Por María Paulinelli *
Libros que abren ventanas a las infancias -y al niño que todos conservamos dentro-. Mi abuela Margarita y su bosque encantado de Mabel Petrini, Cuando llega un dragón… de Marisel Palomeque y Palmeritas de Adolfo Barrera.
¡Hola!
Todo ha trocado en una cierta magia que encandila. Lo rutinario, cotidiano, parece reemplazado por un cierto aire misterioso. La ciudad se ha transformado sin dar explicaciones.
Yo miro. La contemplo. Me pregunto… ¿hasta cuándo seguirá esta maravilla?
Aún me desconcierta, esa cierta extrañeza que circula por las calles… Y digo así, porque atisbamos un cuadradito de sol y lo ocupamos. Un rostro, una sonrisa y la guardamos presurosos. Una imagen de las sombras al correrse, nos hace ver imágenes inexplicables.
¿De dónde llegó esa magia, me pregunto? ¿De dónde ese cierto asombro, esa sorpresa? Quizás porque nos dimos cuenta que también hay brillos y destellos en la vida que merecen reconocerse. Quizás porque nos empapamos de recuerdos. Quizás porque aprendimos que siempre es posible la alegría.
No importan las razones. El caso es que aquí estamos nuevamente.
Busco nombres que me indiquen donde habrá mundos posibles que rezumen la extrañeza, el desconcierto, la pura maravilla.
Mundos posibles que relaten historias plagadas de sorpresas increíbles. Mundos posibles que seduzcan con la música que tienen, a veces, las palabras.
Mundos posibles llenos de imágenes, dibujos, colores, diferentes a este cotidiano.
Mundos posibles que hagan suspirar por otros mundos distintos a estos que vivimos diariamente.
Y entonces… los encuentro.
En la inmediatez de un mundo que se ensancha y se transforma. ¡Se hace inmenso!
En la sutil construcción de una historia que es solo poesía.
En la versatilidad de un mundo que ha sido, sigue siendo… y a veces, se torna fantasía.
Mabel Petrini imaginó Mi abuela Margarita y su bosque encantado. Los chicos entonces, conocieron lo enorme que puede ser el mundo. La aventura que significa conocerlo.
Marisel Palomeque soñó largamente Cuando llega un dragón… y se hizo poesía. Uno cierra los ojos y le parece mentira que pudiera ser un libro solamente.
Adolfo Barrera recordó, urdió, miró, transformó, inventó montón de historias que guardó en un libro llamado Palmeritas.
¡Y aquí están! Se los entrego… con una recomendación: Está prohibido que aparezca la nostalgia.
La inmediatez de un mundo que se ensancha y se transforma. ¡Se hace inmenso!
Mabel Petrini escribe Mi abuela Margarita y su bosque encantado.
Se escapan de las páginas las imágenes de un mundo que es el nuestro. Éste. Es que el mundo que vivimos es el espacio donde caminan las historias, donde se dibujan los lugares y su gente. Un mundo que al ser mirado y relatado, se agranda, muestra su singularidad, se hace gigantesco.
¿Lo vemos?
Empieza con un Prólogo. Un Prólogo escrito por la Seño Norma Seco. Nos avisa que Los libros son piezas de literatura que comunican ideas, pensamientos, sentimientos. Algunos en su contenido expresan formas de vida y costumbres de un lugar en forma de cuento. Este es uno de ellos.
Pero también dice, que Logra en sus frases construir y un mundo imaginario que a la vez plasma la realidad y la identidad cultural de un lugar. Todo está presente, formas de vida, flora y fauna junto a sentimientos de amor y respeto.
Nos cuenta así que este relato tiene un mundo posible construido desde un mundo que existe pero que –con la palabra– se hace imaginario.
Simbiosis de lo real y lo inventado –diría yo–.
Un mundo posible –singular, único– que se desplaza en las palabras que lo nombran, en las imágenes que lo representan, en la magia absoluta que significa escuchar o leer un cuento…
Y entonces, Valentina, –la narradora y protagonista– abre el texto. Nos acerca a ese mundo posible tan distinto y, al mismo tiempo, tan posible. Así dice: Hola, soy Valentina. Tengo 10 años y cuando va llegando el verano comienzo a estar muy feliz porque llega el momento de irme con mi abuela. Mi abuela vive en medio de la montaña, cerca de un río muy hermoso, en la Provincia de Córdoba. Con mi papá y mi mamá, por sus trabajos, vivimos en la ciudad. Pero en enero, vamos en el auto hasta ese bello lugar. Mis papis se van y me quedo con mi abuela y su bosque encantado.
¡Ya está! Y así, empiezan a desfilar las maravillas.
Lo primero. El río, el cielo, la tierra, los animales y las piedras le enseñan todo lo que necesita saber. La abuela Margarita se lo enseña: Ella me dice que mirar de cerca lo que pasa en el bosque, es mucho más emocionante que mirar lo que le pasa a la gente que ella no conoce.
Lo segundo. Cómo se hace la comida. Una cocina económica con leña cortada en ese bosque. Alimentos que se sacan de ese bosque. Los huevos, las legumbres, los frutos –chañar, piquillín- que permiten hacer riquísimos dulces –el arrope–. Todo eso matizado con las historias de la abuela.
Lo tercero. También hay una escuela. Con chicos que tienen amigos en el bosque. Que saben entender las maravillas que pueden suceder a cada momento.
Lo último y todo al mismo tiempo. Vivir en ese bosque. Aprender los ruidos y sonidos. Saber de sus habitantes, reconocerlos, aprender de sus modalidades. Conocer el ritmo de los días, que es conocer el ritmo de la vida.
Y así… cuenta sus historias la abuela Margarita. Las historias que explican esa maravilla que es el bosque. Es muy importante que sepas que en el bosque está todo y que sus habitantes están muy unidos como en una gran ronda dentro de muchas rondas. La magia de la vida. La magia de la naturaleza metaforizada en muchas rondas.
Esa magia que se insinúa y que es posible reconocer de una manera, también mágica. Cerrá los ojos y pensá que todos los árboles, yuyos, flores, frutos, animales, insectos, arbustos no pueden vivir por sí solos, todos dan y reciben muchas cosas de los otros, están enlazados mágicamente, con como una gran familia en la que todos colaboran. Esa gran familia que también integran los humanos. Los humanos que deben cuidar de ese bosque con sus ríos, sus plantas, sus animales… no solo para la sobrevivencia inmediata sino para la conservación de las especies de esta tierra.
Y así… se desgranan las historias que enseñan la maravilla de ese mundo. Un mundo que se ensancha y se hace enorme, inmenso, extraordinario.
Un mundo que se mira con los ojos del asombro, la sorpresa.
Un mundo que trasciende la relación de la abuela y esa nieta…
Una canción cierra el texto. Con mi abuela Margarita. Representa ese mundo posible mostrado en las palabras y las imágenes, en el relato de esos días compartidos, en el asombro de comprender la inmensidad del mundo que es de todos… para todos… En la magia de pertenecer a esas rondas mágicas que solo la naturaleza y la vida deslizan con nosotros.
¡Ah! El texto se acompaña con la versión QR de la Lengua de señas. Meritorio. Son más los que pueden disfrutarlo.
El encanto de un bosque transferido a la importancia de cuidarlo y de cuidarnos.
El mundo que se expande y nos muestra la dimensión de otro posible.
Esas historias que, también, son necesarias… aunque sean creadas para niños.
La sutil construcción de una historia que es solo poesía
Marisel Palomeque soñó un mundo posible que se hizo poesía… y quedó para siempre, como eso… poesía. Cuando llega un dragón.
Un texto prolijamente realizado. Relato de un mundo posible, imágenes, diseño, organización de los fragmentos escritos… Todo en la concisión de lo sutil, lo evanescente.
Las ilustraciones de Rosa Mercedes González acompasan esa dimensión de lo poético. Llenan de misterio y de ternura, la historia que se despliega en breves, pocos textos icónicos… Remiten a imágenes de una difusa mitología latinoamericana. Reproducen una estética que abreva en las leyendas, que reproduce estampas de otros tiempos, de civilizaciones que son nuestras. De ahí, la simbiosis, la mezcla, la resultante de magia y fantasía referenciada en esos dibujos, tan simples y a la vez, tan singulares, tan ciertos, tan certeros. Relatan desde el poder que tienen las imágenes para contar una historia… aunque sean tan simples y casi primitivas. Refuerzan ese carácter mítico del texto. Completan la significación como relato. Son siete textos fulgurantes en la sencillez de líneas y colores –visualizados en la tapa– como en la ausencia de una tonalidad que reemplace al blanco y negro –las imágenes intercaladas en el texto–.
Y Maricel sueña. Ya lo dije. Sueña en un presente que se hace para siempre. Un presente que actualiza la historia y la hace permanente en un comienzo y recomienzo inquebrantables. Porque, Cuando llega un dragón, relata eso. La llegada de un dragón a un pueblo de oderios… el encuentro, el reconocimiento, la integración en el grupo, las disímiles aventuras y al final esa partida… que no es toda. Sobrevuela en círculos su propia réplica que perfila una sombra larga y escamosa sobre el corral. Abre sus fauces y echa un fuego naranja en el aire, que dura solamente el tiempo que le lleva desaparecer entre las araucarias, hacia el mar, siguiendo el rumbo de la dragona blanca. Una ausencia casi inalcanzable. El dragón y su historia han quedado grabados en las imágenes de las piedras que lo representan, en las palabras que susurran en las hendiduras labradas. Ni el viento, ni el agua, ni el fuego, borren la memoria de estas piedras. Por eso, la presencia que se actualiza en ese tiempo de los verbos, en ese fragmento que se repite como un mantra que refuerza esa llegada permanente. Las fronteras serán traspasadas…
La historia se acaba en la mirada sobre la presencia que ha quedado. A los pies del nuevo dragón –que no vuela, no respira, ni guarda llamas en la boca- los oderios cantan mirando el cielo como lobos entonando una alabanza.
En el círculo de los días y las noches, en el terso devenir de los ciclos naturales, en la continuidad de la vida con la muerte, el dragón es la cesura, el corte que interrumpe y muestra que los sueños también se hacen… de relatos, de historias, de extraños que se convierten en amigos.
Ese mundo posible –la historia contada– se desparrama en la multiplicidad que, a veces, dan las palabras. Y resulta que entonces se escucha y se lee de maneras tan diversas que hoy se encuentra una historia, mañana otra distinta.
De ahí las significaciones posibles que se multiplican, se suman… Que justifican el sentido de sueño como nombró a la escritura.
El dragón como el futuro mostrado y enunciado en ése epígrafe de Italo Calvino. Tú que exploras a tu alrededor y ves los signos, sabrás decirme hacia cual de esos futuros nos impulsan los vientos propicios. La incertidumbre buscada, la experiencia de algo diferente.
El dragón que sueña mientras vive. Son esos los sueños que se acompasan al ritmo de la vida y que le permiten encontrar algo de esos signos. Venía de a pie. No porque estuviera herido, sino que prefería rastrillar el paisaje con la avidez del caminante que busca un destino. Se detiene allí, entre los oderios. Se detiene para continuar la incertidumbre de quien espera. No porque se haya perdido. Solo se ha desviado del camino. El dragón, pues, como la búsqueda necesaria. La mirada hacia cada uno. Por eso es que no logra desaparecer, irse. Queda en la eternidad de las piedras que lo representan, en las palabras que se repiten, en las preguntas que inquieren, en las pupilas inflamadas de pena.
¿Cómo reconocer su presencia? ¿Cómo atisbar la dimensión de sus alas, el fuego escapando de tu boca, la aspereza de su piel y sus escamas? Los oderios tienen un sabedor. El sabedor lo sabe todo. Puede explicar cómo nacen los dragones. También qué hacen los dragones. Cómo conjurar el mal y transformarlo en bien. Mejor será bendecirlo, sugiere el sabedor.
La sabiduría del sabedor –qué hermosa la palabra– reside en sus palabras. En la experiencia que transmite. En la transmisión de una forma de estar siendo. En la continuidad de la enseñanza. Entiende de la vida y de la muerte… también de la necesaria continuidad de las tradiciones, de lo que los hace ser oderios.
El dragón tampoco sabe de muchas cosas que está viendo. Se inunda de la maravilla. No pregunta. Solo vive. Después de cada aguacero el dragón recorre el arco iris de punta a punta. No logra comprender quién lo sostiene en el aire. Tampoco lo saben los oderios que esperan abajo, expectantes, a que les revele el misterio. La maravilla está latente.
Así como la magia inunda las palabras, el mundo posible se convierte en lo impredecible que tienen las cosas que suceden… y no necesitan explicarse.
También, ellos –los oderios– siguen el movimiento de los días y las noches. Hay un ciclo de luces y de sombras que se repite, exacto, cada vez. Primero es el sol que despierta al río, a los animales, a las plantas. Los oderios abren los ojos, despabilan a su prole, trabajan la tierra, andan… Luego es la luna, el contrapunto blanco de la espesura que los cubre. Tiempo de cerrar los ojos y acunar a las crías Y otra vez, el sol. Y otra vez, la luna.
De la misma manera repiten en sus vidas los ciclos naturales. Así como el sol y la luna, es con los oderios, que un día nacen y otro día se mueren. Cuando nacen, nada recuerdan. Cuando mueren, han aprendido. Vuelven a nacer, y no recuerdan. Mueren aprendidos.
Y así, ese mundo posible que resulta del sueño de Maricel, enuncia el tiempo de las cosechas, el tiempo de las fiestas, el tiempo del amor y de la entrega. Los tiempos de la vida, se entreveran con los desastres naturales. Las inundaciones. Los volcanes en erupción. Los monstruos que crecen en los lagos. El robalonte como un habitante más de tanta maravilla.
Y para todo, hay palabras que dicen los oderios y que el dragón no entiende pero acepta. Palabras de un idioma de sonidos, ululantes, discontinuos. Palabras que reiteran en los ritos, en las acciones que repiten día a día. Palabras que importan por la musicalidad que despliegan y producen al leerlas. Solo magia. Otaja mem linyu chumá// Otaja mem/ Owate chimá
Los dejo en la increíble tarea de conocer ese lugar de los oderios.
De imaginar ese dragón ávido de encontrar ese camino que imagina.
De conocer la sabiduría del sabedor.
De entender esos sonidos por palabras.
De imaginar, imaginar y soñar siempre.
¿Podrá ser una forma de regreso a lo que fuimos… a ese tiempo de la niñez y de los relatos encantados?
La versatilidad de un mundo que ha sido, sigue siendo… y a veces, se torna fantasía.
Adolfo Barrera escribe, Palmeritas.
No solo escribe, pareciera que cuenta, que relata mientras nosotros leemos, escuchamos. Es por eso que sentimos que siempre está presente… en una sombra que se esconde… en una luz fuerte que encandila… en esa entonación de los relatos que desgranan maravillas… en ese mundo posible que, solo él, pudo decirlo desde la ternura que lo habita.
La primera página, nombra a quienes hicieron posible este texto. El ilustrador, la ciudad de Alta Gracia, a Virginia y Emilia, a sus amigos, la familia, la librería Hora libre, los autores de Literatura Infanto Juvenil, la vida tan linda, linda, y los que lo leerán, es mi mejor modo de agradecer. La última página es el dibujo de su mano así explicado: Te voy a dibujar la forma de mi mano en este papel. Te la dejo guardada en este libro por si te hace falta.
Inicio y final de un texto que no llega a terminarse. Queda abierto en esa mano que esperará por siempre continuar ese mundo posible compartido. Esta es la metáfora que significa Palmeritas. Un texto que deambula entre presencias. Un texto que se escapa intermitente en las maravillas que despuntan el mundo posible que dicen las palabras.
Un texto que asoma también, de vez en cuando algunas pocas imágenes, recursos. Representan la historia relatada. Dibujan los superhéroes. Completan la aseveración de un significado. El hombre está constituido por un ochenta por ciento de agua. Y un veinte por ciento de misterio. Hilvanan la forma que tiene una pelota. Permiten intuir qué se esconde tras la hoja en un pequeño hueco que trasciende superficies. Muestra los cambios en los colores que referencian –como nada– la diferencia de colores. Todos juegos, mezclados con la magia.
El texto se desgrana en múltiples fragmentos. 75 para ser más exactos. Fragmentos numerados, como si los números pudieran ordenar ese prodigio que resulta el mundo posible relatado. Una dedicatoria: A los que encontré de pie, hace referencia a los que están siempre anhelantes, impacientes.
Una hoja tiene escrito: ¡Cuchiviri! Como un saludo total de bienvenida. Pasamos muchas hojas para saber ese significado. Mi mamá la nombraba –dice– como la contraseña para entrar a la alegría… Y entonces, se confirma que ya hemos entrado en el júbilo que dan las sorpresas permanentes, la inmediatez de lo diverso, lo múltiple, lo inexplicable.
Después sabemos por qué se llama Palmeritas.
También, sabemos de la aventura que puede ser la vida en ese relato que nos cuenta las sorpresas que cada uno de la familia va dejando, va entregando. Y así el mundo les enseñó, de qué sustancia están hechas las maravillas. También, sabemos del aprendizaje de la vida en las pequeñas elecciones posibles. … decidió que nadie le quitaría sus secretos y misterios. Si quería jugar, jugaría. Nadie podría ser dueño de ese espacio tan íntimo y feliz. Con el tiempo, también entendería que crecer es también poder elegir con libertad los momentos de las despedidas.
Y así sabemos y sabemos… en la voz del narrador que mira el mundo y lo relata en una tercera persona que luego –poco a poco- se convierte en la presencia que da el protagonismo de quien cuenta y nos hace protagonistas a nosotros, que escuchamos o leemos. Te hubiera invitado a ir. Me parece que los alambrado ahora. Tanta seguridad nos hace más y más miedosos. Pensándolo bien, un día de estos nos ponemos las botas de lluvia, las capas y buscaremos otros desafíos.
Hechos aparentemente superfluos, olvidables, nimios, ayudan a hacer ese mundo posible que se despliega lentamente, que usa la palabra como resonancia de la vida que se vive. Las edades, los momentos. El nacimiento de un niño. Javier le narraba a su hija el modo en que la trajeron a la vida. Como buen alfarero, iba armando un muñequito con masa de arcilla mientras hablaba. …A Julieta le encantó la historia. Y, como a todos los niños que les gusta un juego, dijo: Haceme de nuevo, papá.
Cuando se deja de ser niño y se hace adolescente y sobran los brazos y las piernas de tan largos… y se llena la cara de protuberancias… como si uno fuera un monstruo. La adolescencia de los monstruos es de una soledad conmovedora. No despierten a los monstruos de sus sueños, no, no, nunca los despierten, cantaba la mamá los versos de una vieja canción. La relación de los padres y los hijos. … pueden hablarlo todo lo que puedan. Cada tanto se animan y lo hacen, aunque parecen preferir evitar el tema y seguir andando juntos, más lejos, más cerca, como a cada quién le toque.
Los abuelos en la imagen de ese hombre que aprendió la virtud de escapar de las certezas.
Los consejos de la abuela. …en el mundo no hay mejor paisaje para mirar que los humanos y sus postales de vida. …La necesidad de esperar para crecer porque ella entiende todo. El problema de mi generación era la falta de paciencia, la inmediatez, el querer tenerlo todo ya.
La indescriptible emoción con los amigos. Es bonito cuando a los amigos se les nota la alegría de estar con vos.
Las modas, las tendencias, las costumbres. Los que saben de esto dicen, que las tendencias siempre vuelven, renovadas, recicladas, como los deseos y la inocencia de la gente.
El amor en una idea. A veces, los amores no son correspondidos, pero eso no los hace menos infinitos.
La imagen de la maestra con su idea Educar acompañando. Que el conocimiento circule entre todos.
La metáfora, expresada con la profundidad y la sencillez que tienen las palabras. La chica que le gustaba adoraba ese detalle, se asomaba y veía pasar por su ventana el cráneo enamorado del joven silbando con belleza. Entonces, sacaba su corazón y lo mandaba a volar como pajarito liberado detrás de aquel sonido.
El juego con los verbos, la fuerza de un concepto. No cuesta trabajo creerle. No cuesta nada no creerle. No cuesta trabajo creerme. No cuesta nada no creerme.
Ocurre que por momentos la magia se vuelve irrefrenable y Adolfo la deja que deambule en los relatos. Para acabar con ese clima realizó unos últimos trucos infalibles: le hizo aparecer una flor detrás de la oreja, un alfajor en su bolsillo, una moneda de la nariz y un abrazo que dura para siempre.
Se convierte en la sustancia del relato, como el de ese primer hombre que salió de Escocia a comprobar que la tierra era redonda cuando aún faltaban algunos años para que Colón llegara a América.
La sala de cine que transforma las películas. A medida que pasaba el tiempo la cinta parecía deteriorarse. Se cortaba, faltaban partes. Y a mí me parecía que el dragón salía con menos ganas de combatir. Como si estuviera aburrido o cansado. La última vez que la vi, faltaba incluso la parte del dragón. Esto sé nomás sobre dragones en Alta Gracia.
Esa sala donde las personas también pueden transformarse. Al encenderse el público ya no está. Al cabo de un tiempo las personas comienzan a aparecer en las películas convertidas en grandes figuras. Los artistas olvidados suelen retornar al Cine Stars, una y otra vez, a esperar su función especial.
Las explicaciones sobre el mundo. Las teorías del gigante que sostiene el universo. Los que recuerdan los relatos del gigante sienten que la gravedad es en realidad el inmenso fluir de melancolía y soledad en el espacio.
El niño que confunde el mundo atrás de los anteojos, como si fuera Harry Potter. Este chico ve más allá. Pero ya le receté unos anteojos de normalidad. Estimo que para usarlos en la escuela estarán bien. El niño no tardó en mejorar sus calificaciones. Y hasta leyó la saga de Harry Potter en un mes.
La historia de la hormiga que escaló un reloj durante un tiempo y que al bajar…Acaba de descubrir que si existe tamaña inmensidad sería difícil establecer que las cosas terminan del todo. Lo que hace es pegar un grito con todas sus ganas. No podrá oírse. Pero esa energía impulsada por la hormiga que escaló el reloj, tan pequeña y poderosa, activa el deseo de un niño. El efecto hormiga. A ese chico que está sentado en el segundo banco de cuarto grado… No entiende de dónde ni por qué, una energía feroz y un fervor que le hace imposible quedarse quieto.
Y así siguen y siguen las historias que muestran ese mundo posible que alguna vez escribió Adolfo, para que fueran leídas. Que otras veces relató para que fueran escuchadas.
Maravillas que pueden las palabras cuando se leen o se escuchan.
Sorpresas que se encuentran a la vuelta de una página… cuando soñamos imposibles.
Retazos de la ternura que conservamos aunque seamos grandes, casi viejos.
Saberes que hemos extraviado en los años de adultos que tenemos.
Mundos posibles hechos de la magia que significa vivir todos los días.
Ha sido un largo viaje a la memoria.
No quiero distorsionar el hechizo de estos textos.
Los dejo en la magia que dejan las palabras… cuando dicen los recuerdos de tiempos más felices.
¡Hasta pronto! María
Textos
Barrera, Adolfo. 2021. Palmeritas. Ilustraciones y foto héroe: Benicio. Hora Libre Ediciones. Alta Gracia. Córdoba.
Palomeque, Maricel. 2017. Cuando llega un dragón. Ilustraciones: Rosa Mecedes González. Editorial Los Ríos. Córdoba.
Petrini, Mabel. 2022. Mi abuela Margarita y su bosque encantado. Ilustraciones: Florencia París. Ecoval Ediciones. Córdoba.
* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.