Por Julieta Godoy y Azul Cattáneo *
La cuarentena obligatoria cambió por completo nuestros hábitos, rutinas y formas de vida. La educación fue una de las actividades más afectadas y debió reconvertirse a la modalidad virtual. A partir de los testimonios de estudiantes de varias facultades de la UNC, se indaga sobre las dificultades vividas durante la pandemia: la cursada virtual, los vínculos y la salud mental como eje de debate para pensar la realidad estudiantil después del período 2020/21.
El último año y medio nuestra vida cambió. Nadie esperaba pasar de la libertad de recorrer las calles de Córdoba y el mundo, a permanecer más de un año encerrados. La pandemia y el coronavirus vinieron a cambiar todo lo que conocíamos. Nos enfrentaron con una realidad nueva e incierta, una realidad de la que no podíamos escapar. De la que aún hoy no podemos escapar.
El último año y medio nos hizo temer por nuestro bienestar. Hizo que nos aisláramos y los barbijos se convirtieran en un accesorio más al salir de casa. Que el alcohol se volviera un nuevo “perfume” imposible de no usar. Que el tomarse la temperatura fuera tan necesario como decir ‘hola’ al llegar a cualquier lugar. Que no pudiésemos salir por mucho tiempo de nuestras casas y esas cuatro paredes se convirtieran en un mismo lugar: cocina, lugar de descanso, deporte, trabajo y estudio.
La pandemia cambió todo.
Modificó espacios, lugares de encuentro y nuestros vínculos. Para los estudiantes universitarios, el cambio fue fuerte. Y dejar las aulas, un golpe muy duro. Dejar esos espacios compartidos, a nuestros compañeros y el contacto cara a cara con las y los profesores fue una gran pérdida, sin duda. ¿Y tener clases a través de una pantalla? Un desafío. Un desafío difícil de sobrepasar cuando la sobreinformación inunda, cuando la incertidumbre se hace parte de nuestro día a día, y solo podemos pensar en nuestros seres queridos. ¿Cómo concentrarnos en estudiar un libro de texto si no sabemos a ciencia cierta qué va a pasar mañana?
El Covid afectó nuestra vida y nuestra salud, sin dudas. Pero no solo la física. También la salud mental, ese aspecto olvidado de la vida humana que a veces ni se tiene en cuenta. Y aunque no se hable de ella, la salud mental de los estudiantes también se vio comprometida.
Cada estudiante vivió la pandemia y el aislamiento de forma diferente; con personas diversas, con situaciones particulares. Cada historia es única, al igual que sus experiencias, pensamientos y sentimientos. Por eso vamos a darles la palabra a ellos, para que cuenten desde sus vivencias la complejidad de esta etapa, de los estudios virtuales en medio de una situación sanitaria crítica. Y para que cuenten también, cómo esto afectó o no su salud mental.
Pero… ¿qué es la salud mental? ¿De qué hablamos cuando nos referimos a ella? La Organización Mundial de la Salud (OMS) la define como “un estado de bienestar en el cual el individuo se da cuenta de sus propias aptitudes, puede afrontar las presiones normales de la vida, puede trabajar productiva y fructíferamente y es capaz de hacer una contribución a su comunidad”, tomándola como “la base para el bienestar y funcionamiento efectivo de un individuo y una comunidad”.
Este concepto ha sido incluido en múltiples investigaciones y es uno de los ejes transversales de un estudio realizado por investigadores de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), que encuestó a 2.687 estudiantes de universidades públicas y privadas para indagar acerca del impacto del aislamiento sanitario en su salud mental. Allí se concluyó que la extensión indefinida de los períodos de aislamiento social amplificó malestares como ansiedad y síntomas depresivos en la población estudiada. La incertidumbre fue un malestar al cual cada persona enfrenta individualmente, adoptando diferentes estrategias.
“Nadie estaba preparado para la pandemia, ni para las clases virtuales, ni para hacernos cargo tanto tiempo de nuestra propia cabeza”, cuenta Florencia, estudiante en proceso de tesis de licenciatura en la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Ella es una de los y las estudiantes entrevistados, todos pertenecientes a la Universidad Nacional de Córdoba. Nos abrieron las puertas de su casa-virtualmente, claro- y se convirtieron en representantes de sus compañeros.
Florencia, Gianluca (estudiante recientemente recibido en la Facultad de Psicología) Valentina (cursante de fonoaudiología en la Facultad de Ciencias Médicas) y María (estudiante en curso de Comunicación Social) nos permitieron adentrarnos en sus vidas y experiencias durante el último tiempo. Su forma de cursar, el lugar donde viven y con quiénes comparten son elementos que los distancian, pero al fin y al cabo no dejan -o no dejaron- de ser estudiantes conviviendo con una modalidad virtual que trajo muchos desafíos y posibilidades.
Valentina (23 años) es originaria de Río Gallegos, pero vive en Córdoba. La pandemia, en sus inicios, la encontró conviviendo con su hermana y una de sus amigas que quedó varada en la provincia. María (27), salteña viviendo en Córdoba, la pasó totalmente sola con su gata. Un golpe duro teniendo en cuenta que se afirma “muy dependiente socialmente”. Florencia, de La Calera, pasó de no volver a su casa más que para dormir, a convivir las veinticuatro horas del día con el resto de su familia. Le costó muchísimo acostumbrarse. Gianluca(25) decidió volver a vivir con sus padres y hermana, “por comodidad” y para ver cómo iba avanzando la situación epidemiológica. Historias, convivencias y estudios diversos. Sin embargo, todos fueron afectados de alguna forma por la pandemia.
Tiempo de cambios
El repentino aislamiento provocó alteraciones en las rutinas. Muchas actividades fueron dejadas de lado durante el encierro. Las juntadas con amigos y familias, el ejercicio y las salidas al aire libre. Dejar de realizar estas actividades fue un golpe fuerte, especialmente atendiendo a que los estudiantes universitarios en Córdoba están acostumbrados a un ritmo de vida muy activo. Valentina cuenta que, previo a la pandemia, asistía a natación tres veces por semana. Ese solía ser su “cable a tierra”, lo que la mantenía enfocada. Dejar esas clases por las restricciones le generó una angustia muy grande, porque eliminaba la actividad deportiva que hacía que sus días terminaran más relajados. María había logrado retomar el hábito de ir al gimnasio antes de que comenzara la pandemia. Con el encierro, la actividad física le fue imposible, especialmente cuando no podía sacar de su cabeza que “estaba en una pandemia; encerrada, sola”.
“Yo soy una persona socialmente dependiente. Entonces, al principio de la pandemia me costó un montón adaptarme con respecto a eso. Me pegó mucho la soledad”, afirma María. Los desafíos en esa instancia pasaron por acostumbrarse a una nueva cotidianidad, en la cual tenía que adaptarse a “comer sola, estar sola, que mis contactos con mis amigos sean solo por videollamada o por teléfono”.
A los cambios que un año de vida normal proponía a cada persona, la pandemia sumó dificultades, pero también nuevas oportunidades. Para Gianluca, en el año 2020 se concretaba su trayecto académico a través de las prácticas en una institución y el armado de su tesis de licenciatura en psicología: “pasar de estar yendo y viniendo de la facultad, de estar estudiando todos los días a hacer una práctica virtual por computadora, fue como un ritmo bastante distinto, no es como que fue paulatino. Pero sentí que fue bastante accesible, más allá de todas las cosas nuevas o que no sabía que iban a salir por esto de la pandemia”.
Clases virtuales
Muchas cosas cambiaron desde el año pasado; entre ellas, la educación. La enseñanza presencial se vio en la obligación de virar hacia un entorno virtual. De compartir con los y las compañeras en un aula repleta, del contacto directo con los y las profesores, al uso de pantallas y el cursado individual -en el mejor de los casos, si se cuenta con los recursos-.
“Siento que todos pensamos que iba a ser algo temporal, y cuando nos dimos cuenta de que realmente íbamos a vivir todo el último año de manera virtual, fue triste”. Así recuerda Florencia el inicio de la pandemia en el 2019, mismo año en que empezaba a cursar sus últimas materias de la Licenciatura en Comunicación Social. “La verdad que fue muy triste -agrega-. Creo que al principio estuve muy negada a tener que cursar ese último año de manera virtual. Estaba negada a empezar una tesis y a recibirme, y no haber visto la cara a mis compañeros en meses.” Además, entre sus amigas solían conversar sobre todo lo que se estaban perdiendo (“jodas”, juntadas en los “banquitos de la facu”, etc). “Fue muy complicado”, concluye.
“Vi que a los profesores en mi facultad les costó un montón adaptarse a la nueva modalidad, como que de repente era una tarea de autoaprendizaje”, rescata María. Cuenta que tanto fue el agotamiento que apareció la duda: “Me hacía entrar en crisis de… ¿realmente soy capaz de seguir con esta modalidad?”. Valentina también percibió ciertas falencias, resaltando sobre todo la descomunicación de los y las docentes, de modo que se “frustró” y terminó “haciendo la mitad de las materias que tendría que haber hecho”. De hecho, cursó las más ‘teóricas’ como Psicología y Pedagogía, dejando aquellas más ‘prácticas’ para el corriente año, con la esperanza de que fueran presenciales. Y pese a que las posibilidades no son las mejores, la confirmación de las prácticas presenciales mensuales parece ser una luz al final de tanto encierro.
Las experiencias virtuales fueron diversas, y también las visiones sobre la educación virtual. Gianluca cuenta que, si bien había dejado de cursar para el momento que comenzó la pandemia, realizó una ayudantía en su facultad. Fue una de sus primeras experiencias y le resultó incómoda, porque era muy “raro” intentar la misma intimidad o conexión desde la virtualidad, en comparación con la presencialidad. La falta de interactividad y la negativa de varios alumnos y alumnas a prender sus cámaras, descolocó el dictado de clases. Su experiencia le sirvió para entender el trasfondo del trabajo educativo y las implicancias más allá de las clases. “Mucha gente no está preparada para trabajar en virtualidad”, resalta junto a la necesidad de adaptarse y aprender. No solo por parte de los profesores, sino también de los alumnos.
Repensar los vínculos
Las relaciones interpersonales también se transformaron en el transcurso de la nueva situación sanitaria, tanto para aquellos que la pasaron con alguien, como para quienes debieron afrontar la soledad. “Uno también necesita su espacio personal”, señala Florencia, quien tuvo que acostumbrarse a estar “un montón de horas” con su familia -a la que ama, pero con quien la convivencia resulta en un desafío, sobre todo al convivir con un “griterío constante”-.
Pero también hubo un cambio en los vínculos de aquellos no convivientes. Las nuevas tecnologías fueron y son herramientas fundamentales a la hora de mantener las comunicaciones y las relaciones sociales. Para algunos, como Valentina, la pandemia les permitió reconectarse con personas con las que no solía interactuar tan regularmente. Desde familia -lejos por la distancia- hasta amistades -que estudian y viven en otros lugares-. “Hacíamos videollamadas casi todas las noches, nos quedábamos hasta tarde hablando, en ese sentido nos unimos un poco más”, rememora. Para María, las videollamadas constantes ayudaron a acortar “un poquito” las distancias, aunque no desaparecía del todo esa sensación de “estar sola de vuelta” al cortar.
En todos los casos, la tecnología permitió mantener esos vínculos, aunque debieran reformularse. “Siento que todos sabíamos que nos teníamos que acomodar en este contexto bastante complicado -cuenta Gianluca-. Y la virtualidad fue muy útil para poder mantener muchas relaciones positivas o construir nuevas”. Mantener las relaciones fue indispensable, pero la mejor parte para todos fue -y es- reencontrarse “cara a cara”. De a poco, respetando protocolos, reconectando con el otro fuera de una pantallita.
(Re)adaptación
Lo mencionado hasta aquí no solo demuestra las dificultades que han atravesado los y las alumnas en la pandemia, sino que también da cuenta de las formas en que han intentado sortear de la mejor forma las dificultades exhibidas para sobrellevar la situación de encierro obligatorio. En ese sentido, el acostumbramiento, entendido como “adaptación” al aislamiento en ciertas investigaciones, no es considerado como algo positivo: “Las personas pueden tender a aceptar o naturalizar situaciones, comportamientos o reacciones que no son naturales o que son nocivas para la salud. El papel del personal de la salud y del ámbito científico es advertir sobre estos procesos en lugar de legitimarlos”, recalcan en el mencionado paper de la UNC.
Aludida esta situación de acostumbramiento, es importante recalcar que desde el comienzo de la pandemia la salud fue concebida desde “un paradigma médico-sanitario: se habló de los contagios, los síntomas, el barbijo, el lavado de manos, etcétera, sin plantear cuestiones que estaban vinculadas a cómo preservar el estado subjetivo”, remarca Luciano Ponce, psicólogo familiar y profesor en la Facultad de Psicología de la UNC. Desde esa perspectiva, se dejaba de lado la importancia de la salud mental y cómo esta se veía afectada por el aislamiento, el cambio en la forma de relacionarse con el trabajo, los vínculos y nuestra propia subjetividad. “Sólo se empezó a pensar en la salud mental al plantear la posibilidad de las consecuencias del aislamiento, del distanciamiento, las secuelas del covid. Al ver los protocolos empleados a nivel nacional, provincial o municipal, se evidencia que en ningún momento hubo acciones de promoción de salud mental, no formó parte de la agenda”, agrega Ponce.
En ese sentido, se vuelve fundamental remarcar que la salud mental es un concepto multidimensional, atento a factores biológicos, personales, interpersonales, económicos, históricos, ecológicos, puestos en juego en la cotidianidad de los sujetos. Los testimonios de este informe, no quedan excluidos, y se convirtieron en elemento central de propuestas. Tal fue el objetivo del Servicio de Contención Psicológica implementado por la Facultad de Psicología de la UNC a través de su Secretaría de Extensión: preservar el bienestar subjetivo de los estudiantes. Con alrededor de 50 profesionales de diversas disciplinas operando a través de la atención por mensajería, se intentó cubrir las demandas de asistencia psicológica durante la pandemia, que en los primeros dos meses llegó a recibir 25 consultas diarias.
Al estar al frente del servicio, los profesionales se dieron cuenta de las diferencias en la capacidad adaptativa a la incertidumbre que generaba la crisis sanitaria. La falta de certezas genera toda una serie de reacciones, desde ignorar o no darle importancia hasta una pérdida de motivación: “La desmotivación fue el común denominador de la mayoría de los estudiantes que nos consultaron. Esto de ‘no me puedo levantar, tengo clase a las 10 de la mañana y no puedo’”, ejemplifica Ponce, quien también menciona la alteración del sueño como común denominador. A eso se sumaban los cambios en las modalidades de evaluación dentro de la cursada virtual, que tomó desprevenidos tanto a estudiantes como profesores.
En ciertos casos, la desmotivación llevó a abandonar materias o cursos -como le sucedió a Valentina, estudiante de Fonoaudiología-, mientras la contracara positiva de la virtualidad se traducía en que aquellas personas que no habían podido comenzar o continuar su trayecto académico antes de la pandemia de pronto podían acceder a la universidad “desde el living de su casa”.
A modo de conclusión acerca de lo experimentado en el servicio de contención psicológica para estudiantes de la UNC, el psicólogo afirma que una vez pasada la situación de crisis de los primeros meses de la pandemia, el vínculo con los estudios por parte de los estudiantes adquirió otra forma. Considera que, dependiendo del contexto, “este cambio socio-sanitario fue posibilitador u obstaculizador del desarrollo personal”.
Salud mental
Para los estudiantes consultados, la salud mental versa sobre diferentes aristas, pero todos concuerdan en definirla como una especie de ‘equilibrio’ desde el cual la persona “disfruta de las cosas que está haciendo y les puede sacar provecho”, afirma María. Por otro lado, también se asocia a la salud mental con el bienestar emocional: “Yo creo que implica cuidar un poco las emociones, los sentimientos, también darse cuenta de cuándo parar”, puntualizó Florencia. Valentina, por su parte, hizo énfasis en el rol que cumple la salud mental en los desafíos del día a día: “Es estar tranquilo con uno mismo, poder realizar tu día normalmente sin que las cosas cotidianas te afecten”.
También reconoció que el haber tenido conciencia de la importancia en ese aspecto de su vida la ayudó a no sufrir los reveses del aislamiento durante los primeros meses de la cuarentena: “Capaz que no padecí tanto como otras personas, porque ya tenía ciertas herramientas al haber ido antes a un psicólogo. Ya tenía esas herramientas como para no decaer, como que ya sabía más o menos qué es lo que tenía que hacer para no sentirme tan abrumada con todo”.
Para Gianluca, reciente egresado de la Facultad de Psicología, resulta un tema no tan visibilizado como otros en el ámbito de la salud, haciendo énfasis en que no implica solamente el tratamiento de cuadros psicopatológicos sino de “intentar mejorar o estar bien con uno mismo”, dado que es un malestar que afecta “no solo tus ideas o tu mente”, sino que también “termina afectando tu cuerpo, tu contexto, tus relaciones sociales, y está bueno que la gente se enfoque cada vez más en cuidar esa parte también”. Además, desde su perspectiva, el bienestar mental implica “ser flexible, saber entender el contexto en el momento, cómo te estás sintiendo, o cómo está el contexto que te rodea, y acomodarse a cada situación. Saber qué es lo que más necesitás vos en un momento particular”. Tener en cuenta las propias emociones y situaciones internas, para poder desplegar nuestras mejores capacidades al momento de estudiar, trabajar, compartir momentos con otras personas y en cada actividad que emprendamos.
Los y las entrevistadas también establecieron reflexiones sobre qué importancia se le ha dado a la salud mental en estos últimos tiempos. Hasta hace unos años, era un tema tabú y no existían ni las herramientas ni la información suficiente del tema. Llegaron a la conclusión que a raíz de la pandemia y la situación de aislamiento se comenzó a hablar mucho más de la salud mental. Florencia resaltó, por ejemplo, la figura de los ‘famosos’ y el lugar que se les dió al hablar de experiencias como ataques de pánico y ansiedad. Sin embargo, a pesar de los avances, las falencias siguen existiendo. Los y las estudiantes hablan de la necesidad de visibilización tanto de la salud mental como de los servicios públicos que atienden y tratan las necesidades que se desprende de esta rama de la salud. Hablan, sobre todo, de la necesidad de normalizar la salud mental. Como dice Gianluca: “que se normalice el cuidado, la atención, la prevención, el seguimiento y el acompañamiento de la salud mental, sobre todo teniendo en cuenta el tema de la pandemia, que es obvio que nos agarró muy mal parados”. Porque no solo no se habla de salud, sino que la accesibilidad a herramientas y profesionales es, al fin del día, un tema de privilegios.
La lección de la pandemia
¿Qué podemos decir de la salud mental, del cursado virtual y la pandemia?
Es posible afirmar que cambió rotundamente las reglas del juego. Como resalta María, siempre existió una relación entre salud mental y educación universitaria, pero se exacerbó la necesidad de prestarle una atención mayor. Es necesario comprender que la pandemia alteró todo, por lo tanto la educación cambió, y también la salud mental. La pandemia salió a demostrar lo importante que es la salud mental para los estudiantes, al fin y al cabo. Y la necesidad de que se le dé un lugar de verdadera importancia.
Al reflexionar, con cierta perspectiva, sobre lo vivido en meses anteriores, es posible vislumbrar la importancia de la construcción narrativa en torno a la pandemia, en cómo elaboramos el relato de lo sucedido y cómo pensamos nuestra cotidianidad. ¿Cuáles fueron los discursos construidos en torno a la pandemia y cuál fue el impacto de estos en la salud mental de las personas?
Es un interrogante que nos interpela, como comunicadores, para pensar nuestros consumos y la forma en que la información construye nuestra percepción de la realidad, que impacta directamente en nuestra salud mental: una construcción narrativa de la realidad que exacerba el sufrimiento y el malestar. Como señala María: “En un principio, los medios no colaboraron mucho. Después, fueron acercando a los profesionales de a poco”. Por ello, es importante remarcar la necesidad de construir, desde las prácticas discursivas, un punto de vista que nos habilite a pensar con mayor optimismo la situación actual.
* Estudiantes de la Licenciatura en Comunicación Social de la FCC-UNC. Integrantes del equipo de prácticas preprofesionales de la Secretaría de Producción y Transmedia y el Portal Qué de la FCC-UNC.