Por María Paulinelli *

El cuento como espacio/tiempo narrativo “cargado de experiencia”. La casa partida y Arden las palmeras, de Waldo Cebrero. Copérnico y Los boca sucia, de Gastón Lippi.

¡Hola!  Otra vez, nos encontramos. Un encuentro que tiene la luminosidad de las pantallas. También tiene la profundidad de las palabras. De todas formas… un encuentro. Nuestro encuentro.

Mientras, el tiempo transcurre indefinidamente en este alternarse de días y de noches. Parece estancarse en esa movilidad de situaciones, de propuestas.

Sin embargo, algo cambia. El desplazamiento del sol es distinto. La claridad es notoriamente transparente. Los ciclos de la vida se aceleran en esta primavera como el inicio de algo nuevo.

Me pregunto, si todo tiene este ritmo de finales y comienzos. Si quienes habitamos este tiempo, también parecemos estancados o nos transformamos en algo diferente.

¿Qué hacer?

¿Cómo leer las señales, las palabras, los gestos, las propuestas y acertar en la elección de la respuesta?

¿Cuál es la diferencia que necesitamos para mitigar tanta necesidad, tanta carencia, tanta desigualdad, tanto desánimo?

La vida, mientras tanto, sigue y sigue.

Siento que está hecha de momentos. Únicos. Casi iguales en la porosidad de circunstancias similares. Desparejo en el relato que producen, en las expectativas que generan. 

Y entonces, siento y siento, la necesidad de compartir fragmentos de esa vida. Fragmentos de momentos… como si eso nos ayudara a comprender  lo que sucede.

Fragmentos cargados de la experiencia de ser nuevos. De ahí, su valor incuestionable.

Fragmentos narrados desde la brevedad, la concisión, la sequedad de un enunciado.

Algo pasa… Las palabras reiteran lo que pasa.

Encuentro relatos, breves, breves. Los mundos posibles –me digo– también pueden narrar la instantaneidad de los momentos desde la capacidad de narrar el mundo con palabras… desde la mirada nueva que significa ser joven y sentir la extrañeza, la soledad  y las ausencias… desde la incomprensión de una sociedad que arrastra desigualdades y tristezas.

Quince ficciones rabiosas es una antología  de relatos que publicó en el 2020 Casa Ciudadana Córdoba. El primero es de Waldo Cebrero, La Casa Partida. El último es de Gastón Eduardo Lippi, Copérnico. Ellos son nuestros. Egresados, ambos. También docente, Waldo. 

Los leo y me entusiasmo. Coinciden con lo que pienso en estos días.

Decido  hablarles a ustedes de estos textos.

Me parece muy poco que leamos  solo, un cuento. Les pido otro.

Waldo me manda Arden las palmeras. Gastón, Los boca sucia.

Ya está, me digo.

Empecemos a leerlos. 

Fragmentos que relatan sentimientos, que hablan también de crecimientos

Waldo Cebrero, autor de La casapartida y Las palmeras arden

Los dos cuentos de Waldo, relatan situaciones desde un narrador en primera persona. Se organizan en fragmentos que avanzan en la enunciación de un presente narrativo, que explicitan sucesos del pasado, que avizoran retazos del futuro. Similitudes entre ambos.

Pero veamos, cada uno.

La Casa Partida, es el lugar donde los adolescentes protagonistas del relato,  se reúnen. Nos juntábamos a tomar y a fumar en la Casa Partida. Ese lugar que es una metáfora de la vida familiar de esos muchachos. Era una casa vieja, con una puerta en el medio y dos postigos altos en los costados. Le decíamos la Casa Partida porque tenía una rajadura en la fachada desde el techo hasta la base. Un surco como el hachazo de un gigante. La enunciación gira alrededor de esa situación de quiebre en el avance del relato. Un quiebre que se reitera en el relato del narrador y en los enunciados de los amigos. El paso de la niñez a la adolescencia en unos. La desaparición de su grupo familiar en el narrador: la abuela, que hizo las veces de madre por su ausencia, se enferma de cáncer. El muchacho tendrá que ir a un internado. Es decir, la Casa metaforiza ese presente que es –a su vez– el futuro que se anuncia.

Pero hay algo más. Ese espacio contiene la memoria de otros acontecimientos. Sobre el piso había medio metro de barro y arena mezclado con pedacitos de platos, tazas, botellas, palos. Era el sedimento que dejó en las casas de todo el pueblo el aluvión del 92. La metáfora se expande hacia  el pasado. Ese pasado que permanece, porque a esta nadie la limpió porque ya estaba abandonada desde antes. Es decir, la Casa Partida significa también la remisión a ese pasado que es de todos. En algunos permanece como carencia de situaciones no resueltas. Estos son los chicos que protagonizan ese momento que se narra en los fragmentos… porque ellos la comparten como el espacio que han convertido en algo propio.

Es interesante la referencia al dueño de la casa. Permite explicar la significación que la muerte tiene para todos. Así dice: El hombre caminaba por los espacios vacíos, oscuros, cuando una paloma levantó vuelo detrás suyo. El aleteo le paró el corazón. Al otro día, lo encontraron tirado en el piso con los pantalones meados. El pájaro todavía revoloteaba sin poder salir. El suceso se convierte así en un rumor que también sobrevuela ese presente. Por un tiempo, contó el Tata, la gente decía que se lo veía entrar a la casa de noche. Una significación sobre la presencia de los muertos y la ausencia de los vivos. Lo malo de los muertos es que no están más, dijo mamá con un alfiler en la boca. Parece como que están, pero no.

Así, el desenlace  se relata en el último fragmento cuando la madre –en realidad la abuela– mata una gallina para cocinar. Ese fragmento insiste en esa presencia de la muerte. Puso el cogote sobre el borde de una palangana, con una mano sostuvo la cabeza y con la otra cortó de un cuchillazo el cuello del animal. Fue como si hubiera descorchado una sidra: el chorro de sangre manchó el batón y el resto se derramó en el recipiente. La gallina sin cabeza, latió pegada a mis costillas, hasta que se fue apagando.  El narrador, reitera latió pegada a mis costillas. La muerte está presente en ese acto de preparar la comida. La vida colindando con la muerte.

La muerte, también en la frase final con que la abuela, anuncia su ausencia. Un diálogo escueto pero cargado de la tensión que el relato había anunciado: –Andate al internado. –me miró y me tocó el pelo. Ahí comen bien y se hacen hombrecitos. /–Va a estar todo bien– dije. / Sí– dijo. Va a estar todo bien. Los sentimientos eclosionan en esa escueta afirmación: Después se largó a llorar.

Increíble la tensión que el relato logra en esa imposibilidad de expresión de sentimientos. Sentimientos que no logran concretarse  en las palabras que se dicen. Una increíble elipsis para mostrar la soledad y la tristeza cuando la vida es una ausencia y la muerte, una presencia.

Todo entrañablemente unido a la adolescencia, al crecimiento. Al inicio de otro ciclo de la vida. 

Las palmeras arden

Les decía de similitudes entre estos dos textos. Me pregunto, ¿será el espacio  narrativo de Waldo, en el enunciado que prioriza?

Un título en presente, significa la permanencia del conflicto relatado. Carga de significación el texto que se narra en un pretérito pero que en el último fragmento, usa el presente. No sé por qué vuelve este recuerdo a mi cabeza en este momento. O esa referencia final enfatizada por el uso del adverbio: Pienso ahora que….

Un narrador en primera persona, se presenta. El verano del que quiero hablar, el verano en que cumplí trece años, fue el verano de los incendios.

Ocho fragmentos desarrollan el acontecimiento que se desplaza entre hechos, sueños, y premoniciones… también algunas alusiones no explicitadas claramente.  Alude a una situación no resuelta que podemos inferir que es la explicación del final con que se cierra el relato. Una situación que condensa el paso a la adolescencia y que se explicita en la relación con su amigo Tanque con todas las implicancias de participar en un mundo actualizado.

A eso se le suma la particular comunicación con su padre, materializada en la distancia que ambos tienen. Escuché a mi papá caminar por la casa a oscuras, ir hasta mi puerta y quedarse sin saber qué hacer. Después volvió a su cama arrastrando los pies. Hacía eso cada tanto. Creo que quería decir algo, pero no sabía cómo. Una distancia verbalizada en el trato de usted que el padre le dispensa y que el narrador marca en el relato. Pienso ahora que ni en ese momento pudo dejar de tratarme de usted.  

De ahí que el relato se despliegue en ese incendio que se observa desde lejos, pero que también protagonizan al acercarse, ver ese caballo que el padre mata entre el humo que, luego se convierte en una imagen que se traslada a los sueños, a la interpretación de las películas que miran, a la mirada que se tiende sobre el hecho. Un incendio que es el detonante de un verano que trasciende ese verano porque forma parte de lo nuevo. Un amigo, los dedos entrelazados de su mano… un desayuno a medias consumido. No sé por qué vuelve este recuerdo a mi cabeza en este momento, pero por alguna razón siento una repentina necesidad de volver hasta esa casa, subir el techo y agarrar de nuevo la mano de Tanque. Y mientras me abro paso en mi recuerdo. Lo que veo, sin embargo, es la taza vacía sobre la mesa y un pedazo de pan a medio comer, tal como lo encontré aquella mañana.

Un mundo nuevo, que produce la necesidad de acabar con este, ya caduco. Sueña con la madre en el caballo, radiante con un kimono rojo. Su amigo lo vincula con la película El sorgo rojo que tiene una imagen parecida. La imagen reaparece pero ahora es el padre que cabalga. La voz de su madre, insiste en que lo mate. El sueño transparenta la necesidad de crecer, matar lo viejo. La voz de mamá era clara esta vez, Me agarraba la mano y me decía Tírale. Yo levantaba el revolver firme y tiraba.

El relato continúa y termina con el incendio de la casa, de ahí. Arden las palmeras. Ese espacio que representa la vida con su padre. La chata no estaba. Junto al árbol donde la guardamos había un bidón hasta la mitad de nafta. En mi cabeza, mis manos se mueven sin voluntad y agarran el bidón, camino hasta la puerta por un sendero pedregoso y tiro varios chorros en la cocina, en los muebles y en las camas. Después un fósforo hace lo suyo. Yo me siento a mirar en una piedra a varios metros. Así me quedo…. Increíble narración de ese momento. El pasado se actualiza en un presente que permite la permanencia de ese hecho. Tardo unos minutos en mirar a la casa y darme cuenta lo que hice.

Se cierra así como en un círculo perfecto, la posible metáfora que el relato significa. El pretérito se cambia por presente. Un presente que no solo es la memoria que recuerda. 

Hermosos, ¿no? 

Fragmentos que orillan las tristezas que logran hacer las diferencias 

Gastón Lippi, autor de Copérnico y los Boca Sucia / Foto: Belén Silva

Gastón mira con ternura los desposeídos, los humildes, los llenos de carencias.

Copérnico desde la mirada de un niño que sufre el desmedro, la violencia de otro niño.

Los boca sucia, desde la mirada que recuerda una heroína silenciosa que disminuye las tristezas, el hambre, la intemperie de los niños de un barrio de pobrezas. Por eso titulo los fragmentos que orillan las tristezas que logran hacer las diferencias. 

Empecemos con Copérnico.

Un epígrafe  –de Nicolás Copérnico– enuncia la esperanza en un tiempo más benévolo. Así dice: Es posible que las cosas que estoy diciendo ahora sean oscuras pero se aclararán en el lugar que les corresponda. Luego, de esta casi advertencia, empieza el relato.

Los protagonistas son dos niños.  EL NIÑO –así con mayúsculas– y el narrador que relata en primera persona. La relación de ambos es el enunciado que propone a su vez, otras lecturas. No es casual el uso de mayúsculas para nombrar a uno de los protagonistas. Metaforiza el poder que ejerce en su condición de hijo de los empleadores de la familia del narrador, de su capacidad de dominio sobre los compañeros del colegio. Lugar que se designa como el primer simulacro de la sociedad moderna. Espacio donde EL NIÑO, es considerado el peor de los picantes en sus tropelías sobre los pequeños desgraciados que conformaban el resto de los alumnos. Nuevamente, una cierta advertencia se desprende de la afirmación del narrador. Esa desgracia de los resignados es una cuerda que se tensa hacia la venganza, aunque la voluntad no lo requiera y solo el destino decida.

Y es entonces, que inicia el relato de esa relación. Conocí a EL NIÑO mucho antes del colegio Vivíamos enfrentados en el mismo lote porque mi padre estaba a cargo de mantener la finca de su familia y mi madre hacía los quehaceres de su casa. Describe las particularidades de ese NIÑO. …tenía talento para jugar con los roles. Pasa así a narrar las distintas actitudes que asumía. Apenas ponía un pie en el colegio, me desconocía, tomaba distancia como si evitara contagiarse de algo que yo arrastraba. Alrededor suyo tenía un séquito de picantes que aplaudían sus gracias y escupían burla. Pero siempre quedaba el narrador para el final, cuando mostraba  esa capacidad en el cambio de roles. EL NIÑO me arrinconaba con su tropa en el último recreo y, antes de comenzar, me susurraba al oído una tímida disculpa. Prometía que esa misma tarde íbamos a jugar.

El otro espacio que compartían era la habitación del narrador. Allí EL NIÑO ejercía su capacidad de destrucción con los juguetes. A los soldaditos de plástico, les arrancaba la base hasta dejar un ejército de rengos. Pero hay una cosa en particular que sacaba de las casillas a EL NIÑO. “No importa, lo arreglamos con la gotita” decía mi madre cuando remendaba los muñecos destrozados. Él se indignaba y después me lo recriminaba… …EL NIÑO revisaba en el canasto cuáles tenían marcas de la gotita, si no las veía, las palpaba con los ojos cerrados y cuando las descubría volvía a romper las fisuras para que nunca más pudieran arreglarse.

He copiado todo el fragmento porque permite entender el desenlace ya entrevisto en el epígrafe.

Ocurre entonces, que para Navidad le regalaron a EL NIÑO un pato al que llamó Copérnico. Era un espectáculo ver a EL NIÑO presentarlo. El animal lo había ablandado. Lo llevaba a todos lados.

Llegó el veinticuatro de diciembre. Ambos jugaban con los juguetes y fingían una expedición al África. EL NIÑO pretendió demostrar que su pato podía nadar en la arena. Cuando van a buscarlo, sucede lo increíble. En un tablón, aparte, el padre de EL NIÑO sujetaba al pato del cuello, contra una madera. El animal lanzaba un graznido horroroso, parecido al chillido que yo hacía cuando me hincaban con el compás. Aleteaba de lado a lado queriendo escaparse. En un instante, una diminuta hacha le reventó el cuello y EL NIÑO emitió un grito parecido a ese graznido. Voltearon por el susto, el animal cayó del tablón y comenzó a correr en círculos sin la cabeza. Después de dar vueltas cae muerto.

Y es entonces, que en una síntesis magistral Gastón enuncia el desenlace.  EL NIÑO lloró desesperado, sujetó los restos del pato y comenzó a mancharse con lo rojo mientras gritaba desde el suelo que trajera la gotita.

Castigo a los culpables, dirían los que manifiestan por las calles tomando la voz de los desposeídos.

La cultura popular tiene muchos dichos que refrendan el epígrafe que inicia el cuento. Piensen, sino.

Un desenlace, pues, que llena de luz y esperanza  la niñez de muchos niños, distintos a EL NIÑO. Niños que sufren las consecuencias de esas diferencias que causan tantas tristezas y que también merecen ser considerados NIÑOS solo por la singularidad que cada persona significa.

Hermoso relato. ¿No?  El otro texto que leemos, se titula Los boca sucia. Dos fragmentos componen el texto.

El primero enunciado por un narrador en tercera persona, dice: Doña Ofelia alimentó a casa tres generaciones de Villa Urquiza.

Identifica luego ese barrio de Córdoba: Villa Miseria que la próspera Córdoba esconde con hipermercados, un fatigado río y monolíticas publicidades que titulan: “Aquí nace una nueva ciudad”.

Explicita una de las significaciones posibles del relato en esa acotación entre paréntesis. (La buena docta que pocos gozan para que todo lo de atrás sea la barbarie). Significación que alude a la marginalidad de la Villa donde la protagonista –Doña Ofelia– trata de paliar las carencias de sus habitantes.

Se explica también la significación del título: Los boca sucia es el grupo de niños que asisten al comedor de Doña Ofelia, donde reciben no solamente alimentos, sino el afecto y la alegría que provoca la lectura de cuentos y la atención maternal que les dispensa. … pero en la mayor parte del calendario ella sola, solita, alimentaba a casi cien bocas sucias.

De esta manera, en el primer párrafo, se señalan los sujetos de acción y la problemática del relato.

Seguidamente, el narrador cuenta un día cualquiera en la vida de Ofelia. Empleada doméstica a la mañana en un barrio cerrado –donde el narrador acota: donde se esconden quienes temen a lo que ellos mismo escondieron– realiza sus tareas  llenando de alegría a los niños de la casa. Los niños partían al colegio riendo a carcajadas, se fugaban de la mesa, ella sonreía por lo bajo y así continuaba gastando sus manos hasta el fin de la tarde.

El narrador, sintetiza el derrame de los días, en esa síntesis que dice: Pocos conocían la historia de ella, cuando la noche acababa la veían subir por la empinada de tierra junto a la cuadrilla de albañiles, cuando la noche empezaba la veían bajar por el sendero pisando las huellas que los albañiles dejaron al volver. Y es entonces, cuando Ofelia se transforma en Ofelita. Entraba cinco minutos a su casa, y como si hubiera lavado el alma abría la puerta de su garaje al mundo, entonces, los pibes de la esquina escuchaban el ruido de las bisagras y alertaban a la camaradería.

Me detengo en el texto… como si se hubiera lavado el alma…. Abría la puerta de su garaje al mundo…. Los pibes de la esquina…. Esos pibes que le gritan: Apúrate Ofelita, contanos un cuento. Y mientras ellos se alimentan, Ofelia reparte la comida de una esquina a la otra de los tres tablones. Así eternamente, de una esquina hacia otra, hasta que Ofelia regresaba a la olla y notaba que solo había el mando de cuchara.

Y aquí empieza la otra maravilla. Ofelia respiraba hondo y se las ingeniaba, Miraba a la multitud de patas cortas para pedirles silencio, todos callaban el griterío y el lugar se volvía un común acuerdo, ella soltaba la cuchara dentro de la olla y sacaba de su delantal la mejor receta que preparaba: Tres libros de cuentos. Alimentados pero también alimentados de sueños, de ilusiones, de historias que los niños necesitan, asimismo, para seguir viviendo. Todos los niños. Sin diferencia alguna.  Por eso explica: …esos libritos que leía a los niños recién despiertos y a los que tienen ruidos en la panza.

Pero hay otra maravilla de esta heroína humilde. Nunca puso la llave, fingía no ver a los que bajo la mesa se escondían, los que no querían y no tenían donde volver. Al llegar la medianoche ella aparecía con viejas colchas que sacaba de algún lado y sin que los cabecitas se den cuenta los tapaba a uno por uno.

Así terminaba el día de Ofelia. Un día lleno de alegría para todos los niños.

El segundo fragmento cierra el relato. Está escrito en primera persona Identifica al narrador del relato que vive también en Villa Urquiza. Desde la memoria y los recuerdos, cuenta la historia de Ofelia. En este invierno atravieso la avenida que costea Villa Urquiza. …Voy apurado hacia mi casa ansiando la estufa y un plato de comida. Y en el camino escucha la niña que reza mientras pide: San Ofelita, contanos un cuento esta noche, dejanos dormir en tu casa!”

Mediante  ese recurso –la plegaria de una niña– metaforiza la presencia permanente de Ofelia en el barrio. Una  presencia casi mágica, lindando con lo mítico. Mastico el silencio el resto del camino. Escapo de la avenida llevándome la villa adentro.

Y entonces, explica la significación última de la historia: “Ay, Ofelita mía, nos criaste tan boca sucia que hoy contamos lo que a nadie le pasa”.

Increíble metáfora de la presencia de Ofelia convertida en leyenda.

Por eso es que relata. Por eso es que el cuento se titula Los boca sucia. Esos boca sucia como él –que ha contado el relato– siguen contando historias de lo que ya no sucede.

Sin Ofelia en la Villa, no queda la esperanza. Los niños han quedado expuestos no solo a la carencia, sino también a la tristeza.                                    

Interesantes recursos narrativos plantean ambos cuentos. El cambio de narrador que posibilita el testimonio y la memoria presente en la memoria de una Villa. La memoria como reservorio de creencias y construcción de mitos populares. De ahí la importancia de  esa voz que testimonia esa presencia.

El otro recurso es el uso de la grafía que define la singularidad del protagonista en la generalización que supone el genérico niño. EL NIÑO carga de significación un sujeto determinado.

Asimismo Los boca sucia, define a un grupo humano comprometido con la verdad como define el narrador al final del texto. La verdad que es pura transparencia significa aquí, la realidad negada y escamoteada como explica el texto.

Me parece importante observar estos recursos, porque definen el compromiso de Gastón en esa escritura  transformadora de  este tiempo. 

Hermosos relatos. Aún queda la esperanza de un tiempo diferente en esos mundos posibles escuetos, pero contundentes. 

Los despido entonces, hasta que nuevamente la luminosidad de lo posible, nos encandile los días…

¡Hasta pronto!

María 

 

Textos                                                                                                                                  

Cebrero, Waldo. 2020 La casa partida en Quince ficciones rabiosas. Antología cordobesa de relatos.  Nodo Ediciones Córdoba Ganador del Concurso de cuentos de Casa Ciudadana Córdoba 2020. 

Cebrero, Waldo. Arden las palmeras. https: //www.cb24n.com.ar/ opinión/ arden-las-palmeras.a638604b9c306b924947850af                                                                                       

Lippi, Gastón Eduardo. 2020. Copérnico en Quince ficciones rabiosas. Antología cordobesa de relatos. Nodo Ediciones Córdoba Ganador del Concurso de cuentos de Casa Ciudadana Córdoba 2020.

Lippi, Gastón. 2020. Los boca sucia en La vejez es cuento. Antología. Nuvia Ediciones Córdoba. Ganador del Concurso de Gerontoliteratura. Universidad Nacional de Córdoba. 

Foto principal: https://www.infobae.com

* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.