El último encuentro del ciclo Diálogos, organizado por el CIPeCo, la SeCyT y el IECET – CONICET, abordó una problemática que poco visibilizada y profundizada. Alcira Daroqui, Lyllan Luque y Leandro Drivet analizan el aislamiento en las cárceles y reafirman la imposibilidad de pensar el sistema penal por fuera de las lógicas capitalistas contemporáneas. La función social del encierro, como disparador de debates, habilitó la reflexión sobre los límites y continuidades entre el “adentro” carcelario y el “afuera” de una sociedad que se construye sobre la base de procesos de desigualdad y de violencia estructural. El interrogante continúa: ¿Dónde están los muros? 

La última edición del Ciclo “Diálogos. Instantáneas de un presente interrumpido”, organizado por la SeCyT y CIPECO de la FCC e IECET- CONICET hizo focoen el aislamiento y el encierro durante la pandemia. Participaron del encuentro virtual: Alcira Daroqui, del Instituto Gino Germani – Universidad de Buenos Aires; Lyllan Luque,  por la Universidad Nacional de Córdoba, y Leandro Drivet, investigador del Conicet  de la Universidad Nacional de Entre Ríos. 

Ineludible, el punto de partida fue una reflexión sobre el tratamiento mediático de los reclamos en el penal de Devoto por el agravamiento de las condiciones sanitarias en el principio de la pandemia, la discusión sobre la posible liberación de presos y la reacción social. 

Desde sus trayectorias y recorridos particulares, cada disertante dejó  una instantánea del encierro durante la cuarentena para iniciar el intercambio: ¿qué nos dice (y no) sobre la sociedad y la cárcel el retrato del supuesto motín que se difundió en ese momento en los medios de comunicación?  

“Esa visibilización lo que hace, en definitiva, es ocultar lo que pasa en la cárcel y reproducir ese sentido común tan miope, egoísta, individualista, racista y segregativo”, expresaba Lyllan Luque. Desde su análisis, la imagen de los internos amenazando la seguridad ciudadana funciona velando mecanismos que vuelven “prescindible” a un sector de esa misma ciudadanía bajo condiciones de desigualdad y violencia estructural. 

Daroqui y Drivet se sumaron para analizar y cuestionar a un Estado (policial) que administra las cárceles como parte de una gestión social más amplia desdibujando los límites entre un “adentro” carcelario y un “afuera” cada vez más encerrado.  

Así, la prisión -como lugar de castigo y tortura- puede ser entendida como correlato de lo social y lo político a la vez que la ciudadanía se hace eco del accionar policial para preservar la salud (o impedir el contagio). Encierros reales y cautiverios teóricos gestionados por el miedo: a morir en la cárcel, a la infección, en definitiva, a un otro de clase que, la alianza entre policía, salud y cuidado, viene a profundizar por vía de la seguridad. 

“Los muros son el reaseguro de las fantasías que los hacen necesarios”, decía Leandro Drivet reflexionando sobre el trazado de unos límites cada vez más difusos que la pandemia no ha hecho más que poner de relieve.

“Si la cárcel ha demostrado fracasar, ¿por qué se sostiene?”,  fue la pregunta que posibilitó historizar la función social y política del sistema penal, así como la dificultad para pensarnos como sujetos políticos dentro y fuera de ella. 

Cuestionando su función de reinserción a la sociedad, Alcira Daroqui la define como parte de una gestión del excedente social que no absorbe el mercado de trabajo formal o informal. En otras palabras, del resto socialmente improductivo.

Ya en el cierre, las coordinadoras Belén Espoz y Eugenia Boito anunciaron el fin del ciclo de encuentros virtuales dando materialidad al propósito de “no hacer de la excepcionalidad una regla”. 

Te ofrecemos un recorrido de lo esencial del encuentro:

Con una fuerte crítica a la Justicia cordobesa, Lylian Luque se refiere al temor como palabra común en una sociedad “meritocrática y racista”, y afirma que como tal “estamos creando la categoría de otro prescindible.  Y en realidad el otro cuando está preso es siempre prescindible”.

Alicia Daroqui: “El encarcelamiento masivo en la Argentina lleva 20 años. Lo que ha pasado dentro de las cárceles despierta una absoluta indiferencia. Y eso tiene que ver con el concepto securitario. El concepto securitario ha construido un enemigo interno. Y ese enemigo interno del concepto securitario no tiene derechos. Y continúa: En la cárcel siempre está en riesgo la vida. Eso es lo que se pone en juego, no sólo en la pandemia. Esa es la capacidad soberana del Estado de dar muerte”.

Los muros ayudan a construir al otro como un enemigo. Todo se agrava cuando el encierro del otro se experimenta como seguridad y la alienación de nuestras condiciones de vida se experimentan como libertad y el saqueo se experimenta como solidaridad…

De lo único que son propietarios los pobres es de la violencia. Los hacen propietarios de la violencia.

El signo distintivo de la pandemia es la negación. No nos habla de lo que ignoramos sino de lo que no queremos saber. Y las cárceles son la metáfora de la idea de negación… La pandemia puso de relieve una profunda debilidad cívica contra los abusos estructurales del capital y del Estado…

La cárcel es una gran industria. Es un elemento perfecto. Gobierna para adentro y para afuera… Nos da trabajo a todes, nos despolitiza…

¿Cómo es que llegó el virus a los barrios pobres y a las cárceles? Necesitamos pensar la organización reflexiva del pesimismo, pero mientras tanto ¿qué?