La disidencia sexo-genérica renueva fuerzas junto a la nueva marea feminista. En este marco, se abren escenarios de disputa en torno a las estrategias de visibilización que adopta el colectivo LGBTTTIQ+ y la resistencia contra la mercantilización de nuestras identidades.

Por Franco Javier Bergagna, Mariano Emmanuel Cervantes y Matías José Emanuel Farfan *

La lucha de las mujeres conmueve al mundo, los ejemplos se multiplican: son miles las que ocupan las calles de Estados Unidos o Brasil, enfrentando a los gobiernos fundamentalistas y reaccionarios de Donald Trump o Jair Bolsonaro; son miles las que con su pañuelo como bandera pintan de verde la Argentina por el derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Son las aguerridas compañeras kurdas las que pusieron en pie a las Unidades de Defensa de las Mujeres, cobrando un peso decisivo en la experiencia revolucionaria de Rojava.

Asistimos hoy a un cambio en la correlación de fuerzas entre el movimiento de mujeres y la disputa contra el orden binario, biologicista y cis-heteronormado que impone el patriarcado capitalista. La creciente marea feminista se retroalimenta y teje sólidas alianzas estratégicas junto con las disidencias sexo-genéricas. Este cambio de época se ve cristalizado en la postal que muestra a Ricky Martin ondeando la bandera del orgullo LGBTTTIQ+ al frente de la movilización popular que le puso fin al gobierno del misógino y ajustador Ricardo Roselló en Puerto Rico.

Ricky Martin encabezando la marcha en contra del gobierno de Rosselló (Julio de 2019)
Foto: Chicago Tribune

Más allá de este contexto particular de la revolución boricua, esta imagen nos interpela sobre las contradicciones que se generan en torno a las figuras icónicas que el capitalismo, el “mercado rosa” y sus medios de comunicación presentan como “modelos aceptables” de la comunidad LGBTTTIQ+. Solo basta con hacer un rápido recorrido por las representaciones[1] sobre la diversidad sexual que se muestran en las películas, series, programas de televisión, publicidades, etcétera, para darnos cuenta que en su mayoría están direccionadas a un público homosexual masculino y responden al arquetipo de un hombre blanco, cis, occidental, culto, profesional, con cierto poder adquisitivo y con acceso a un consumo lujoso.

Sumado a esto, la representación de lesbianas es menor, casi invisible y enmarcada en un canon de feminidad sexualizado, al servicio de las fantasías eróticas de los hombres; mientras que la presencia de trans y travestis es nula o solo se muestran en aquellos casos en que su expresión de género encaje a la perfección dentro del binario hombre-mujer.

Sobre representaciones y violencias en la diversidad

Históricamente y por lo general, desde las industrias culturales y los medios masivos de comunicación, se han abordado a las vivencias de la disidencia sexual desde dos concepciones estigmatizantes. Por un lado, los personajes disidentes se muestran como víctimas de realidades tortuosas, en las que sufren de bullying, abandono familiar, exclusión social e incluso muertes terribles, en donde se pretende generar lástima y se hace foco en la morbosidad, más que problematizar sobre la violencia heteropatriarcal.

Esto también puede verse en los medios periodísticos, donde las identidades u orientaciones no heteronormadas suelen irrumpir solo cuando son foco de ataques machistas y homodiantes, con un tratamiento amarillista de esas noticias. Por otra parte, se generan personajes divertides y comiques que banalizan su género y su orientación sexual, acentuando estereotipos que convierten a las identidades sexuales en un chiste con el cual congraciar al público. En definitiva, con el fin de hacer atractivo el contenido LGBTTTIQ+ para las audiencias de masas, se nos victimiza o se nos exhibe como payasos o freaks.

Esto conlleva a un vacío de representatividad genuina en muchos espacios mediáticos y culturales, en los que se sigue un discurso liviano enfocado en el entretenimiento o el sensacionalismo, sin encarar las problemáticas reales que atraviesan a la comunidad y la resistencia que despliega en respuesta. Este problema no se resuelve solo con incluir una persona disidente en cada programa, obra teatral, publicidad, etcétera, pues la cuestión no es meramente cuantitativa, sino que también refiere a la manera en que se aborda.

Son las representaciones estigmatizantes de la homosexualidad las que precisamente han generado grandes controversias y debates, en los últimos años, dentro del colectivo disidente. Como en el caso de Hanna Gadsby, quien en su stand-up Nanette se cuestiona a sí misma sobre la necesidad de recurrir a la autohumillación como forma de conseguir aceptación, cada vez son más las voces que empiezan a preguntarse cuál es el límite que existe entre las maneras en que las identidades sexuales se reivindican frente a la mirada pública y los espacios comunes de ridiculización en los que usualmente se les encasilla.

Hanna Gadsby presentando su stand-up Nanette

Gracias a los avances del movimiento LGBTTTIQ+, la diversidad logró salir de la clandestinidad a la que la moral cis-heterosexual la mantenía recluida. Más allá de que este proceso presenta sus disparidades según los distintos países y culturas, la disidencia se ha ido introduciendo de a poco en la conciencia colectiva, aunque en muchos casos a costa de reproducir estereotipos que humillan y convierten esas identidades en chistes que permiten su descalificación como expresiones de una sexualidad libre, sin miedos o prejuicios. La violencia no siempre se ejerce a través de la agresión física, sino que el odio también se manifiesta entre risas y aplausos.

Si bien es importante poder difundir realidades que hasta hace algunos años habían sido sistemáticamente silenciadas por no responder a las normas del heteropatriarcado, es necesario cuestionar las formas en las que se ha ganado esta visibilidad y problematizar aquellas ocasiones en las que se recurre a la risa como una estrategia que permite validar el derecho a ser quien cada une quiera, aunque inconscientemente consintiendo un conjunto de violencias simbólicas[2] y de distintos tipos.

En contraposición y en respuesta al machismo que utiliza el agravio y la burla como mecanismos para legitimar su posición de poder, las disidencias han aprendido a apropiarse del insulto y lo han transformado en bandera de reivindicación. De esta manera, términos como marica, torta, puto, trava, han sido resignificados y convertidos en identidades políticas que buscan romper con el sistema sexo/género[3] hegemónico.

En este sentido, es posible rastrear cada vez más producciones artísticas, comunicacionales o culturales –como el caso de Gabriela Mansilla, Sudor Marika o Susy Shock– que se desarrollan bajo una lógica en donde la disidencia sexual se expone a la mirada del otre sin necesidad de autoinflingirse violencia o subsumirse a mandatos que habiliten la posibilidad de estar presentes, aunque bajo dispositivos de disciplinamiento y control.

La identidad mercantilizada y el oportunismo empresarial

Incluso por fuera de las formas estereotipadas que hemos planteado, se presentan también aquellos modelos de la diversidad sexual que se han construido con el objetivo de obtener ganancias a partir de la mercantilización de las identidades. A medida que el colectivo disidente empezó a ganar visibilidad en el ámbito cotidiano de muchas culturas, los poderes económicos supieron apropiarse de su idiosincrasia y convertirla en un producto innovador y apetecible, que no solo ha logrado venderse a un sector de la población deseoso de novedades, sino también a la propia diversidad sexual, aprovechando su anhelo por acceder al consumo de bienes y servicios con los cuales sentirse identificada e integrada al conjunto de la sociedad.

En el afán del capitalismo por convertir todo en mercancía, las identidades no heterosexuales también han quedado subordinadas a esa lógica y por medio de la influencia que los aparatos publicitarios ejercen sobre el imaginario colectivo, se ha logrado instaurar una imagen heteronormada de la homosexualidad. Estas representaciones se asocian a determinados patrones de consumo, ligados al denominado “mercado rosa”, y posicionan a los modelos hegemónicos antes descritos como estándares ideales de lo que es ser gay o lesbiana.

Así, se produce una domesticación del deseo, que determina qué tipo de corporalidades y expresiones de género son las más apetecibles, jerarquizando ciertos parámetros de belleza que se imponen globalmente y reproducen el estándar de perfección al que todes debemos aspirar. Por fuera del ideal blanco, rubio, alto, joven, de siluetas proporcionadas, ojos celestes y vestido a la moda, se niega y desvaloriza a aquellas personas pertenecientes a los sectores populares, racializadas, con corporalidades diversas o diversidades funcionales.

A través de estas campañas de marketing sectorizado, las empresas no solo buscan aprovechar el potencial de estos nuevos nichos de mercado. A la par, logran mejorar su imagen mostrándose como aparentes aliadas del movimiento LGBTTTIQ+, obteniendo además beneficios fiscales, como mermas en impuestos, por cumplir con la llamada responsabilidad social empresarial. De esta manera, las marcas ofrecen versiones gay-friendly de sus productos, como el caso de Absolut o Doritos, en donde basta con presentar un envase adornado con los colores de la bandera del orgullo como para ser considerada una empresa defensora de los derechos de las minorías sexuales.

Absolut y el marketing gay-friendly

Por medio de estos mecanismos, se ofrece a la diversidad sexual la posibilidad de adaptarse al orden establecido, ingresando al juego de integrarse bajo el doble rol de consumidores y mercancías. Esta integración termina siendo redituable para los empresarios, a la vez que visibiliza a este sector de la población, pero muchas veces a costa de procesos que generan violencia y estigma, además de los conocidos dispositivos[4] de control y moralidad conservadora que disciplinan cuerpos, deseos y afectos.

Además de buscar asimilar al colectivo LGBTTTIQ+ a la matriz económica productiva, las clases dominantes pretenden apropiarse de la agenda de reivindicaciones de la diversidad sexual para dar un barniz inclusivo a gobiernos de corte liberal y ocultar las profundas desigualdades y opresiones intrínsecas del patriarcado capitalista. Este proceso es conocido como “pink-washing”, en el cual apoyándose en sectores de clase alta de la comunidad, se coopta a algunos referentes y se aplican políticas gay friendly, cuyo caso paradigmático es el del Estado de Israel, que publicita en todo el mundo su tolerancia hacia el colectivo LGBTTTIQ+ para ocultar su histórica y violenta opresión a la población árabe en general y palestina en particular.

Tal y como ocurre con otros movimientos sociales, si no los pueden derrotar, el sistema y sus gobiernos buscan desviar y asimilar todo fenómeno socio-político progresivo a fin de neutralizar sus cuestionamientos. Esto ha ocurrido también con los movimientos feministas, ecologistas y de derechos humanos.

Algunas reflexiones finales

Este estado de situación presenta a les que se subvierten ante la heteronorma el desafío de construir una perspectiva de futuro, escapando de las lógicas que proponen adaptación a este sistema o el conformarse logrando solo algunas reformas parciales. Se pueden encontrar algunas pistas en las manifestaciones de hartazgo y respuesta dignas, como las que se protagonizaron el 28 de junio de 1969, en el Bar Stonewall Inn, en Nueva York. Estas jornadas de rebelión encabezadas por trans, drags-queen, maricas y taxi-boys abrieron camino a la organización creciente y extendida de la comunidad, prácticamente por todo el mundo, e inauguraron las marchas del orgullo que siempre combinan celebrar la existencia, denunciar la opresión, defender derechos conquistados y luchar por reclamos pendientes.

Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, en la primera marcha del orgullo en Nueva York

En la actualidad es alentador y conmovedor asistir a un momento histórico donde las marikas, las tortas, las trans, les no binaries, les bisexuales y les intersexuales ganan las calles, conquistan derechos y suscitan reacciones oscurantistas-fundamentalistas. La rebelión de las disidencias sexo-genéricas no se detiene, es un fenómeno extendido y en plena expansión, aunque se desarrolla con mayor potencia y profundidad en los tejidos medios de la sociedad y los grandes centros urbanos, presentándose a ritmos desiguales en sectores populares con mayor exposición a la vulnerabilidad y en territorios con gobiernos e instituciones conservadoras.

Hay una nueva generación que vive su sexualidad y deseo con empoderamiento, heredera del acervo de luchas y conquistas que le precedieron. Las juventudes, de a poco, empiezan a recuperar esas memorias, haciéndolas propias en la búsqueda de una referencia que les posibilite disputarle en mejores condiciones al sistema cis-heteropatriarcal, hasta conquistar una verdadera y total liberación sexual y de género.   

A modo de cierre, o como apertura de nuevos interrogantes, quizás es posible plantear una perspectiva construida desde la mirada de un anti-capitalismo queer, que permita transformar la realidad hasta subvertir el orden colonial/patriarcal/capitalista/racista establecido, siendo profundamente crítiques y conscientes de la necesidad de aprender de los procesos emancipatorios y revolucionarios de la historia de las disidencias sexuales. Confiando en la utopía, en la fuerza de la movilización y la organización de les de abajo, y sus posibilidades de conquistar –en palabras de Rosa Luxemburgo– “un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.


[1] Cabe aclarar que cuando hablamos de representaciones nos estamos refiriendo a las construcciones sociales que se generan en torno a un determinado aspecto de la realidad circundante y que en su conjunto terminan definiendo un sentido común, “una visión colectiva del mundo internalizada a través de creencias, valores y normas de un grupo social sobre diversos aspectos de la vida cotidiana” (Sirvent, 2008: 35).

[2] Describe una relación social donde el “dominador” ejerce un modo de violencia indirecta y no físicamente directa en contra de los “dominados”, los cuales no la evidencian y/o son inconscientes de dichas prácticas en su contra, por lo cual son “cómplices de la dominación a la que están sometidos” (Bourdieu, 1994).

[3] Un sistema sexo/género está definido por la producción social y cultural de los roles de género, como consecuencia de un proceso de atribución de significados sociales. “Es un conjunto de acuerdos por el cual la sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana y en las cuales estas necesidades sexuales transformadas, son satisfechas” (Rubin, 1996).

[4] Entendiendo por dispositivo como comenta Foucault en Dits et Écrits 3, “es en primer lugar, un conjunto resueltamente heterogéneo que incluye discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas, brevemente lo dicho y lo no-dicho, éstos son los elementos del dispositivo. El dispositivo mismo es la red que se establece entre los elementos”. (Michel Foucault en Agamben, 2007: s/n).

* Trabajo final para la Diplomatura en Diversidad Sexual, dictada entre mayo y septiembre de 2019 y organizada por la Secretaría de Extensión de la Facultad de Ciencias de la Comunicación (FCC-UNC), junto con la Dirección de Desarrollo de Capacidades y el Área de Diversidad Sexual del Ministerio de Salud y Desarrollo Social de la Nación. Coordinación: Nicolás Giammona y Javier Wenger (Área de Diversidad Sexual del Ministerio de Salud y Desarrollo Social de la Nación).

Foto principal: IV Marcha del Orgullo y la Diversidad en Córdoba (diciembre de 2012) – https://ciudadsobrexpuesta.wordpress.com