Segunda parte de un recorrido sobre narraciones del pasado, a través de los Días contados por periodistas egresadxs o ex estudiantes de la ECI-FCC para La Voz del Interior. Desde la esquina del periodismo y la literatura.

Por María Paulinelli *

El tiempo de la memoria. El espacio de la escritura.
Continuamos la lectura de los textos que nos dicen, que nos hablan. Leemos Días contados, esa compilación de artículos periodísticos de algunos egresados y estudiantes.
Nos asombra la simultaneidad de la vida y la escritura.
La rapidez de las estaciones, los meses y los años.
 La volatilidad de la existencia.
La precariedad de nuestras vidas.
Entonces, nos aferramos a la lectura como posibilidad de detener el tiempo. Hacerlo nuestro para siempre.
 Días contados es una posibilidad.

¡Hola! Aquí, volvemos.
 Continuamos en el punto de cierre. Dibujábamos un  círculo que tenía un inicio. Recorrimos las voces que nos hablaban de entonces. Comprendimos los cambios. Reseñamos las modalidades enunciativas de los discursos.
Queda, ahora, la lectura de estos textos, que son nuevos.
 Acá están para ser leídos, compartidos.
¿Vamos?

Una pluralidad de enunciados suspendidos en el tiempo de la escritura. Días Contados. Una compilación de textos.

La multiplicidad de voces, cierra el círculo que habíamos iniciado. El periodismo, hoy, como experiencia del pensamiento… como particular estructura discursiva.

Textos migrantes, diríamos. Fueron hechos para las páginas de un diario –La Voz-, ocupan hoy, las páginas de un libro. Días contados es ese resultado. Así, sin el artículo o el adjetivo que determine, que acuerde situaciones. Únicos en la totalidad que implica el sustantivo, solo modificado por el adjetivo posterior que indica cuál es su condición, qué cualidad los diferencia: la de ser relatados, ser narrados.

Una compilación, decíamos. Una compilación de numerosas voces. De los treinta y cuatro textos, veintisiete son de graduados, o fueron o siguen siendo estudiantes de la ECI FCC. Una alegría enorme, reconocerlos. Los rostros, no se olvidan… tampoco las palabras… Ahora, podemos llenarlas de una nueva memoria en esta lectura que propongo, porque todo texto se hace nuevo en cada lectura que produce.  

Las imágenes de Juan Delfini llenan de colores las páginas con letras. Imponen una cesura, un corte,  en ese mundo solo de palabras. Remiten a la imaginación que entrevera las historias y sus días.

Un prólogo de Carlos Schilling direccionaliza la propuesta. Explica la modalidad discursiva de los textos. Son relatos. Así dice: Relatos de experiencias personales, siempre y cuando uno esté dispuesto a incluir dentro de ese conjunto impreciso elementos tan heterogéneos como confesiones, testimonios, lecturas, crónicas de viajes, evocaciones familiares, entrevistas imaginarias, entre otras especie exóticas.

Una particularidad –la imprecisión– define esta hibridez de géneros discursivos, tan propia de estos tiempos. Son  relatos que  fluctúan entre uno y otro mundo: el de la literatura y el periodismo. Por eso, dice: Tienen la piel del Periodismo y el esqueleto de la literatura. Particularidad que además de conferirle esa cualidad de migrantes –traspaso de formatos–, posibilita un modo de lectura menos urgido por la actualidad. Leídos en la inmediatez del diario, ahora alcanzan esa cierta permanencia, cierta durabilidad que confiere el libro.

El espacio Días contados rinde homenaje a las columnas del recordado escritor y periodista Daniel Salzano – Foto: La Voz del Interior

Hibridez de géneros, heterogeneidad de modalidades, dualidad en las lecturas posibles, multiplicidad de voces expresando la subjetividad de quien relata, nos incitan a encontrar en cada relato, en cada fragmento, la unicidad de la experiencia escrituraria. Una unicidad,  no solo en la historia que se cuenta, sino en la del uso de un lenguaje propio, particular de ese yo que está contando. De ahí el valor de cada texto, independientemente de su inclusión en la compilación.

Y entonces, me pregunto: ¿Cómo puedo traspasar esa multiplicidad de particularidades? ¿Cómo no oscurecer y conferir el brillo necesario a cada texto, para que no se pierda la transparencia que lo hace diferente, que le confiere esa unicidad que señalábamos?

Trataré de dibujar un mapa. Un mapa que consigne la diversidad de experiencias relatadas. Dije un mapa, pero no con una cartografía de límites y líneas. Una cartografía de manchas donde los enunciados se desplacen con la misma libertad que la lectura que realice cada uno.  Son intentos de  relacionar los textos entre ellos. Solo, intentos.

Lo primero que descubro son las crónicas con el sentido de relato de una historia. Hormigas de Gabriela Vidal, tiene la estructura cronológica que la crónica tradicional, confería como identificable. Seis días se cronican -valga la redundancia- en la experiencia cotidiana de descubrir un hormiguero y las complicaciones que suscita. Cierta irrealidad, magistralmente, esbozada, nos sumerge en la comprensión de la metáfora que significa ese circunstancial e improviso espacio en su casa y en su vida. Yo tenía una vida en el mundo de los cuerdos y hacía rato que no era una niña, aunque por aquel tiempo hubiera deseado volver a serlo. La realidad definitivamente, era un lugar imposible. Y el hormiguero hubiera sido un buen refugio.

La dualidad de la escritura, lo simbólico del hecho y su permanencia en la memoria, transforman el sentido y lo insertan en un presente permanente.

La peatonal cordobesa en la Manzana Jesuítica – Foto: Wikimedia Commons

También, diviso cierta cercanía en los textos que puedo agrupar como crónicas de viajes. Eugenia Almeida, me subyuga con Palabras clave. Relata una situación anómala en la aduana de un aeropuerto en Lisboa. Anómala por inexplicable, sin sentido. Anómala por la permanencia en la memoria… aún con la incomprensión del acontecimiento sucedido.

Una situación prolijamente relatada con un tiempo presente, inicia el texto. No estoy segura como llegué hasta aquí… Resignifica esa permanencia en la memoria desde la nebulosa incomprensión de lo vivido. Una sucesión de inconexiones en el diálogo, la confusión de interpelaciones sin respuestas,  el miedo a esa autoridad desconocida y las palabras… las palabras bastardeadas, sin sentido, en el desplante de quien tiene el poder en ese instante. Por eso, el final que lo resume todo: Muchas veces me acuerdo de él. Del dedo índice que señalaba una frase en un libro y de su voz, diciendo: Lea.  Palabras que explican los miedos latentes, permanentes al autoritarismo, al poder vacío de sentido. No hay nada más inquietante que ser sospechoso de algo que uno desconoce. Así concluye el texto. Así permanece en la memoria.

Otra modalidad de la memoria. La crónica de un viaje… quizás de las confusiones en un viaje. El que está al lado de Carlin de Roberto Battaglino. Cuenta las vicisitudes de un viaje a Buenos Aires en un tour particular, un tour de compras. La imprevisión. La casi aventura de un viaje con olvidos, desórdenes, impensadas situaciones, finaliza con la más  increíble e imposible confusión. El amigo reconoce a Maradona  por estar al lado de  Carlin Calvo… no por su presencia y su imagen vastamente conocida. Un incisivo final que muestra que aún son posibles otros ídolos  y dioses. La libertad de creerlo, de decirlo. (Acoto: la transcripción de la oralidad en los diálogos es una maravilla.). Un magnifico final cierra el relato de las circunstancias descolocadas de toda lógica… en un viaje que permanece en la memoria y… ¡cómo!

Sarajevo Mon amour, de Noelia Maldonado. Más que la crónica de un viaje, podría ser un viaje a la nostalgia. Quizás eso explique el título. Solo la emotividad de los afectos, podría definir esa experiencia. La calidez, la ternura, la increíble simpatía de esa gente sobreviviente de una guerra. Esa sobrevivencia, pequeña, cotidiana que se sobrepone a los destrozos, la miseria, la destrucción, la soledad y la tristeza. Un poco de recuerdo nostalgioso está dicho en ese final con que se cierra el texto: ….creímos entender que nos invitaban a regresar. O al menos eso nos hubiera gustado. La simpleza de un texto, en la nostalgia de reconocer la humanidad de las personas… pese a todo.

Y encuentro testimonios. El valor de testimoniar… ya no de relevancias, sino de la experiencia propia, cotidiana, en acontecimientos que pueden parecer banales pero que sin embargo tienen la certeza de lo propio. Otros, validan utopías. Provocan  desconciertos. Juliana Rodríguez, escribe Abducciones y yo me sumerjo en el mar sobrecogedor de lo posible.

Ilustración de Juan Delfini para Abducciones

Yo puedo testimoniar porque lo vi, porque lo siento, lo comprendo, lo imagino, resume el texto que se supone testimonial de un tipo particular de persona definido como: Vemos cosas que pasan inadvertidas. Esta afirmación, justifica las consideraciones sobre las diversas actitudes,  las singulares experiencias,  que pueden explicar, justificar la creencia, el reconocimiento de las  abducciones –desapariciones- de hombres y mujeres. El texto se desplaza entonces, hacia experiencias ajenas, informaciones varias, acontecimientos. Una alternancia entre lo real justificable, comprensible  con sucesos que lindan lo inexplicable, lo fantástico. Un sospechoso maridaje entre lo posible y lo imposible. Yo diría más aún. Un llamado a creer en lo imposible. Por eso, cierra el texto: Hasta ahora pensaba que era yo la que necesitaba creer como decían los Expedientes X. Ahora sé que Ud, también.

Un guiño a la probable fantasía, tan necesaria en estos tiempos.

El día que volví a ser peatona, de Mariana Otero. Brevísimo e irónico texto.  Su obligada condición de peatona por la  imposibilidad de conducir –consecuencia de una  miopía desde niña– es la consideración del primer fragmento. Informa, narra, explica.  El segundo fragmento, narra la situación particular en un ómnibus de línea –situación carente de toda racionalidad y sentido común–, la obliga a dislocar sus horarios y obligaciones contraídas. De ahí la ironía explicitada en el título –volver a ser peatona– ahora por la negligencia, la irresponsabilidad, la desidia, cierto nivel de guaranguería del responsable del ómnibus. Testimonia así, -en espontánea solidaridad- las imposibilidades –o  desventuras– de quienes afrontamos el transporte público permanentemente.  Un testimonio mordaz, con la ironía que solo la inteligencia puede conferir a las palabras. 

Las confesiones resultan indivisibles de los testimonios. Es una sutil diferencia que resalta la subjetividad íntima de aquellas mientras afirma el impacto social que puede tener el testimonio.

Ernestina Godoy, escribe Mambito de dama. Ya el título, en ese juego del  lenguaje –mambito por gambito en alusión a la serie de ese nombre– significa la desmedida imposibilidad de lograr la historia del título cambiado. Relata así, los sucesivos intentos de jugar al ajedrez… y su incapacidad tremendamente manifiesta. Confiesa entonces: …cada error implicaba encontrarme en jaque ante mi peor adversario: yo misma. Mi falta de paciencia, mi incapacidad para disfrutar tanto el viaje como el destino me encierran con más facilidad que una jugada maestra.

¡Mambito confesado!

Ilustración de Juan Delfini para Mambito de dama

Una señora gamer de Victoria Conci. Relatar su aficción por los videos juegos desde siempre –cuando niña– y los sucesivos avances y perfeccionamientos como gamer –sin perder vigencia nunca– es la confesión de Victoria. Una sutil ironía y el consiguiente humor, nos conduce por las más impensadas situaciones. La última aparece así narrada: Hace no mucho ocurrió algo que fue como un cachetazo para esta mujer de 34 años que ahora se las da de gamer furiosa. “Ayuda a la señora” le dijo un jugador de mi escuadrón a otro, pese a que no conocían mi aspecto ni menos sabían mi edad. Eso, no solo explica el título del Día Contado, sino que justifica la actitud adoptada: Pero cuidado, compañeros de batalla: lejos de abandonar su irregular carrera gamer, esta señora piensa comprarse una placa de video para descargar más y mejores juegos. Una señora que deja el aviso que resume su identidad de gamer asumida: Así que ya saben, nos vemos en línea y ojo conmigo.

Ilustración de Juan Delfini para La señora gamer

Memorias de un arquero que nunca fue arquero de Claudio Gleser, es un increíble relato expresado desde las contradicciones de un excepcional sentido del humor. También, puede ser entendido como la confesión de sus imposibilidades pero ridiculizadas desde una sutil ironía.

El relato se inicia con la prohibición del médico de volver a jugar como arquero. Esa fue mi despedida, el acabóse, el pitazo final. Aquella consulta médica fue la conclusión de una carrera futbolística que, en realidad, nunca había empezado. Fue el catastrófico fin de una, por cierto catastrófica carrera de arquero. Y entonces, con ese manejo sutil de la ironía- que señalábamos- repasa esa carrera que solo muestra errores, dislates, equivocaciones y siempre la condición de perdedor, de arquero inútil  en todos los partidos. La transcripción de los diálogos en la terapia para  superar estas carencias, se resume en: Menos mal que nunca la terapeuta preguntó si alguna vez hice un gol. Le hubiera tenido que contar que goles en contra me hice varios y que el único legítimo, ya en arco rival, fue de penal, pero lo anularon. ¡Delicias de las incapacidades de un arquero!

Un irónico fragmento  cierra el texto. Dejen de volar es la suma de incoherencias que plantea como recomendaciones y que suponen la síntesis de todo lo narrado. Recomendaciones que incluyen las consecuencias de la conducta de sus oyentes.  Eso sí, no sé por qué siempre que digo estas cosas, quedo hablando solo. Un increíble manejo del humor. Un Día hecho de risas.

La gran farsa del hágalo usted mismo. Edgardo Litvinoff, confiesa una imposibilidad que muchos compartimos… aunque algunos no lo dicen. Pero hay más aún. El mundo parece estrictamente dividido entre aquellos que sí pueden y aquellos otros que sufrimos la carencia de las habilidades necesarias. Y entonces, el “hágalo usted mismo”, se convierte en una cruel ironía que conduce una y otra vez a lo imposible: no lograr hacerlo. La lectura del texto, sin embargo, nos conforta, nos justifica, nos entiende. Leo el final y me siento realizada: El imperativo del “hágalo usted mismo” es una afrenta injusta para la población respetuosa de su lugar en el mundo. Lo comparto. Totalmente.  Estoy entre quienes sufren esa afrenta.

Ilustración de Juan Delfini para La gran farsa del hágalo usted mismo

Rossana Vanadía escribe y se confiesa. Si de imposibilidades, se trata, largo es el listado que se puede relatar. En Cualquiera puede cantar de estos días que se cuentan, confiesa su íntimo y nunca logrado propósito de saber cantar. Propósito que –reconoce– está en la constitución misma de nosotros. Así dice: Nuestra vida está hecha de canciones, mi cabeza tiene canciones rondando todo el tiempo. Somos una banda sonora andante. Intentos vanos, frustrados propósitos se escalonan en el relato de dichas vicisitudes que son comunes a todos los habitantes del planeta… y por eso es posible vivir con esa limitación, sin mayores contratiempos. Un relato hermosamente confesado.

Foto: www.puntal.com.ar

Eugenia Mastri confiesa la conflictiva identidad que la distingue. Yo no soy del campo plantea las distintas identificaciones que tuvo y tiene todavía. La confesión de estas particularidades muestra la aceptación de dichas confusiones. Ser del interior, de un pueblo, una ciudad –Las Varillas– sin ser del campo. No haber vivido nunca en el campo. Vivir en Córdoba pero mantener la pertenencia a otro lugar al que no se pertenece. Aciertos y equívocos que se aceptan. Confesiones. Pero pese a todo, para algunos cordobeses yo soy “la gringa del campo”. Un apodo que puede significar también otros significados. Con eso me dijo que me quería aunque yo no sea del campo. En definitiva, lo importante es ser querida y aceptada.

Evocar me remite a la significación de recordar. Una  forma particular de hacer memoria. Cercana a la confesión en  la intimidad de un yo que se despliega. Cercana a la rememoración en hacer presente lo pasado. Conjura ambos, con cierto nivel de reflexión para mostrar en la insistencia del recuerdo, la consistencia de un hecho diferente que permite revivir un momento excepcional, único, casi inolvidable.

La fragilidad de los cuerpos de Sergio Carreras. La rememoración de la visita a un amigo enfermo en el Hospital es el hecho que se despliega en el relato.  Los sucesos que complican, las imposibilidades que lastiman, la resonancia de otra historia, la soledad inabordable y la compasión hasta por uno mismo, son las formas de evocación que  conducen inexorablemente a esa reflexión casi en los límites de una confesión que dice: Pienso en los cuerpos, en su fragilidad, su domesticidad, la dictadura vital que nos imponen. Hermoso texto. Una evocación sobre la condición humana y la precariedad de la existencia.

El ángel que cayó del cielo. Laura Guiubergia recuerda, luego escribe el texto. Explica por qué lo hace. Pienso en arrepentirme… Pero mi alma de periodista me susurra, una vez más que “el ángel que cayó del cielo” es un buen título. Decido sobreponerme al rubor de mi cara y seguir poniéndole palabras a aquella historia: tal vez, la más contada, la más taquillera, sin dudas, la más riesgosa. Una experiencia adolescente –la representación de la Navidad– la convierte en el ángel que baja de los cielos, pero que resulta el ángel que cae por una fallida intención teatral aérea. Ese ángel que cae y seguirá cayendo en los innumerables relatos que genera, en el mote que largo tiempo posibilita su reconocimiento, en estas líneas que reaviven el recuerdo.

Juan González y su Gay Talese no lleva corbata. Una evocación lindante en lo imaginario o mejor, en lo deseable. Increíble relato de un encuentro con el escritor. El título lo metaforiza en toda su significación y alcances. Peor que desnudo, de entrecasa, Gay Talese apareció tras el vidrio de la última frontera que separa al mito de los ordinarios. Tras dos segundos de duda, dejó de interponerse en el ingreso a la coqueta casona para dejar pasar a tres periodistas latinos a quienes jamás había visto en su vida. Un encuentro que –paradójicamente– solo queda en la singularidad de la experiencia vivida y ahora relatada. El escritor no permite documentar en imágenes ese encuentro. El relato lo precisa. Entonces, dice que no; que una cosa es abrirle la puerta a desconocidos, invitarlos a pasar a su lujoso living y conversar animadamente como si se tratara de un grupo de amigotes bebiendo chelas, pero otra muy distinta es arriesgarse a que una foto suya sin corbata  recorra el mundo a través de la inmanejable web. Hermosísima evocación, narrada con la sutileza que solo un periodista logra.

La evocación también, puede alcanzar el nivel de la fantasía o de los sueños. También el de las recurrencias sin sentido. Juan D Alessandro escribe Viaje al fondo de la Cañada. Relata. Camino como un ninja por las extrañas de la ciudad, con los pies en el agua. Busca un gato que ha caído. Cuenta la experiencia de desplazarse por esa parte de la ciudad que todos conocemos… desde arriba. Busco en cada desagüe, en cada escondrijo pero el gato no aparece. Los días se suceden y nuevamente La Cañada es noticia con un ladrón que se arroja después de haber robado una cartera. La historia continúa. Miro las fotos y ahí está el gato fluvial, con el mismo gesto desencajado que tenía el sábado. Pero del ladrón, ni un solo rastro. Y la historia permanece en ese final cargado de misterio que une ese casual protagonista con la presencia del periodista que relata. Esa noche sueño con él. El tipo camina entre los muros de La Cañada y no llega a ninguna parte. No puede salir. Sigue vagando ahí abajo con los pies mojados en ese abismo.

Foto: www.cordobaturismo.gov.ar

La memoria como una gran mancha que contamina todos estos relatos. Una gran mancha que se despliega en numerosas formas de decir y recordar. La memoria como posibilidad de revisar la experiencia propia y pensar sobre los otros. Julián Cañas y El adiós al pueblo. Une la narración de su partida con la historia de muchos, como dice. A los que nos quedamos, terminamos las carreras y conseguimos trabajo, nos queda para siempre la sensación de que dejamos nuestro lugar en el mundo para construir otro, que no se parece a aquel. Reflexiona, luego sobre las políticas gubernamentales y los cambios que se han producido en esa migración casi obligada de los jóvenes a los centros urbanos importantes. Cambios que suponen esa descentralización necesaria pero que sigue siendo insuficiente. Es por eso, que se unen memoria personal con la visión que continúa en el presente. En muchos casos, la ilusión del progreso es la carga más pesada en la maleta.

La memoria familiar en otro relato que interpela los pasados. Interpreta las ramificaciones  que transforman la memoria que no es nuestra solamente. Mamá antes de mamá de Alejandra Beresovsky. Una incursión nostálgicamente relatada sobre la madre, – mamá llamada Noemí -la abuela, el abuelo, la familia. Las distintas versiones. Las historias que aparecen y trastornan la visión que tenemos, las certezas que construimos. Cierra entonces, el relato. Lo justifica. Mamá antes de mamá es lo que era. Pero dejé de investigar. Cerré la caja de Pandora. Nuestros mitos dicen más de nosotros que cualquier otra cosa. Y si tengo que asumir alguna acción, prefiero restaurarlos. Porque son nuestros ideales y construimos sobre ellos.

Aprender que existe una memoria que también, nos pertenece. Virginia Digon lo relata en El día que conocí a mi primo Hugo. No me imaginaba que de esa conversación iba a salir a la luz un secreto familiar muy bien guardado.  La supuesta entrevista a un antropólogo,  se convierte en una conversación personal sobre la historia de sus bisabuelos y una de sus hijas. Mis ojos no pestañeaban ante semejante relato que parecía salido de las páginas de una novela histórica. Matilde y su amor prohibido. Ese hombre de rasgos aindiados que resulta ser primo segundo. El descubrimiento de un pasado que se desconoce pero que es también, memoria. Por eso dice al final de ese día contado: Traía en mi libretita de notas algo más que un segmento de la historia de Córdoba. Tría una parte de mi propia historia y también de mi familia.

Un bien tan preciado como la identidad. Magalí Gaido La identidad como el reconocimiento que los demás tienen de nosotros. La familia a la que pertenecemos, el lugar donde vivimos, el nombre que llevamos, el apellido que nombra nuestros padres. Magalí relata su experiencia. Identificada como hija de un padre que siempre estuvo ausente, se propone agregar el apellido materno. Un reconocimiento a su madre por su presencia permanente, también a la familia de abuelos y tíos. Resume así, una búsqueda que significó la relación con sus hermanos y la ampliación de los afectos familiares, que implicó una serie de trámites burocráticos. Todas situaciones que tenían como objetivo único, la valoración de la identidad como un bien no negociable. Un bien preciado. Así dice. Cualquier situación se desdramatiza con la información suficiente. Hay verdades para las que no hay edad. Y hay una identidad invaluable que yo tuve desde el primer momento.

Los ritos familiares forman parte también de la memoria. El almuerzo de los domingos en Acá estábamos todos, de Hernán Laurino. El relato justifica la importancia vital de esos almuerzos. No solo por la comprobación de que se siguen celebrando, sino por el sentido que guardan como conservación o como iniciación en la memoria familiar. Las fotos tienen una relevancia especial porque conserva las imágenes de otros tiempos, otras experiencias, otras presencias convertidas ahora en ausencias. Esa caja con fotografías desordenadas, sin fechas y sin nombres, es el motivo de interrogación sobre el origen del acontecimiento retratado, los protagonistas, los tiempos transcurridos. Es también el reservorio de una memoria  donde estábamos todos, como dice. Y es aquí cuando la tarde (y la tristeza) nos empieza a cachetear. El relato finaliza. Y es así. Ahí estábamos todos. Entonces, uno encuentra las sillas vacías en esa misma mesa. Los que faltan de nuevo. Es ese rato en el que a más de uno se le llenan los ojos de recuerdos. Habrá que esperar otro domingo donde el rito del almuerzo se complete con la mirada a la vieja caja con las fotos, para la memoria de aquellos otros tiempos donde estábamos todos… menos los nuevos que nacieron en tiempos más recientes. La memoria, hecha nostalgia.

El trencito del amor, de Sol Nieto. La memoria de un tiempo de tristezas, carente de alegría. Malas épocas, diríamos. Una separación, el regreso con los padres, el inicio de una vida de imposibilidades, y la aceptación de vacaciones como hija… con su hijo. Entonces, el recuerdo se detiene en ese viaje. ¿Dónde? ¡En el tren del amor! Sucede lo imprevisto. Chanzas, música, el baile, la risa, la alegría. La protagonista no sabe de alegría. Su niño la requiere. Los otros pasajeros, se lo piden. Sus padres, miran expectantes. No queda otra. Spiderman baila con ella. La atropella, la estruja… mientras todos aplauden, ignorantes de lo que ella está viviendo. Termina. Lo explica en el texto. El viaje llegó a su fin. Salté a la calle sin pensarlo e insulté en todos los idiomas conocidos, sin que nadie entendiera qué había pasado. La memoria es selectiva. También, en el tipo de recuerdos. A mi hijo le gusta acordarse de esta historia, porque solo conoce sus ribetes ridículos. Pero yo, cada vez que veo un trencito con Spiderman arriba, transpiro frio. Un día para olvidar, más que un día de memoria.

También la memoria se entrecruza con canciones y sonidos. La música. Los protagonistas de esa música. La nostalgia de esas imágenes que forman los recuerdos que vuelven siempre con la fugacidad de una melodía que está siempre. Inalterable. Qué hacés, Highlander, de Adrián Bassola. Relata su condición de fan de Sergio Denis. La  pasión por sus canciones. La asistencia a los recitales.  Los días se cuentan desde la memoria que actualiza. Convierte en presente permanente la escritura y la lectura. Las anécdotas que encuadran la memoria y que se expanden en los distintos momentos de su vida. Una de ellas explica  el sentido del título. Un sentido que lo define desde entonces. Cuando publicamos la nota en el diario, escribí:Parece Sergio Denis. Pero no. Es Highlander, el inmortal. El que en dos décadas dejó de rozar el cielo con las manos para terminar ardiendo en el infierno de una estrepitosa crisis financiera personal, agravada nada menos que por una letal pérdida de voz”. También el apelativo de gigante chiquito como nombra a sus hijos. La ternura. La admiración se resumen en el cierre de la nota: Si. Recontra capo. Highlander. Gigante chiquito.

Ilustración de Juan Delfini para Qué hacés, Highlander

La música también en la memoria como presencia común entre generaciones diferentes. Dos relatos inciden en esta perspectiva. Soda eterna, de Federico Gianmaría. La eternidad del adjetivo remite a esa continuidad de Soda Stereo, a pesar de la muerte de Ceratti, a pesar de los años y los cambios generacionales. El texto es un relato minucioso de su descubrimiento de Soda Stéreo. La pasión por la música que desde entonces, lo acompaña. El tarareo de sus melodías con sus letras. La presencia  en su vida cotidiana. Hasta que un día, la sorpresa. Su hija canta Prófugos, una de sus canciones preferidas. La canción, ahora forma parte de Luna, la novela de la tarde. Descubre que comparte  con su hija, la misma pasión. Una nueva manera de estar juntos. Entonces, dice: La música es un lenguaje universal, que puede comunicar a personas u también a épocas. Una genialidad que ha entablado un puente mágico entre un padre, su hija, los Soda Stereo y una novela para preadolescentes.

Vitucho, de Juan Manuel Pairone. Vitucho es su padre. El hombre del silbido casi mágico. El hombre que todas las mañanas lo iniciaba en el conocimiento de la música mientras iban a la escuela. El hombre que le enseñó que músico era quien sabía leer una partitura y no quien se subía a un escenario. El texto relata, nostalgiosamente, la pasión que ambos compartían a pesar de las diferencias generacionales. La presencia permanente, ahora, en la memoria.  Aquellas mañanas de radio o el eco de ese silbido inconfundible son un pasaje directo a una añoranza que cada vez, disfruto más. Saber que esa pasión que me mueve más que ninguna otra tiene que ver con él es una gran forma de seguir sintiéndolo cerca. Siempre cerca.

La memoria se hace de retazos, momentos, impresiones, sensaciones. La infancia se prolonga en esas escenas indelebles, que buscan una continuidad en los opacos días del presente. El arquero de Checoslovaquia es eso. Sebastián Roggero cuenta los luminosos momentos cuando buscaba completar el álbum de figuritas y le faltaba solamente esa: la del arquero de ese país: Stejskal. Un relato cargado de nostalgia y picardía que se continúa con la búsqueda de ese arquero, ahora, en el presente. Una búsqueda que le confirma que,  en el mundo real, ese arquero sigue siendo –como entonces– una figura difícil de encontrar. …me pasó la dirección de correo electrónico del prensero de la selección checa, aunque avisándome que Stejskal no es de hablar con los medios y que tiene un perfil público subterráneo. En otras palabras, me quiso decir lo que yo ya sabía: que es una “figurita difícil”.

Y en ese ir y venir del pasado y el presente, de los recuerdos y el olvido, se hacen las vidas y también se hilvanan los relatos.  Diario querer es una hermosísima historia que cuenta como se hacen las vidas mientras trabaja la memoria. Virginia Guevara rememora el trabajo de su padre heredado de su abuelo, allá, en Inriville: el vendedor de diarios de ese pueblo, el diariero. Ese trabajo que le permitió –desde pequeña– el contacto con los diarios, en esa sabia y ordenada  distribución de los ejemplares de cada día. Así pasó el tiempo. Se enamoró de ese mundo de los diarios  y decidió  pertenecer  a ese mundo: el periodismo. Ya no como distribuidora, sino como periodista.  Por eso vino a Córdoba y estudió Ciencias de la Información. Por eso, también, entró de pasante a La Voz del Interior y se hizo periodista.

Ilustración de Juan Delfini para Diario querer

La historia concluye con la muerte de su padre. Murió en su cama. Los diarios ya habían sido repartidos. Al día siguiente, su nombre estuvo en los avisos pero Inriville no tuvo diarios. El coche fúnebre estuvo repleto de flores y sobresalían dos coronas. Una con los colores de  River Plate y otra de La Voz del Interior que llegó porque yo soy periodista y no porque él fue diariero. Ahora ya saben que las cosas fueron exactamente al revés. Un reconocimiento de la verdadera dimensión de la memoria que nos dice como fueron realmente las cosas en la vida.

Dejarnos tecleando dice Carlos Schilling en el Prólogo del texto. Acertada metáfora de los relatores de Días Contados. La imagen de ellos: tecleando, tecleando y contando sus días. El tiempo que pasa.

Nosotros, leemos…

Nos vemos muy pronto.

Textos

AAAA 2022. Días contados, compilación de Carlos Schilling, Editorial La Voz del Interior, Córdoba.

Foto principal:

Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.