Por María Paulinelli *

La conciencia y el testimonio del proceso de escritura, en el universo de la ficción. 1973 de Roberto Von Sprecher, Altar de piedra de Juan Uriarte y El brillo gemelo de Nicolás Jozami.

¡Hola!                                                                                                                                             

El otoño nos ha invadido con la transparencia de su luz… la serenidad de las cosas que se van… el amarillo, el ocre, el incierto marrón…  La intangibilidad de una despedida lenta, muy muy lenta, de los días enangostados en su luminosidad… termina así un nuevo ciclo natural.

Nosotros deambulamos en la imposibilidad de detener tanta hermosura amarillenta, tanta algarabía melancólica. Nos arropamos en las palabras  como ese espacio incandescente que nos conduce del mundo hacia nosotros… de nosotros hacia el mundo. Y es ese espacio incandescente el que nos reenvía también hacia los mundos posibles que creamos, ya sea en la escritura o la lectura. 

Y aquí estamos. Les sugiero, ahora, en este encuentro, un recorrido particular hecho de la sabiduría que solo generan las esperas. El otoño en espera del invierno. Los mundos posibles en espera de las versiones que nos muestran cómo fue posible crearlos, diseñarlos, hacerlos tangibles en la  precisión de los textos que se escriben, que se leen.

Les propongo, entonces, que leamos relatos que desgranan cómo se fue haciendo la escritura. Ese proceso que aparece relatado en las historias… que ahora son las historias de los textos. Ya no el enunciado que se narra, sino la enunciación que es el proceso de contarlo.

Por eso aludo a transparencias. La transparencia de enunciar cómo se hace el relato. Cómo se hizo ese mundo posible, qué significa cada texto.

Transparencias de un tiempo hecho posible. 1973, de Roberto Von Sprecher.

Transparencias de los espacios enunciados. Altar de piedra, de Juan Francisco Uriarte.

Transparencias de un artificio literario. El brillo gemelo, de Nicolás Jozami .

Y entonces, escribo.

Me sumerjo en las transparencias de esos mundos posibles que se muestran en la maravilla que significa descubrir cómo se hace cada texto.

Cómo la escritura se desvía, se pierde, se reencuentra, para encallar victoriosa en la voz del narrador que es el autor. Esa persona  que  tiene un nombre, un rostro, identidad… y que aquí, es alguien más de los nuestros.  

Las transparencias de un tiempo hecho posible

Roberto Von Sprecher escribe 1973.

Una época, un tiempo se susurra en ese año que se expande en otros años, otros meses, otros días.  Es que 1973 es solo la remisión que permite acercarnos –a nosotros los lectores– y acercarse –a él, Mario, el enunciante– a todo un tiempo que se evade de la contingencia de la cronología, de la reconstrucción histórica basada en hechos posibles –que no han sucedido realmente– para entrar en la categoría de ucronía. 

La ucronía que restalla como si fuera una utopía. 1973 fue un año que pareció durar mil días. No hubo otro año tan cargado de amor, sexo y muerte.

La ucronía que se enuncia en un poema: Es increíble que haya existido un año 1973./ Los mejores de los nuestros han muerto en la lucha. / y no hay amor eterno./ Poema que sintetiza los dos enunciados que sintetizan el relato: las historias de amores pasados e imborrables y un momento histórico preciso. Así dice: Ese año pasó de todo: se fueron los milicos, volvió Perón, murió Perón, comenzó una historia demencial, volvieron los milicos, yo me fui con una beca, luego aparecieron otros sin becas. Bah… un capítulo más de la repetida historia de Argentina.

La ucronía que permite aún hoy, musitar como un conjuro: No sé dónde se ha ido el tiempo, ni mi vida, ni Argentina.

La ucronía, finalmente, que requiere ser narrada minuciosa, exhaustivamente, para convertirse en ese mundo posible que se evade de referencias, de datos, de reseñas.

Por eso, resulta imprescindible, escuchar la voz narradora que se derrama en esos tiempos, que se expanden desde esa metáfora –1973–  y que explotan finalmente en un ahora… el presente inconmovible donde habita la escritura. El tiempo de Roberto –autor del texto– y los dos enunciadores –Mario e Ismael–.

Para nosotros, el tiempo circular de la lectura. 

Les propongo, entonces, escudriñar ese mundo posible que es el enunciado desde la voz, las voces zizagueantes que narran y construyen, que dicen y diseñan.

El relato se organiza en fragmentos numerados. Una estructura que supone también, una forma particular de hacer la historia. Fragmentos. Sin más valoración unos que otros. Sin títulos que direccionen la lectura. Fragmentos que referencian –como la vida misma– la superposición de voces, de tiempos y de espacios.

Se enuncia desde una primera persona –Mario– que presenta mientras narra los protagonistas, los retazos de los acontecimientos relatados –la historia de esos amores imborrables,  la Historia de Argentina–, la remisión al proceso de escritura. Es quizás, este deambular por el tiempo total de la escritura lo que define la maravilla de este texto.

Esa primera persona, se interfiere con el relato de la otra voz narradora –Ismael– que posibilita seguir el periplo de la enunciación de la novela. Hace unos cuantos años, bastante después de aquel 1973, le propuse a Ismael, escribir algo así como una novela Así la llamamos “la novela”.

Y entonces, explica la propuesta: Comenzamos con la idea de tratar de entender nuestras historias sentimentales que marcaron nuestras vidas en 1973 y para siempre. Nilda/ Ismael. Cintia/ Mario. Ubicarlas en el contexto caótico de ese año. Propuesta que se completa recién en un presente. Años después del comienzo de “la novela” estoy completando lo que alcanzamos a escribir.

Y como les decía, el texto enuncia ese proceso de escritura, una y otra vez. En forma inconstante, durante un par de años, avanzamos con la escritura, retrocedimos, volvimos a avanzar y a retroceder. Después las posibilidades de juntarse a escribir se fueron complicando, Aunque cada tanto agregábamos algo y nos lo mandábamos por mail.

Particulariza los procedimientos usados: Durante esos dos años a veces trabajábamos en el final de la historia, otras en el principio. Sobre algunos acontecimientos escribimos hasta cuatro versiones y nunca pude organizar los archivos digitales y los mails.

Un proceso de escritura casi caótico. Sin planificación ni ordenamiento previo. Esos archivos y carpetas no tenían un orden lógico ni cronológico. Tal vez, fuera una forma de escritura más acorde a los nuevos tiempos.

Resulta así,  que este proceso, opaca el relato de los acontecimientos de las experiencias amorosas y de la Historia social y política de esos años. Se desmadra –como una inundación– que arrasa e impone un nuevo enunciado: esas transparencias del tiempo que se hacen posibles desde la enunciación de la escritura. La alternancia entre el presente y distintos pasados, permite entrever los distintos momentos del proceso. Proceso que incluye  grabaciones, textos escritos, reescrituras, discusiones, análisis y reflexiones, cuestionamientos a la novela que se está escribiendo… todo desde la posibilidad de entender un momento particular de la vida de ambos protagonistas. Cuando comenzamos a escribir pensaba que reconstruir la historia esa era fundamental para desempantanarme.

Mario cierra el texto desde ese presente que ahora habita. Está solo en el proceso de escritura. Ismael está ausente para siempre.

El tiempo de enunciación  queda incólume para siempre en la escritura. El otro, el tiempo de la vida, ya no existe. No sé dónde se ha ido el tiempo, ni mi vida, ni Argentina.

La transparencia de esa enunciación no permite visualizar más que los tiempos posibles… tiempos que tienen la circularidad de la escritura… y también de la lectura. Resulta imposible desempantanarnos, como proyectaba Mario. Los archivos de Ismael que encuentra, le señalan que el mundo posible enunciado, tiene otra dimensión, otro significado según quien lo enuncie. Porque es solo eso: un mundo posible. 

Maravilla la puntillosidad con que se relata el proceso de enunciación del texto. La transparencia que encandila los distintos momentos de ese proceso. Maravilla también, el reconocimiento de cómo se construyen los mundos posibles  desde la metáfora de una ucronía que solo admite la simbiosis, el maridaje, la intrincada superposición  de lo real y lo imaginado.  Nunca la referencia plana de lo documentado. Sí, la vitalidad, el desconcierto de lo posible, pivoteando desde el texto.

Un texto muy cercano a nosotros, en la remisión de un pasado que es el de muchos de nosotros.

1973 como metáfora de aquellos años cuando aún creíamos que la felicidad era posible. Ilusorio.  

Transparencias de los espacios enunciados

Juan Francisco Uriarte publica Altar de piedra en 2021.

Treinta fragmentos estructuran el texto. Una fragmentariedad que se vincula al desarrollo de la historia que relata el enunciado. Una historia que sigue el ordenamiento cronológico. Una historia que enuncia también, la transparencia de cómo se enuncia el proceso de escritura.

Una catástrofe. Un acontecimiento inusitado ha quebrado el orden de la vida, de los tiempos. El relato, entonces, es la búsqueda de la sobrevivencia en un momento de derrumbe, de certezas en un mundo que se quiebra. De ahí, el viaje. El viaje por distintos espacios que se convierten en posibles. Digo así, porque se mezclan los retazos de lo real que conocemos, con la desmesura, lo extraño, lo increíble que esa catástrofe provoca.

También –como les dije– es el relato de la escritura de ese texto. Por eso, hablo de  las transparencias de los espacios recorridos. La transparencia en la consideración de ese viaje, esos trayectos empantanados en el círculo final de la escritura.   

Tomo el libro que comienza en ese epígrafe que enuncia. La feliz tregua de que, por una vez, no se me ocurra nada para contar sobre lo que está ocurriendo. Rodrigo Fresán así lo dice. Juan lo ratifica desde la oblicuidad que la ficción establece sobre el mundo y sus creaturas. Un pacto, cierto acuerdo  que plantea al lector para entender el concepto de posible. Ese concepto  que designa –desde ahora– al mundo que se narra. Por eso insiste en el comienzo del primer fragmento. Preciso dejarlo en claro desde el principio: no habrá imaginación en estas páginas. Apenas, realidad o un remedo empobrecido de ella. Y continúa: Podría decirse un diario o una bitácora. Un cuaderno de crónicas sobre un inevitable, incierto e impensado viaje.

El texto se define pues, como un discurso que orilla la referencia desde posibles estructuras discursivas sobre la realidad… que es solo eso. El conjunto de discursos que hablan sobre lo existente. No lo real, lo fáctico. Solo palabras. Imágenes. Relatos. Discursos solamente.

Eso explica el cierre del texto… magistralmente logrado.  Esto no se termina y nosotros, los que estamos y los que estarán, deberemos seguir a la espera de ese punto y aparte definitivo. Por eso yo sigo. Aunque esta sea la última hoja. Cierre que implica la ratificación de la metáfora que significa el Gran Desastre  –como define la situación en los primeros párrafos–. Cierre que también, remite al relato como texto que se ha escrito y se termina en esa mención de la última hoja.     

No mencionaré sobre los inciertos avatares que se suceden en el viaje. Les propongo la lectura para entender esa posible metáfora que significa ese “desastre”, esa transformación de la Córdoba cotidiana y de otras provincias más al norte. 

Me interesa reconocer la transparencia que la escritura alcanza en la transcripción de ese mundo diferente que ahora ha reemplazado al mundo real, de siempre.

Empiezo, entonces. La tipografía se ordena en dos tipos de letra que se corresponden con los dos protagonistas y enunciadores: el narrador principal y Vale su hermano. Los enunciados de este último se ubican al final de cada fragmento. Expresan otra visión sobre los acontecimientos del enunciado. Una mirada que expresa la necesidad de la certeza que supone el retorno a los orígenes, en este caso, el regreso a la casa de los padres. Un recurso que ratifica el carácter de discurso en la diferenciación visual que confiere a cada enunciación.

 Y si hablamos de la intromisión de lo visual, mediante el diseño, resulta imprescindible, señalar el recurso de la página en blanco que solo tiene la palabra Ahora.  Recurso que permite el completamiento por parte del lector, de todas las posibles continuidades que ese ahora acompañado por el blanco de la hoja, significa como posible recepción. También apelación.

Pero es en el discurso donde el sentido de esa transparencia se muestra totalmente. Así dice: Ahora que escribo pienso cómo se llamará…  …Lo que viene, quisiera no escribirlo… …Comprendo que esta manía de archivar por escrito los días…  …Ahora escribo para contar lo que nos pasa…  Cómo expresarlo claramente. Cómo graficarlo con palabras.

En la descripción del acto mismo de escribir. Raro además, haber vuelto a este otro vicio, el de la letra ensortijada, nerviosa. El de la mano temblorosa que camina lenta sobre la hoja, El de los desvelos, los tachones y decepciones. En el traspaso de la oralidad a la escritura. …aunque confío que por algún conjuro místico, mis palabras, las que fueron sonido hace un rato y ahora éstas, trazos desprolijos…

En la  mención a la posibilidad de representación de la escritura: Quien esté a cargo de esto no puede conjugar en la misma larga frase esta brisa, estos revoloteos de pájaros, este sol aterciopelado y abrasador junto a los estruendos, los llantos, las destrucciones.

En la referencia a la acción de continuidad del relato: ¿Dónde estaba? Si. A medida que avanzamos…  …Para qué seguir describiendo, me pregunto, sin poder olvidar todo aquello…

La coincidencia entre enunciado y enunciación. Pero después, me pongo a escribir esto que todavía estoy tratando de entender y esa palabrita que evitaré repetir me sale sola, y abre los brazos empujando preguntas y lamentos. Mi hermano la debe tener rondando dentro también… Mientras escribo estas últimas palabras

El reconocimiento del proceso de inclusión de la lectura en la apelación al lector que supuestamente completa el acto de escritura. Estás leyendo después de todo…

Las reflexiones sobre los textos, la literatura, la escritura, en fin. Acaso estas palabras, y a millones que descansan en las estanterías del frente y en las cabezas de los que hoy respiramos, no sean más que jeroglíficos oscuros, inconexos e incomprensibles.  

Siempre he pensado en la escritura y su completamiento en la lectura, como posibilidades para hacer más humano el mundo que vivimos. Creo que Juan, también acuerda con esta suposición, quizás este deseo.

Les transcribo este fragmento que resulta de una inasible belleza para quienes creemos en el poder y la humanidad de las palabras: Difícilmente pueda describir la magnitud de esos sonidos, su tono, la manera en que parecen surgir desde todas partes y viajar hacia infinitos recovecos del universo y del más crudo cuerpo. Y llenarlos. Si traté de traerlos acá fue por la misma vocación de rescatista con la que vengo guardando momentos en esta libretita sucia y desvencijada. El fin último no lo tengo claro, pero en este rincón de la noche creo entrever una suerte de misión contenedora, una suerte de lucha contra un final inminente… Y así solito, despacio, va mostrándose el sentido de esto: salvar lo vivido, protegerlo con el trazo, por más desprolijo e inexperto que sea. Quizás así algo será testigo, más allá de nuestros recuerdos o nuestros huesos.                                                                         

Está todo dicho. ¿No?

Seguimos. 

Transparencias de un artificio literario         

Nicolás Jozami escribe El brillo gemelo.

Un conjunto de cuentos. Una inmersión en los mundos posibles que el autor diseña lenta y obsesivamente, desde el reconocimiento de significados innumerables del lenguaje… o mejor, desde la inquietante relación que pueden establecer las palabras al convertirse en enunciado de un relato. Los cuentos transitan, así, ese sentido de anomalía como los define Hernán Tejerina en el Prólogo. Anomalía que se desprende de esos mundos que evaden la contingencia de una referenciación transparente de lo real y de una ficción imaginada, para convertirse en artificios literarios que dan cuenta de esa condición de posible que significa cada  texto.

El título que los compendia, remite en sus palabras al  concepto de duplicidad: en ese brillo –sustantivo que designa la existencia de lo reflejado y lo que se refleja– además de gemelo –adjetivo que consigna la similitud, la igualdad entre elementos–. Una duplicidad doble –valga la redundancia– que estalla en la comprensión de ese enunciado que referencia el mundo posible, pero que alude también, a la escritura que lo enuncia. Una enunciación  minuciosa, quizás meticulosa, estructurada en múltiples significaciones y combinaciones. La anuencia, la complicidad de lo que se dice y cómo se lo dice,  provoca  un desasosiego, una extrañeza que es el sentido último de la escritura de estos relatos.  

No digo más sobre esa magnificente escritura de los cuentos. Los animo a la aventura que significa leerlos, recorrerlos en ese doble periplo que implica su lectura: conocer el mundo posible que se entrega. Comprender la enjundia con esa enunciación plenamente literaria. 

Sigo. 

Recorreremos  ahora, en este encuentro,  textos que muestran la estructura descarnada, el esqueleto de la construcción de los mundos posibles y lo hacen desde el relato mismo que enuncian, como un brillo gemelo de esos mundos. Acá, Nicolás, se aventura aún más.

Lo hace en el relato: Un Prólogo, o la sinceridad de una indagación. Escrito en una primera persona que enuncia un apelativo –Te voy a decir la verdad… Y te diré también….. que se materializa  en el relato mediatizando su presencia– Sigo. Prosigo – ese sujeto enunciador, ordena las vinculaciones entre el pasado y el presente, que permiten entender la estructura discursiva de ese mundo posible.

¿Cuál es?, me  pregunto. El acto mismo de la lectura y la escritura, me respondo. Magistralmente, el sujeto que enuncia expone la concepción del lenguaje que resulta de esa indagación posible. Se suceden alternativamente, como un reflejo o como un brillo –para usar el término del texto– distintos avatares que explican la concepción del lenguaje, el sentido último de la escritura,  la correlación entre sistema de pensamiento y práctica escrituraria… todos conceptos que posibilitan entender el sentido último de un prólogo… o quizás, mejor el sentido de la escritura que se expande. Y  digo así, porque,  desde la memoria de una discusión sobre el lenguaje, expresa: No tanto lo dicho, sino la observación de lo dicho, lo que se va diciendo, la mirada ante ese discurrir de quien habla o se expresa.

Expansión que se concreta asimismo en la lectura que exige una actitud particular: La experiencia no enfrascada en las páginas, horizontalizada  (marmórea, dijo uno) sino verticalizada, en acción, como aquella definición de García Lorca acerca del teatro, donde decía que era la poesía que salía y subía a las tablas.

La remisión a la unicidad de cada acto de habla –y por ende de escritura– le permite caracterizarlo en esa metáfora del carcaj. El decir para enfrentar: el lenguaje personal es la armadura que debe poner en situación, revelar la infinitud de rasgos que hacen del lenguaje encarnado, escrito, la disyuntiva  personalísima de cada hablante. El léxico es un carcaj, había pensado yo en ese momento, y no lo dije. Las palabras son las flechas en las que dosificamos venenos y perfume indistintamente, que los contienen siempre en al aún agrado, al acontecer la comunicación. De ahí, que exprese Entonces, si el hablar es una venganza…. Lo escrito teniendo como colofón esa insignia sería la tortura indefinida.

Se suma así a la unicidad, la durabilidad como cualidad resultante. Indefinida, es la lectura en su dimensión temporal: indefinida… Sin límites de tiempo. Pero a  su vez, es algo que simula otra presencia en la presencia, en esa dualidad de todo brillo… la masa de tinta, el mastodonte simultáneo que nos dice algo de lo escrito que no alcanzamos a leer. Lo inefable de la lectura. Imposible de demarcar, de conjeturar. Solo indicios.

Todavía va más allá. Reafirma la previsibilidad, la pertenencia a un sistema  de toda producción textual, en la apelación a la escritura futura, o mejor a lo no dicho pero permeable de ser dicho: Esa idea de satélites conceptuales que podrían acercarse a los tópicos de tu obra (el conjunto de lo que va siendo tu obra) constituiría también un apéndice gratificante: el arrojo de las nuevas ideas, el acercamiento a impensados eslabones en tu escritura, hablan de la misma, es esta crítica que hice para tu libro, la parte de tu obra que nunca te habías lanzado a escribir, pero que prácticamente habrías hecho de haber sido eso posible. Es decir, mi prólogo conformaría tu letal poética futura y a la vez irremplazable. La crítica –en este caso la escritura de un prólogo–, significaría también, la escritura de tu próxima obra, escribo en las cercanías de tu idioma.

¿Por qué?, me pregunto.  Y aquí Nico, avanza sobre la materialidad de la lectura una vez más: Atender a lo que siempre estuvo fuera, para modelar lo que seguirá después desde adentro. El texto como objeto que muestra ese brillo gemelo que significan las palabras dibujadas, el diseño, las imágenes.                                      

Podría seguir contándoles, las posibles inferencias que se desparraman en el texto. Les dejo la maravilla que significa la sorpresa del descubrimiento, del encuentro. Increíble discurrir sobre la potencialidad de la lectura… y también de la escritura.                                                                                                                    Reflexiones sobre la incandescencia de los mundos posibles… que nos transfiguran en cada lectura… en cada escritura de la que se escabullen. 

Eso ha sido todo. Los dejo inmersos en  la transparencia de estos textos.

No hace falta decir más.

¡Hasta pronto! 

María 

Textos                                                                                                                                  

Jozami, Nicolás. 2016. El brillo gemelo. Borde Perdido Editora. Córdoba.

Von Sprecher, Roberto. 2022. 1973. Libros del cosmonauta. Astronave/7. La Plata.Uriarte, Juan Francisco. 2021. Altar de piedra. Lago Editora. Córdoba.

Imagen principal: BBC Mundo / Getty Images

Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.