Preso en Londres, el periodista y hacker australiano espera la extradición a un país que lo considera “terrorista”. Algunos pasajes de su libro Cuando Google encontró a Wikileaks resultan premonitorios e ilustran sobre los desafíos de un periodismo por fuera de las corporaciones.
Por Alexis Oliva
El periodista, hacker y editor australiano Julián Assange es el creador de WikiLeaks, la plataforma digital que publica documentos reservados de gobiernos, empresas e iglesias, y reveló los secretos más ocultos de la política exterior de la superpotencia estadounidense.
Assange está hoy en una cárcel de Gran Bretaña. El motivo formal es una acusación de la Justicia de Suecia por los delitos de violación, abuso y coacción, cometidos presuntamente a mediados de 2010, contra dos mujeres –una de ellas menor de edad–, con quienes él asegura mantuvo “relaciones sexuales consensuadas”.
Para sus seguidores y parte de la opinión pública internacional, la causa en Suecia fue un pretexto para trasladarlo desde Inglaterra a un país que luego aceptaría extraditarlo a Estados Unidos. Allí afrontaría cargos de “espionaje” y “traición”, figuras que contemplan castigos que llegan hasta la pena de muerte.
Detenido y encarcelado en Londres en diciembre de 2010, permaneció luego en libertad condicional, hasta que el 19 de junio de 2012 se refugió en la embajada de Ecuador en Londres, en condición de asilado político del gobierno del entonces presidente Rafael Correa.
El fundamento del asilo fue: “El señor Assange compartió con el público global información documental privilegiada que fue generada por diversas fuentes, y que afectó a funcionarios, países y organizaciones internacionales”, por lo que existen “serios indicios de retaliación” por parte de los afectados, represalia que “puede poner en riesgo su seguridad, integridad, e incluso su vida”.
Allí permaneció durante casi siete años –bajo la siempre latente amenaza de ser secuestrado por un cuerpo de asalto–, mientras en 2017 la causa sueca se archivaba, por las dificultades para avanzar en la investigación con el acusado confinado en un país extranjero. Sin embargo, el presidente de Ecuador Lenin Moreno le canceló el asilo y el 11 de abril de este año fue detenido por las autoridades británicas dentro de la misma embajada.
Ya en octubre de 2018, el Gobierno ecuatoriano había impuesto a su huesped un “protocolo” para regular sus comunicaciones e intervenciones políticas. Entre otras restricciones, Assange debía evitar toda acción que pudiera “causar perjuicio a las buenas relaciones de Ecuador con cualquier Estado”. El pretexto fue la queja del gobierno Español porque el australiano se había pronunciado a favor de la independencia de Cataluña. “La administración actual está intentando romperlo psicológicamente”, alertó entonces el ex presidente Correa.
Sus derechos humanos, “en serio riesgo”
El 1º de mayo pasado, la Justicia británica condenó a Assange a 50 semanas de prisión a cumplir en el Reino Unido, por violar los términos de la libertad condicional concedida en 2010. Mientras era alojado en la cárcel londinense de Belmarsh, se reactivaba la causa en Suecia y el 20 de ese mes la fiscalía pidió la detención “en ausencia”, como paso previo a la extradición.
El 11 de junio, el Departamento de Justicia de Estados Unidos reclamó la extradición que dos días después fue aprobada por el Ministerio del Interior del Reino Unido. A pesar de que persiste el pedido de Suecia, sólo falta el aval de la Justicia británica para que el australiano sea enviado a los Estados Unidos.
Por más que el Reino Unido tiene por norma no conceder extradiciones a países con pena de muerte –como Estados Unidos–, el ex juez español Baltasar Garzón descree que en el caso de Assange mantenga ese compromiso. Garzón ha denunciado al gobierno de Moreno por violar una resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que obligaba a Ecuador a proteger a Assange de ser extraditado a un país que considera a WikiLeaks una “organización terrorista” y donde parte de su clase política reclama el “asesinato extrajudicial” de su creador.
A su vez, Nils Melzer, Relator Especial para la Tortura de la Organización de las Naciones Unidas, se pronunció en contra de la entrega del fundador de WikiLeaks a las autoridades estadounidenses, porque corre “un serio riesgo de sufrir graves violaciones a sus derechos humanos”.
Entrevista con Google (y alguien más)
Durante su estancia en la embajada ecuatoriana, Assange publicó en 2014 Cuando Google encontró a Wikileaks, editado en inglés por OR Books y en español por Capital Intelectual. El libro tiene como base una entrevista, realizada en 2011 por el presidente de Google Erich Schmidt y un grupo de colaboradores, que visitaron a Assange en la ciudad inglesa de Norfolk, donde cumplía prisión domiciliaria, antes que su situación legal se complicara y lo obligara a refugiarse ahí donde Correa lo protegió y Moreno lo entregó.
“Me intrigaba sobremanera que la montaña estuviese dispuesta a acudir a Mahoma, pero hasta que Schmidt y su séquito no llegaron y se fueron no me di cuenta de quién me había visitado realmente. (…) La delegación que me visitó era una cuarta parte Google y tres cuartas partes representaban al Departamento de política exterior de Estados Unidos”, cuenta Assange en la introducción del libro.
En 2013, Schmidt y Jared Cohen publicaron el libro “La nueva era digital: reformando el futuro de las personas, las naciones y los negocios”, donde incluyeron parte de la entrevista con el australiano. Al leerlo, Assange advirtió: “Schmidt y Cohen habían tergiversado mis palabras”, por lo que decidió publicar su propia versión.
En el diálogo –“Tal vez la mejor entrevista que me hayan hecho nunca”, escribe Assange– aflora una visión aguda y original sobre la índole y las formas de la censura en tiempos de globalización y explosión tecnológica. Como contracara, destaca la importancia de un uso libertario de la tecnología y las redes sociales en las luchas de resistencia a la opresión.
Del asesinato a la autocensura
En un pasaje de aquella entrevista, Assange plantea que “históricamente la forma más importante de censura ha sido la económica, aquellos casos en los que sencillamente no es rentable publicar algo porque no existe mercado para ello”.
A continuación, propone la figura de una pirámide para cuantificar y comparar las distintas modalidades censoras: “En la parte más alta de esta pirámide están los asesinatos de periodistas y editores. En un nivel más abajo se encuentran los ataques legales a periodistas y editores. Un ataque legal es simplemente un uso progresivo de una fuerza coercitiva, que no implica necesariamente el asesinato pero que puede tener como consecuencia la encarcelación o la confiscación de propiedades. Está claro que el volumen de una pirámide se incrementa a medida que se desciende por ella desde la cúspide, y en este ejemplo concreto esto significa que el número de actos de censura también se desciende”.
“Hay muy poca gente que es asesinada –indica el creador de Wikileaks–, y algunos más que son víctimas de ataques legales públicos, sean individuos o corporaciones. Más abajo, en el siguiente nivel, existe una tremenda cantidad de autocensura, que ocurre en parte porque mucha gente no desea subir a los niveles más altos de la pirámide: no están dispuestos a correr el riesgo de ser blanco de fuerzas coercitivas, y por supuesto no desean ser asesinados. Eso desanima a muchas personas a comportarse de determinada forma. Por otro lado, también hay formas de autocensura motivadas por la preocupación de perder acuerdos comerciales o ascensos profesionales, y estas son aún más importantes porque están todavía más abajo en la pirámide. Por último, en la misma base –que posee el volumen más grande– están todas aquellas personas que no saben leer, que no tienen acceso a publicaciones o comunicaciones rápidas, o que no existe una industria rentable que se la proporcione”.
Además, Assange sostiene: “En mi opinión la libertad de expresión en muchos países occidentales no es el resultado de unas ciertas condiciones de libertad, sino más bien es el resultado de que con un sistema de control tan intenso en realidad da igual lo que digas. A la élite dominante ya no le asusta lo que piense la gente, porque un cambio de visión política no va a cambiar el hecho de que sean propietarios o no de una compañía o de un terreno. Pero China sigue siendo una sociedad con predominio de la política, pese a estar transformándose rápidamente en una sociedad controlada. Y otras sociedades, como Egipto, aún siguen estando fuertemente politizadas. Sus gobernantes realmente necesitan preocuparse por lo que piensa la gente, y por ello dedican mucho esfuerzo al control de la libertad de expresión”.
Aprender de la historia
Más adelante, Scot Malcomson, uno de los entrevistadores, le pregunta: “Antes mencionaste el periodismo de investigación. Vos que tuviste mucha experiencias en muchos ámbitos del periodismo, ¿qué opinás de la clase de libertad de información que describías antes? ¿Encaja en los procesos periodísticos o los está reemplazando?”.
JA: No, se trata más bien de cómo encajan estos procesos periodísticos en algo que es mucho mayor, y esto es que como seres humanos dirigimos y creamos nuestra historia intelectual como civilización. Y es esta historia intelectual la que podemos utilizar para hacer cosas, y para evitar volver a hacer cosas estúpidas, pues alguien ya las hizo primero y escribieron su experiencia, por lo que ya no necesitamos volver a hacerlas. Hay varios procesos diferentes que están creando ese archivo, y otros más que están intentando evitar que la gente añada cosas a ese archivo. Todo vivimos de y en ese archivo intelectual. Lo que queremos hacer es meternos lo más posible en ese archivo, hacer todo lo posible para evitar ser eliminados de ese archivo, y lograr que el archivo sea lo más visible posible.
Eric Schmidt: Pero una consencuencia de esa forma de ver las cosas es que a algunos de los participantes del proceso puede beneficiarlos la creación de grandes cantidades de desinformación.
JA: Sí. Eso es otro tipo de censura que me viene a la mente a menudo pero de la que hablo pocas veces, que es la censura mediante la complejidad.
ES: Es verdad. Demasiada complejidad.
JA: Y eso es básicamente lo que ocurre con los paraísos fiscales: la censura mediante la complejidad. ¿Censura de qué? Censura de la indignación política. Si se alcanza la suficiente indignación política se consiguen reformas de la ley, y con reformas de la ley ya no se puede hacer esto. ¿Por qué son entonces tan complejos todos los meticulosos entramados de ingeniería fiscal? Puede que sean perfectamente legales, pero ¿por qué son tan jodidamente complejos? Pues porque los que no lo eran se comprendían fácilmente, y aquellos que se comprendían eran regulados, por lo que solo quedan las cosas increíblemente complejas.
SM: A mayor ruido, menor señal.
JA: Sí, exactamente.
¿Desea eliminar “grandes medios”? Sí
ES: Pero en el futuro, ¿cómo lidiará la gente con el hecho de que exista un gran incentivo para publicar información engañosa, falsa o manipuladora? Además, no se puede saber quién ha sido el editor malo y quién el bueno, porque el sistema es anónimo.
JA: Primero debemos entender que la situación actual es muy mala. (…) Sí, tenemos algunos momentos heroicos, como el Watergate y cosas así, pero en realidad, seamos sinceros, la prensa nunca ha sido muy buena; al contrario, siempre ha sido muy mala. Los buenos periodistas son la excepción que confirma la regla. Cuando estás implicado en algo, como yo lo estoy con WikiLeaks, y conocés cada faceta de ese algo, si lees lo que se publica sobre ello te encuentras con una mentira detrás de otra, y sabés que los periodistas saben que son mentiras, que no se trata de simples errores. Luego la gente repite esas mentiras, y la cosa empeora. El estado de los grandes medios de comunicación es tan horrible que sinceramente no creo que pueda reformarse; creo que no queda otro remedio que eliminarlos por completo y sustituirlos por otros mejores.