Tamara Pachado es fundadora del sello editorial Los Ríos. Desde su lugar de editora opina cómo incide en la cultura la figura de estos actores muchas veces invisibles.

Por Diego Pereyra. Téc. en Producción y Realización en Medios Masivos de la ECI.

Si el escritor produce textos, ¿el editor?

Produce libros. Es un concepto muy antiguo, retomado en el siglo XX por los Estudios Culturales. Sin embargo, ni el lector común, y en algunos casos tampoco el autor, notan esta diferencia.

¿Podría asimilarse a la figura de interventor de la cultura?

El editor cumple un rol social muy fuerte, muy importante. Esto no se percibe, salvo que alguien haga un estudio de catálogo. Pero lo común es que el lector entre a la librería y busque un escritor, un género y no repare en el editor.

Pero el editor influye en la visibilidad o no de ciertos contenidos…

Básicamente es su función. Hacer una oferta, una propuesta de lectura, una selección de materiales que podrían, tranquilamente, no salir a la luz. Sin una persona ejerciendo esta actividad, ¿cómo llega un contenido a las manos de alguien? El editor busca, piensa, qué material -que en la mayoría de los casos no tiene por fin ser un libro- sería bueno que termine siéndolo. Hay textos que no están listos para transformarse en un libro. No es sencillo. No pasa por diseñar una tapa y sacarlo a la venta. Una cosa es el original literario y otra el editorial.

Además, ¿aporta ideas al texto?

Contribuye en mucho, al igual que el corrector y el diseñador. El editor aporta una mirada sobre qué estructura tiene que tener el texto. Hay algunos escritos que están muy pulidos y tienen mucho oficio en producción escrita, pero requieren ser revisados en cuanto a excesos o repetición de ideas. También se trabaja con los títulos. Se colabora mucho con la intención de que el lector haga el mejor abordaje posible de la obra. Igual, todo esto debe ser consensuado con el autor. Es quien debe asumir que el editor colabora con su texto. El autor, no todos, lo toma como una invasión. En un libro intervienen muchos profesionales, o personas con oficios. Cada uno convierte, con su aporte, un texto en un libro.

Me gusta compararlo con el cine. Una película es el producto del trabajo de una infinidad de gente. El montajista, el musicalizador y el director de fotografía, entre tantos, aportan a la construcción de la obra. Y la industria destaca solo el director. Con el libro, sucede lo mismo.

Así como fuimos aprendiendo a pararnos desde otro lugar frente a la prensa, ¿puede ser que debamos hacerlo antes de comprar un libro?

Hago ese ejercicio. No tanto por el editor, si por el sello editorial. Sé qué editoriales mienten.

Si Clarín o La Nación compran radios o diarios menores se habla de conglomerado mediático, ahora, Carmen Balcells y Andrew Wylie se fusionan y la noticia es: «Vienen a hacerle frente a AMAZON, APPLE y GOOGLE».

La concentración sucede en todo los planos de la actividad económica. Incluso en la producción de bienes culturales. En Argentina, 2 ó 3 grandes grupos compraron el 75 % de la producción nacional. Uno de ellos es el Berstelmman (Alemania) que produce el 70 % de libros en español. Este grupo, además, produce para el mercado del entretenimiento; cine, música, revistas, etc. Cuando en realidad, uno cree, que el sector editorial está vinculado solo a la difusión de conocimiento, de ideas, a la educación. Los grandes grupos consagrados a la producción de textos escolares están también dedicados al mundo del entretenimiento. Se ocupan de los videos juegos y la tecnología. La presión para producir libros digitales deriva de grupos que producen tecnología; no de una real inserción o de una real existencia de un lector digital. Existen, pero tiene que ver más con una presión tecnológica que con una necesidad real de leer en este soporte.

¿Te molesta que, ante la posibilidad del anonimato, «Mi Lucha» de Adolf Hitler se encuentre entre los e-books más vendidos?

Me parece que no es malo que uno tenga de todo para leer. Pero pensando en el juicio crítico, ¿no? Hubiera preferido que la humanidad no lo necesite; sin embargo, la humanidad lo produjo. Hitler viene a marcar un antes y un después en la idea de la modernidad. La idea de que el hombre con conocimiento puede ser más libre, evidentemente, no cierra porque el hombre con conocimiento también puede hacer eso.

Volviendo a las pequeñas editoriales, ¿son las únicas que pueden brindar buena literatura?

Eso es un mito. Las grandes editoriales también producen gran literatura. Sucede que compran editoriales con trayectoria y gran catálogo, o toman a aquellos escritores que ya han tenido éxito y no tienen más que potenciarlo.

Siempre pensé que los best-sellers contribuían solo a intereses comerciales o de entretenimiento…

No. Por ejemplo, Harry Potter es maravilloso y ha sido producto de un brutal merchandising. Lo mismo sucede con otros libros que, para mí, no son tan buenos. Cada uno tiene un umbral respecto del placer que le da la lectura y eso no se puede cuestionar. Sí, creo que el editor debe hacer una propuesta de calidad de lo más alta que pueda. Hay temas que, de entrada, se descartan en una editorial cuyo objetivo principal es el retorno económico.

¿Hay algún autor o género sobre el cual te gustaría trabajar pero presumís que nunca lo harás?

Me gustaría tener una gran colección de novelas. Pero el mundo de la novela está alimentado por los grandes sellos. No pienso que nunca lo podré hacer. No tengo miedo a buscar un espacio, al contrario, me gusta construir nuevos caminos, buscar el destino de un libro.

Sin querer me decís que el mercado te impone reglas…

No estoy exenta a eso. Los libros se venden en una librería. Y éstas también fueron víctima de la concentración. Por lo tanto, también las bocas de expendio están manejadas por alguien que decide qué oferta, qué propuesta, se le hace al lector. No puedo ser proveedor de Cúspide, por ejemplo, porque no toman a proveedores pequeños. Tampoco puedo vender en Yenny – El Ateneo. Cuando querés comprar un libro para regalar, ¿a dónde vas? A Macao seguro que no. O, si querés comprar un disco, ¿vas a Grito Sagrado? No. Vas a Musimundo. Vas a una cadena que tiene 20 sucursales en el país. Esto no quiere decir que no haya pequeños actores intentando hacer una propuesta interesante. De hecho, en eso estamos.

Hablas de propuestas (y resistencias), y pienso en Divinsky, ¿me contás la anécdota que tenés con él?

Daniel Divinsky es uno de los pocos editores que no vendió su sello. Siempre lo miré desde el lugar de la admiración. Todo el mundo lo frena para saludarlo, para felicitarlo, y a pesar de cruzarlo hasta 4 veces por año (durante años) en alguna feria de libros, me daba mucha vergüenza saludarlo o decirle que había leído sus libros. Todo el mundo sabe quién es o conoce a Ediciones de la Flor. El año pasado, durante la feria del libro de Fráncfort, en un momento me acerco y le digo: «Daniel me gustaría sacarme una foto con usted». Y me responde: «Vine hasta acá, solo para sacarme una foto con vos».

¿Qué podrías resaltar respecto de la tarea del editor?

Pienso que los editores podemos hacer nuestro trabajo con inteligencia y buscando oportunidades para poder vivir de esto sin sentir el peso de la economía. También es tarea nuestra convencer al autor de que uno es capaz de llevar ese proyecto adelante, y que vamos a hacer que ese libro llegue a la mayor cantidad de manos posibles. Porque el autor es el primero en querer llegar a la mayor cantidad de lectores posibles. Ahí se traslada un sueño, un deseo, una seguridad en la tarea que uno puede hacer, que excede lo macroeconómico. El secreto es apostar a hacer lo que uno quiere.