Activistas de la ultraderecha inglesa atacan un hotel de inmigrantes, durante las violentas manifestaciones xenófobas de agosto de 2024 / Foto: Stringer - Agencia Reuters

Por Pablo Sánchez Ceci *

El futuro de los autoritarismos

Reversión de los valores de la democracia moderna -libertad, justicia social y solidaridad comunitaria-, el autoritarismo es “esa semilla envenenada que florece en los jardines del imaginario contemporáneo”, regada por la sobreestimulación tecnológica y el personalismo. ¿Cómo imaginar otro modelo para el porvenir?

I.

Leo algunos titulares de diarios: En una cárcel del norte global utilizan lentes de realidad virtual para que lo prisioneros en régimen de aislamiento soporten lo que es a todas luces insoportable; las nuevas/viejas derechas se organizan en el mundo y acumulan victorias: Argentina, Italia, Hungría; 8 de cada 10 adolescentes argentinos accedieron a jugar en casinos virtuales durante 2024; un empresario cordobés dedicado al desarrollismo urbano lamenta el resultado de las elecciones en provincia de Buenos Aires y desea desnutrición infantil para el conurbano. Parecen escenas de ficción, pero no lo son. El autoritarismo avanza.

La ciencia ficción y la literatura especulativa tienen en el autoritarismo (como objeto, estética y mitología) un fetiche, una zona de perversión, una compulsión a relatar a partir de las imágenes de la dominación o la crueldad exacerbada. En cuentos de Borges y en novelas de Orwell, en series de plataforma como Years and years o Black mirror, el autoritarismo es el motor narrativo de muchas de las historias que cautivan audiencias y lectores, pero especialmente aquellos relatos que suceden en un tiempo por-venir, en el futuro. Hay un cierto automatismo o inconsciente cultural que permanece implícito de que la política y las ideologías del mañana no serán horizontalistas, asamblearias, no habrá anarquía coronada (salvo en las utopías biofeministas a lo Haraway, Despret o Le Guin).

En la distópica serie Black mirror, el capítulo Oso blanco lleva al extremo la Ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente.

Desde muy temprano, el autoritarismo entendió su vínculo con el futuro, o por lo menos eso nos testimonia el futurismo, vanguardia italiana que representa el brazo estético del fascismo italiano. A pesar de que el autoritarismo suele cuidar las tradiciones, el primer ataque a la convenciones del occidente clásico se hace en nombre de la belleza de las máquinas y la guerra. Entre el modernismo y la tradición, los autoritarismos son una semilla envenenada que florece en los jardines del imaginario contemporáneo.

¿Cuál es la relación del autoritarismo con los relatos de futuro? ¿Por qué podemos imaginar el fin del ecosistema técnico contemporáneo o cualquier otro delirio fantasioso pero no el final del autoritarismo o su superación? ¿Qué tiene de verosímil que sobreviva una política aterradora y fracasada? ¿O nunca fracasó el autoritarismo?

II.

Que los autoritarismos tengan futuro es una decepción. Para marxistas, anarquistas, revolucionarios célibes y psicóticos vagabundos, para humanistas de alma bella y buen corazón, para liberales higiénicos y de baja tolerancia a la frustración, el presente es la comprobación de una expectativa defraudada. No alcanzó con la razón y las emociones fraternas. Sin embargo, no solo por la literatura y el cine se puede comprobar esta desesperanza, todo indica que el signo de los tiempos se cifra en el devenir de los autoritarismos.

Parece que el autoritarismo, más que definir una temporalidad pasada/conservadora o futura/aterradora, suscita lo extremo, la yuxtaposición de contrarios, la curiosidad. Corea del Norte puede representar la amenaza nuclear y la novedad de las hipótesis de conflicto; como también una permanencia del viejo mundo tradicional, de la guerra fría, de aquel cuento perdido en el que los relatos se contaban con grandeza y se jugaba la vida y la muerte sin la ironía cínica de la tragedia y la farsa.

Parece que quienes más podrían sufrir un avance del autoritarismo son los organismos de gobernanza internacional y aquellas apuestas humanistas o globalistas de una acción transnacional. Una herida al narcisismo neoliberal, otro látigo más en el lomo tajeado de occidente. ¿Si los autoritarismos se extienden en el mundo, hay posibilidad de concertar acciones de colaboración internacional –pensando en la mitigación del cambio climático, la gestión de grandes volúmenes de datos y tecnologías que trascienden las fronteras–? ¿El futuro de los autoritarismos no es también el futuro de las relaciones internacionales y la soberanía en general?

En el Manifiesto Futurista (1909), el intelectual Filippo Tommaso Marinetti, partidario del fascismo italiano, exaltaba la supremacía de la máquina y la belleza de la guerra / Foto: www.elconfidencial.com

III.

Hasta acá, un siglo después de que el nazismo y el fascismo se levantarán en Europa, parece claro que el autoritarismo no es un contenido sino una forma. No se trata siempre de unos valores sagrados perdidos en el pasado, ni de un camino a la redención del malestar de la carne por medio de la purga de los indeseables, ni siquiera de una personalidad carismática y persuasiva entrenada en las bellas artes de la propaganda y la infatuación, mucho menos de masas en pánico que buscan un(a) chivo expiatorio en el cual descargar sus pulsiones de muerte. Todo eso puede estar, condiciones necesarias, pero no suficientes, quizás. El autoritarismo aparece con disfraces y lenguajes diversos.

Volvamos a la misoginia futurista, ¿Qué pensaría Marinetti y su club de amigotes de Giorgia Meloni, de Alice Weidel, de Sanae Takaichi, de Karina Milei? ¿Cuál es el rol de las mujeres en los autoritarismos por vivir? ¿Pueden las formaciones partidarias (pos)fascistas apropiarse de la agenda de demandas de los movimientos de mujeres y disidencias?

El presidente argentino Javier Milei y la primera mandataria de Italia Georgia Meloni, en Roma / Foto: Matteo Nardone - IPA via ZUMA Pres - DPA

Hoy el autoritarismo parece una torsión de los valores políticos modernos estructurantes de la vida democrática, de la libertad, de la justicia social, de la solidaridad comunitaria. ¿Hasta dónde puede llegar esta apropiación de lenguajes políticos liberales, populistas y socialistas, originariamente ajenos al arsenal autoritario?

IV.

Más allá de los partidos y los sistemas políticos de potencias y satélites que parecen inclinarse al autoritarismo, cabe pensar cómo otros estamentos –empresas tecnológicas, religiones, sectas, la vida cotidiana– se han inclinado por la vocación y el estilo autoritario. En una modernidad líquida, diversos campos sociales demandan rigidez, convenciones, el regreso de la tradición y la confianza en los prejuicios, intolerancia a la diversidad acelerada; todos los rasgos de la personalidad autoritaria.

¿Será posible que todo nos inclina a vivir una vida fascista? ¿Cómo tener espacios para disolver los prejuicios y los sesgos, si todo espacio está asediado por la propaganda de la autoconfirmación? ¿Cómo no desear la convención y la jerarquías, como vías regias a la tranquilidad, si la velocidad no hace más que saturar nuestras subjetividades precarizadas, agotadas por la sobreestimulación? ¿No son las presencias técnicas en todos los registros cotidianos, las ciudades atravesadas por la gentrificación y la socio segregación, los hogares transformados en oficinas, el entretenimiento una extensión del trabajo, síntomas de que los campos de concentración ya están aquí?

Mientras tanto, las ciudades siguen cayendo, hay una cierta asfixia en el aire. Cuerpos que necesitan apoyos farmacopolíticos –adquiridos vía farmacia o narcomenudeo– para sostenerse en el ocio y el trabajo, cuerpos que no encuentran otro cuerpo, porque no coincide con las expectativas imaginarias o la fantasía catastrófica de no poder soportar(lo), cuerpos que se alimentan con proteínas, súper procesados o probióticos, dejando de lado la cocina y los alimentos, cuerpos que tiemblan de miedo ante la violencia, cuerpos que vibran de rabia ante la violencia de todos los días, que se dan manija de indocilidad. ¿No es este el cuerpo que quiere el autoritarismo?

V.

Amados y odiados por igual, Adorno y Horkheimer advertían que toda la industria cultural –de Chaplin al swing– formaba un lazo autoritario de alienación. ¿No es el futuro de la cultura el autoritarismo, imposibilitada la vía vanguardista por su fracaso, caída en desgracia también la estrategia benjaminiana de politizar el arte? ¿Hay una cultura no autoritaria, o el autoritarismo es el único modelo cultural –con sus gestos de serialización, esquematización, expectativas– para el por-venir? ¿O habrá que apropiarse de los estereotipos autoritarios y torcerlos a su vez para tener una producción cultural no autoritaria?

El empresario Elon Musk y el presidente estadounidense Donald Trump, en el Salón Oval de la Casa Blanca / Foto: Jim Watson - AFP

El autoritarismo es sobre todo respuesta a una distribución desigual de la producción social en el capitalismo. Lo que se tensa es la noción de propiedad. Sin propiedad privada, es difícil que exista un autoritarismo. Quién no conoce la asamblea libertaria –en el viejo sentido de la palabra– en la que emergen los vicios que se buscan dejar atrás. Ahí todavía algo persiste apropiable por el fascismo. Entonces, parece que el autoritarismo tiene futuro mientras no se logre equilibrar lo público, lo privado y lo íntimo. En algún sentido lo personal es autoritario, algo en la forma personal, en el personalismo lleva la semilla de la destrucción.

En el futuro, me gustaría que suene una canción del pasado:“A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar”.

 

PD: Ideas sueltas al escuchar el podcast Futuros (im)posibles conducido por Camila Arguello, egresada de la FCC, radialista y periodista, conductora de Otro Siglo en Radio Park.

 

* Licenciado en Comunicación Social y docente de la FCC-UNC. Becario doctoral del Conicet en Sociología, Comunicación Social y Demografía.