Por Nahuel Sánchez Tolosa *
Para lxs artistas, el aislamiento es una condena a frenar los circuitos de producción personales y colectivos, pero también la oportunidad de patear el tablero de los sitios endogámicos legitimados para mostrar arte. El nuevo hábitat de la creación transcurre entre la nostalgia por lo que fue y el y el reto de aprovechar la virtualidad para democratizar las condiciones de producción, exhibición y apreciación. La experiencia de Intermitente. Taxonomía del encierro.
Resulta extraño asumir que llevamos más del 70% del año recorrido en pandemia y que, ante la llegada de la primavera, nos encontremos de algún modo remotxs, aisladxs, hisopadxs, y de tantas otras formas más. Al parecer nadie esperaba que el colapso virósico en China se desplazara sin pasaporte a lo largo de todo el mundo y menos aún con escala en nuestra querida Argentina. A esta altura, es mucho lo dicho y escrito con lo que la pandemia ha producido en nosotrxs: sujetos sociales invitadxs a permanecer en nuestros habitáculos con diversos cuidados y protocolos desde el DNU presidencial de la tercera semana de marzo. Lo cierto es que nos vimos también obligadxs a (re) pensar nuestra existencia, nuestras prácticas más cotidianas e inclusive ser más creativxs para vincularnos.
Si bien lo que se vive hoy, a seis meses del inicio del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), a veces Distanciamiento Preventivo y Obligatorio, es un paisaje apocalíptico en el que los sectores que motorizan este gran artefacto siguen funcionando, como se puede/como nos dicen y, en menor medida, como nos gustaría.
El mundo del arte no ha sido ajeno a semejante situación y los coletazos pandémicos han tenido efectos en los diferentes nodos que conforman la arquitectura de este engranaje. Es que el campo artístico se encuentra en un estado de ebullición y reacciona de manera efervescente ante tanto movimiento. Esto se puede observar, en primer lugar, en lxs artistas, en todos aquellos productores de material sensible, desde las artes visuales a la música, desde el teatro a la escritura, desde la danza al tatuaje. Muchos han experimentado un estado de crisis al tener que frenar los circuitos de producción personales y colectivos.
En segundo lugar, los espacios destinados a la circulación del arte se vieron obligados a cerrar sus puertas. Un tendal de museos, teatros, galerías, talleres y salas quedaron a oscuras, vallados ante la inminente llegada del virus. Por último, y no por ello menos importante, lxs espectadores, usuarios y consumidores de la producción cultural resultaron beneficiados en algunos aspectos que llegaron y se instalaron con la emergente virtualidad. Esto es, encuentran desde sus hogares y a través de sus dispositivos tecnológicos un panorama virtual aumentado que permite, por ejemplo, establecer contacto con artistxs y sus obras, realizar actividades propuestas por instituciones y una infinidad de opciones para encontrarse con uno mismo desde la experiencia remota. Al respecto se gestó una carta de cursos, workshops, clínicas, seminarios en las redes sociales para aprender desde lenguajes artísticos y ser un placebo o entretenimiento para resistir el aislamiento.
El encierro como recurso, la casa como vidriera
Resulta interesante pensar que todo proceso artístico en el marco de la pandemia del Covid-19 es inherente a lo que entendemos por Arte Contemporáneo. Incluye toda producción sensible que se despliega/acontece aquí y ahora. Refleja en su estado gaseoso experiencias de documentación del tiempo que fluyen como miradas de un proceso sin conducirnos a piezas acabadas, definitivas.
Ahora bien, en estas circunstancias el recurso principal para pensar arte o pensar desde el arte es el encierro y sus derivas. La invitación a permanecer en nuestros habitáculos para preservar nuestra salud, o por qué no arruinarla, generó un cúmulo de producciones en manos de artistxs que transformaron sus hogares en talleres. Estos sitios de producción, palimpsestos de sentido, fusionaron todo lo que antes estaba separado: un mismo espacio cobija el lugar para producir, para mostrar y para mirar mediado por dispositivos tecnológicos. Ante la inminente destrucción de un modo conocido de entender y vivenciar el tiempo, o de su eterna expansión, comenzaron a emerger múltiples miradas y narrativas desde/con el encierro. Los procesos remotos de producción artística comenzaron a mostrar desplazamientos creativos de lxs artistas entre cuatro paredes. La nostalgia de lo que fue, la ansiedad por el afuera, el sentimiento de añoranza resultan búsquedas inevitables en las diversas experiencias que forjan hoy un nuevo hábitat del arte.
Con respecto a esto y ante la ausencia de espacios físicos para mostrar la producción artística, comenzó a tejerse una urdimbre virtual infinita, un mosaico de distribución de imágenes combinado con Internet. Una suerte de galería o museo on-line donde poder exhibir, enseñar y dialogar en torno de la mirada de los artistxs. Como posibilidad y también como condena, la casa de los artistxs se transformó en vitrina, en una vidriera del tiempo que transcurre. Estas son hoy las nuevas poéticas virtuales; alternativas que patearon el tablero endogámico de los sitios legitimados para mostrar arte.
Este nuevo escenario, complejo y rizomático, no sería posible sin las deidades de las redes. Es que gracias a su existencia, el arte contemporáneo en pandemia dio un impulso irreversible al ágora para la producción y distribución de procesos artísticos individuales y colectivos. La obra de arte, lxs artistas y el lugar de exhibición encontraron su lógica ubicua que les permitió estar en muchos sitios, accesible a muchas personas en un mismo tiempo. Esta nueva ruta de producción material e inmaterial, de conservación infinita se dispone como un gran reservorio democratizador que expande las posibilidades del arte en términos de producción, exhibición y apreciación.
La Docta, bastidor de arte en flujo
El terreno artístico cordobés, como parte del territorio antes descripto, se ajusta con cierta justicia a los modos de habitar el arte en un contexto pandémico. En esta ciudad, constituye uno de los sectores más afectados y en estado de alerta como resultado del confinamiento y de sus efectos en términos económicos, ante el desmoronamiento/la imposibilidad de la presencialidad. Esta situación movilizó, de manera sistemática, a diferentes aristas del campo del arte y generó la construcción de diversas propuestas que van desde la organización y agrupamiento del colectivo artístico local, hasta el desarrollo de opciones de modalidad virtual para la venta, exhibición y enseñanza de las artes desde casa.
Ante semejante postal en situación de emergencia y la exigencia de una nueva vida en cuarentena, surgieron en la Docta algunos procesos artísticos de tenor colectivo inspirados en el encierro. Es decir, la ciudad se transformó en un recinto creativo donde fluyeron diferentes propuestas. Entre ellas, con reminiscencia y algunos tintes en lo que se denominó arte postal o arte correo surgió: Intermitente. Taxonomía del encierro. Un proceso artístico colectivo que congregó a diez artistxs residentes en Córdoba conectados a través de una obra que se desplazaba por toda la ciudad.
El trabajo se inició en Barrio San Martín, con la gestación de esta idea de arte “en relación” desde el aislamiento. A partir de una convocatoria, desde su Instagram: @intermitentecba, se definieron los diez artistas que estarían a cargo del Volumen I de esta obra colectiva. El proceso inicial de la obra comenzó su recorrido desde el punto de origen pasando por diferentes barrios: Cerro de las Rosas, Chateau, Alto Alberdi, Güemes, Nueva Córdoba, Crisol, Colón, Alta Córdoba y Cofico. Cada uno de los barrios constituía un punto de encuentro entre un artista con la obra, para completarla y continuarla desde su propia mirada. La documentación de los procesos resultó fundamental para poder exhibir, de manera sincrónica, el avance de la pieza artística y el movimiento de la misma a través de la ciudad. Cuando los artistxs cumplían un contacto de una semana de trabajo, ponían a circular lo producido a través de un taxista, un actor fundamental para hacer posible el traslado.
Durante cuatro meses la obra se desplazó generando un circuito artístico en medio del ASPO. Lo interesante de este proceso es que ninguno de los artistas tenía idea de dónde venía la obra y quién había estado trabajando previamente con ella. No obstante, en la cuenta oficial de Intermitente se podía conocer a los diferentes artistxs y observar el dinamismo de una obra colectiva a través de mapas, fotografías y videos.
Tras nueve puntos de encuentro obra-artista, la producción regresó a su origen. Allí se llevó a cabo un ritual/performance para finalizar la experiencia colectiva. El procedimiento principal fue la destrucción de gran parte de la obra y su registro. Esta metáfora de sanación, a partir del ritual, cerró un proceso grupal atravesado por la situación. Actualmente, Intermitente se ha transformado en un Laboratorio de Procesos Artísticos Contemporáneos, que busca poner en diálogo/tensión la producción de artistas residentes en la ciudad.
En este contexto y ante estas realidades, sin lugar a dudas esta experiencia constituye una mirada, un recorte artístico de una situación inédita de confinamiento. Supone a futuro, al igual que otras experiencias, un álbum de imágenes de lo que habitamos, un proceso compartido aquí y ahora desde el arte.
* Patagónico viviendo en Córdoba. Licenciado en Diseño. Artista y Profesor en Artes Visuales. Egresado de la FCC de la Tecnicatura de Comunicación Social con Orientación en Gráfica.