El Festival Invicines, el cine de los invisibles, es una propuesta surgida a partir de 2015 como confluencia de talleres realizados en contextos de encierro. Todos los septiembres, los relegados del status quo cinematográfico, se reúnen para mostrar sus productos audiovisuales, desplazando la técnica a un segundo plano con el fin de expresar los mensajes más profundos desde el corazón de la periferia.

Por Carolina Wild para El Cactus N°6.

“Una maratón de cine comunitario y social, donde se pone en diálogo realidades complejas de nuestra contemporaneidad y de nuestros recorridos históricos” es una de las tantas definiciones del Festival Invicines. El cine de los invisibles es una jornada semanal de carácter anual que se realiza en septiembre.

Carolina Rojo y Rodrigo Del Canto, los organizadores de este encuentro cinematográfico alternativo, relatan que el punto de inflexión se dio a partir de proyectos previos que ambos estaban realizando en una locación común: contextos de encierro.
El CineClub Nueve Reinas de la ciudad de La Carlota es el espacio de impulso artístico, creativo y profesional de Rodrigo. Allí, hace una década se lleva a cabo el Festival Para todos luz. En instancias de formación y reunión con los talleres desplegados en el Pabellón de Mujeres de la Cárcel de Bouwer y el Centro Educativo de Mujeres Adolescentes (ex CENAM) conoció a Carolina Rojo, quien desde 2010, organizaba los Talleres de Cine AtraBesados del Hospital Neuropsiquiátrico Provincial de Córdoba.

“Decidimos aunar un objetivo en común dentro del lenguaje audiovisual. Queríamos ofrecer prácticas que escaparan de la lógica del cine jerarquizado para visibilizar el contenido que puede salir de estos espacios marginados, y proyectarlos en la pantalla grande”. Esa misión es la verdadera urdimbre del Festival Invicines, un encuentro realizado a partir del 2015 y que se prepara para su tercera edición.

Cierre del Festival en las escalinatas del Cine Club Municipal Hugo del Carril. Fotografía: Fan Page de Invicines.

Recrear el efecto de la pantalla grande intenta, por un lado, descentralizar el monopolio comercial cinematográfico para dar paso a las creaciones barriales y, por el otro, generar una ruptura con el sentido común conservador que iguala a las producciones populares con expresiones de baja calidad. “La exhibición no es la instancia final. Se busca una reflexión para intentar especializarse y superarse día a día, que la gente pueda pulir sus producciones desde ese sensación especial de ver sus realizaciones en una pantalla grande”.

Actualmente, Carolina y Rodrigo construyen una red de producciones audiovisuales que se distribuye en tres amplios espectros: el Festival Invicines, la Productora Altroqué Realizaciones y la prospectiva de entretejer la gran cantidad de talleres que han ofrecido en estos últimos años para erigir una propuesta académica de Escuela-Cine.

La convocatoria presentada a principios de 2016 se alejó de las prescripciones convencionales de los renombrados festivales de cine para fomentar la liberación de temáticas a modo de crear, conjuntamente, un termómetro situacional de lo más recurrente durante la temporada.

Las propuestas desbordaron la grilla y tuvieron que acotarse a las narraciones que problematizaran alguna temática social de Córdoba Capital, del interior de la Provincia, a lo largo y ancho del país y, también, desde la extensión regional. Los temas tocaban: cultura popular, Derechos Humanos, juventud, educación, contextos de encierro, estigma de las minorías, discriminación, diversidad sexual, realidades locales, perspectiva latinoamericanista, género, inserción social y hábitat con experiencias en villas de emergencia, asentamientos y tomas de tierra.

A su vez, los ejes surgieron de producciones realizadas en Centros de Actividades Juveniles (CAJ) y colegios secundarios públicos, talleres con personas privadas de la libertad, programas provinciales y nacionales, e investigaciones en América Latina.
“Cuando pensamos en Invicines, lo imaginamos como una práctica no estática. Por eso, la grilla comparte talleres de Dirección Artística, Actuación, Fotoperiodismo, Guión, Realización Documental y encuentros de poesía y yoga”. A este último lo hicieron en el Pabellón de Mujeres de Bouwer, bajo la coordinación de la actriz Camila Sosa Villada.

En consonancia con el eclecticismo de los invisibles, el Festival estuvo presente con una rutina de videoclips en el Complejo Esperanza y Cine Express en Unquillo, Barrio Villa El Libertador, Argüello y Cuesta Blanca: “El Cine Express es producción in situ: guionamos ahí con la gente, salimos a rodar y editamos en una semana para pasarlo al final del Festival. Eso es parte de concebir una programación más allá de las proyecciones y de lo realizativo. Por eso, intentamos darle continuidad al Invicines Rodante”.
Dentro de la estructura organizativa y la selección de contenidos, existe una constante discusión entre lo académico y lo alternativo.

El debate está consensuado sobre la base de relegar la técnica mercantilista del cine para dar lugar a que sobrevuele el mensaje emotivo, el sentimiento de lucha, las sensaciones de injusticia social, el mensaje sin tergiversaciones.

“Hemos ido notando una apropiación del espacio por parte de los participantes. Los y las jóvenes del CAJ se hicieron presentes para ver sus productos audiovisuales con carteles de protesta en contra del cierre de los talleres, del pago a sus docentes, de la continuación de los programas. Esas denuncias compartidas generan lazos, donde la gente se conoce, cuenta sus experiencias y se interesa por el otro. Queremos crear una verdadera comunidad de invisibles como una especie de red de cine social, donde se puedan entrecruzar saberes y experiencias múltiples”, explicaron.

 “Queremos crear una verdadera comunidad de invisibles como una especie de red de cine social, donde se puedan entrecruzar saberes y experiencias múltiples”.

Ante la consulta por las corrientes del Séptimo Arte a las que adhieren, prefieren sustituir la rígida teorización por cristalizaciones prácticas alejadas de las instancias monolíticas para experimentar artísticamente y mantener la usina de ideas, donde pueda participar un público activo y se sostengan realizadores comprometidos con los relatos que tienen para contar.

Los organizadores del Festival de Cine familiero, como les gusta llamarlo, repasan el trabajo realizado: “Nos emociona ver sentados en las butacas a jóvenes con viejos, la gente desentendiéndose de las actitudes vegetales, denunciando, haciéndose escuchar, registrando las luchas sociales, construyendo historias, sensibilizando los contextos”.

Eso es Invicines: un semillero de oportunidades, la pantalla grande de los otros, las butacas de los invisibles.