Por Lucía Vitorelli. Estudiante FCC UNC.

Un grupo de chicos están acomodados alrededor de una mesa de madera. Sobre la mesa, hay mochilas, una bolsa con criollos y, en el centro, un celular enchufado a dos parlantes pequeños. El teléfono suena, alguien atiende y se escucha la voz latosa de un conmutador que dice: “Esta llamada proviene de un establecimiento penitenciario”.

Después, otra voz más calma, amigable y reconocible para todos: “Hola wachos”. El que saluda es Agustín Colameo, coordinador del taller de rap, freestyle y beat box que funciona los martes a la tarde en la biblioteca popular Julio Cortázar, en barrio San Vicente de Córdoba Capital.

Es una casa antigua, con dos puertas de ingreso separadas por un zaguán lleno de dibujos y folletos de actividades. Por esos pasillos circulan vecinos, jóvenes y niños que se acercan a la biblioteca a leer, a participar de algún taller o de la Radio La Quinta Pata, que está instalada allí.

San Vicente es el barrio de Agustín, pero ahora al taller lo dicta por teléfono desde el Complejo Carcelario de Cruz del Eje, a 180 kilómetros de Córdoba, donde ingresó a finales de febrero.

“Guerreros y Guerreras del Rap” se llama la actividad a la que asisten niños, niñas y jóvenes desde los 10, la mayoría de San Vicente. Agustín puede coordinarlo desde la cárcel gracias a Libertando, una asociación civil que apoya a jóvenes que estuvieron encerrados en su reincorporación social y laboral.  También hay amigos y amigas y miembros de la radio que lo ayudan.

Agustín hace beat box, sonidos con su boca, desde los 8 cuando vio por primera vez en un programa de televisión yankee el arte que surgió de imitar sonidos electrónicos. También hace freestyle y escribe canciones. En 2016 editó el CD “Rimando entre rejas”. Para él, “la música es necesaria para comunicarse con la gente, para transmitir lo que uno siente, para pedir lo que uno quiere. Con la música lo podemos hacer todo”, dice.

Tirados de panza sobre la tabla de la mesa, los chicos quieren saludar al mismo tiempo y múltiples “hola” retumban en la habitación.

Hola chicos, ¿cómo va? ¿Me pueden decir los nombres de quienes están?

Agustín siente por un rato que está en la Julio Cortázar junto a ellos, hablando, escribiendo, haciendo lo que le gusta hacer. A medida que la gente llega al taller se va dando cuenta de la modalidad virtual. “A los 30 segundos Agu ya empezó a cantar, se hace una ronda, tira unas rimas, sigue otro, y se genera una conexión bárbara, y nos pasa a todos que estamos acá afuera, la fuerza que nos deja él en el cuerpo, porque con una situación bastante complicada, que esté con esa ganas”, cuenta Pocho.

Desde mayo, Agustín se hizo amigo de gente que no conoce de vista.

-En los talleres intento dar consejos sobre la música y también sobre la vida de cada uno”.

La ronda comienza. De a uno, los jóvenes muestran su arte. Inclinan su cuerpo hacia delante, con la mirada fija en el celular. Las palabras van saliendo y formando rimas pegadizas que movilizan al propio Agustín.

Uno canta:

“Oye hermano para mi tu eres un padre/ me has enseñado como llevar el rap en la sangre/ por eso te digo, compadre, esto no va a terminar/ esta lucha acaba de empezar/ Nos estamos curtiendo, estamos aprendiendo/ Babylon va hacer; no viviremos más en este infierno/ Por esos estamos aquí todos tus hermanos, te estamos esperando para agarrarnos de las manos, para luchar, cantar y trasformar san Vicente, será como queremos que sea en nuestra mente”

Agustín responde con frases comunes, de las que podrían surgir en cualquier conversación, pero con ritmo, las rapea: “Yo quiero hacer este taller para ayudar/ a todos los pibes que están en la calle a punto de robar/ de drogarse o hacer las cosas que nosotros hicimos/ Bueno gente, tenemos que cambiarlo/ ustedes son amigos que me van a ayudar a improvisar, a rapear, para trasmitir a los chicos…/

El taller fue pensado por Agustín “para todos los chicos que andan en la calle, para los que salen del colegio y tienen un tiempo libre”, buscando que haya “más conexión y compañerismo” en el barrio.

Reunidos para crear arte y hacer Hip-Hop, los chicos le hablan a Agustín de una lucha que recién empieza: “Los barrotes no pueden detenerte”, “te esperamos por San Vicente”. Cuando es el turno de Agustín responde: “Sigo practicando compartiendo este día / estoy preso pero escuchando a muchos compañeros como Jon, Luc, Facu y Pocho”.

En los cuarenta minutos que Agustín coordina el taller por llamada telefónica, también escriben canciones. De forma colectiva, cada uno va aportando una palabra, una rima, un verso. “Ellos están copadazos porque como no me ven, tienen duda, intriga, entonces deben decir, bueno, lo hagamos”, señala Agustín, en una charla telefónica que mantuvo con Qué Portal.

***

Es jueves, no es día de taller. El teléfono suena tres veces. La voz latosa de una mujer vuelve a sonar. Agustín dice:

-Hola perdón la demora, había fila de presos para usar el teléfono.

Cuando a los 18 años comenzó a hacer rap, fue detenido y encerrado en la cárcel de Bouwer. Tenía su disco ya producido, entonces la forma que encontraron de promocionarlo fue a través de llamadas telefónicas desde la cárcel. Pocho, su amigo y compañero de música, conoció a Agustín cuando dictaba un taller de cine en el Complejo Esperanza, donde el rapero había estado alojado antes de alcanzar la mayoría de edad. Él propuso esta idea para trasmitir su arte desde la cárcel. “Empecé a ir a eventos a ofrecer el disco y proponíamos que Agu llame”, recuerda Pocho.  

Una vez en libertad, el despliegue de su música creció mes tras mes: Agustín fue invitado a cantar en Radio Nacional, a participar en las marchas por la salud mental y de la gorra, hizo presentaciones en bares y en Pabellón Argentina junto a la banda Misty Soul Choir. “El espíritu del Agustín parece que se le sale del cuerpo, pasar cosas muy duras como la pérdida de su hermano lo han ido fortaleciendo, siempre queriéndole ganar a la vida”, señala Pocho.

El proyecto del taller de Hip Hop en San Vicente ya estaba listo cuando volvió a caer detenido en febrero, por cometer un delito “simple”. Decidieron seguir con la idea y hacer uso del derecho a las llamadas telefónicas para que el rapero pudiera coordinarlo. En mayo, un montón de chicos y chicas se acercaron a la biblioteca para comenzar. Cada vez que Agustín llama, gasta 50 pesos en tarjetas telefónicas, que son costeados con una beca que consiguió Libertando y , o con aportes solidarios de las personas que acompañan el taller.  

En los últimos meses, el taller se replicó en otros espacios como La Casa del Joven, el Instituto Cabred, y en la localidad de Malvinas Argentinas, cada 15 días. Una ronda de aplausos al final de cada llamada sigue reconfortando y asombrando a sus amigos más cercanos.

A pesar de que en la cárcel se escuche La Mona y Ulises, Agustín pasa su tiempo escribiendo rap y haciendo beat box, con miras a nuevos proyectos musicales: “Escribo todo lo que pasa en mi vida, todo lo que suele pasar en la vida de los otros, siempre haciendo sentir a la gente identificada”, señala Agustín. Para él, el taller es un lugar en que la pasa bien, por la energía que se trasmite, por las cosas que hacen entre todos: “Es una aventura muy buena”, dice, antes de que el crédito se acabe.

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