Mientras… el tiempo desordena los días que vivimos.

Hoy llovió. Antes, un viento permanente nos detenía, embarullaba y nos perdía en vanas disyuntivas.

La lluvia ordenó ese desbarajuste de mañanas huidizas, de tardes escapándose hacia el infinito, de noches atónitas de ruidos… sin sosiego, sin calma, con tropiezos. Ahora, el aire está más puro. Las cosas recuperan sus formas, sus colores. El ritmo de la vida ha retornado. 

El mundo, también, parece haber descarrilado. Suceden muchas cosas… un poco predecibles. Quizás inesperadas. Violencia tras violencia. Las guerras se repiten, con odios ancestrales. Maldades infinitas. Con crueles desmesuras. El mundo arde, arde. Los pueblos se transforman en ruinas, humo y… nada. La Historia sin sentido. Dolor y sufrimiento.

La muerte que, ahora, acosa. La vida en retirada.

También, acá, en nuestro país, lo inexplicable nos llena, nos invade. Procaces oradores. Destempladas propuestas de cambios imposibles. Palabras desvaídas de toda significación, de algún sentido se dicen, se pronuncian. Intempestivas, resultan cantos de sirena que mienten… solo engañan. Mientras, buscamos afanosos, algún signo, una marca, la huella que nos falta… esa que habíamos perdido y no nos dimos cuenta.

Mientras los días siguen, siguen. 

Y, como este año y el otro, vuelvo a lo que ustedes escribieron. Ese increíble derrotero por los textos que han creado.

Y, paradójicamente –como tantas otras veces– percibo una continuidad entre el mundo real que compartimos y el mundo posible que musito en la lectura. Una continuidad que permite mirar desde otra perspectiva, los acontecimientos de estos días.

Y entonces, encuentro dos textos. Dos novelas.

La novela –un discurso narrativo particular– permite representar la complejidad de acontecimientos, de sucesos. De ahí su capacidad para mostrar, inventariar, relacionar, interpelar, cuestionar esos mundos posibles que relata.

Las novelas que he leído y que leeremos, diseñan un mundo posible que puede ser nuestro en la contemporaneidad de los tiempos relatados… o en la remisión a un presente –solo nuestro– que resulta de un pasado que vivimos hace décadas.

Ellos, Adrián y Ariel, escriben sus novelas. Ambos desde la singularidad de la escritura. Nos proponen lecturas incisivas en la interpelación de un tiempo. En la comprensión de quiénes somos.

Adrián desde la inmersión en un mundo occidental con sus conflictos bélicos actuales, con el capitalismo y sus formas de opresión y desarrollo, con las ideas que pujan por una armonía y convivencia, con los resabios de una Modernidad en despedida, con la inserción de nuestro país en ese mundo. Todo eso, desde la aleatoriedad, la casualidad, la desmesura.

Ariel, desde la comprensión de esos sujetos históricos –nosotros– que nos muestran, nos representan, nos definen. Esos sujetos inmunes a una felicidad cotidiana, anclados en un tiempo sin tiempo y por eso…. casi objetos. Objetos totalmente vacíos. Resulta así, una mirada inquisidora sobre lo que estamos viviendo… o lo que suponemos que somos. Pero desde la causalidad, la casi imposibilidad de soluciones, la resonancia de otros tiempos. 

¿Empezamos la lectura?

¿Me acompañan?

Nos une la luminosidad de una pantalla, la maravilla de comprender las palabras que leemos, la esperanza en transformar este presente… 

Monedas en el aire, de Adrián Calvo

Adrián Calvo, autor de Monedas en el aire

Una buena novela. Esas novelas que se leen y se dejan, de a ratos, para pensar lo que se lee. Esas novelas que tienen la versatilidad de las palabras… y nos hacen entender la irrenunciable necesidad de la lectura. 

Me sedujo el título: Monedas en el aire.

Reconocí en la primera lectura, el significado explicitado en un fragmento. La poca luz y la nieve en los hombros de los duelistas presagiaban un final incierto, de una moneda en el aire, dando vuelta con su cara y cruz, trepando en el espacio para luego caer, y distribuir la vida y la muerte.

Una metáfora que se reitera en la afirmación de uno de los protagonistas. La suerte no dura. Siempre es a cara o cruz.

Una metáfora que une los hilos del relato. Anuda y desanuda las secuencias. Nos jugamos la vida, dice Gosto. La moneda está en el aire.

Una metáfora –insisto– que explica las palabras que resumen el sentido de las historias que se cruzan y entrecruzan: lo casual, la desmesura, lo aleatorio de la vida.

Un epígrafe ratifica esta significación. El momento elegido por el azar vale siempre más que el momento elegido por nosotros mismos. 

Pero también, me sedujo la portada del texto. La imagen de una pareja, los límites de una ciudad y en el medio… el mar.

Al fin el mar, decía Saramago. El mar como llegada, como final de recorrido, como trayecto necesario. Porque la novela es todo eso.

Se visualiza en el encuentro último donde la moneda muestra la cara y la cruz de la experiencia vital de los protagonistas. Un encuentro casual de ellos cierra el relato. Recoge los hilos de la trama y dibuja la imagen del mundo en un momento…. Un momento que también, puede ser otro. Como ahora.

Asimismo, esos sentidos se definen con el recurso de la transcripción –por el tipo de letra diferente– de los textos de uno de los sujetos personajes. Este recurso, permite incluir la significación de las ideas que resumen una línea de pensamiento de este tiempo, de la contemporaneidad en Occidente. Ideas que implican el desarrollo integral de cada persona, la búsqueda de la verdad, el autoconocimiento… como una opción más de esta época.

Pero… vayamos al texto.

Veinticuatro capítulos estructuran el relato. Capítulos titulados con el nombre de las ciudades donde se desarrollan las secuencias. Roma, Bosnia, Tokio, Mostar, Lima, Sarajevo, Miami…

Una cuidadosa estructura se organiza alrededor de un eje de sentido: la casualidad que determina la vida singular de las personas. De allí, que la conferencia de un argentino en Roma –Gianni Laparca–, es el punto desde donde se inician los múltiples relatos que componen ese azaroso espacio narrativo. Punto, a su vez, donde convergen nuevamente –al final del texto– para metaforizar la aleatoriedad de la vida. La inclusión de los textos del conferencista en las últimas páginas, refuerza esa búsqueda de los distintos personajes que configuran las distintas historias que se despliegan desde un centro –la secuencia inicial en Roma– y al cual se vuelve en cada relato de la experiencia vital de los protagonistas. Finalmente –como ya señalamos–, el relato se cierra con el entrecruzamiento –casual, por cierto– de los distintos personajes.

De esta manera, los relatos se abren y confluyen en ese espacio narrativo que abarca un tiempo –finales y comienzos de este siglo con la Guerra de los Balcanes como acontecimiento definitorio–, un lugar –distintos países europeos, Japón, EEUU, Latinoamérica– y las problemáticas culturales propias de un momento de crisis de la Modernidad y de la civilización occidental. De allí la relevancia que adquiere esa multiplicidad de historias, porque muestra los diversos aspectos de la crisis y las consiguientes búsquedas que provoca. Búsquedas representadas en cada una de las secuencias de la historia. Secuencias, a su vez, que metaforizan lo azaroso de la existencia humana, particularmente en estos tiempos.

La memoria es, pues, la sustancia que desde el presente en Roma, se despliega sobre los acontecimientos de ese tiempo, sobre los espacios y los hombres. Un despliegue que posibilita el relato de las distintas historias y cohesiona esas monedas que giran en el aire.

Y como un prestidigitador de marionetas, el narrador omnisciente –desde esa tercera persona que escudriña, mira, observa y también, dice– nos seduce en el recorrido de esa estructura que paradójicamente, desecha la casualidad para convertir el andamiaje narrativo en un prodigio discursivo. El narrador, resulta un memorioso que va y vuelve en el pasado y el presente, entre espacios diferentes y entre los sujetos de acción de la novela. Logra compactar en el relato la multiplicidad, la desmesura… como les decía.

Pero, esa omnisciencia, se explicita también, en algunos recursos narrativos. ¿Los nombramos?

Resumir el contenido del capítulo siguiente. Nada que pueda despertar dudas ordinarias. Pero son los movimientos imperceptibles, los detalles que terminan definiendo el papel de los actores. La imagen recurrente lo tira de nuevo sobre los pinos nevados de los montes de Bosnia, la batalla del bosque, la acción disparatada de esos soldados que no lo dejaron morir. Y entonces, inicia el capítulo 9. Bosnia donde relatará la experiencia adelantada.

Asimismo, ese narrador, puede explicar el sentido de cada experiencia en el relato del texto. Así, dice: Las curvas de la carretera, los puentes con sus barandilla desdentadas, los árboles achicharrados, y la sequedad que sentía en su ánimo, lo llevó a pensar que estaba dentro de un epílogo, uno de esos momentos en que se da vuelta la página y se cierra una historia. Es decir, evaluar de alguna manera, el significado discursivo de esta historia en particular, dentro del texto.

Conferir voz propia al personaje sin que sea una transcripción. Otra posibilidad de explicitar lo que piensa o recuerda el personaje. Fue una época, dice Akiro, de desmemoria, como si todos los habitantes hubiéramos vuelto a salir, como en los tiempos de nuestros antepasados, de una cueva.

En esa omnisciencia que posee el narrador, puede describir, mostrar, inquirir significados. Así define al público presente en la conferencia –con que se inicia el relato–. Los doscientos noventa y nueve asistentes y el japonés están con los ojos cerrados… Si los asistentes allí presentes estuvieran vestidos con togas y sandalias, la recreación sería perfecta. Pero es una manada de humanos orientados por la desorientación producida por las mil formas que fue tomando el siglo veinte y lo que va del veintiuno.

También lo puede hacer con los sujetos. Y Gianni, nuestro aguerrido Gianni, mediocre terapeuta de diván, pero conferencista olímpico y exitoso, capaz de llenar salas con sus recetas sobre “Cómo encontrar la felicidad, un ejercicio hacia el éxito. Conferencias para aprender y emprender el camino hacia el bienestar total” debe volver sus ojos hacia el auditorio. O también: Un coach, como dicen; una agitador de vientos menores, cuya estrategia es agitar la ignorancia de los rebaños. Pero siempre a una distancia prudente de los lobos de la ciencia, de los alambrados epistemológicos, donde sus visiones vitalistas serían destrozadas por las dentelladas de cualquier sostenedor de la rancia tradición filosófica clásica.

Ahora, les acoto. Ironía y distanciamiento. ¿No?

Asimismo, este narrador presentará, mostrará, definirá cada personaje. Lo hará, remontando la memoria de cada uno y de su tiempo. Expondrá los paradigmas que devienen del mundo ideológico y cultural sobre la vida, el capitalismo, la Historia, la cultura…

El texto amasará, pues, hechos, descripciones, pensamientos. Y también, transcribirá los textos de Gianni Laparca: La felicidad vecina. Un texto intermediado por la memoria de Gosto, uno de los protagonistas. Una lectura que permite la comparación con el último texto obtenido en la conferencia de esa tarde. Historia y vida del equilibrio humano.

Pero también, el narrador, es capaz de generar una complicidad con los lectores, en el uso de un nosotros– esporádico – que permite una identificación que, a veces, resulta necesaria. Y Gianni, nuestro aguerrido Gianni… 

Y entonces, entonces… Solo me queda nombrar los dueños de esas monedas que giran en el aire. Gianni Laparca –el conferencista argentino– y el Profesor Tonnini –catedrático universitario italiano– componen el grupo vinculado a la organización de la conferencia.

Gosto –el cura bosnio–, Simón– el fotógrafo argentino– y Joao– el diplomático brasilero– integran el grupo relacionado a la Guerra de los Balcanes.

Akiro– el fabricante japonés de juguetes– representa conjuntamente con Elindo– odontólogo peruano– las formas actuales del capitalismo.

En forma tangencial, tres mujeres: Franka–esteticista escandinava– vinculada primero con Joao y luego con Akiro; Zis – de los Balcanes– y Anashka –ucraniana– conforman un cuarteto musical con Joao y Simón alejados finalmente de sus profesiones.

Todos los personajes evolucionan, se transforman. Sufren los cambios producidos por coyunturas singulares. Coyunturas explicitadas en la metáfora definitoria del texto. Monedas en el aire. La casualidad en el devenir de la vida de los hombres. 

Me pregunto. ¿Podríamos caracterizar la novela como una crónica que muestra los periplos singulares de cada persona en nuestro tiempo?

¿Una crónica que, a su vez, enuncia la particularidad de cada historia signada por los rasgos distintivos de un capitalismo enrarecido?

Les dejo esos interrogantes. Solo la lectura del texto, podrá solucionarlo.

¡Están avisados, mis amigos!

Objetos para ocultar el vacío de Ariel César Guzmán 

Ariel César Guzmán, autor de Objetos para ocultar el vacío

Un prodigio de novela.

Concisa. Breve. Solo diez capítulos, sin títulos. No tiene epígrafes que ordenen la lectura.

La novela es el texto. Solo eso. De ahí, su contundencia.

Leerla es relacionar los fragmentos; recorrer los movimientos, los gestos, los acontecimientos; inferir causas, relaciones; comprender la permanencia de los tiempos; llenar los vacíos de las palabras no dichas, tampoco formuladas.

La concisión de las secuencias permite un desplazamiento en la lectura… una lectura, pues, que se ordena en la nitidez de los momentos, en el entrecruzamiento de los hechos, en la determinación de las acciones…

Una lectura que se complejiza en las significaciones que emergen subrepticias… y remite a otra lectura más profunda desde la racionalidad que estructura las secuencias. Advierte que el presente se ordena desde un pasado que persiste. Resulta, así, la metáfora de un tiempo que vivimos hace años. 

El título explicita el contenido del texto. Lo resume… pero implica también, comprender esa otra lectura indispensable que remite a los objetos como significantes pasibles de ser doblemente inteligibles. Primero, en el relato que cuentan las secuencias. Segundo, en la comprensión de los significados que devienen de un relato doblemente estructurado: las acciones… las metáforas detrás de esas acciones. 

El tema aparece como simple. Una familia –Emilio y Teresa, el matrimonio– y Federico –el hijo– esperan mientras miran cómo se desocupa una casa que es de ellos. El narrador, describe la situación trascribiendo los diálogos, mostrando los movimientos, los gestos de cada uno. Esto nos permite inferir cómo son ellos, además de reconocer la ausencia de Juan –el hijo mayor– que ha muerto.

Vacía la casa, entran y comprueban la situación de abandono y deterioro en que se encuentra. De ahí la urgencia de limpiar, ordenar, restaurar que realizan en los días siguientes. Se suceden así, las discusiones, enfrentamientos, alusiones que muestran los conflictos no resueltos y que se complejizan con la incorporación de Liliana –la pareja de Federico– y su hijo pequeño Javier. 

El relato culmina con la salida predecible –y posible desaparición– de Teresa. 

En esta linealidad de acontecimientos, el título adquiere una doble significación. Por un lado se enuncia la necesidad de llenar ese espacio vacío que es la casa que ellos recuperan. El pasillo le pareció tan ancho que por un instante Teresa se preguntó qué se podía poner para decorarlo. Salir de un departamento tan chico era suficiente para que de pronto todo le pareciera grande, tanto, que podía asemejarlo a enfrentarse con un campo desolado a un costado de la ruta. Esos que parecen imposibles de llenar, de lograr alguna manera de cubrir con algo ese vacío que propone su inmensidad. Pero también, las implicancias subjetivas de los espacios vacíos. Así Teresa dice: Si está vacío un lugar parece triste. 

El narrador, seguro en su omnisciencia, maneja certeramente, las referencias a otro tiempo. Bosqueja una memoria familiar que se empecina en deslizarse –desde la imbricación entre el pasado y el presente– hacia esa opacidad que define el vacío de sus vidas. Más, define esa incapacidad de salir de ese atolladero donde quizás se perfilen como objetos ingrávidos de sentimientos, de comienzos diferentes, de construir otras realidades. De ahí, esa doble acepción que puede denotar el título. Objetos son los muebles de la casa que se recupera. Objetos son también, los miembros de esa familia en su imposibilidad de empezar otra historia, abandonar la que se tiene. Ambas significaciones conducen inexorablemente al vacío material pero también, a ese vacío que puede ser, constitutivo de lo humano. 

La secuencia inicial, define –además de la situación– cada persona. Todos están atravesados por un pasado no resuelto, de ahí la oscuridad, la penumbra que invade la memoria. Confusión. Desleimiento. Ausencia de toda transparencia. Y con eso, la tragedia. Lo inaprensible que se ha quedado para siempre. Algunas cuestiones que no pueden resarcirse, ni cambiarse. Son tan definitorias como la muerte que suponen.

Esa ausencia de transparencia en los recuerdos, no logra definirse. El relato se estanca y permanece. No logramos atisbar como lectores, el desenlace final de algunos hechos. Otros, quedan en la penumbra del vacío.

Solo un acontecimiento, se afirma como realmente sucedido, de ahí su contundencia: la muerte de Juan, el hijo mayor. La palabra accidente lo define. Dos son los accidentes en su vida. Uno primero explicitado por su padre: “Vos tendrías que agradecer tu vida. Fuiste un accidente y acá estás, porque nosotros dijimos sí. No por otra cosa”. No logramos saber –como lectores– cuál fue ese accidente. Un vacío –también– en la enumeración de situaciones.

El segundo accidente le quitó la vida. Fue en la ruta, la que está a cinco kilómetros de la casa. No chocó contra ningún auto y tampoco había. El segundo accidente le quitó la vida. Fue en la ruta, la que está a cinco kilómetros de la casa. No chocó contra ningún auto y tampoco había evidencia que se hubiera cruzado un animal. La fatalidad ocurrió durante la madrugada. La hora no coincidió con el trayecto que tuvo entre que dejó a Teresa y el vuelco. Era evidente que por alguna razón, había estado en la ruta de su casa, mucho tiempo después. Pero no solo eso. Algo incompleto había en las versiones de esa muerte. Teresa lo presentía. Ella tenía otras razones, No dejó de buscar entre sus cosas, separándolas de las de Federico, para encontrar qué era lo que faltaba. La intriga no era solo la falta del bolso, sino también lo que había en él, lo que sacó de adentro de la habitación aquella noche. Y son esos motivos, los que pensaba se completarían en el regreso a aquella casa. No encontraba que su casa, esa que ahora le parecía un lugar distante y modificado, no estuviera incompleta. Trayendo los muebles del departamento no alcanzaría, ni siquiera ayudándose con muebles nuevos. Al vacío lo sentía intenso penetrante. Un vacío que llena los interrogantes de esa muerte. Un vacío que pertenece a los objetos… y también a los sujetos. Causalidades enunciadas, sin la continuidad que dan las elucidaciones.

Ese hijo –Juan– es el causante de una ausencia que trastoca la vida de su madre. Y digo, trastoca, porque los días se convierten en las noches de descanso, las noches en los días activos de trabajo. Además, de un ensimismamiento que la aleja de los otros. Su ausencia se evidenciaba en el gesto ausente, inmutable. No solo eso. Parecía atenta a algo que ocurría en su pensamiento, que podía fijar en un solo lugar durante minutos. Pendiente en su interior de una imagen, una acción, que intentaba dilucidar y de la que no podía distraerse. Ese distanciamiento provoca, ese espasmo de presencia que es la conducta con Emilio, con Federico. La convence de la perpetuidad de ese cambio producido, la imposibilidad de regreso al paraíso que, alguna vez, soñó como posible… Por eso dice: Bueno, viviremos cambiados como estamos en un lugar cambiado.

El desenlace – insinuado, desdibujado en esa madrugada en la ruta donde se mató Juan– es la respuesta de Teresa al vacío que la llena, la aterra, le impide encontrar tantas respuestas. Magistralmente narrado, merece ser transcripto. Al golpe lo sintió como un cimbrón. Toda la espalda tocaba el pavimento, las manos abiertas con las palmas al cielo y los dedos levemente cerrados. Un líquido tibio los unía al suelo…. El viento continuaba, lo sentía frío sobre la nuca y lograba que su pelo serpenteara en el piso. Las voces eran gritos, quejas, lamentos. Abrió muy poco los ojos, por un instante, con dificultad. No había brillo. Las cosas estaban definidas por lo opaco, pero no le impedía ver en lo alto, las copas de dos árboles chocarse, en la altura por arriba de los focos que iluminaban la calle, y sus ramas balancearse como una manera de unirse pero también de protegerse.

Unirse y también de protegerse. Un afán perdido, extraviado en la opacidad de la noche y de la vida.

Hermoso, ¿no?

Emilio se define por tres palabras. Protección, seguridad, defensa, palabras que usa para justificar por qué siempre tiene una cerca –un arma– desde aquella época en la que esfumaban a cualquiera en algún lado. Él estaba del lado de los que mandaban. Pero también emerge en los intercambios triviales, cotidianos, esa nebulosa que envuelve su pasado. Ante la interpelación de Teresa A vos, ¿se te borró eso que hiciste? El responde. Yo no hice nada. Me mandaban a tirar algo y punto. En un trabajo te mandan a hacer algo y lo hacés. Yo me hago cargo de lo yo decido, no de las decisiones de otros.

Todo en Emilio es autoritarismo, violencia contenida, soledad atemperada en el desprecio por la vida. En la humillación que dispensa a Federico, en la carencia de afecto por Teresa. Su figura se expande y los inunda de miedo. Los inhibe en decisiones, palabras… y hasta gestos. De ahí, que Federico resulte la contracara de su padre. Teresa, solo una sombra que deambula. 

Federico se define a sí mismo en ese primer momento del relato. Rememora las posibles soluciones que en el tiempo había pensado para lograr la desocupación de la casa. En más de una ocasión pensó en diferentes opciones. Todas eran violentas o estaban relacionadas con la posibilidad de desatar una tragedia. Después de imaginarlas y planearlas, las abandonaba. Se necesitaba de una voluntad y una actitud de la que no se creía capaz. El hombre para resolver conflictos de esa índole era Emilio. Su padre se le imponía nuevamente. Cuando se acababa el diálogo y el choque era inminente, nadie mejor que él para para infundir algo parecido al respeto y que, por momentos llegaba al miedo.

Esa feroz contraposición con su padre, lo inmoviliza, le quita toda posibilidad de decisión. Lo traslada a su relación con Liliana, su pareja. En realidad Federico pensaba que con Liliana no tendría mucho futuro por eso no le ponía dedicación al hecho de acercarla a sus padres. Pasó el tiempo y la rutina decidió sobre su falta de interés por formar una pareja. Ella había comenzado a quedarse unas noches en su departamento y en algunas ocasiones lo hacía con Javier con la excusa de que lo extrañaban. El sexo había cambiado con el paso del tiempo y le parecía mecánico, no completaba todos los “espacios” para satisfacerlo. No encontraba mejor protección al avance de Liliana que volver a vivir con Emilio y Teresa.

Una carencia de decisiones. Un acostumbramiento incómodo. Eso era su vida, metaforizada en la relación con Liliana. Tenerla sentada a Liliana al lado le molestaba. Pensar la familia era el motor que despertaba en él esa ira contenida.

Liliana, es la fugacidad que Teresa no logra detener, incorporar. Emilio no repara en su presencia. Federico, sabe que es inocua para llenar la incongruencia de su vida.

Todos ellos, habitantes de un espacio inconsistente. En un presente que no logra deshacerse del pasado. Un presente que –también– resulta ajeno, distante, incomprensible.

Un vacío que no solo está afuera en los objetos, en los espacios de la casa que busca ser recuperada… sino que está en ellos… para siempre. 

Releo una vez más el texto, me interpelan los huecos del relato. Lo no dicho. Lo esbozado solamente. Pienso y pienso. Me digo, de repente.

¿Podríamos aventurar que la recuperación de la casa como espacio metaforiza ese retorno a lo que somos como país, como nación? Muchas marcas, me dan cierta certeza. Ocho años duró esa ocupación espuria. Ocho años, que se asemejan en el tiempo a la Dictadura que nos asoló allá por los 70. La recuperación de la casa supone volver a vivir en el lugar ahí elegido, el que les pertenece. Esa suerte de paraíso con hijos, con una familia, con futuro.

Es difícil, sin embargo. No imposible.

Habrá que descartar la suciedad, lo inservible, lo ajeno que dejaron. Los huecos, las ausencias.

Deshacerse de miedos y temores.

Volver a hablar con las palabras que son nuestras.

Llenar los vacíos con presencias.

Dejar de ser objetos… ser personas.

Convertir nuevamente este espacio en nuestra casa. 

Hermoso texto. Lo leen, ¿me prometen?

Y entonces, me estoy yendo o… mejor me quedo en las palabras.

Armo un abrazo.

No me olviden. 

María

 

Textos:

Calvo, Adrián. 2016. Monedas en el aire. Editorial Babel. Córdoba

Guzmán, Ariel César. 2018 Objetos para ocultar el vacío. Editorial Municipalidad de Córdoba. Córdoba

 

Foto principal: El músico Vedran Smailovik toca el cello en las ruinas de la Biblioteca Nacional de Sarajevo, en 1992 / Mikhail Evstafiev

 

Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.