La bióloga cordobesa Glenda Denise Hevia, becaria doctoral del Conicet que participa de un proyecto de investigación en la Antártida, cuenta cuáles son los desafíos de vivir y trabajar en el continente blanco.

Por Gabriel Montali *

Hay una forma de pisar la superficie de otro mundo sin salir de este planeta. Hay que cruzar las tempestades del Cabo de Hornos y el estrecho Drake, con vientos de hasta ciento cincuenta kilómetros por hora y olas que superan los diez metros de altura, para luego abrirse paso por el laberinto de bloques de hielo del mar de Weddell, en donde Edgar Allan Poe imaginó que existían osos gigantes y tribus de hombres parecidos a los neandertales.

En la actualidad, el viaje se hace en avión o en cruceros turísticos y buques rompehielos, con todo un soporte tecnológico que facilita identificar ventanas de buen clima o anticipar tempestades. Pero hubo tiempos en los que el viaje se hacía en botes de madera y miles de naufragios forjaron una máxima entre los marinos: “Debajo del paralelo 50 no hay Dios; debajo del 60, al agua la agita el Diablo”.

Para pioneros como Ernest Shackleton, Roald Amundsen y Robert Scott, el precio de la hazaña era, sin embargo, irresistible: entrar en la historia, dar un nombre eterno a lo desconocido; ese extraño horizonte que aún moviliza a la sociedad moderna con el poder de una corriente oceánica.

Fue el ímpetu de esos aventureros lo que convirtió a la Antártida en la última porción de tierra conquistada por la humanidad. Incluso hace pocas décadas que cuenta con una pequeña población estable: unas mil personas en invierno y alrededor de cinco mil durante las campañas científicas de verano.

La bióloga Glenda Hevia, egresada de la Universidad Nacional de Córdoba, es una de las investigadoras con alma aventurera que integró la dotación argentina para la campaña 2018-2019, en la que se cumplieron 115 años de presencia soberana de nuestro país en la región.

Hevia fue contratada por la Dirección Nacional del Antártico, organismo que dirige todas las actividades que se desarrollan en el Sector Antártico Argentino, para trabajar en uno de los proyectos de fisiología destinados al estudio de las poblaciones de pingüinos que se reproducen y crían en las inmediaciones de Base Esperanza, ubicada en el extremo norte de la península continental.

La Base Esperanza, vista desde el buque Almirante Irízar

El objetivo de sus tareas, que abarcaron los meses de enero y febrero, consistió en la recolección de muestras de sangre de las especies Adelia y Papúa. Los resultados servirán de insumo para investigaciones que buscan determinar, entre otras cosas, cuál es el estado de salud de las poblaciones de pingüinos en el contexto del cambio climático global.

En diálogo con Qué? Portal de contenidos, Hevia, quien además es magíster en Manejo de Vida Silvestre y ha realizado investigaciones sobre aves playeras en los manglares de Colombia, cuenta tanto los pormenores de su trabajo como las particulares condiciones en las que se vive en la región más aislada del planeta.

-¿Cómo surge tu interés por trabajar con pingüinos?

-En primer lugar, soy bióloga con un marcado enfoque hacia la ecología, y después comencé a especializarme en ornitología a partir del estudio de las aves playeras migratorias. Desde hace cuatro años realizo mi trabajo de doctorado estudiando una especie de ave playera, llamada Chorlito Doble Collar, que es poco conocida y que se reproduce en las costas patagónicas. Recién estamos empezando a explorar su biología reproductiva a través de parámetros fisiológicos; es decir, queremos saber cuál es el estado de salud de estas aves en ambientes que están siendo fuertemente utilizados por el ser humano. Mi interés por los pingüinos comenzó en la Patagonia, ya que vivo en Puerto Madryn y una vez tuve la oportunidad de asistir a investigadores que trabajan con el pingüino de Magallanes. Entonces, si bien habitualmente no trabajo con pingüinos, mi trabajo de campo es similar porque implica capturar aves y tomarles muestras de sangre. Así, al acumular datos en distintas temporadas, no sólo podemos identificar cambios fisiológicos o de comportamiento relacionados a su biología reproductiva, sino que también podemos identificar si hay variaciones en sus parámetros de hematología, inmunidad o condición nutricional, e incluso si existe algún impacto de las actividades humanas en hormonas indicadoras del estrés.

“El estudio de las aves nos permite inferir el estado de salud de los ecosistemas y las comunidades”

-Con respecto al viaje hacia la Antártida, ¿qué fue lo que más te impactó?

-Sin dudas el último tramo, de Marambio a Esperanza, que nos trasladaron en helicóptero. El viaje dura unos cuarenta minutos y es increíble, porque vas sobrevolando los témpanos, las colonias de pingüinos; ves los márgenes de los glaciares hundiéndose en el agua o a las focas descansando en esas masas amorfas de hielo. Nosotros además pudimos ver una ballena; ese cóctel de imágenes superó mis expectativas.


Vuelo en helicóptero entre el buque Almirante Irízar y Base Esperanza

-¿Cómo se vive en un ambiente tan extremo?

-Ante todo, con mucha intensidad; y un primer factor es el clima. Aunque es verano, la temperatura en esta parte de la península suele oscilar entre uno o dos grados y seis grados bajo cero. Además, es una zona de vientos fuertes: nosotros hemos tenido un día con ráfagas de hasta ciento veinte kilómetros por hora. Por otra parte, también hay mucho trabajo para hacer. Los científicos, de hecho, no sólo nos dedicamos a nuestras tareas puntuales, sino que también colaboramos con otros aspectos de la vida en la base, como la clasificación de los residuos; el control del ingreso de agua para consumo, que se trasporta por un sistema de cañerías desde la laguna de deshielo de un glaciar hasta las cisternas de almacenamiento; o la descarga de los víveres que se envían a la base a través del buque Almirante Irízar.

-En función de lo que contás, ¿cuáles son las dificultades de tu trabajo?

-De nuevo, todo depende del clima, que es sumamente variable y que cuando está en buenas condiciones no se mantiene así más de una hora o dos. Eso complica todo, porque contamos con menos de dos meses para lograr nuestro objetivo de campaña, que es la recolección de muestras de sangre tanto de pingüinos adultos como pichones. El clima es entonces un problema, porque deben cumplirse una serie de condiciones para que podamos salir a trabajar. Es decir, no tiene que estar nevando, no tiene que haber viento y la temperatura no debe ser menor a dos o tres grados bajo cero, ya que el frío en las manos dificulta nuestra tarea. A eso hay que agregar que el terreno es bastante hostil. Por un lado, porque es una laja punzante e inestable, y como tenés que corretear buscando al pingüino, la probabilidad de que te caigas y te cortes es altísima. Y por otro, porque a veces está enlodado por la lluvia y la nieve; otras, está resbaloso porque está congelado y además está todo cagado por los pingüinos; es decir, tiene todas las complicaciones que te puedas imaginar, aunque eso también hace que el trabajo de campo sea una odisea divertida.

-Parte de las tareas de investigación que se realizan en la Antártida están vinculadas al estudio del cambio climático. Como científica, ¿cuál es tu posición respecto a esta problemática?

-Ese es un tema con el que hay que ser muy prudente, porque se dicen muchas cosas sin el necesario respaldo científico. Si bien es una problemática indudable, hay otra cuestión puntual que es el recorte en los presupuestos de ciencia y tecnología que están llevando a cabo algunos gobiernos de la región. Esa es una realidad que vivo de cerca, porque afecta a la institución en la que trabajo. En general, contamos con el equipamiento justo, muchas veces pedimos a otros colegas que nos presten dispositivos y siempre estamos haciendo malabares para utilizar los insumos de la manera más eficiente. Imaginá que capturás un ave, con toda la expectativa de que le vas a tomar correctamente la muestra; pero bueno, por muchas razones el procedimiento puede fallar, y si falla, se pierden tanto la muestra como el material que usaste. Es por eso que el tema presupuestario es una problemática que nos afecta de un modo más directo que el cambio climático, que sin dudas ocurre y que está afectando a varias especies y ecosistemas del mundo de diversas maneras.

-En ese sentido, si tuvieras que explicarle a una persona que no es bióloga por qué es importante trabajar con aves, ¿qué le dirías?

-Le diría que todo ser vivo tiene un rol ecológico dentro de un ecosistema, y que las aves constituyen un excelente modelo que nos permite inferir el estado de salud de los ecosistemas y las comunidades. Pueden ser indicadoras, por ejemplo, de la situación ambiental de una ciudad. Es por eso que los estudios sobre vida silvestre muchas veces tienen connotaciones para la conservación. El tema es que, para tomar decisiones de manejo de ecosistemas, primero es fundamental conocer, entre otras cosas, la fisiología o el funcionamiento de los animales y la interacción con su entorno. La ciencia es una manera de conocer lo que nos rodea y nos ayuda a comprender aquello que ignoramos. No podemos conservar lo que no se conoce. De ahí que constituya una herramienta clave para el desarrollo de las políticas públicas relativas, en este caso, al manejo de los ecosistemas y la conservación de la vida silvestre.

Pingüinos en Base Esperanza, Antártida Argentina

* Docente y periodista. Licenciado en Comunicación Social por la Facultad de Ciencias de la Comunicación y Doctor en Estudios Sociales de América Latina por el Centro de Estudios Avanzados de la UNC.