Las fotos y epígrafes de Virginia Flores –por estos días en clave de Diario de cuarentena– componen una narrativa potente y frágil, sarcástica y tierna, en baja velocidad o rápida como un rayo. Ecosistema, cuerpo, mente y sentir de una bailarina en fuga hacia adelante. Las miradas de Daniel Salas y Carola Murúa.
Un salto afuera de la caja negra
Por Daniel Salas *
Nuestro mundo está construido de palabras ilimitadas y sin embargo con un límite imposible de traspasar, y es que no llegan a describir ni expresar todas las dimensiones de “lo real” o como quieran llamar a la cosas que nos rodean.
¿Y qué hay con el mundo de las emociones tan abstractas cómo individuales? Todos esos sentimientos que nos atraviesan constantemente. ¿Podemos visualizarlos? ¿Darles forma más allá de los límites de lo lingüístico?
Las imágenes poseen por naturaleza una narrativa propia, son lenguaje y no siempre se expresan en secuencias para contarnos algo. En esto la fotografía tiene la ventaja de la libertad y el impacto para hablar de múltiples cosas partiendo de una sola imagen.
Aunque esas imágenes solitarias pueden formar con el tiempo un corpus de trabajo y una narrativa específica, como sucede con muchos artistas.
La fotógrafa Virginia Flores con sus imágenes logra, con una fuerza inaudita y poco frecuente en nuestra ciudad, captar y atraer, obligando a nuestros sentidos a posarse y pensar en la fotografía que estamos mirando. No aspira a ser demócrata, más bien es una dictadora de nuestra mirada.
Sus imágenes nos remiten a mundos de ensueño alertas, donde lo onírico se plasma en los movimientos dinámicos que logra disparando a bajas velocidades. Otras veces, tan rápido como un rayo, congela la escena, deteniendo el mundo a mitad de un salto mortal.
En muchas, parece habitada por fantasmas, de vuelo rasante, de caída infinita, que van dejando un velo de ternura inocente y suave fragilidad, que apenas logran disimular la tremenda expresión de fuerza y tensión contenida, casi a punto de estallar como un volcán herido de muerte.
Ante esto, elige la fuga hacia adelante y es allí, donde la fotografía de Virginia Flores mejor se desenvuelve.
Nada queda librado al azar, todo lo contrario. Cada elemento está perfectamente planificado y visualizado en su mente, aún antes de oprimir el obturador de su Nikon de segunda mano y un sencillo lente de kit. Es increíblemente milagroso lo que hace Virginia con un equipo tan modesto; todo es imaginación y trabajo. Incluso, muchas de sus fotografías están hechas con un móvil, lo que incrementa mi admiración por la técnica experimental, alejada del cliché tecnológico de utilizar instrumentos ultra-caros que se consideran esenciales para hacer fotografía actual.
Hoy todos tenemos a nuestra disposición aparatos y dispositivos para capturar imágenes, como nunca antes, allí donde quiera que estemos. Pero algunas personas, con una sensibilidad especial, desarrollan una mirada fotográfica, es decir, captan fotografías aún antes de obturar, capturan momentos y los transforman en ideas, conceptos, belleza y energía en un mundo abarrotado de imágenes que ya no vemos, ni sentimos. Todas son iguales y ni siquiera podemos tomarnos el tiempo de leerlas, pues vivimos intoxicados y nuestros dedos solo operan deslizando hacia abajo el flujo constante y continuo de fotografías sin sentido, que van a parar automáticamente a una nube virtual y fría.
La simpleza técnica de Virginia destaca por los encuadres, los movimientos, las velocidades bajas y los objetos ligeramente desenfocados, pensados y probados. También, sincronizado están el atuendo “minimalista” y la postura del cuerpo, el cabello y el maquillaje, el fondo y la forma, la luz y la sombra. Cada objeto está en el lugar preciso para decirnos algo, para mostrarnos algo y la pregunta es lo que quiere mostrarnos realmente cuando miramos por primera vez sus fotografías.
En un primer momento, nos encontramos con un epígrafe debajo de todas sus imágenes, algo que de alguna forma intenta dirigir la mirada hacia donde ella aparentemente nos quiere llevar. Sin embargo, me atrevo a decir, que es una trampa, que intenta confundir al espectador, indicando que no hay nada más allá de lo aparente.
Pero ella sabe bien que el mensaje es que hay lugares donde las palabras no alcanzan, ni sus propias palabras. Ella sabe que la fotografía nunca representó lo aparente, ni lo real, pues la realidad es una dimensión donde los conceptos se chocan, pero a veces se abren nuevas dimensiones, a partir de lo cual ella se propone intentar descifrar todo ese conjunto de sentidos difusos qué son las emociones. Están los deseos ocultos, los miedos del pasado, el terror siempre oculto y quizá también la frustración de una bailarina clásica descartada a medio camino por un monstruo.
Esto parece evidente en sus poses y movimientos, que están como buscando la salida de este mundo, de esta realidad, y lo hace saltando y estirando los brazos y las manos constantemente, cómo una bailarina, buscando con desesperación, pero también con una fe inexorable, aferrarse a algo que la lleve lejos.
Entonces las imágenes junto a los epígrafes sarcásticos y otras veces naif esconden detrás el irrefrenable deseo de huir.
Pero las fotografías están hechas de conceptos y dotadas de sentido, si sabemos observar con atención que hay detrás de la mirada, y quizá, descubrir destellos del interior del autor, sentir por un momento ínfimo el aura creativa y emocional que rodea cada obra, poder abrir por un instante la caja negra que devela a través del visor el cerebro y el alma de una persona que elige expresarse pintando con luz.
* Licenciado en Comunicación Social de la ECI-UNC. Fotógrafo.
Ella se vuelve pájaro y sombra
Por Carola Murúa **
“Casi todas mis fotografías son compasivas, delicadas y personales. Pretenden que el espectador pueda verse a sí mismo. No pretenden sermonear. Y no pretenden posar como arte”
Bruce Davidson
En esas fotos está ella; la luz y la oscuridad de su cuerpo, esa energía ondulatoria, son quienes impresionan el sensor.
Y en esa ella me busco y me veo.
¿Me parece, o siempre hace calor en esas fotos?
El mundo se detiene para que una figura me haga de reflejo ambiguo.
Hace calor y no hay horas.
Ella se desdibuja.
Se esconde.
El tiempo se suspende en el aire.
Respira.
Danza.
Sueña despierta.
Siempre es una.
A veces se divide.
Hay sillones esperando un ocupante, y un gato que se mira en el espejo.
Hay ventanas que dan a techos vacíos.
Hay telas que flotan como alas destellantes.
Tan profundo dentro de una casa, pero adivina afuera una ciudad.
Se está volviendo pájaro.
Se está volviendo sombra.
Esa sombra que se intuye en la ventana tiene tantas palabras escondidas, las pisa, las baila, las vuela y se vuelven imágenes de una melancolía luminosa.
Sería casi triste si no fuera por la belleza que emanan ese pájaro, esa sombra… y esa luz.
Como el diario de un viaje dentro de la casa.
Como una bitácora de ánimos.
La espera como territorio.
Las materias, tiempo y luz. Fotografía. Fotografía que se sale del cuadro, avanza e interpela intimidades.
Un amague de melancolía arrebatado por la fuerza de un movimiento que emerge de la luz.
Ahí está la cuestión en las fotos de Virginia.
** Fotógrafa. Egresada de la Tecnicatura en Medios Audiovisuales de la Escuela Superior de Artes Aplicadas Lino Spilimbergo. Fue directora de la carrera de Fotografía Digital de La Metro, Escuela de Comunicación Audiovisual. Fundadora de la escuela / taller de fotografía La Mirada.