Por Pilar Ferreyra *

A pesar de que se trata de un aporte que no se contempla en el cálculo del Producto Bruto Interno (PBI) de la Argentina, un estudio oficial revela que la contribución económica del trabajo en tareas domésticas y de cuidado pasó de representar un aporte de un 15,9 por ciento al PBI a un 21,8 durante la pandemia. En un escenario también estadístico post pandemia alcanza un 23 por ciento. Se trata de la principal actividad económica de la Argentina. Es mayor que las economías que mueven la industria y el comercio. Está tres veces más a cargo de las mujeres que de los varones. Y nadie paga por esa economía que sostiene la existencia del resto.

            En medio de un mundo cada día más inequitativo, el planeta enfrenta el maremágnum provocado por el virus SARS-CoV-2. En este contexto extremo, puesta la lupa sobre las actividades de cuidado no remuneradas de la Argentina, estudios recientes demuestran cómo el peso del sostén de cuidados de niños, niñas y adolescentes, de personas en situación de discapacidad, de enfermos y de personas mayores, así como el de las tareas domésticas, recayeron aún en mayor medida sobre los hombros de las mujeres durante la pandemia. Es decir, la desigualdad entre varones y mujeres se acentúo en la Argentina en el último año.

            Eso es lo que una vez más se afirma, pero esta vez asociado al contexto del coronavirus,  en un avance del “Estudio sobre el impacto de la COVID-19” realizado telefónicamente entre  hogares del Gran Buenos Aires (CABA y 31 partidos del conurbano bonaerense) por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) entre agosto y octubre de 2020. El informe apunta que un 72,5 por ciento de los hogares en los que viven niños, niñas y adolescentes dedicó más tiempo a las tareas domésticas desde que se declaró la pandemia. Entre esos mismos hogares, un 66 por ciento indicó además, que invirtió mayor cantidad de horas en el apoyo escolar de les niñes.

            El dato más inquietante que surge del mismo estudio es que un  64 por ciento del total de los hogares que indicó que la carga de las tareas domésticas es mayor desde que se dispuso el aislamiento sanitario, confirmó que esa actividad ha estado en forma casi exclusiva o con mayor dedicación sobre los hombros de las mujeres.  

Foto: Andrea Piacquadio, Pexels (CC0)

            Esos datos que continúan proponiendo debate y reflexión, se transforman en un fenómeno que deja sin aliento cuando se estima y monetiza cuánto contribuyen las tareas de cuidado no remuneradas a la economía de la Argentina, y cuánto creció este aporte desde que comenzó la pandemia. Tomando en cuenta que la medición del PBI de nuestro país jamás ha contemplado esta actividad fundamental como parte de la economía nacional.

            De acuerdo al estudio “Medición del aporte del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado al Producto Bruto Interno” llevado a cabo por la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género (DNEIyG) del Ministerio de Economía de la Nación en agosto de 2020, el aporte de las tareas de cuidado no remuneradas al PBI representa un 15,9 por ciento. Dato que circuló en septiembre del año pasado en los portales digitales de todo el país.

            La novedad del estudio antes mencionado es el salto que pegó ese dato a partir de la pandemia: de un 15,9 por ciento a un 21,8 por ciento del PBI. Aumentó en casi seis puntos porcentuales por encima de la medición anterior a la pandemia. Y la estadística de un escenario nacional post pandemia revela que ese porcentaje alcanza un 23 por ciento. “El mayor peso del trabajo de cuidados no remunerado se explica por dos fenómenos: uno, el aumento del peso de las tareas de apoyo escolar y cuidados no remunerados, y otro, la caída del actividad en catorce de las dieciséis actividades económicas restantes consideradas”, exponen las autoras del estudio.

            El mismo informe compara el valor del Trabajo de cuidados no remunerados con los de otros sectores de la economía. Mientras en la valoración previa a la pandemia las actividades de cuidado aportaron con un  15,9 por ciento al PBI, la industria argentina cooperó con un 13,2 por ciento y el comercio con un 13,1 por ciento.

            Del mismo informe surge que del total de la actividad del trabajo de cuidados no remunerados, el apoyo escolar a les niñes pasó de representar en tiempos previos a la pandemia un aporte de 7,3 por ciento al PBI a un 19,8 por ciento. Esto, claro está, es el resultado del periodo de cese total de las clases presenciales.

            “Con la pandemia quedó en claro la problemática para todo el mundo pero no así cuál es la solución. Lo que tiene que pasar es que se reparta mejor el cuidado. Lo que pasa en la casa está mediado por lo que pasa afuera y por lo que la sociedad espera de nosotros. No es solo un problema cultural sino económico porque cuidar implica tiempo, recursos y la imposibilidad de generar ingresos porque necesitás disponer el tiempo en cuidar. Hay toda una sociedad esperando que nosotras invirtamos en forma gratuita ese tiempo en cuidar. Pero, ¿cómo cambiar la desigualdad? Volviendo a socializar el cuidado. Hoy se asume que el cuidado es familiar y femenino, pero no siempre fue así. Cuanto más retrocedemos en el tiempo más observamos que el cuidado correspondía a la comunidad”, resume la economista Lucía Cirmi Ombó, Directora nacional de políticas de cuidado del Ministerio de las Mujeres, Diversidad y Género de la Nación.

Foto: Keira Burton, Pexels (CC0)

            Desde hace casi ocho meses, Cirmi Ombó, además de funcionaria, docente universitaria y estudiante de un doctorado en Desarrollo Económico, es responsable  de la coordinación de la comisión de expertes que tienen a cargo la redacción de un anteproyecto de ley que se ocupará de restablecer parte, al menos, de los derechos del sector a cargo de las tareas domésticas y de cuidado no remuneradas conformado básicamente por mujeres.

            Desde el año pasado también existe la Mesa interministerial de políticas de cuidado que tiene por objetivo el diseño de una estrategia integral para redistribuir y reconocer el cuidado como una necesidad, como un trabajo y como un derecho. De la mesa participan doce organismos estatales cuya incumbencia y competencia se relaciona con el tema: desde el Ministerio de las Mujeres hasta el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social. “Es claro que si la organización de los cuidados constituye un vector de reproducción de desigualdad para las mujeres en particular, pero también para las personas LGBTI+, la pandemia profundiza esta situación, en especial entre los sectores populares”, analiza el primer informe de la Mesa interministerial de políticas de cuidado publicado en julio del año pasado.

A costa del cuerpo de las mujeres

            Vale retomar el informe “Medición del aporte del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado al Producto Bruto Interno” para repasar algunos datos previos a la pandemia. Sobre todo, desde una óptica de género. Así es como el estudio indica que un 75,7 por ciento del aporte que las tareas domésticas y de cuidado producen para la economía argentina proviene de actividades hechas por mujeres. Esto es: las mujeres en su conjunto se ocupan de tres cuartas partes de esta carga de actividades del hogar.

            El total de las tareas domésticas y de cuidado insumen 96 millones de horas diarias de trabajo gratuito. La distribución de las tareas de cuidado no remunerado es estructuralmente desigual: nueve de cada diez mujeres realizan estas tareas que en promedio consumen 6,4 horas diarias. Tres veces más que el tiempo que le dedican los varones. “Esta distribución asimétrica contribuye a explicar por qué la participación (de las mujeres) en el mercado laboral es más baja que la de los varones. También incide en que las mujeres tengan trabajos más precarios que implican una mayor desprotección social; por ejemplo, no tener acceso a una obra social y, en el futuro tener mayor dificultad para acceder a una jubilación por carecer de aportes. Las mujeres presentan mayores niveles de desocupación, ganan menos y, por consiguiente, son más pobres”, dice el estudio de Economía.

            Pero, ¿cuáles son las soluciones a la extrema inequidad que existe en materia de tareas de cuidado no remuneradas? Según Cirmi Ombó se trata de crear mayores espacios para la primera infancia (45 días a tres años), más centros de día, de noche, de larga estadía y para el cuidado de la discapacidad, entre muchos otros nuevos espacios. Admite que las familias “lo sentirán como una responsabilidad” pero se alivia pensando que de esa forma, al menos, “las familias no se sentirán solas” y agrega: “a los varones igual hay que hacerlos igual de responsables”, dice Cirmi Ombó y remata con un ejemplo que se suma a las horas que los varones no invierten de su propio tiempo en cuidar de sus hijes o en las actividades domésticas: “Un número enorme de varones no pagan la cuota alimentaria aunque muchas provincias están trabajando para que ese hecho se revierta”.

Alguna puerta de salida

            A pesar de que es el propio capitalismo el que reproduce la injusticia y la inequidad de género, el Gobierno nacional busca cómo atender algunos, al menos, de los derechos de las mujeres. “Aunque la solución no sea perfecta”, admiten. Entonces, ¿cuál es una de las propuestas para aminorar la carga de tareas que permanece en los brazos de las mujeres? “Regímenes de licencia igualitarios”, responde Cirmi Ombó y detalla: “Que los varones reciban financiamiento y tengan la obligatoriedad de tomarse una licencia que establece una cantidad de días parecida a la de las mujeres. A los varones hasta que no los obligás no se toman las licencias. Eso disminuiría, por ejemplo, la discriminación laboral”, sostiene. La funcionaria que tiene apenas 34 años cuenta con dos magister. Uno en estudios del desarrollo hecho en el International Institute of Social Studies (Holanda) cuando el gobierno de Mauricio Macri la expulsó de la posición que tenía en el Procrear. Y otro sobre políticas públicas hecho en FLACSO. “Hoy el paradigma es que todavía un varón no cuida. Ese paradigma no tiene un rechazo social. Nosotras necesitamos a alguien igualmente responsable”, remata.

            El trabajo de cuidados y de autocuidados aún es mayor cuando las mujeres son pobres. Entre los sectores de menores ingresos las mujeres no contratan a otras para cuidar de sus hijes o para hacer las tareas del hogar porque sería trocar la remuneración del trabajo fuera de la casa por otro salario. Por otra parte, la gran mayoría de las mujeres que trabajan en el empleo doméstico y que cuidan a las familias de los sectores medios y altos, aún y a pesar de una ley que es clarísima, todavía no están en blanco. Esto es: De 1,3 millones de trabajadoras de casas particulares un 75 por ciento no tiene obra social para cuidar de su salud ni aportes previsionales. No existe una historia laboral para ellas porque sus empleadores prefieren no pagar las cargas sociales y de jubilación. Pagan por el trabajo que ellas hacen, pero ni una pizca más. “El 42% de pobreza que existe en la Argentina tiene mucho que ver con el cuidado”, concluye Cirmi Ombó.

            Una de las especialistas que integra la comisión de expertes  (integrado por ocho mujeres y un varón) es la socióloga feminista Virginia Franganillo. Creadora del Consejo Nacional de la Mujer y su primera presidenta, la misma que lideró la ley de cupos argentina, pionera en el mundo. “Los regímenes de licencias igualitarios tiene más significado culturales que fácticos, pero que los varones no tengan licencias obligatorias, financiadas y de cantidad de días parecida a las de las mujeres es una vergüenza. Con mis compañeras de militancia tenemos más de cien proyectos presentados desde que recuperamos la Democracia, pero el lobby empresarial no nos ha dejado avanzar”, recuerda Franganillo.

            Si bien la mayoría de las propuestas de la comisión permanece aún cerrado en una caja con llave, la idea es crear nuevos espacios de cuidado y para ser cuidados. Tal el caso, por ejemplo, de un programa de cuidadoras y cuidadores para personas mayores con responsabilidad pública. “El Estado no solo daría los recursos sino que además los regularía”, indica Franganillo.

            ¿Qué tan difícil es instalar la propuesta de los cuidados como políticas públicas? “La política de cuidados tiene una perspectiva de género. Ya se está instalando el concepto de cuidados que es, por un lado crítico porque cuestiona la división sexual del trabajo; pero también plantea un pacto social: la responsabilidad de cuidados es de todos. También de los varones, del Estado, de las empresas privadas y de la comunidad.  Lo que no hay que perder de vista es que es una política muy potente porque resuelve muchas cosas al mismo tiempo: desarrollo humano para la niñez, mejora la situación de salud para los mayores y libera tiempo para las mujeres lo que les permite mejorar su incorporación al mundo del trabajo”, fundamenta Franganillo.

            Para la Doctora en Derecho Laura Pautassi, investigadora principal del CONICET, de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y feminista, la clave de haber estimado el valor económico de las tareas de cuidados es que “hizo visible las tareas de cuidado y la contribución que aportan”. Con respecto a cómo se resuelve la problemática explica que de múltiples formas. “Se trata de que se incorpore ese activo a las cuentas nacionales. Todo lo que el Estado no está contribuyendo ni las empresas lo aportan las mujeres. La estimación de ese valor no solo supone la posibilidad de incorporarlo en las cuentas nacionales sino que es un reconocimiento. Así como nos ingresan divisas por las exportaciones, ingresa un valor económico por el trabajo no remunerado de las mujeres. Estimándolo es posible obligar a los empleadores a que inviertan en espacios de cuidado, en las licencias de varones también, entre muchas otras cuestiones”, declara Pautassi, quien también integra la comisión de expertes.

Foto: Kamaji Ogino, Pexels (CC0)

Un derecho humano: el cuidado

La doctora en Derecho Laura Pautassi fue pionera en la investigación relativa al cuidado como una cuestión de derechos. “Lo que desarrollé para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en 2007 es que el cuidado es un derecho humano. Es universal. No se ha reconocido para remunerar a las mujeres. Es el derecho de toda persona a cuidar, a ser cuidado y al autocuidado. Los derechos humanos operan como obligaciones de hacer y de abstenerse de los Estados. Los Estados deben facilitar que los cuidados y el autocuidado se puedan llevar a cabo, no solo las licencias para el cuidado de los niños. Implica una reorganización societal de las responsabilidades en torno al cuidado. Los cuidados son para ambos progenitores. Luego tenemos la responsabilidad recíproca de cuidarnos a todos. Ha quedado a la vista en la pandemia. Por primera vez se ha puesto en escena. No solo tenemos que cuidar a niñes sino a las personas mayores, a los enfermos, a las personas en situación de discapacidad y auto cuidarnos”, explica Pautassi. Agrega que en el campo de los derechos humanos “los derechos son interdependientes. Un derecho civil no vale más que un derecho social. El Estado debe proteger esa interdependencia de derechos. Hoy no se ejerce el derecho al cuidado”, remata.
Además, señala que mientras muchos países como la Argentina han firmado todos los pactos y compromisos internacionales en materia de derechos humanos “después sus políticas públicas no se basan en estos derechos, se hacen políticas asistenciales que van cambiando cuando cambian los gobiernos. Eso es no aplicar los compromisos hechos en los pactos de derechos humanos internacionales”.
¿Por qué los cuidados son un derecho humano?
—Los cuidados y el autocuidado son indispensables para el sostenimiento de la vida. Un bebé no sobrevive si no lo cuidan, si no lo abrigan, si no lo visten, si no le dan afecto. Sin cuidados no podemos sobrevivir. A medida que crecemos nos autonomizamos. Pasamos de la posición de demandantes a la de proveedores de cuidado. Del autocuidado o cuidar a otres. Todas las leyes civiles han obligado a cuidar a los progenitores si no se pueden cuidar o no están en condiciones económicas para hacerlo.  Al final de la vida las personas vuelven a ser demandantes de cuidado. El cuidado atraviesa a toda la vida y requiere el reconocimiento del cuidado como un derecho. El cuidado no es amor, no es ética ni voluntad. Es trabajo. Pero fue importante primero su reconocimiento como un trabajo y más tarde su reconocimiento como un derecho humano. 

Las mujeres sí cazaban

La revista Science Advance publicó en noviembre de 2020 una investigación titulada “Mujeres cazadoras de la América temprana” que desafía la hipótesis del patrón ancestral de la división sexual del trabajo.
El hallazgo de 9.000 años de antigüedad descubierto en los andes peruanos concluye que una mujer de entre 17 y 19 años hallada en un enterramiento con un conjunto de herramientas de caza (puntas de proyectiles de piedra) y herramientas para procesar animales, se alimentaba de plantas y de la caza mayor. Y determina, basándose en una muestra de 429 individuos descubiertos en 107 enterramientos en América correspondientes al Pleistoceno tardío y el Holoceno temprano, entre los cuales solo 11 pudieron ser identificados como mujeres y 16 como varones, que en esos periodos de la Era Cuaternaria no había distingos de género para la participación en la caza mayor temprana. Es decir, la investigación echaría por tierra el patrón de comportamiento ancestral etnográfico que habría concluido por más de sesenta años que las mujeres de hace más de 10.000 años atrás solo se habrían dedicado al cuidado de los niños y a recoger hierbas y frutos. De algún modo acerca más elementos probatorios para demostrar que la división sexual del trabajo ha sido una construcción social y económica milenaria.

Foto principal: Ketut Subiyanto, Pexels (CC0)

* Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y Diplomada en Social Media y Comunicaciones Digitales por la Universidad Siglo 21. Periodista desde 1994. Desde 2020, es graduada adscripta del Taller de Lenguaje I y Producción Gráfica (cátedra B) y desde 2021 de Redacción Periodística 1 de la Facultad de Comunicación de la UNC.