Por Mariano Saravia *

Una mirada histórica sobre las responsabilidades políticas detrás de la invasión de Rusia a Ucrania, el sinsentido actual de la OTAN y los verdaderos intereses detrás de la contienda. La desinformación como “guerra híbrida”, más allá del presunto empate de fake news.

La guerra se podría haber evitado si Occidente hubiera cumplido dos compromisos básicos: por un lado, los Acuerdos de Minsk, que planteaban una autonomía para las zonas rusófonas del este, el llamado Donbás (Donetsk y Lugansk). Por otro lado, que Ucrania fuera un país pacífico y neutral, al estilo de Finlandia, y para eso era necesario que renunciara al proyecto de ingresar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

El presidente ruso Vladimir Putin venía reclamando estos dos puntos desde por lo menos 2015. Sobre todo, ese último requisito no sólo no se cumplió, sino que fue la verdadera causa de la guerra, buscada por Occidente. Ahora, no sólo que Ucrania no va a ser como Finlandia, sino que Finlandia y Suecia van a ser como Ucrania –ambas han solicitado ingresar a la alianza bélica atlántica–. Esperemos que no terminen como Ucrania.

Foto: Reuters

A su vez, la presidenta de la Comisión Europea, la holandesa Úrsula von der Leyen, dijo que “Rusia es la amenaza más directa del orden mundial”. Sí, amenaza a un orden mundial que hace agua por todos lados, un orden mundial basado en la hegemonía de Occidente de cinco siglos.

Por su parte, el secretario general de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg, dijo que Finlandia y Suecia serían acogidas “rápidamente” en la organización militar.

La OTAN es una alianza militar agresiva que recupera sentido

La OTAN, una alianza bélica que se ha transformado en títere de Washington. La fue creada en 1949 para supuestamente “defender” a Occidente del “peligro” comunista. Del otro lado del Telón de Acero se creó su contraparte: el Pacto de Varsovia. Sin embargo, en 40 años de Guerra Fría, nunca hubo un enfrentamiento directo entre potencias de ambas alianzas militares.

Cuando, en 1989, cayó la Unión Soviética, Occidente le prometió a Gorvachov que la OTAN no se extendería hacia el este de Europa. Nunca cumplieron. En 1999 se extendió a Hungría, Polonia y República Checa. En 2004 a Eslovaquia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Bulgaria y Eslovenia. En 2009 a Albania y Croacia, en 2017, a Montenegro, y finalmente, en el 2020 a Macedonia del Norte.

Rusia soportó todas esas provocaciones y amenazas a su seguridad, pero tener misiles nucleares apuntando a Moscú desde Ucrania sería inaceptable desde el punto de vista estratégico y táctico. Porque esos misiles en Ucrania estarían a cinco minutos de Moscú, sin tiempo para reaccionar ante esa eventualidad.

Este es el tema de fondo. La provocación que significa que la OTAN se instale con misiles en Ucrania, en las puertas de Rusia. Ya están en Rumania y Polonia, con sus misiles Patriot, que en 15 minutos llegarían a Moscú. Si se instalan en Ucrania, ese tiempo se reduce a 5 minutos. Es un dejá vu de la Crisis de los Misiles, de octubre de 1962, cuando la Unión Soviética instaló sus misiles en Cuba, a 150 kilómetros de la Florida.

En ese momento de tensión que tuvo en vilo al mundo, el presidente Kennedy se quejó amargamente ante su equipo de colaboradores más estrechos: “Es inaceptable lo que hacen estos rusos, es como si nosotros instaláramos misiles en Turquía, cerca de las fronteras con ellos”. Los pocos presentes lo miraron con incredulidad, hasta que un general se animó a decirle: “Señor presidente, eso es exactamente lo que hemos hecho”.

En aquel momento, y durante toda la Guerra Fría, paradójicamente la paz estuvo garantizada en el empate de fuerzas, sobre todo de fuerzas nucleares, y la conciencia de que, si una parte atacaba, sería también arrasada por la contraparte.

Esto es lo que está en peligro ahora, si Ucrania se transformara en una base de misiles de la OTAN que pondría contra las cuerdas a Rusia. Moscú no lo va a permitir. La crisis se hubiera evitado si Occidente, que nunca cumplió con sus promesas a Moscú, se hubiera comprometido seriamente ahora en no incluir a Ucrania en la OTAN.

Vladimir Putin, Volodymyr Zelensky y Joe Biden

Foto: Mikhail Klimentyev, Sputnik, Kremlin Pool Photo/Ukrainian Presidential Press Office/Patrick Semansky/Associated Press – Newsweek

Al fin y al cabo, la OTAN fue creada para oponerse al comunismo real de la Unión Soviética, que no existe más. Incluso si se opone a Rusia, la primera vez que intervino la OTAN fue en Yugoslavia, donde no había involucrado ningún miembro de su alianza. Todo esto sugiere que la OTAN ha dejado de tener sentido y de respetar las bases en las que se creó.

Ahora, la entrada a la OTAN de Suecia y Finlandia constituye una derrota simbólica, política y militar para Rusia. Hace 3 meses, la OTAN no tenía ningún sentido: se había creado en 1949 para luchar contra el comunismo, y se había quedado sin razón de ser desde 1989 con la caída del Muro de Berlín.

Hoy, la OTAN se ha resignificado como una alianza militar agresiva en contra de Rusia… y contra China. ¿O sea que fue un error de Vladimir Putin actuar? No lo sé, no sé si tenía alguna alternativa a lo que hizo. ¿Podría haber hecho otra cosa? ¿Qué hubiera sido? ¿No hacer nada? No podía, porque si no actuaba Ucrania hubiera entrado en la OTAN y en poco tiempo hubiera tenido misiles nucleares instalados en su mismísima frontera, lo cual hubiera significado una seria amenaza no sólo para Rusia sino para el mundo entero, por el peligro real de una guerra nuclear.

Es decir, la OTAN (mejor dicho, quienes la manejan de verdad: Estados Unidos y el Reino Unido) buscaba lo que está logrando: un nuevo enemigo y una razón de ser.

Desempolvar viejos odios

Las potencias atlánticas (Estados Unidos y el Reino Unido) hacen su juego y los que seguirán pagando los platos rotos serán los europeos. Ahora los suecos y fineses, que tienen una larguísima historia de amor-odio con Rusia, pero habían logrado convivir pacíficamente durante prácticamente un siglo. ¿Por qué?

El pueblo ruso, la nación rusa, surge de un pueblo vikingo venido de lo que hoy sería Suecia. Se llamaban varegos, y juntos a los eslavos, crearon el Rus de Kiev, justamente en la capital de lo que hoy es Ucrania, que fue y es el corazón histórico de Rusia. Cuando Kiev fue destruida por las invasiones mongolas, hubo una segunda Rusia en Novgorod, que en el siglo 14 entró en guerra con Suecia por el control de lo que hoy es Finlandia.

Hubo otra guerra en el siglo 15 cuando Suecia ya era un poderoso imperio. Siempre ganó Suecia. Pero en 1700, la Gran Guerra del Norte cambió la ecuación. En Rusia ascendió una nueva dinastía: los Romanov. Pedro el Grande, al frente del Imperio Ruso, venció a los suecos y logró la ansiada salida al Mar Báltico. Allí mandó a construir una ciudad maravillosa que evocara esta victoria para siempre y que llevara su nombre: San Petersburgo. De ahí también el resentimiento histórico de los suecos.

Foto: Chris McGrath – Getty Images

Una última guerra entre estos dos pueblos se libró a principios del siglo 19, la Guerra Finlandesa, que determinó que bajo el zar Alejandro Finlandia pasara a ser un Gran Ducado del Imperio Ruso.

Hasta la Revolución Bolchevique de 1917, cuando en Finlandia hubo una guerra civil entre comunistas y anticomunistas, que terminó con la separación de Rusia y la no entrada a la Unión Soviética.

Todavía habría tiempo de una última guerra entre rusos y fineses que determinó que la península de Carelia se incorporara a la URSS.

Tanto era la desconfianza y el odio, que Finlandia entró a la Segunda Guerra Mundial del lado nazi, para combatir junto a Hitler contra los comunistas soviéticos.

En el período posterior a la guerra, Finlandia se declaró neutral entre los dos bloques militares: OTAN y Pacto de Varsovia. Hoy esa neutralidad se perderá, y los pueblos vuelven a jugar con fuego, despertando oscuros fantasmas del pasado.

¿Qué va a pasar ahora y cómo se va a alinear el resto?

Esto se parece mucho más a una partida de ajedrez que a una pelea de boxeo, o a una maratón más que a una carrera de 100 metros. Y la iniciativa la viene teniendo Putin, que hizo su jugada maestra reconociendo las repúblicas de Lugansk y Donetsk, y posicionando tropas en esos territorios.

Estados Unidos es un imperio en decadencia, que ha perdido su supremacía económica, política y propagandística (ya nadie cree las mentiras de Washington y ya no seduce el “sueño americano”). Pero mantiene un gran poderío bélico, lo cual hace que ese imperio sea más impredecible y peligroso. Sobre todo, porque es un Estado que no está preparado para abandonar su posición de hegemón mundial. Todos los imperios en la historia de la humanidad, en algún momento declinaron y se reconvirtieron. Pero ninguno surgió como Estado nación con vocación imperialista como Estados Unidos, con el Destino Manifiesto y tantas peligrosas veleidades.

Europa, por su parte, pareciera elegir el suicidio de seguir ciegamente siendo el felpudo de ese imperio en decadencia y peligroso. Europa ya viene desde hace tiempo pagando los platos rotos de las locuras imperiales de Estados Unidos, sobre todo con las crisis migratorias ocasionadas en los países que el Imperio va invadiendo y destruyendo (Afganistán, Irak, Siria, Libia, y un larguísimo etcétera). Pero ahora, con esta guerra híbrida (guerra total) contra Rusia, los que se van a morir de frío en el próximo invierno serán los alemanes y no los de Nueva York, los holandeses y no los de Chicago, los belgas y no los de Boston.

Geopolíticamente, los europeos también se están quedando solos, junto a Estados Unidos, Canadá y Australia, y algún que otro país. En la votación de la ONU para suspender a Rusia del Consejo de Derechos Humanos, se vio claramente. No fue como nos vendieron los medios hegemónicos, que el mundo condenó a Rusia. La mitad de los países no la condenaron, entre votos en contra, abstenciones y ausencias. Sobre todo, países de Asia y África. Países importantes: China, India, Pakistán y Corea del Norte, que son potencias nucleares. Los países del Asia Central (importantes en la Ruta de la Seda): Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, Turkmenistán y Kasajstán, además de Irán y Afganistán; dos gigantes del mundo islámico como Turquía y Arabia Saudita, y los dos gigantes de Latinoamérica: Brasil y México.

Foto: Prensa Latina

Con esto, queda claro que un mundo nuevo se está reconfigurando, y que es inexorable el fin de una hegemonía occidental de 500 años. El eje del poder se está corriendo hacia el este, le guste a quien le guste. La gran pregunta es: ¿Cuál será el costo que cobrará Occidente (sobre todo Estados Unidos y el Reino Unido) a la humanidad por su intransigencia? ¿Llegaremos a ver una guerra general, con implicación directa de potencias nucleares?

Tengamos en cuenta que una sola vez en la historia de la humanidad se usaron armas atómicas: fue en Hiroshima y Nagasaki, y las usó el Imperio Estadounidense. Pero fue al final de una guerra, por lo cual, no hubo respuesta.

Luego, durante toda la Guerra Fría, hubo enfrentamientos en las periferias y los dos grandes bloques se combatieron indirectamente, usando países y muertos que consideraban de segunda. Pero nunca se animaron a enfrentarse directamente. Esperemos que esta vez tampoco.

La guerra informativa

En 2014, un golpe de Estado disfrazado de “revolución de colores” y fogoneado por Estados Unidos derrocó al gobierno ucraniano, que quería tener relaciones con la Unión Europea pero también con la Unión Euroasiática que comanda Rusia. Así subió en Ucrania un gobierno de facto integrado, entre otros, por neonazis del partido Svoboda y otros seguidores del líder Stepan Bandera, un nazi que apoyó la invasión de Hitler a Ucrania y el genocidio de los judíos ucranianos.

Una de las primeras medidas de ese gobierno de facto fue quitar al ruso el estatus de idioma oficial y prohibirlo, generando manifestaciones de la enorme población rusa y rusófona y consecuentes represiones estatales. Ese año, mediante un referéndum, la población de Crimea decidió reunificarse a Rusia. Digo reunificarse porque había sido de Rusia hasta 1953 en que Nikita Jrushev decidió pasarla administrativamente a Ucrania, en tiempos de la Unión Soviética. Luego de esta decisión, también las poblaciones rusas de Lugansk y Donetsk decidieron que no era seguro seguir perteneciendo a Ucrania, pero en vez de reunificarse a Rusia se declararon repúblicas populares independientes.

La iracunda represión ucraniana destruyó parcialmente el aeropuerto que lleva el nombre del célebre compositor Sergei Prokoief y el estadio del Shakhtar Donetsk. Y dejó también la cifra de diez mil muertos por la represión. A partir de ahí, una guerra que en algunos momentos fue más abierta y en otros momentos se mantuvo latente, sobre todo a partir de los acuerdos de Minsk, de 2015. Pero ahora, la situación de estas poblaciones rusas vuelve a ser central.

Más allá del objetivo de Moscú de evitar una base de la OTAN en Ucrania, el avasallamiento por parte de Kiev de las poblaciones civiles de Donetsk y Lugansk fue la excusa perfecta para Putin: Rusia reconoció la independencia de las repúblicas populares de Lugansk y Donetsk y para Putin el casus belli fue entrar a esos territorios para defender a sus ciudadanos.

Como ya señalamos, todo esto se podría haber evitado si Ucrania hubiera respetado los Acuerdos de Minsk, que estipulaban por un lado el reconocimiento de la integridad territorial de Ucrania, pero por otro lado el respeto por parte de Kiev de las autonomías de estas repúblicas (o provincias, como quiera llamárseles). Esa autonomía incluía un derecho a veto en temas de política internacional, que seguramente incluiría el veto a la entrada de Ucrania a la OTAN.

A partir de la invasión rusa, lo que estamos viendo es apasionante, porque la guerra híbrida es la nueva forma de hacer la guerra, que ya no es sólo con militares y cañonazos. Los medios hegemónicos ponen el foco en la invasión rusa de Ucrania y en la destrucción física, y esas verdades a medias son parte de la guerra híbrida.

Porque la guerra híbrida o de cuarta generación se sustenta sobre todo en la guerra informativa: manipular, tergiversar información, mentir, ocultar… Por ejemplo, no decir nunca que es responsable quien inicia una guerra (en este caso Rusia) pero mucho más quien la hace inevitable (Estados Unidos y Europa que empujaron a Rusia a iniciarla).

Pero, a más de tres meses de iniciado el conflicto, la guerra híbrida abarca otros aspectos y medidas que estamos viendo:

Sanciones económicas: por ejemplo, no habilitar el gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania, por el Mar del Norte por el Mar Báltico. La decisión de Alemania de postergar este gasoducto afectará a Rusia, pero más a Alemania misma, que tendrá que comprar el gas de Estados Unidos varias veces más caro, o bien sufrir en sus hogares y fábricas por falta de energía.

Sanciones financieras: desconectar a los bancos rusos del sistema Swift. Afecta la economía y las finanzas rusas, pero también China dijo que tiene un sistema de compensaciones alternativo en el que incluirá al sistema financiero ruso. Vuelve a perder Occidente y sigue fortaleciendo el eje Moscú-Beijin.

La Fifa excluye a los equipos rusos de cualquier competencia internacional y a la selección del próximo mundial de Qatar. ¿Qué debería hacer entonces con las selecciones de otros países? Cuando los rusos se vayan de Ucrania, Israel seguramente va a seguir ocupando ilegalmente Cisjordania y masacrando palestinos. Estados Unidos jamás tuvo problemas para que su selección juegue mundiales, a pesar de que es el único país que usó la bomba atómica contra población civil, y dos veces: en Hiroshima y Nagasaki. Y muchos países de Europa occidental son responsables de invasión, destrucción y genocidio en Irak, Siria, Libia, etc. ¿Qué decir de la selección de Inglaterra? ¿Alguna vez la Fifa le cuestionó por las Malvinas o por alguna de las otras colonias que mantiene? ¿Por qué a Italia no le quitan dos estrellas de las cuatro que tiene en su camiseta por los dos mundiales ganados en 1934 y 1938 durante el fascismo? Francia jugó los mundiales de Suiza ‘54 y Suecia ‘58, mientras cometía un genocidio contra el pueblo argelino que quería la independencia.

No estará Rusia en el mundial, pero sí se podrá jugar (y todos lo veremos asombrados) en Qatar, un país que esclaviza a los trabajadores inmigrantes que construyen los estadios, y donde ya han muerto en esa tarea más de 6.000 seres humanos (más que en esta guerra).

Adidas abandona la camiseta de la selección de Rusia, pero no le importó vestir a la selección argentina campeona de 1978, durante una dictadura genocida.

Y Occidente hasta prohíbe que los gatos rusos puedan participar de concursos y exhibiciones que organiza la Federación Internacional Felina.

Ver el mundo en blanco y negro no ayuda, oculta la realidad, lleva a la gente a la ignorancia, y por ella al odio. Y de ahí, a una espiral donde se mezclan los perjuicios a sí mismos y hasta el ridículo.

La guerra siempre es mala. Abogamos por la paz. Y otras frases hechas, éstos y otros lugares comunes, se escuchan por todos lados. Pero es todo mentira, hipocresía pura. Te muestran a un país demonizado (Rusia) invadiendo injustificadamente a otro país (Ucrania).

Pero la cuestión es mucho más compleja, y si no se la toma en serio, ésta será sólo la primera de muchas guerras, o bien parte de una guerra más larga y grande, que involucre a Rusia, un gigante económico, político, geográfico e histórico, potencia nuclear en la actualidad.

Y repito algo ya dicho: acá no hay buenos y malos, y menos, izquierda y derecha. Lo que está en juego es el nuevo concepto que vienen esgrimiendo Rusia y China de “indivisibilidad de la seguridad”. Quiere decir que la comunidad internacional debe entender que, garantizándoles la seguridad a Rusia y a China, ganamos en seguridad todos. Porque este mundo ya es un mundo multipolar, aunque Estados Unidos no lo acepte, y no se puede seguir ninguneando a Rusia y a China.

Si Occidente sigue en esta postura de miopía, de tergiversar los hechos, de demonizar a Rusia y a China y de seguir las locuras imperialistas de Estados Unidos, cuando se acabe esta guerra, vendrán otras. ¿Por qué? Ahí te va.

Europa es un mosaico de nacionalidades y de conflictos separatistas, producto del fracaso de los Estados nación. Ahí están las luchas (más violentas o menos violentas) de catalanes, vascos, gallegos, escoceses, irlandeses, bretones, corsos, flamencos, valones, y un larguísimo etcétera.

Y en Europa del Este y Asia Central sucede algo parecido, sobre todo en países donde hay gran cantidad de población rusa.

Foto: Prensa Latina

El Imperio Ruso existió desde el siglo 18 hasta principios del siglo 20 y abarcaba territorios de los Estados bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), toda Ucrania, Bielorrusia, la mitad oriental de Polonia, Moldavia (Besarabia), Rumania (Valaquia), el Cáucaso (las actuales Armenia, Georgia y Azerbaiyán), Finlandia, la mayoría del Asia Central (actuales repúblicas de Kazajistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirguistán y Uzbekistán) y una parte de lo que hoy es Turquía (las provincias de Ardahán, Artvin, Iğdır y Kars, o sea la Armenia Occidental). Entre 1741 y 1867, el Imperio ruso también incluía Alaska, hoy Estados Unidos y controló por cierto periodo la región de la Manchuria china, el norte de Irán y la mitad norte de Hövsgöl (Mongolia).

Después de la Revolución de 1917, la Unión Soviética (URSS) agrupó a los tres países eslavos (Rusia, Ucrania y Bielorrusia), los tres bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), Moldavia, los tres del Cáucaso (Georgia, Armenia y Azerbaiyán) y los cinco de Asia Central (Kazajistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirguistán y Uzbekistán).

Luego de la caída de la URSS, estas 15 repúblicas se independizaron y tomaron rumbos diferentes. Pero quedó mucha población rusa principalmente en Ucrania, Bielorrusia, Moldavia, Georgia y los cinco de Asia Central.

Recién ahora muchos se enteran de la existencia de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk (pro rusas). Pero también hay otros casos similares. Son regiones que técnicamente son provincias de otros países pero que en la práctica funcionan como Estados independientes, y pro rusos.

Es el caso de Transnitria, entre Moldavia y Ucrania, considerada por Moldavia como provincia pero que en la práctica funciona como un país independiente donde el idioma oficial es el ruso. Abjazia, al norte de Georgia, sobre el Mar Negro, y Osetia del Sur, al norte de Georgia (donde ya hubo una breve guerra entre Rusia y Georgia en 2008). Estos tres ejemplos funcionan en la práctica como Estados independientes reconocidos por Rusia y algunos otros pocos países.

Cualquier reivindicación separatista o irredentista (viene del irredentismo italiano que reivindicaba para sí las regiones de Istria, Dalmacia, se aplica también a las reivindicaciones argentinas sobre Malvinas) puede convertirse en un conflicto. Pero mucho más, cuando a la “Madre Patria” se la acosa y se la pone en peligro, como es el caso de la OTAN con Rusia.

Por eso, esto que estamos viendo en el este de Ucrania, puede repetirse en cualquier momento.

Como hemos dicho, la forma de prevenirlo, la forma de abogar realmente por la paz y que no sea una frase hueca, tiene dos vías. Por un lado, respetar las autonomías de las regiones separatistas (caso de Transnitria, Abjazia y Osetia del Sur), para intentar preservar la integridad de los países a quienes pertenecen (Moldavia y Georgia). Lo mismo para el Dombás dentro de Ucrania.

Por el otro lado, y lo más importante, tomar en cuenta el nuevo concepto de la política internacional que es el de “indivisibilidad de la seguridad”. Es decir, no va a haber seguridad para Occidente ni para nadie, si se pone en peligro a las dos potencias que son Rusia y China.

Pero bueno, Occidente seguirá contando su novela de buenos y malos. Un escenario apasionante para analizarlo desde la Comunicación Social.

Foto principal: Chingis Kondarov – Reuters

* Periodista y escritor. Licenciado en Comunicación Social y magíster en Relaciones Internacionales. Consejero de la FCC-UNC por el claustro de egresados.