Por María Eugenia Boito * y Pablo Natta **

Si la metáfora predilecta del capitalismo es la máquina, es posible decir que genera, como sistema de organización total de la vida, productos pero también desechos, la contracara de lo exhibido como mercancía.

La rebaba de la soldadura, las aguas mortíferas que quedan en la extracción del oro, las combustiones contaminantes, partes rotas, sobras, basura industrial: el lado oscuro de la luna del consumo. El pensador esloveno Slavoj Zizek, en su filme “Guía perversa de la ideología” expone en imágenes esta idea cuando en una zona desierta de EEUU realiza tomas sobre un cementerio de aviones. Es extrañísima la sensación que produce mirarlas: se trata de una escena negada a la visión; el lugar que no puede ser visto en formaciones sociales que organizan las percepciones sociales a partir de la velocidad, el no detenimiento y “emanación” de productos industriales de esa ¿segunda naturaleza? Que es el capitalismo.

Si la metáfora predilecta del capitalismo es la máquina, tenemos que recordar el proceso de subsunción de la vida a la que va asociado: las energías físicas y psíquicas que conforman el llamado “trabajo vivo” son vampirizadas en el “oscuro taller de la producción”. Los cuerpos son expropiados de sus energías para hacer vivir a la máquina.

Foto: www.sindicalfederal.com.ar

La fuerza tanática de esta forma de organizar la vida social se expone en lo que el venezolano Ludovico Silva caracterizaba como “relaciones de destrucción capitalistas” (en vez de relaciones de producción) que dejan su marca en cuerpos y territorios. Para el dominio de la máquina, el proceso de la acumulación primitiva se desarrolló hace siglos, pero se reitera en distintos puntos del planeta y coexiste con otras maneras que operan mediante formas in-editas de despojo con relación a las posibilidades vitales de ciertos sujetos en el espacio de la subalternidad. Sujetos para quienes no hay un lugar posible: se trata de “cuerpos desechables”.

El preso y la máquina carcelaria-mediática

Entonces, desde una primera interpretación tanto en la época de Marx como en nuestro espacio y tiempo presente, hay grupos de sujetos que son desechados antes de entrar al circuito loco-enloquecido del discurso capitalista -sensu Lacan-: lumpen proletarios, campesinos sin tierra, indios, pobres urbanos, presos y locos. Heterogéneos rostros de una aparente miseria improductiva, que siempre fue cruelmente castigada.

Cuando decimos desechos humanos, bien podríamos pensar al preso como aquel que sobra, quien es arrojado al pozo oscuro y húmedo de un penal debido a que no sirve para nada, no le sirve a la sociedad más que como daño contra sí misma. Pero nuevamente aquí, ya Marx en “La ideología Alemana” proponía el carácter productivo de ciertas prácticas por las cuales se puede ir preso, como el robo. Una especie de torsión, de figura circular que indica que casi nada puede escapar a la espiral de mercantilización.

La luz del sistema jurídico/represivo/policial se enfoca directamente en quien otorga sentido a un entramado institucional que funciona gracias al preso: cárceles y comisarías, psicólogos y guardiacárceles, la publicidad y la cacofonía incesante de los medios de comunicación metiendo miedo se sostienen como un elefante sobre la pequeña hormiga negra que tuvo en suerte caer bajo el halo de la luz estatal. Sin preso, miles de personas quedan sin trabajo y millones sin la triste pasión del miedo.

Lo dicho hasta aquí nos obliga a detenernos, realizar una comparación y volver a pensar la metáfora de la máquina. La imagen de un cementerio de aviones a la que referíamos antes no tiene correlato con lo que ocurre con los cuerpos. Hay allí un final, óxido, silencio y fuera de juego. Con relación a las energías físicas y psíquicas de los cuerpos, el proceso de apropiación no acaba ni después de muertos. Volvamos al preso y a la máquina como metáfora.

La maquinaria social promovida y sostenida por el capitalismo, además de arrojar desechos sociales funciona gracias a un combustible fósil, el más fácilmente renovable: la vida de un privado de libertad. En las cárceles viven y mueren las generaciones de pobres, de grupos familiares que heredan este lugar en el proceso de producción /destrucción/social; siempre numerosos se transforman en reemplazos cuando hay “vacantes”; supernumerarios en el adentro y en el afuera, son sin embargo “económicos”: piden poco y cuestan nada.

Punitivismo, negocio y espectáculo

Por esto el título: lo que algunos nombran como cuerpos desechables son más bien vidas, posibilidades vitales y flujos de experiencia des/hechos. El combustible es lo que hace funcionar la máquina; cada vida de estas vidas se reduce a ser la chispa del encendido, como ejemplifica el capítulo Oso Blanco de la serie Black Mirror.

Allí Victoria Skillane, la protagonista, es condenada por filmar el secuestro y asesinato de una niña a manos de su novio Ian, quien se suicidó en la celda antes de tener sentencia. Ella se convierte en un cuerpo-combustible de la máquina punitiva que alimenta el Parque de Justicia Oso Blanco, es el centro que dota de sentido a la estructura burocrática del castigo. Un castigo atávico muy cercano al “ojo por ojo, diente por diente”, un castigo que desnuda el sentido de todo castigo: venganza social delegada en el Estado, pura venganza sobre el cuerpo del anormal, del desviado.

Diariamente repite una rutina completa en la cual es lacerada en cuerpo y mente al despertar en un lugar desconocido, sin memoria reciente ni pasada. Descontextualizada completamente de quién es y dónde está, se la sumerge en una paranoia de persecución delirante por parte de personas disfrazadas (los cazadores) bajo la atenta mirada de decenas de personas que no intervienen en su auxilio y se limitan a filmar (los espectadores). Una veintena de personas “trabajan” diariamente en la construcción del escenario en el que el escarnio se hace público.

Imagen del capítulo Oso Blanco, de la serie Black Mirror

El Parque de Justicia Oso Blanco, al mismo tiempo, es un parque de diversiones. Una especie de Disney para el goce, la diversión, el espectáculo de voyeuristas que filman (a la manera que ella filmó a la niña) la sesiones de torturas emocionales que se aplican dosificadas a lo largo de un día que termina sobre el tablón de una escena en la que Victoria conoce al final su historia, la que le narran miles de seres sin rostro que la filman desde el anonimato. Luego es paseada en una caja transparente e iluminada –como en la Edad Media el supliciado que viajaba a la horca– hasta la casa en la que al otro día despertará sin memoria, gracias a una tecnología ad-hoc que aplica fuertes dosis de dolor y martirio, hasta que pierde el conocimiento y los recuerdos.

Sabemos que en el espacio/tiempo del capitalismo espectacular las relaciones sociales entre las personas están mediatizadas a través de imágenes, señala Guy Debord en la tesis 4 de La sociedad del espectáculo. Aquí, los cuerpos des(h)echos nunca terminan siendo desechos, sino una y otra vez compulsivamente utilizados en otra torsión, en otro instante del proceso circular, espiralado de mercantilización y espectacularización de la vida. Pero retornemos y retomemos a esta serie (Black Mirror); hagamos el ejercicio analítico de volver sobre nuestros pasos. Algunos dirán que se trata de una ficción. ¿Y si reunimos esta imagen en un montaje junto a episodios de la serie Policías en Acción (formato global/local, propio del capitalismo operante a escala planetaria)? ¿Qué hay de continuidad entre esa “ficción” y el “docu-drama”? Realicemos otro montaje por fuera del universo mediático: ¿Qué hay de continuidad con nuestra sociedad cada vez más vigilada, mediante cámaras, drones, dispositivos antipánico, picana y gas pimienta? Nuevamente queda expuesto el carácter productivo del delito, la expropiación de vidas des(h)echas como tales y transformadas en combustible/energía para la máquina panóptica mediática y extra-mediática.

Traslado de internos a la Unidad Penitenciara N° 10 de máxima seguridad de Cruz del Eje. Foto: Alexis Oliva

Decíamos antes que sin el preso, miles de personas quedan sin trabajo y millones sin la triste pasión del miedo. Pero con la última referencia creemos haber demostrado que nuestra sensibilidad ha cambiado, y que junto al miedo habita el goce del castigo vuelto cruento espectáculo, cruel risa. Por esto también por fuera de las rejas nosotros somos quemados, insumos necesarios para la combustión. El adentro y el afuera muestran marcas comunes; lo separado se reúne. Quizás este instante de detenimiento nos permita reapropiarnos de fragmentos de nuestra reflexividad y sensibilidad des-hecha y desechada, en el taller ideológico de modelación de nuestra experiencia. Lo otro de un espejo negro -que no refleja, que no devuelve la mirada- es el flujo vital recobrado como botín en esta guerra, que siempre es de clases.

Foto principal: Pablo Toranzo – Informe Tortura en las cárceles (CELS)

* Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, Magister en Comunicación y Cultura Contemporánea por el Centro de Estudios Avanzados, Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Licenciada en Trabajo Social por la Universidad Nacional de Córdoba. Actualmente, se desempeña como Investigadora del CONICET y profesora titular regular del seminario Cultura Popular y Cultura Masiva de la FCC-UNC y profesora adjunta regular en la materia Comunicación y Trabajo Social de la FCS-UNC. Directora del IECET (Conicet y UNC).

** Docente universitario, periodista y trabajador de la cultura. Docente de las cátedras Taller de Lenguaje I y Producción Gráfica B y Redacción Periodística I y Secretario de Extensión de la FCC-UNC. Participa de diferentes proyectos de comunicación y cultura en espacios de encierro carcelario y neuropsiquiátrico.