Por Emiliano Fessia *
44 después de los hechos y en un contexto de negacionismos, las voces de las víctimas, sus familias y los abogados que bregan por justicia son una fuente de claridad en medio de la noche, el resplandor de “la sangre que llama”. El testimonio de la familia Soulier y la abogada Lyllan Luque, al iniciarse la fase testimonial del juicio “Diedrichs – Herrera”.
Con cada juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en la última dictadura cívico-militar, se renueva la pregunta por los sentidos de la justicia tantos años después. Entre las voces posibles, una ineludible es la de las víctimas de dichos crímenes y la de los abogados que las acompañan. En esta nota les preguntamos a los querellantes de la familia Soulier y a la abogada Lyllan Luque qué significa haber llegado al juicio 44 años después de los secuestros y desaparición de sus seres queridos. Y qué sentidos tienen estos juicios en el contexto que estamos viviendo, donde hay personas que niegan, por ejemplo, la tragedia de la pandemia que nos azota.
La estrella de su canto
En la casita de Villa Páez –entre militancias, estudios y trabajo– las dos parejas compartían reuniones familiares en las que la guitarra aparecía en la sobremesa. Ya había nacido Diego, el mayor de los primos, cuando, en 1975, Estela y su cuñada Adriana, quedaron embarazadas casi al mismo tiempo. Compañeras de los hermanos Juan Carlos y Luis Soulier, Adriana Díaz y Estela Reyna comparaban el crecimiento de sus panzas. En 1976, nacían Sebastián, primogénito de Juan Carlos y Adriana, y Susana segunda hija de Luis y Estela. De ese tiempo, Estela recuerda cómo, en su enamoramiento, Juan Carlos y Adriana se cantaban “Para ir a buscarte” de Ariel Petrocheli y Daniel Toro. Así se pasaban las fatigas de las luchas por un mundo más justo.
Un pedazo de la noche
Durante el terrorismo de Estado, entre tantas otras, la canción fue prohibida por vestir de rojo una guitarra y, en la noche del 15 de agosto de 1976, una patota de civiles, policías y militares secuestraron a Adriana, Juan Carlos y su pequeño hijo Sebastián, que había nacido cinco meses antes. Horas después, Freddy, papá de Luis y Juan Carlos, fue hasta la casa de Villa Páez para averiguar qué había sucedido. Allí estaban las ratas y su ratonera, por lo que Freddy fue secuestrado y llevado al centro clandestino de la policía, el D2. Horas más tarde, secuestraban a Luis. De los cinco, sólo sobrevivieron el abuelo Freddy y el bebé Sebastián. Juan Carlos, Adriana y Luis fueron vistos en La Perla y aún están desaparecidos. Sus cinco casos son parte de las 43 víctimas del doceavo juicio por delitos de lesa humanidad que se desarrolla en nuestra ciudad (ver: http://www.diariodeljuicio.com.ar)
La cruz de las vigilias
Julia Soulier era una adolescente cuando secuestraron a sus hermanos, su cuñada, su padre y su sobrino. Militante de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas de Córdoba, hoy dirige el Espacio para la Memoria La Perla y es querellante y testigo en el juicio. Empieza diciendo “es demasiada espera”. Y agrega “a pesar de ello, haber llegado a este proceso judicial, resulta liberador porque implica la reparación a la falta de garantía constitucional a la que fuera sometida, 44 años atrás, mi familia en su totalidad. Como tantas otras”.
En el mismo sentido se expresan Diego y Sebastián Soulier quienes, junto a Susana, fueron parte de la fundación de Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.). “Tengo sensaciones encontradas, creo que, en términos generales, los juicios son instancias que hacen bien, que sanan, que permiten que la familia hable de sus muertos, se reúna. Pero 44 años es una vida y, en ese sentido, terminan llegando tarde. Mis cuatro abuelos están muertos y para ellos fue muy triste no tener justicia por la desaparición de sus hijos. Además, muchos represores se murieron con impunidad”, dice Sebastián.
Diego recuerda: “Para mí fue un momento bisagra la llegada a H.I.J.O.S., porque antes el silencio social e intrafamiliar era lo que predominaba, porque era muchísimo el dolor. Por eso fue muy liberador poner en palabras con otros compañeros lo que habíamos vivido”. Por eso, aunque llega tarde, “este juicio es volver a poner en palabras el vacío que sentí, la ausencia que sentí, con todo lo que le sucedió a mi familia. Por eso para mí es histórico a nivel social porque gracias a la lucha de Madres y Abuelas hemos llegado a la justicia ordinaria”.
Soltar las amarras de la esperanza
Lyllan Luque es la abogada que, junto a Claudio Orosz, desde Familiares e H.I.J.O.S. representan a las querellas en este juicio. “Para mí, representar sobrevivientes es una gran responsabilidad profesional y humana. Reconocer el carácter de sobrevivientes de los afectados directos, es poner los órganos del Estado en una función de escucha a quien fue herido, maltratado. En eso se da el sentido de disputa política de lo que no debe hacer el Estado, ni antes, ni ahora”. Y agrega: “En ese sentido, la consigna #masjuicios #masdemocracia, significa, el funcionamiento y la puesta en marcha de las instituciones del Estado de Derecho. Esto implica un reconocimiento que todas las personas somos sujetos de derecho: en este juicio, de los 18 acusados sólo hay cuatro que están en cárcel común, el resto justamente como preservación de sus derechos, están en prisión domiciliaria”. Y finaliza: “Por ello, que a todos se nos debe el respeto a nuestra dignidad humana, como algo esencial sobre lo cual se construye una sociedad plural y democrática, si quienes cometieron los delitos más graves contra la humanidad tienen garantizados sus derechos, ese debiera ser el estándar para todos quienes cometen delitos”.
El relámpago de la sangre que llama
A pesar de las contradicciones, todos los Soulier rescatan la importancia social de los juicios en momentos en que las manifestaciones negacionistas, de la dictadura y de la pandemia del coronavirus, toman virulencia con mensajes de odio y muerte.
“Más allá que tengamos una democracia imperfecta –dice Sebastián–, en la que mucha gente la está pasando mal, la mirada tiene que estar puesta ahí, en ver, como lo hicieron nuestros viejos, cómo construir una sociedad distinta, más justa, más inclusiva, con derechos para todos. En eso somos la alegría y la vida contra la muerte y la tristeza, eso es lo que somos, la alegría contra tanta cosa oscura”. Y Susana cierra: “Lo contrario de la muerte no es la vida, es el nacimiento, la vida es un círculo y estamos vivos y luchado”.
La música suena y las guitarras se visten de rojo.
Foto principal: Marcha 24 de marzo de 2001 – Gabriel Orge
* Militante de H.I.J.O.S., ex director del Espacio Para la Memoria de La Perla, profesor del Seminario de Derechos Humanos y delegado docente en la FCC-UNC.