Por Raúl Ávila *
Escritor, periodista y académico de gran prestigio, Adelmo Montenegro fue el primer director de la Escuela de Ciencias de la Información entre 1972 y 1973. Sus orígenes, su trayectoria vital e intelectual y el recuerdo vívido de sus clases de Filosofía.
Adelmo Montenegro (1911-1994) descendía de madre nativa y padre de ascendencia española, denotándose, en su fisonomía, típicos rasgos criollos. Era oriundo de Villa Concepción del Tío (pequeña aldea al nordeste de la provincia de Córdoba), lo cual nos da indicios de su pequeña estatura. Es que, dada su genética materna, es de tener en cuenta que la región –inserta en el profundo interior cordobés– hoy departamento San Justo, ruta hacia Mar Chiquita, fue asiento de los sanavirones, etnia de baja estatura (en contraste, los comechingones, en las sierras del oeste, fueron altos y esbeltos). En aquella época, para ir desde la comarca natal de Adelmo a la capital de la provincia, había que sortear ciertas dificultades. Los caminos eran surcos de carretas, aún tiradas por bueyes con cargas en recuas de mulas.
De la contemplación del paisaje al periodismo y la filosofía
Superando esos obstáculos, aquel joven –audaz y entusiasta– partió de su rústico pago y arribó a Córdoba. Hubo de insertarse en el nuevo ambiente urbano de la dinámica ciudad, adaptarse -por ejemplo- a las fuertes estridencias de bocinas, el ulular de sirenas, al igual que al sonoro golpetear de herramientas y el ruido generado por las máquinas de los talleres y fábricas. Para emprender ese viaje, él había contado con el impulso y ayuda de sus padres. Ellos hubieron de advertir, en su hijo, dotes para los estudios y un profundo afán de saber. Decidieron, por tanto, enviarlo a cultivar su intelecto en la prestigiosa Universidad de Córdoba.
En su terruño, Adelmo pasó su adolescencia sumergido en la naturaleza. Alguna vez me contó que, allá en la campiña, solía contemplar –como en un éxtasis– el sereno transcurrir de los días. Miraba los ocres de los atardeceres, que de a poco se extinguían en el horizonte. Ya cayendo las noches, le agradaba deleitarse viendo en el oscuro cielo cómo se iba formando un fondo de estrellas. Tras el descanso, al madrugar en los amaneceres campestres, le atraía observar los rojizos rayos del despertar del día, que iluminaban los verdes matices de las arboledas, las plantaciones y los pastizales. Dada su notable sensibilidad y aptitudes para el conocimiento, todo indica que, ese mundo de la naturaleza lo fue orientando hacia la reflexión. Al punto que su vocación se inclinó por los estudios filosóficos, ingresando a la Facultad de Filosofía y Letras, en la que se graduó como Licenciado en Filosofía.
Algo que me resulta muy familiar es cómo Montenegro se incorporó –en aquella Córdoba– a la vida social y a la labor periodística. Trabajó en la Redacción de La Voz del Interior, siendo su colega René Ávila, mi padre. Se hicieron grandes amigos y, tras la jornada en el diario, ya algo después de la medianoche, compartían algunas madrugadas de bohemia. Entre los amigos con quienes había participación en reuniones, estaba un pedagogo -de mucho talento- Saúl Taborda, profesionales de la Abogacía como lo eran, entre otros, el Dr. Santiago Monserrat y el Dr. Jaime Culleré, al igual que destacados autodidactas, todos los cuales solían ir a dialogar con quien fue un maestro del intelecto, Deodoro Roca, en su famoso sótano.
Transcurrido el tiempo, Adelmo se casó con una linda dama cordobesa y vinieron los hijos. La familia de Montenegro y la de Ávila se visitaban, de modo que conocí a Adelmo desde niño. Recuerdo que les gustaba hacerse bromas ingeniosas. Dado el excepcional talento de Montenegro, en contraste con su pequeña figura, una vez René le dijo: “Vos, Adelmo, eres la demostración de que ‘el saber no ocupa lugar’”. Con ese estilo de humor –algo intelectual– reían y festejaban, una tras otra, toda una sucesión de agudas ocurrencias.
Años después, al formar parte de la redacción del vespertino Córdoba –como cronista en la Sección Universitarias y del Movimiento Estudiantil– mi escritorio estuvo situado junto al de Adelmo, quien escribía los Editoriales del diario y alguna columna sobre una noticia destacada. En los intervalos de descanso, iban y venían los cafés y las bromas. Como el Director José W. Agusti siempre estaba de mal carácter y “refunfuñaba”, lo apodamos –entre nosotros– como “el Trompa”. Recuerdo también lo siguiente: Félix Amuchástegui, el secretario de redacción, que presidía el liberal Círculo de la Prensa, tras unas semanas de mi ingreso al diario, me dijo: “Ávila, me imagino que se va a adherir al Círculo”. “No, le respondí, ya estoy afiliado al Sindicato de Prensa” (de raíz peronista), una entidad que era presidida por “el Gordo” Ramallo Ratti, con quien solíamos salir a almorzar. Un día se nos ocurrió invitar -a compartir nuestro almuerzo- tanto a Amuchástegui como a Montenegro (que era miembro del Círculo); ello se fue reiterando y, a partir de esas reuniones, fue que se conformó –como una fusión– el Círculo Sindical de Prensa.
El recuerdo indeleble de sus clases
Montenegro fue mi Profesor de Filosofía. Él cultivó varias disciplinas, pero era filósofo, ¿Con que orientación? Nadie la conoce. En sus clases, sin embargo, traslucía inclinación hacia grandes pensadores, desde los que luego daba conceptos propios. Difícil temática que paso a abordar.
El Profesor, en su disertación inicial, planteaba una irresuelta incógnita ¿Qué es la Filosofía? La respuesta a esta tan magna pregunta, estaba en los enfoques –disímiles y complementarios– de dos filósofos –eminentes, coetáneos y connacionales– a los que nos remitía.
Uno de ellos iba a la ACTITUD del filósofo. O sea, que concebía la Filosofía como un proceso subjetivo o actividad humana. Aludía, así, a Georg Simmel (1858-1918), filósofo alemán y catedrático de las Universidades de Berlín y Estrasburgo. De su obra “Qué es la Filosofía”, Montenegro nos leía: “La Filosofía se organiza en el tiempo anímico del filósofo”. “Crear filosofía requiere un cierto temple de ánimo filosófico. (…) El filósofo es un TIPO humano pensante”.
Tal posición tuvo, como antecedente, a un singular pensador alemán, Johann Fichte (1762-1814), quien afirmó: “Para ser filósofo hay que haber nacido filósofo”. Sin embargo –sostenía Montenegro– a esta corriente filosófica Simmel la llevó a una precisión científica incomparable.
Otro intelectual que explicaba qué es la Filosofía fue el filósofo alemán Wilhelm Dilthey (1833-1911), un catedrático de Historia de la Filosofía en la Universidad de Berlín que creó el Método Histórico, muy relevante para Montenegro. En “La Esencia de la Filosofía” (1907) hizo del concepto de Filosofía un recorrido histórico desde los griegos hasta nuestro tiempo. Su tesis fue: “Lo que la Filosofía sea, es algo que sólo la historia de la filosofía puede decirnos”. Montenegro afirmaba: “Él planteó el método como no lo hizo ningún otro filósofo”.
Para el Profesor, con una óptica de visos originales, la Filosofía osciló, de modo alternativo, así: A) Entre el ESPIRITUALISMO de Sócrates (469-395 a.C.) y su discípulo Platón (426 -347 a.C.) y B) La concepción REALISTA sobre el ser (ontología) y el cosmos (cosmología), la llamada Metafísica, que fue creada por Aristóteles (384-322 a.C.), discípulo del último de los nombrados.
Tras este cuadro teórico, Montenegro daba su concepción, relatando el hilo histórico seguido por la Filosofía. Que, en Sócrates, tuvo un contenido ético, ideario socrático al que habría que volver, decía. En Platón –seguía– “las cosas son copias de las ideas” y, con su actitud de autorreflexión, “va a la totalidad de la conciencia humana”. Destacando: Platón creó, hacia el 387 a.C., la Academia de Atenas. Ejerciendo, ambos, una influencia virtual en los estoicos.
Esa proyección histórica del platonismo –continuaba el profesor Montenegro– en la Edad Media llegó a San Agustín (354-430 d.C.) y, en siglos posteriores, cubrió al Renacimiento. En la Edad Moderna la recibió Emmanuel Kant (1724-1804) y Guillermo F. Hegel (1770-1831), arribando, incluso, a la Filosofía contemporánea. Confirmé estas aseveraciones del Profesor Montenegro al leer, en las “Obras Completas“ de Platón -que tengo a la vista- la frase de A. N. Whitehead, el agudo filósofo inglés: “Toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de las obras de Platón”.
Una autoridad equivalente –o aún mayor– que la del platonismo -proseguía Montenegro- tuvo la obra de Aristóteles. De entre los griegos fue pasando –narró– a los árabes y la Iglesia Católica, con un Tomás de Aquino (1225-1274) muy aristotélico. La Metafísica de Aristóteles –seguía– rigió por siglos, hasta estallar el ideario de París (fines del S. XVIII). Fue leído, en Inglaterra por Thomas Hobbes (1588-1679) y David Hume (1711-1776). Retornó, Aristóteles, en el S. XIX. Y, de Karl Popper (1902-1994), dijo: polemizó con Aristóteles, aceptando algunas de sus reflexiones filosóficas. a El inolvidable Maestro Montenegro nos dejó -entre otros- el legado de estos aportes filosóficos.
Primer director de la ECI
Asimismo, Montenegro fue Investigador y Decano de la Facultad de Filosofía. En su calidad de escritor, presidió el Consejo Consultivo de la SADE y dirigió la Editorial EUDEBA. Dedicado a la Educación ocupó en la Provincia de Santa Fe el Ministerio del ramo (1957), fue Coordinador de la Comisión Honoraria del Congreso Pedagógico Nacional y Miembro de la Academia Nacional de Educación. Premio Konex (1986); OEA le dio el Premio Manuel Belgrano y Andrés Bello (1990).
Su trayectoria abarcó -como se sabe- haber ejercido el periodismo en los diarios Córdoba y La Voz del Interior (ocupó su Dirección entre 1982 y 1985). Al ser académico y por su pluma (Premio Pluma de Plata del PEN Club Internacional), el Rectorado de la Universidad Nacional de Córdoba, en 1972 le dio la misión de crear la Escuela de Ciencias de la Información. Enterado de ello lo visité, en la sede de Av. Vélez Sarsfield. Me recibió con entusiasmo y quiso que dictara la cátedra de Periodismo I -lo que no acepté- dejándole mi Currículum Vitae de la Maestría en Sociología. Cronista sobre Universidad, yo sabía quiénes estaban formados en el área comunicacional, pudiendo darle -entre varios- el nombre de Oscar Moraña, a quien designó para dictar Teoría de la Comunicación.
Para evaluar a Adelmo Montenegro escritor y periodista, me vasta citar -tan sólo- un párrafo de su prosa (con una significación personal). En 1965, los cordobeses -a través de los medios Radio Universidad y Canal 10- admiraban a René Ávila, al hacer temblar a los políticos en su programa “El País Pregunta”, que era emitido en Buenos Aires. Malograda su vida por un hecho accidental, Montenegro, en nota de “La Voz del Interior” -un tercio de página- con la pluma recordó a su amigo y al muy audaz colega, con expresiones como ésta: “Fue un hombre de una gran sinceridad democrática y un auténtico luchador. Sin ningún temor encaró situaciones azarosas en la mesa redonda del diálogo, donde políticos y periodistas, dirigidos por él, hacían sutil esgrima de dialéctica que terminaba -muchas veces- en las violentas estocadas de exaltados adversarios”.
Vaya como comentario final que, Adelmo Montenegro, fue bastante longevo, pues alcanzó los 83 años. Pasando por alto nuestra diferencia de edad, cada tanto lo visitaba como su amigo. En tanto que, siendo su discípulo, era un placer escuchar la profundidad filosófica con la cual, él, se explayaba en una diversidad de temas. Hasta que un día, aciago, allá por el año 1994, abandonó nuestro mundo.
Imagen principal: collage de Yanina Arraya
* Sociólogo. Ex titular de la cátedra de Sociología y director de la Escuela de Ciencias de la Información en 1974-1975 y 1996-1999.