Por Eva Da Porta *
Frente al desgarro impuesto por la pandemia, una red solidaria virtual comenzó a tejer, reparar y contener, pero muchxs quedaron excluidxs. Para convocar a quienes el aislamiento expulsó, el derecho humano a la educación debe ser repetido una y otra vez, como un conjuro.
Desde que se inició en marzo de este año el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio por Covid-19, poder estudiar se volvió algo novedoso para algunxs, difícil para muchxs e imposible para tantxs, pero, ¿para cuantxs? ¿Cuántxs estudiantes dejaron de serlo? ¿Quiénes quedaron afuera? ¿Cómo se llaman? ¿Cuántos años tienen? ¿Dónde viven? ¿Con quiénes viven? ¿Por qué no pueden estudiar? ¿Cómo ocupan su tiempo? ¿Qué sienten? ¿Están tristes?
Un acontecimiento es algo inesperado, un quiebre en las certezas, una ruptura, una rasgadura irreparable. La pandemia por Covid-19 se impuso como un acontecimiento. Rompió el tejido de las vidas personales, cortó las tramas de las instituciones y confinó los espacios de la vida en común con un vallado perimetral que marca una clara frontera entre la salud y la enfermedad, el cuidado y la desidia, la vida y la muerte.
Sin embargo, y casi al momento del desgarro, los hilos virtuales comenzaron rápidamente a zurcir el tejido, a tejer locamente lo que el acontecimiento había deshilachado, sin pedir permiso, sin reparar en las formas ni en los modos, sin cuestionar el cómo o para qué. La red se intensificó como nunca, se ramificó como un rizoma alimentado con nutrientes muy poderosos, cuyas raíces y ramas, imposibles de distinguir unas de otras, a una velocidad frenética fueron enlazando espacios, personas, saberes, valores, imágenes, tiempos. Pero no todxs quedaron enredadxs en la virtualidad, muchxs cayeron por los huecos de la red al vacío del acontecimiento y quedaron suspendidos sin tiempo y sin lugar, como astronautas sin nave.
El derecho a la educación es un conjuro contra la injusticia, contra la desigualdad, contra el desamparo. Es un conjuro que es necesario repetir y repetir para ahuyentar esos espectros que acosan y se vuelven realidades, discursos, gobiernos. Es un derecho humano y uno fundamental, porque es fuente de otros derechos. Por eso, aunque siempre sea una deuda por saldar, hay que reclamarlo, exigirlo y ampliarlo.
El derecho a la educación es universal, aunque una gran mayoría no sepa que puede exigirlo.
El derecho a la educación debe ser tutelado y garantizado, aunque muchos Estados miren para los costados.
El Derecho a la Educación debe ser accesible, aunque las puertas para lograrlo a veces estén cerradas con siete llaves.
En estos días de pandemia y virtualización educativa, nuevamente hay que repensar ¿qué implica reclamar por el derecho a la educación? ¿Qué lo hace posible y qué lo vuelve imposible para muchxs? ¿Cuáles son esas puertas cerradas y las llaves para abrirlas? ¿Qué usuario y contraseña deben aprender quienes cayeron al vacío para ingresar a la red?
Si alguna certeza nos trae la pandemia es que las soluciones son colectivas y deben venir de la mano de políticas públicas orientadas que busquen, al menos, restituir lo que el aislamiento se llevó. Pero para que ello ocurra es necesario saber primero quiénes y cuántxs son lxs que este proceso ha expulsado. Conocerlxs con nombre, apellido, DNI y domicilio. Darles una entidad, mirarlxs, nombrarlxs y escucharlxs, para luego convocarlxs. Repetir una y otra vez el conjuro que nos recuerde que educarse es un derecho y una obligación, repetir el conjuro contra el silencio y la invisibilidad que la virtualidad educativa a veces esconde entre sus pliegues luminosos.
* Magíster en Sociosemiótica (CEA-UNC) y doctora en Comunicación (UNLP). Docente de la FCC-UNC.
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