El flujo de intolerancia que define una agenda pública donde intervienen, periodistas, influencers, medios de comunicación, usuarios de Twitter y artistas justifica artilugios “estilísticos” que, al servicio de la confusión y la apelación al odio, no hacen más que confirmar la posición ya tomada por las audiencias.
Por Claudio Lencina *
En su podcast Este gorila le pide disculpas a la Mona Jiménez (Al resto, no), el periodista Luis Novaresio salió a responder a todas las críticas recibidas a causa de su post titulado: ¿Homenaje o falta de respeto? La versión del Himno Nacional de la Mona Jiménez.
“Esta polémica es una muestra de la intolerancia, y de la imposibilidad de debatir sobre un argumento y sólo quedarnos con la convicción prejuiciosa de lo que uno piensa de alguien o de algo”, dijo el conductor de Animales Sueltos. Y agregó que “si los lectores ofendidos hubieran escuchado las tres horas de programas, se podían dar cuenta que estaba a favor de la versión de La Mona. No tienen por qué escucharlo. Los periodistas sí”. “Cuando uno se queda en el título vive más cómodo, hace que no tengas que pensar, es la abdicación del pensamiento”, reflexionó Novaresio.
Vamos a suponer que nos sometemos a un ejercicio en el que debemos leer un artículo completo, en el que luego de pasar por un título y una bajada que hable de un acontecimiento terrible, nos cause enojo, preocupación, malestar. En su desarrollo, se profundiza y amplía la información al respecto, por lo que aumenta la indignación. Finalmente, en las últimas líneas (si llegamos), aclara que se trata de un dato poco certero, ficticio, o de un chiste, que libra al autor de toda culpa.
Entonces, ¿hasta qué punto los títulos son un llamado a la acción, un disparador para ganar mayor cantidad de lectores, son una herramienta para ganar clics, o un artificio al servicio de la indignación ciudadana?
El “titular anzuelo” hace escuela
La plataforma digital de un canal de noticias de Córdoba, que reúne al caudal de audiencia más grande de Córdoba, encabezó una nota diciendo que una mujer que había dado positivo por Covid-19, fue a una fiesta y provocó uno de los focos importantes de contagio de la ciudad. Mucho más abajo, en el último párrafo, aclaraba que posiblemente esta señora no estaba enterada de que portaba el virus.
Apostar a un título atractivo, apelando a la indignación, al enojo de los lectores que luego soltarán su ira hacia esa mujer que por suerte no se dio a conocer su identidad, al sistema sanitario, a las flexibilizaciones de la cuarentena, a los políticos, quizás sea una estrategia exitosa en la búsqueda de nuevos clics, y más lectores. Lectores, que seguramente, no se les ocurre seguir leyendo el desarrollo de la nota. Esto causa preocupación, porque un título engañoso se convierte en un gancho para atraer y promover la circulación de la desinformación, aunque el texto diga lo contrario.
Son estos titulares, que muchas veces no reflejan lo que se plantea en interior de la nota, la herramienta que permite la circulación a gran velocidad de estos posts, y provocan la reacción exacerbada de la audiencia, que finalmente ofenderá al autor de la nota.
Hablamos de un arma de doble filo, que permite a una nota periodística que poco tiene para decir de interesante seducir a una audiencia expectante a la polémica, al debate y al chicaneo virtual, pero que también es carnada para periodistas y medios nucleados bajo esta misma lógica: ante la urgencia de conseguir mayor visibilidad y contribuir a la discusión, replican el discurso, distorsionado a veces, para dar comienzo nuevamente al ciclo.
Así es. Parece imperativo que coexistan lectores que “insulten”, periodistas que cuestionen y medios que reproduzcan para que así, el primer eslabón de esta cadena se “indigne” y vuelva a responder a las repercusiones. Y será así, hasta que esta relación simbiótica deje de retroalimentarse y poco a poco se vaya apagando para ser reemplazada por otra.
La reafirmación de la ira
Durante este período de aislamiento social, que ya superó los 120 días, sobró el tiempo para reflexionar, re pensar, y volver a definir el papel que juega uno de los servicios esenciales de mayor consumo: el servicio de los medios de comunicación y de los profesionales de la prensa.
En una charla mediante una transmisión en vivo, Martín Caparrós señaló respecto a la crisis del periodismo, o mejor dicho de los grandes medios tradicionales: “Las cosas son blancas o negras, y es fácil encontrar la verdad cuando un funcionario es descubierto en un hecho de corrupción”. Además, aclaró: “Directamente se apunta a lo negro, reafirmando un pensamiento oscuro que indica que todos los políticos son corruptos. Mientras que la gama de grises invita a pensar y entender”.
En conversación con Pere Ortín, periodista y profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona, Caparrós se refirió a esa gama de grises como “acciones que nos conducen a contrastar, comparar, pensar, comprender, donde no hay una verdad, o por lo menos no está a la vista, sino que se resiste a mostrarse fácilmente”.
Claramente, nos encontramos ante una concepción dualista de los sucesos procesados por la industria de la información, en la que nutrir y fortalecer la posición acerca de un determinado hecho, posición política, suceso histórico, gesto social, se convierte en el principio fundamental de la práctica periodística.
“No podés contar esta película en término de buenos y malos, porque es de una tremenda complejidad”, analizaba Reinaldo Sietecase, al referirse a las opiniones maniqueas que surgen de comunicadores y no de profesionales especializados en distintos temas.
En su programa en Radio Con Vos –retransmitido por Gen FM en Córdoba–, Sietecase, semanas atrás cuestionó que “se haya instalado rápidamente la pelea política entre buenos y malos, entre los comunistas marxistas que quieren quedarse con tu casa y los defensores de la libertad, cuando es tremendamente más compleja la realidad, y es un desafío enorme el de los comunicadores contarlo”.
En esos días, en los que la polémica por la decisión oficial de expropiar del Grupo Vicentín encabezaba la agenda de los medios argentinos, insistió que el periodista además de estar informado, debe consultar a la gente que haya que consultar, y sobre todo escuchar. “La fuerza que tiene el periodismo es la pregunta, no la respuesta”, resaltó.
Muchas veces, se presenta una historia enfrentando dos fuerzas opuestas, contrarias, y se cuenta bajo esos términos en los que contribuye a la reafirmación de mi pertenencia a uno de los bandos. Nada más. Volviendo a Caparrós, también sostiene que “la permanente recurrencia a la fácil noticiabilidad de lo negro nos impide pensar y sólo consolida una idea ya cimentada de la que estamos más que seguros”.
Superar la polaridad y el maniqueísmo
Estamos, probablemente, frente a la carencia de cintura periodística para intentar el cuestionamiento de esa idea tan consolidada, o al menos para seguir alimentando de fundamentos y fortalecer esa posición de manera rigurosa. Da toda la sensación de que se hace a cara descubierta, despertando el odio visceral o el enamoramiento de lectores. O una cosa o la otra. Se borran los grises, o se salta esa gama intermedia de grises.
La actitud periodística para interrumpir ese círculo vicioso de indignación sería, a lo mejor, generar un espacio de debate donde quien quiera pueda participar, opinar, responder; sin el rechazo automático del prejuicio. Pero a su vez, evitando la polarización sin términos medios entre los pro y lo anti cualquier cosa. Como si no hubiera opción entre amar la versión del Himno de La Mona, y repudiar a Novaresio, entre quienes defienden las políticas de intervención del Estado en la economía y los ultraliberalistas que las rechazan, entre los asumen un amor incondicional hacia Messi, y los que insisten que no ganó nada con la selección y es un “pecho frío”.
Ahí debería intervenir la destreza para delinear un mensaje que diga, pero a la vez parezca, pero en realidad quiera decir, y que además cumpla la función de hacer entender, de cuestionar, de reflexionar, de hacerte tentar, apelando a nuevas técnicas y herramientas. Pensar, interpretar y cuestionar. Y, lo más importante, elaborar un discurso lo más alejado posible del prejuicio y las sobre-adjetivaciones. Difícil tarea.
Foto principal: www.muyinteresante.es
* Estudiante de quinto año de la orientación en Producción Gráfica de la FCC-UNC. Productor de Córdoba Primero Radio en GEN 107.5 FM y de plataformas digitales en www.cordobaprimero.com.ar