Por Roy Rodríguez *
La proliferación de información sobre la pandemia del Covid 19 es para la Organización Mundial de la Salud una cuestión casi tan peligrosa como el propio virus. Millones de datos, generados por algoritmos, crean una realidad virtual, imposible de separar de la verdadera.
Cuando hace apenas cinco o seis años una estudiante holandesa engañó a todos sus contactos de Facebook, durante más de cuarenta días, diciendo que estaba de vacaciones en el sudeste asiático, sin siquiera haber salido de su departamento en Ámsterdam, muchos recordaron a Orson Welles y a su versión radial de La Guerra de dos Mundos. La palabra fakenews no existía, al menos desde la acepción que hoy le conocemos. Menos aún la idea de que una pandemia global nos invadiera, desatando una inusual producción de información hasta al punto de transformarse en infodemia. Y que incluso ni siquiera cuestionáramos que la centralidad de los datos sobre Covid 19 los produjera un sitio web sin referencias directas, ni a quiénes y de qué manera los producen. Es que, a la infodemia, pareció sumarse la muerte virtual del emisor.
La idea de la virtual desaparición del emisor es parte de una realidad que nadie parece cuestionarse: diarios, instituciones oficiales y privadas organizan la información pertinente y toman decisiones en torno a las estadísticas que en tiempo real producen sitios web, especialmente uno de los más visitados: Worldometers. Gráficos y cifras, producidas por el sitio a través de un algoritmo, se replican en tiempo real en diferentes portales de noticias alrededor del mundo.
Worldometers tiene un apartado especial para el seguimiento de la pandemia. Pero, además produce de manera constante información sobre temas diversos. Al momento de realizar esta nota, según el algoritmo de la web, los nacimientos alrededor del mundo, en lo que va del año, eran alrededor de 58 millones. Y los seres humanos sobre la tierra son unos 33 millones más que cuando empezó este 2020. En medio de la pandemia, en lo que va del año, se produjeron 32 millones de autos y millones de computadoras, al mismo tiempo que se talaron más de dos millones de hectáreas en los últimos cinco meses, convirtiendo en desierto otros cinco millones hectáreas, hasta entonces fértiles. Para soportar toda esta realidad, no resulta sorprendente el hecho de que, alrededor del planeta, se gastaran en este mismo tiempo unos 170 mil millones de dólares en drogas ilegales.
Fueron, siempre según el sitio, más de un millón las muertes producidas por el consumo de alcohol, desde que comenzó el 2020, y más de 700 mil las personas que murieron de Sida. Y tres millones los niños que murieron antes de cumplir los cinco años, hasta fines de mayo. Tamaña cantidad de información parece hacerse humo. Si en medio de tantos datos parece simbólico el hecho de que los próximos seis segundos se enciendan un millón de cigarrillos. Los contadores corren en tiempo real. Y es posible que no haya en el mundo persona alguna capaz de procesar tamaña cantidad de información. Diez minutos ante la pantalla del sitio produce asombro. Un asombro cercano a la parálisis. La parálisis, como idea de inacción por el exceso de información: infodemia.
La pandemia informativa
Según la Organización Mundial de la Salud, la aparición del Covid 19 generó una infodemia, entendida como “la abundancia excesiva de información, algo precisa y otra no, que dificulta que las personas encuentren fuentes confiables y orientación cuando la necesitan”. La idea de la infodemia, cuya raíz etimológica, nos remite a una pandemia de información, estaba presente en las ciencias sociales antes de la llegada del Covid 19.
Decenas de artículos refieren las consecuencias del consumo excesivo de información antes de la aparición del virus de corona. Diversos analistas y cientistas sociales estudiaron el tema de la incidencia de la información errónea, falsa o excesiva en la toma de decisiones. Desde la Teoría de la Elección Racional, que tiene a Jon Eslter como uno de sus máximos exponentes, se estudia el modo en que decidimos en base a informaciones muchas veces carentes de relevancia. Recientemente, Barry Schwartz en su libro The Paradox of Choice, sostiene que, a mayor número de alternativas o información recabada, más aumentará la carga psicológica en torno a que la búsqueda llegue a un resultado verdaderamente satisfactorio. Es decir, que estemos verdaderamente conformes con la decisión final. Schwartz sostiene que existiría una relación entre la sobreinformación y el aumento de la depresión a nivel global en el último siglo.
En un contexto de pandemia global, la OMS apunta a que, ante la sobreabundancia de información, cada individuo pueda tomar las decisiones adecuadas que le permitan prevenir la enfermedad. Tomar las decisiones adecuadas para preservar la salud. “Sabemos que cada brote estará acompañado de una especie de tsunami de información, pero también que, dentro de esta información, siempre habrá información errónea, rumores… Sabemos que incluso en la Edad Media se dio este fenómeno”, le comenta a The Lancet, Sylvie Briand, directora de Gestión de Riesgos Infecciosos del Programa de Emergencias Sanitarias de la OMS y arquitecta de la estrategia de la institución para contrarrestar el riesgo de infodemia.
Claro que en la Edad Media no existían las redes sociales, fakenews, ni posverdad. “Que una afirmación resulte creíble en un momento histórico y en el interior de una comunidad no garantiza su valor de verdad como correspondencia de los hechos. La credibilidad es un fenómeno psicológico, no un criterio científico. La “evidencia” subjetiva se relaciona con la aceptación y con el reconocimiento de algo como cierto, pero no con su demostración. La posverdad es un signo de los tiempos, pero la ciencia tiene los anticuerpos necesarios para defenderse de ella”, afirmaba el médico Daniel Flichtentrei, en abril de 2017 en una columna en la revista IntramedJournal, un sitio especializado en temas médicos en español.
Plataformas y medios
Poco tiempo después, el Covid-19 parece poner a prueba su afirmación. Un estudio realizado durante el desarrollo de la pandemia por del Reuters Institute y la Universidad de Oxford, acerca de cómo accede a la información la ciudadanía en Alemania, Argentina, Corea del Sur, España, Estados Unidos y el Reino Unido, da cuenta de que son los profesionales médicos uno de los sectores más respetados por los diferentes grupos estudiados a la hora de informarse sobre el Covid 19 y protegerse contra la infodemia. Sin embargo, por diferentes razones, la ausencia de un conocimiento total del nuevo fenómeno lleva a los propios médicos a emitir juicios contradictorios, que están más cerca del fenómeno psicológico de la credibilidad que del propio saber científico.
Dice el informe de Reuters: “El término infodemia captura el vasto volumen de noticias e información sobre COVID-19 y la ambigüedad, la incertidumbre y a veces el carácter engañoso, la baja calidad o directamente la naturaleza falsa de una parte de ese material. Pero es importante reconocer de entrada que, mientras los profesionales de la medicina pueden identificar con fines prácticos al coronavirus como un patógeno, diagnosticarlo, testearlo y mapear su diseminación (…), la mayoría de la información que nos llega sobre coronavirus es más difícil de separar clara y limpiamente en información y desinformación, verdadero y falso, fiable y no fiable”.
Con todo, la pandemia global aumentó en forma sustancial el consumo de noticias, no sólo a través de los medios tradicionales, sino a través de diferentes plataformas y redes sociales. Según el estudio del Reuters Institute, sitios como Facebook, Instagram o Twitter son considerados por gran parte de las audiencias investigadas, espacios para conseguir información sobre Covid 19. Sin embargo, y siempre según la encuesta, los medios masivos tradicionales “siguen siendo centrales y en ellos confía la mayoría”, pues los consideran más fiables que las redes.
A su vez, la encuesta pone en evidencia que son los mismos grupos sociales más desposeídos en relación a sus derechos y su exclusión económica y social aquellos que tienen menos información fehaciente sobre la pandemia. La falta de información de calidad está relacionada directamente con las barreras de acceso a la educación y a la salud, algo que evidencia la vulnerabilidad no sólo ante los efectos de la infodemia, sino además a los peligros de la pandemia, la falta de acceso al agua, a una vivienda digna o a la alimentación adecuada, pilares de ciudadanía negados sistemáticamente por el neoliberalismo.
Covid jibarizado
El exceso de información de baja calidad circulando por las redes sociales socava derechos, al mismo tiempo que genera una sensación de inclusión. En el caso de Worldometers, la información parece ser de calidad. Sin embargo, ante el exceso es posible que aún personas habituadas al análisis y manejo de importantes cantidades de información caigan ante el espejismo del algoritmo agolpando la realidad en un contador. ¿Existe manera de que un periodista o un grupo de periodistas, aún munidos con herramientas de análisis digitales, estén en condiciones de producir información fiable en base a la nube informativa disponible? ¿Qué grado de neutralidad ofrecen los datos proporcionados por la página?
Según informa Worldometers, todas estas estimaciones se realizan tomando como fuentes organismos oficiales y los datos son cargados en tiempo real por colaboradores. Lo cierto es que estos contadores son controlados por un algoritmo propio, del que no hay demasiados datos. Este algoritmo construye, en tiempo real, información nueva que abastece los contadores. La construcción de los datos, según la narrativa de la página, no parece indiscutible. Allí parece pervivir la ansiada neutralidad de técnica y estadística. El punto es que, las decisiones sobre cómo administrar cada información nueva y de qué manera clasificarla son tomadas de manera automática por un algoritmo. La presencia del hombre, tanto para interpretar los datos como para comunicarlos, ha desaparecido.
“Solo mediante el uso de contadores en vivo podemos transmitir estos elementos y comprender realmente la magnitud del cambio cuantitativo a través del tiempo”, dice el sitio. Y agrega un nuevo dato imposible de pasar por alto: es la máquina, el sistema el que está vivo, y el que, en el caso del Covid 19, proporciona los datos de las muertes.
Diariamente, cuando escuchamos informativos en la televisión, la radio o leemos portales informativos, las fuentes estadísticas parecen respaldarse en la Universidad John Hopkins. La propia página Worldometers informa que es la encargada de proveer esa información a la Universidad. Son las instituciones que toman el servicio del algoritmo de Worldometers las que parecen darle confiabilidad e institucionalidad al algoritmo. Es el súmmum de lo que Pascual Serrano llama la mitología tecnológica.
Guy Debord, citado por Serrano en La Comunicación Jibarizada, dice: “El sistema económico basado en el asilamiento es una producción circular de aislamiento. El aislamiento funda la técnica y, en consecuencia, el proceso técnico aísla. Desde el automóvil hasta la televisión, todos los bienes seleccionados por el sistema espectacular constituyen asimismo sus armas para el refuerzo constante de las condiciones de aislamiento de las “muchedumbres solitarias””.
Por otra parte, el negocio parece ser redituable. Linkear cada uno de las decenas de contadores que se exhiben en tiempo real en Worldometers hacia un sitio cualquiera, tal como hacen muchos portales de noticias en este momento, cuesta unos 35 dólares mensuales cada uno.
Identidad oculta
Worldometers, según los datos que proporciona su web, es propiedad de la compañía Dadax Ltd. El sitio de Dadax otorga una información muy escueta: “Dadax es una pequeña empresa de medios digitales con sede en los Estados Unidos. Fue fundada hace más de 15 años. Somos los editores de Worldometers.”
Son escasos los datos de empresas con ese nombre. En el Registro del Reino Unido aparece una entrada informando sobre Dadax. Lleva el número de registro 09355502. Fue creada en 2014. Disuelta en 2016.
La propia web de Worldometers no da mayor información. Sólo dice que está dirigida por “un equipo internacional de desarrolladores, investigadores y voluntarios con el objetivo de hacer que las estadísticas mundiales estén disponibles en un formato de reflexión y tiempo relevante para una amplia audiencia en todo el mundo.”
Dice también que el proyecto carece de afiliación política, gubernamental o corporativa. Que no tienen inversores, donantes o subvenciones. Que son completamente independientes y que su financiación se realiza a través de publicidad automatizada y de tiempo real. Curioso para un sitio que provee estadísticas en tiempo real de la histórica pandemia. Más curioso aún es que, bajo estas condiciones provea de información no sólo a la Universidad John Hopkins, sino al New York Times, Financial Times o la BBC. O a compañías de inversión como PricewaterhouseCoopers o Morgan Stanley. Todo esto, sin poseer información sobre CEO, chairman o accionistas a la vista.
Circular es la búsqueda de datos sobre Dadax. En un intento por dar con información precisa buscamos en Google la imagen de su logo. No hay más imágenes que las del sitio. No hay otros sitios que alberguen el logo. Y para la interpretación del algoritmo de Google, esa imagen, el logo de Dadax, remite a un círculo. Paradojas.
Hay, sin embargo, una empresa con ese nombre. Pero en China. El sitio de la empresa, dice que se dedica al desarrollo de inteligencia artificial, creando sistemas llave en mano. Y dice tener partners y desarrolladores en todo el mundo. No menciona a Worldometers.
El informe de The Lancet afirma que la Organización Mundial de la Salud “lidera los esfuerzos” para frenar el avance del Covid 19. Pero que la infodemia, “una epidemia mundial de información errónea”, se propaga a través de medios y redes sociales constituyendo un grave problema para la salud pública. “No solo estamos luchando contra una epidemia; estamos luchando contra una infodemia”.
Dice Worldometers: “Para los datos de COVID-19, recopilamos datos de informes oficiales, directamente de los canales de comunicación del Gobierno o indirectamente, a través de fuentes de medios locales cuando se consideran confiables. Proporcionamos la fuente de cada actualización de datos en la sección “Últimas actualizaciones”. Las actualizaciones oportunas son posibles gracias a la participación de usuarios de todo el mundo y a la dedicación de un equipo de analistas e investigadores que validan los datos de una lista cada vez mayor de más de 5.000 fuentes.”
No está claro si las empresas periodísticas que brindan información global sobre el Covid, utilizan información provista por Worldometers para construir sus informes. Tampoco, la hiper citada Universidad John Hopskins brinda información clara sobre cómo construye sus informes. Y por otro lado, no niega la afirmación de la propia página de ser proveedora de datos. Quedan abiertas entonces un par de preguntas: ¿La realidad global sobre los casos de Covid 19 se construye a partir del algoritmo de una página web que carece de referencias a personas reales? ¿Qué capacidad tiene un periodista, o incluso un gran equipo especializado de chequear tamaña cantidad de datos antes de realizar una publicación? ¿Es posible pensar que estamos ante una realidad virtual creada sólo por un algoritmo? Las preguntas parecen tener respuestas obvias. Lo que parece peligroso a la hora de indagar sobre estos temas es que incluso algunos gobiernos como los de Reino Unido tomen decisiones en base a esa producción virtual. Porque el mundo no mira ahora a una estudiante que simula vacacionar en el sudeste asiático, y quizás tampoco escuche la narración de una supuesta invasión extraterrestre. Los datos, construidos por un algoritmo se convierten en narración, en narrativa. Narrativa de una enfermedad. Datos, como virus, carentes de toda inocuidad que pueden volverse tan peligrosos como el propio Covid-19. Datos que contemplamos sin cuestionamientos. Como quien ve salir el sol o correr el agua de un río. Mientras, el emisor, como un antiguo dios virtual, parece haber desaparecido.
Foto principal: Aaron Favila – AP – www.theobjetive.com
* Licenciado en Comunicación Social egresado de la ECI-UNC. Trabajó en varios medios nacionales y de Córdoba y actualmente se desempeña en el área de Extensión de la FCC.