Podcast, música, series y películas. Consumos vía internet que aumentamos, sumamos o descubrimos en cuarentena. A seis meses de su inicio, lo que escuchamos y vemos se presta a la reflexión.
El 13 de marzo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia. Unos días después, a Argentina le tocaba eso que ya se escuchaba: la cuarentena. Imposibilitados de salir, nuestros consumos culturales, principalmente los que venían a través de internet, crecieron.
Aún cuando con el tiempo las fases fueron cambiando, hay espacios que antes eran esenciales y hoy siguen cerrados: teatros, cines, bares que eran lugar de encuentro de música y artistas.
Mientras pedimos por su supervivencia y contribuimos como podemos, es imposible no notar que nuestros consumos por internet se volvieron más que nunca una parte importantísima de nuestras vidas. Y las plataformas, con sus números, acusaron recibo.
Las voces y las historias que nos llegan vía web son más necesarias que nunca. Acá, resumimos, elaboramos, compartimos, pensamos y decimos qué vemos y qué escuchamos.
Pico creativo en medio del encierro
Por Juan Manuel Pairone, egresado de la FCC y periodista del suplemento VOS, La Voz.
La música fue y será siempre una compañía ineludible, atenta a los cambios que cualquier persona puede enfrentar en su cotidianidad. Y aunque en un primer momento imaginé que la cuarentena y el aislamiento sólo iban a ser sinónimos de introspección y regreso a las fuentes, el devenir de las semanas y los meses me demostró que aquella sensación inicial fue equívoca.
En rigor, nunca antes había sido tan consciente del volumen de producción musical a nivel local, cosa que hoy puede verse reflejada en un circuito cada vez más aceitado de lanzamientos de diferentes estilos y géneros. En consonancia con una de las grandes costumbres legadas por Spotify y otras plataformas, cada viernes es sinónimo de un “radar de novedades”, en el que la presencia cordobesa no sólo es destacada, sino que transmite la efervescencia de esos momentos en los que todo parece posible.
Por eso, pese a que a la cuarentena también supone un contexto poco feliz para desarrollar un proyecto musical en sentido amplio –tocar en vivo es aquello que moviliza todo lo demás–, puedo decir que la certeza de una escena en constante movimiento es una de las mayores conclusiones que me deja este período de tiempo tan particular.
Desde mayo, vengo realizando un relevamiento sostenido de nuevas canciones, videoclips y discos publicados durante el aislamiento. El mayor dato que puedo compartir es que semana a semana, mes a mes, los números se engrosan. Como si se tratara de un virus –aunque en sentido figurado, en este caso– que se propaga cada vez más rápidamente, a mediados de septiembre me encuentro frente a una media semanal de unos cuatro o cinco lanzamientos, a cargo de artistas locales.
En medio de esa cantidad abrumadora de música nueva, tres elecciones puntuales que tienen un poco de capricho, otro poco de curaduría y muchísimo fanatismo por “el imán de lo nuevo” (bienvenides quienes deseen buscar esa referencia):
- Mateo Morandin. En agosto publicó su primer EP, Querubín, y de entrada mostró una contundencia estética poco común para un proyecto recién iniciado. Las cuatro canciones que integran este debut son una puerta abierta a mundos y colores variados, pero siempre exquisitos y desafiantes. Que haya salido en forma de disco y no como lanzamientos individuales habla también del perfil conceptual del joven músico.
- N.I.A. Como parte de una raza de cantantes que podría rastrear sus orígenes hasta principios del siglo XX pero con profunda vocación contemporánea, N.I.A es un gran ejemplo de la búsqueda musical “tema por tema”, en la que cada canción supone un nuevo desafío. Luego de tres tracks publicados en este 2020 (Chocolate, Cuarzo y Avatares), ya es una de las voces femeninas más destacadas de una nueva generación de artistas en crecimiento.
- Gringo Juan. Confirmando la tendencia de cada vez más proyectos solistas con colaboradores múltiples, el de Gringo Juan es otro caso testigo del crecimiento artístico que vive Córdoba, a pesar del aislamiento y la pandemia. La tríada de canciones que editó a lo largo del año (Portal, Chozas y Lo demás) sugiere altos niveles de desparpajo, pero también confirma que la creatividad puede ser sinónimo de pop sensible y sofisticado en iguales dosis.
Podcast: perder el cuerpo pero no la voz
Por Pablo Durio, egresado de la FCC y creador de Nadie es Cool
El mundo tal como lo conocemos tiembla, no lo sabemos aún, pero el peligroso estado de las cosas va a reorganizarse de la forma más triste posible: todo se tiñe de aburrimiento, de ausencia, de virtualidad, de perspectiva profiláctica. Se pierden los cuerpos porque les tenemos miedo, porque ya les teníamos miedo incluso antes de este fin del mundo tan anticlimático, tan feo, tan poco poético. Tan miserable. Las personas se recluyen en sus casas, la mayoría solos, la mayoría solas. Crece el consumo de podcasts y aumentan las audiencias de las radios. Es algo leve, tampoco para tirar auriculares al techo, sencillamente sucede. Porque al parecer podemos perder el cuerpo pero no la voz, que siempre sigue ahí en nuestros oídos. La voz, con su capacidad de minar la presencia de ánimo, lo que pensamos de nosotros mismos, que nos obliga a inscribirnos en un yo totalmente distinto, que nos lleva a lo desconocido, a lo siniestro, a lo desapacible. A algo que está ahí y puede convertir un momento específico en algo más agradable, más llevadero, que puede extendernos la mano para saltar un charco de cloacas reventadas.
Hay muchos podcasts para mencionar, muchas producciones para nombrar y muchas, obviamente, cosas hermosas ahí para escuchar. Vayan a descubrirlas por ustedes mismos. Acá aparecerán solamente dos, porque sí, de manera caprichosa: este es mi capricho.
Qué está pasando es un podcast de Oiga, productora de Rosario, cuya premisa es bastante simple: tres amigos hablan de lo que pasó en la semana en Twitter. Es bastante tierno, bastante bobo, y el resumen esquiva inteligentemente todas las cosas que caigan dentro de la discusión política, o las peleas violentas; es de humor sin hacer chistes. Uno de los amigos tiene una fijación al borde de lo patológico con los excels y nunca comió mandarinas y una vez le pidió al papá como regalo de cumpleaños (era chiquito, dice ahora con una voz grave que suena levemente en el vacío, era la época en la que quería ser basurero) que lo llevara a dar un paseo en colectivo; el otro ama las vans, estuvo lejanamente implicado en la pelea Cinthia Fernandez vs. Las Perchas, empezó a tomar mate en la cuarentena y por alguna razón tiene uno con la palabra energía tallada. Ella, la amiga entre los amigos, hace referencias al fútbol, recibió una respuesta de Ricky Martin en la época en la que en Twitter eso era normal, y su pelea preferida de los medios es la de Samid vs Mauro Viale (¡hasta tiene una taza con el fotograma épico!). Menciono estos detalles para explicar este punto: sé todas esas cosas porque los escucho, no somos amigos, no los conozco, pero cada vez que los domingos pongo el capítulo semanal sé que están ahí.
Uno que se estrenó hace poquito y que no necesita mayor presentación pero cae en lo más intransferible de la voz: Me lo llevo a la tumba es un podcast de CON en el que escritores, periodistas, y artistas cuentan un secreto de sus vidas. La intro dice así, con una voz media fantasmal, medio en susurro: “¿Sabes guardar un secreto? Si se te escapa no digas que te lo dije yo. […] Quien revela un secreto nunca estará solo, toda una filosofía del secreto lo acompañará para siempre”.
Al final todo se trata de eso, tan simple a veces, tan difícil a veces, tan irreproducible la mayoría: la compañía.
Series y películas: historias alrededor del fuego de las pantallas
Por Micaela Fe Lucero, estudiante de la FCC y periodista del suplemento VOS, La Voz.
A veces, me parece que la cuarentena hubiera sido una eterna pantalla. A estas alturas, reniego de ella tanto como la necesito para mis tiempos de trabajo y de ocio, y mis dilemas alrededor de ellas se vuelven aún más intrincados.
Hace mucho tiempo que las pantallas nos reúnen como si de una suerte de fuego se tratase. Alrededor de ellas nos juntamos y compartimos historias en forma de películas o series. Y en marzo, cuando las puertas para salir a jugar se cerraron, nos volvimos aún más hacia su metafórico calor. Incluso para los amantes de la literatura, con las librerías en un primerísimo momento cerradas y sin delivery, opción que vino después. Ante un alza del libro digital que nunca llega, más que nunca necesitamos refugiarnos del mundo en las pantallas y sus historias.
Lo cierto es que los pesos pesados de la industria ponen en números lo que es obvio que sucedía. Netflix activó el “modo fiesta”, para poder ver series y películas con amigos pero cada uno en sus casas, al mismo tiempo que informaba en abril que de acuerdo a lo solicitado por el ENACOM, reduciría la definición en sus contenidos para evitar un colapso de la red. La empresa anunció que en todo el mundo, entre enero y marzo, se habían suscripto más de 15 millones de usuarios, un crecimiento inédito, según datos aportados por EFE.
Para las plataformas locales, en ese sentido la cuarentena también significó un aumento de usuarios. Según detallaba el Incaa a Télam en abril, la plataforma Cinear duplicó sus usuarios en marzo. Para Flow también se tradujo en un incremento de suscriptores. Grandes compañías como Universal o Disney renunciaron a esperar la apertura de las salas de cine y se conformaron con dar grandes estrenos vía plataformas.
Así, mientras miles de trabajadores de la industria audiovisual y la comunidad artística se enfrentaban a una de las situaciones más críticas en décadas (como todos, pero esa es sin duda una de las áreas más afectada) nuestro amor por las series y películas crecía exponencialmente.
Producciones que nos abstraen de un momento único y difícil. Que nos consuelan y nos abrazan. Que nos permitieron hablar de otras cosas distintas al coronavirus, que permitieron que hacer una recomendación fuera un abrazo a la distancia, que nos permitieron seguir escribiendo.
Y sobre todo, y con suerte, pensando y repensando. Pensando qué queremos de una industria en crisis (que no es la de las plataformas, como está claro), pensando qué consumimos.
Lejos de hacer recomendaciones entre una oferta infinita de series y películas, me enfoco a algunas actitudes posibles a modo de manual de autoayuda para seguir reunidos alrededor del fuego de las pantallas en pandemia:
- Abandonar la presión y la culpa de ver ciertas cosas “malas” o de baja calidad. ¿Para qué exigirnos más en un momento difícil?
- La contraria. Refinar el consumo, descubrir, aprender, tomarnos el tiempo para esas cosas que siempre faltan ver, para ver varias veces algo desafiante.
- Reveer. Rewatch. Volver a lo que nos hizo felices y que ante una incansable oferta de contenidos nuevos nunca volvimos.
- Descubrir nuevas plataformas. No todo es Netflix, ni siquiera HBO o Amazon. Cinear, Mubi, Vimeo, Flow, Teilú (adaptada para ciegos y sordos).
- Animarse a probar nuevos géneros. Y aquí si hago una recomendación: redescubrir el animé. Netflix la pone fácil al haber sumado gran parte del catálogo de Studio Ghibli a sus filas a principio de año o con producciones propias de buena calidad como Castlevania, o ya clásicos del género como Fullmetal Alchemist Brotherhood.