Por María Paulinelli *

El jardín, ese lugar donde la tierra genera vida, donde se suceden las estaciones, donde se recorren caminos y se reconocen huellas. Un lugar hermano del silencio. Y la palabra.

A través de múltiples lecturas, se abren cientos de senderos que recorren jardines de la memoria y de la literatura. Propios y extraños. Paisajes interiores, acaso. Rocío poético sutil, que une los brotes de Pascal Quignard con los Byung Chul Han. La luz de las hojas de Javier Folco con la santolina de Derek Jarman. El jardín y la posibilidad de volver a brotar, tras el largo invierno de la pandemia. Profundos caminos interiores.

Los jardines… el jardín

Unos pocos poemas… una historia de  amor  en un jardín hecho sonidos… un libro de memorias de los días últimos de una vida… un texto que deambula entre otros muchos textos, para convertirse en relato, loa,  canto.  Un recorrido tenue –en fin- con aroma de flores, con tersura de plantas, con presencias  humanas.

Mary Oliver, Louise Gluck, Javier Folco, Pascal Quignard, Derek Jarman,  Byung Chul Han  son  quienes hablan y sueñan… quienes aventuran miradas en el jardín que tuvieron o que, quizás, imaginaron. También, mis amigos –Sonia, Gustavo, Rubén y Andrea–  muestran, representan y posibilitan mirar un mundo –solo de ellos– desde un  jardín.  Un jardín en la singularidad de lo propio de cada sujeto, pero desde la versatilidad de los discursos que lo dicen.   

Una espera

Aún es invierno. Se percibe la quietud de las cosas concluidas, aunque fugazmente, presiento que la vida recomienza en el lugar que busco: ese espacio de tierra supuestamente yerma, de colores desvaídos, de esperanzas enterradas. Y entonces, siento el jardín  como espacio de todo lo posible. Inconmensurable, quizás nimio. … pero siempre un  jardín en muda espera… como nosotros, en este triste tiempo.                                         

Hola! Una vez más. Miro el mundo,  he repetido ya otras veces, en estos textos que escribimos y leemos entre todos.  Miro el mundo para sentir que aún estoy viva en las palabras que pronuncio. Miro el mundo para entender mi existencia condicionada a los ritmos de la vida. Miro el mundo mientras me pregunto si aún es posible que esperemos. Miro el mundo mientras busco ese espacio viejo y nuevo al mismo a tiempo. Miro el mundo y no me alcanzan las respuestas. Miro el mundo y acá estoy… solo mirando.  Desecho las interpretaciones, las visiones que tratan de explicar algo. No me importan. Me desnudo de racionalidades. Soy solo un atado de emociones, sentimientos, sorpresas, y hasta miedos. Me dejo estar… solo miro.  En ese estado emergen espacios diferentes. Espacios que mutan indefinidamente y que están siendo desde el principio de los tiempos. Espacios irreductibles al accionar de los humanos, porque son parte del mundo de la naturaleza… y están siendo. Con nosotros. Sin nosotros. 

¿Cómo no reconocer, entonces, la identidad del jardín como espacio cotidiano de existencia?  

¿Cómo no visualizar el sentido último de la relación del hombre con el cosmos en esa pequeña partícula que implica el jardín como lugar único, desgajado de toda inventiva tecnológica?

Siempre hubo un jardín en las palabras que hablan del hombre y de sus sueños. Siempre hubo un jardín que supo consolar de la angustia del vacío y de la nada.

La naturaleza de los fragmentos

Hoy, los jardines están como estuvieron siempre, a la espera de los ciclos. Ahora, en el invierno mantienen intacta la vida, que rumia escondida en las raíces que sueñan con la luz y el sol de primavera.    Y entonces, recorro algunos textos que nombran los jardines… Desde las epifanías que dicen los poemas… Desde la experiencia cotidiana de vivir un jardín como atajo para la muerte y el vacío… Desde la conversión de lo posible en un espacio diferente… Desde la loa que surge espontánea, vibrante, contundente para hablar de la tierra y sus espacios en la clara memoria de los tiempos.

Solo fragmentos de poemas… Solo belleza hecha palabras

Leer es casi un privilegio de elegidos. Elegidos que se acercan a los dioses cuando se trata de poesía. Y yo, leo poemas. Lo hago en voz alta para sentir la plenitud de los sonidos… Leo también, para sentirme un poco  menos precaria. Menos triste. Es así que, en estos días, me envuelve el jardín como ese espacio donde regresan, una y otra vez, a juntarse las palabras.  

Mary Oliver en El trabajo del sueño, muestra el jardín con la minuciosidad de una observación apasionada. Un momento, un espacio en la Naturaleza pura que adquiere el valor de lo sagrado en esa identificación de bosque / templo, de acciones comunes / ritos, ceremonias.  La Naturaleza resulta, en esa dualidad escindida, otra forma de verdad: radiante, transparente, cargada de la presencia de la vida… y por eso mismo, intuida con todos los colores, con todos los sonidos, con todas las sustancias. Un escenario, así, como horizonte mítico pero también como la materia cercana, tangible, asible, posible de sentir desde la humana condición. Dice, entonces, en esa síntesis de dualidades: Mirarse y ser parte/ mirarse y sentirse afuera. Define así, esa ambigüedad de los hombres, entre la armonía de ser parte del Universo natural y el abismo de no pertenecer. El desgarramiento en saber de nuestra precariedad y en intuir la eternidad en el accionar de la poética como posibilidad.  Todo lo que necesitas son dos o tres cosas/ para atravesar el lago azul/ la espesura de los bosques/ y la rigidez de las flores del relámpago/ una intensa memoria del placer/ un agudo conocimiento del dolor. Instancias permanentes… derroteros posibles en una realidad de dualidades…similar a nosotros: mitad dioses, mitad seres precarios.

Sentidos de vida

Louise Gluck en Nostos habla del jardín como el espacio vital que restituye el sentido de la vida. Toda su poética gira alrededor de ese lugar donde es posible: “La sustitución de lo inmutable por lo que cambia, por lo que evoluciona”. Por eso reconoce el jardín en cada elemento material que lo compone: en cada flor, en cada planta, en cada árbol, en cada murmullo parpadeante de las hojas, en cada brillo del sol y en cada oscuridad de la sombra que lo oculta.  Resulta, entonces –en la similitud con la metáfora de ese espacio que restituye el sentido de la existencia- la suma de todos los instantes de una vida pero, en la particularidad de cada uno de ellos… Uno y todos. Todos y ninguno. De ahí, la inmediatez/ mediatez de la palabra, oscilante entre lo vivido y lo imaginado, entre lo acontecido y lo posible de recordar/ olvidar. Los campos. El olor a pasto crecido, recién cortado / Lo que se espera de un poeta lírico.  Concomitancias. Diferencias. Todo el mundo. El jardín como memoria, como la vida que se desplaza en el tiempo que vivimos y nos hace ser parte de este mundo y de su historia. / Miramos el mundo / una sola vez en la infancia / El resto es memoria. 

Javier Folco en El jardinero del tiempo metaforiza el jardinero como guardián del tiempo y, quizás, también de la vida. Un guardián que es también, un inventor, un creador de un universo que resulta de ese tiempo inmemorial, restallante, indestructible. Ese universo que, –sin embargo- necesita de un acuerdo, de un deslizarse, quizás un desnudarse, para poder conocer su existencia verdadera. Por eso, las palabras con que inicia el breve texto: “Si te tirás al sol y dejás que su luz brille para adentro, vas a ver que tu corazón se abre y se cierra como una flor”.

Pareciera que esa es la única manera de saber cómo el tiempo escondido en las flores y en la intimidad de cada hombre, también se esconde en los infinitos modos de vivir  que se acompasan con los instrumentos que pretenden medirlo, organizarlo… y así, en cierta manera, destruirlo en la fatal inmediatez. Por eso, cierta incomodidad del tiempo en su misterio de permanecer y no acabarse, de estar en todo lo que existe, de mostrarse  en la minucia de esa imagen: “Así con pasitos que duran un segundo, el jardinero camina en medio de las malezas del jardín dando a cada color su mejor luz”. Ese jardinero que guarda el sentido de la vida, en esa continuidad de no terminar ni detenerse nunca… “porque la vida no termina (aunque a veces, te haga creer que se frena para siempre) y tu corazón es una flor que bombea segundos donde cabe la eternidad de las horas”. Un jardinero que da a cada color su mejor luz, en esa metaforización de la vida posible de cada hombre, en la singularidad de cada existencia, en ese discurrir en el tiempo y su misterio que es vivir. Ese es el significado del jardinero y su jardín: custodiar el misterio de la vida en el cuidado del tiempo… donde todos somos hoy y siempre.

Una historia de amor en un jardín hecho sonidos

Pascal Quignard en En ese jardín que amábamos.

Del frío, la soledad y la tristeza del invierno, Quignard, busca evadirse mientras escucha las notas misteriosas de todos los sonidos posibles de este mundo… y en ese intento es que escribe “la historia de un viejo músico apasionado por la música espontánea de la Naturaleza, indiferente a los hombres”…  y en esa historia, también escribe la memoria  del viejo músico y su amada  desaparecida que vuelve una y otra vez en el recuerdo… Ambas historias en el espacio del jardín que compartieron y que hoy, él habita y contempla… que se diluye en ese tiempo pasado, irrenunciable.

Escribe entonces, no la forma de un ensayo, de un relato, sino una serie de escenas con cierta autonomía, de acciones mínimas, de monólogos y diálogos escuetos. Escenas donde la significación de las palabras es el nexo que sutilmente, arma ambas historias. Por eso explica: “Yo imaginaba –en el fondo de mi refugio invernal- un escenario muy oscuro, simplemente dividido en dos por una diagonal de luz”. Poética de una imagen que simboliza los tiempos de la vida en ese presente mezclado con pasado, la persistencia de la memoria aún sobre la muerte, la  coincidencia de la historia  con la voz del escritor que está viviendo, la identificación entre el hombre Quignard inmerso en un   invierno y el viejo músico con su soledad hecha memoria. Una imagen que es la imagen del jardín que posibilita estas simbolizaciones, estas dualidades, esta poética de un espacio único, excepcional… para la vida que se vive y aún más… la vida que es posible. Poética del jardín como un espacio único y a la vez, configurador de las palabras: “Esta diagonal de luz era como un largo ventanal de vidrio que generaba un efecto de espejo… De ese modo un gran jardín se reflejaba como un espejismo sobre el vidrio”.

Y ahí la poesía… el espesor de las palabras haciéndose sonidos… La memoria expresada en breves, restallantes epifanías del relato: el que se vive y el que se escribe. Así, el jardín adquiere la densidad de lo sucedido y lo posible, la permanencia de un sentido de la vida, el encuentro con la felicidad que aún es posible aunque sea solo en los recuerdos. Por eso, es que el viejo músico prorrumpe en su monólogo: “No me siento infeliz en el fondo de mi tristeza. Incluso, por decirlo así, me siento encantado en ese jardín que amábamos. En este jardín que amamos y en el canto que permanece, soy feliz”. Pero va más allá. “Incluso, soy realmente feliz en el jardín que ella amaba, porque cuando estoy en su jardín, me siento como contenido en ella. Estoy dentro de ella, viva. Vivo”.

Es por eso que las plantas del jardín se nombran, se describen con su presencia significativa. La hiedra –imposible de arrancar, similar al tiempo en su abrazo y permanencia-, la madreselva –en continuo crecimiento-, la glicina -que envuelve y abraza- todo configurando “abrazo, y lazo, entrevero, nudo, maraña, caricias”. Los pájaros, los sonidos, los ruidos, los protagonistas… que concluyen finalmente, en la representación de dichas presencias: quien escribe, quien vivió y vive todavía, y ella, la amada convertida en presencia luminosa del arco iris. “Ambos tocamos una música silenciosa mientras oscurece despacio. Vemos el arco iris que persiste en el cielo, en el fondo del jardín”.

Ya hemos hablado de Pascal Quignard y sus textos. De la profundidad de sus palabras. De cierta suntuosidad de una prosa que encandila. De la aventura que significa seguirlo en sus fragmentos.

En estos, nuestros tiempos, significa un atajo contra la soledad, la imposibilidad y la tristeza… En ese jardín que amábamos, nos asegura la persistencia de la vida, en las historias que se unen para hablar del jardín como ese lugar donde la vida sigue… a pesar del invierno y de la muerte.

Un libro de memorias de los últimos días de una vida…  y el  jardín

Derek Jarman en Naturaleza Moderna.

Escrito como un diario de memorias, el texto referencia los días desde enero de 1989 a setiembre de 1990, pocos años antes de su muerte en 1994. La significación del diario como registro, adquiere particular significación en ese mirar la vida  que se deja inexorablemente. También, el texto habla de la construcción de un jardín en el cottage de Durgenness al Sur de Londres.  Una costa ventosa y hostil, con una planta nuclear al fondo que recuerda el carácter moderno del espacio terrestre en ese sitio. Una construcción que metaforiza el deseo de conminar la desaparición y la muerte mediante la inserción en los ciclos de la naturaleza y de la vida. Así dice: “Mi jardín es un memorial, cada cantero, cada reloj de sol es en verdad un mundo de amor, poblado de la lavanda, flores de papel y santolina” (Planta esta última que resiste el veneno, la putrefacción, las mordeduras venenosas, así como la lavanda permite atisbar los fantasmas y los muertos, acota Jarman.)  Un jardín que pretende mantener la vida y continuarla… En esos días, también hace cine- Blue- con esas imágenes de color azul profundo que es su máxima experiencia… Y mientras construye el jardín, mientras hace imágenes –como nunca lo había logrado, sin relato, solo imágenes- deambula en las palabras de su propia memoria que se ensancha en este presente  hecho de piedras, en ese camino hacia la nada que es su propia vida. Dualidad de ser artista en la creación de imágenes y palabras en experiencias límites, de ser un jardinero como retorno a lo primigenio, a lo posible, a la cierta continuidad que tienen los seres que están vivos y no están contaminados. Por eso el sentido de las plantas que siembra, coloca, distribuye en su jardín -como lo dice-.

Una dualidad que adquiere la misma potencialidad de afirmación o de esperanza en ambas cosas. Blue como una nueva forma de belleza, extraña, única.  El cottage como ese desierto, con un micro clima de extremos de sequías, de vientos, de sal de mar, que se transforma. Jarman es el jardinero que logra vencer la nada de las piedras. Ambos –el jardín y el arte- como la metáfora de lo que es posible hacer a pesar del VIH, de la homosexualidad escarnecida y maltratada, de vivir en una sociedad ingrávida como las piedras. Jarman responde a todo esto, con el cine. También, con un jardín.

La Naturaleza es todo el texto, en esa dualidad que mencionábamos. Como una reafirmación de esta presencia, Jarman coloca dos glosarios: botánico y zoológico. Pero esa naturaleza, está determinada por el adjetivo: moderna. Una modernidad en ese jardín donde se cruzan las posibilidades e imposibilidades que devienen de los ciclos de la vida…  con el fondo de la presencia humana destructora metaforizada en la planta nuclear… con la existencia del virus que condena a la enfermedad, a la marginalidad y a la muerte.  Una dualidad en el goce y el trabajo con la plenitud de afirmación de la vida pero también con las carencias de su cuerpo. Por eso, la capacidad de transformación por amor al jardín como un espacio de vida posible de construir. Por eso, también, los vínculos con la precariedad, la enfermedad y la muerte.  Apuesta al futuro desde la remisión al pasado en su amor por los jardines en su infancia. Apuesta asimismo a un presente que podría -potencialmente- construir algo distinto, diferente. Su vida es la metáfora del jardín que construye, esperanzado para un reconocimiento de él y sus iguales: esos otros, escindidos, marginados, sin presencias. Otros, como él. También, modernos. Quizás el jardín contendría una especie de artilugio donde vivir fuera posible para todos… porque podría haber un cambio, una transformación. Así dice: “Nuestro tiempo es una sombra fugaz/ y se propagará como el fuego en el rastrojo” Por eso la memoria que busca la totalidad de la experiencia y que recupera la infancia, la juventud, la enfermedad, la homosexualidad. Las imágenes del cine. Las palabras. Los amigos. Las propuestas para un mundo mejor que sea de todos. La cultura de las últimas décadas del siglo… Y también, recupera las plantas, los aromas, los sabores, las flores, los murmullos… en una especie de metaforización de lo distinto como necesario, más aún, casi imprescindible. Es por eso, que en ese jardín, “cada flor, tiene su propio ritmo Los lirios púrpuras aún no han florecido como si hubieran buscado refugio dentro de sí mismos y se la pasaran contando los días que faltan para el verano”.

Y entonces, es que habla él, por esos otros modernos, por esos otros sin mañana. Enuncia la voz que desde entonces, no ha parado de escucharse: “Nada nos había preparado a ninguno de nosotros para estos días terribles. El sol se salió de curso, el tiempo se desbandó. Nuestros años felices, fueron descarriados por un puñetazo de los dioses. HB dijo que aquel había sido nuestro castigo por atrevernos a mirarlos de frente. Pero ahora, en esta tarde de domingo, tras regar el jardín con lágrimas en los ojos, percibo un camino de retorno”.

Hermoso y conmocionante texto.

No tengo las palabras que necesitaría para decir lo que he sentido, lo que he pensado en estos días, también, de precariedades, de imprevistos. Lo leí con el furor de la vida en el verano. Lo recupero, ahora, en la lasitud de este invierno que se escapa. Sigo compartiendo la terrible tristeza de sentir como la naturaleza, nuestra naturaleza moderna, nos condena a la precariedad, a la desaparición, a la nada… porque nuestra razón es endeble y no logra salvarnos de la angustia de saber que somos humanos, simplemente…  Pero digo también, que se me ablanda la tristeza, cuando pienso que podemos tener un jardín como el de Jarman… que nos consuele de esas desolaciones que tenemos, que nos hacen. 

De la celebración de la Tierra al reconocimiento del jardín como espacio de vida y alegría

Byung-Chul Han.  Loa a la tierra Viaje al jardín

Los títulos direccionalizan la lectura. Un canto de entusiasmo a la tierra, a la naturaleza, a esa consistencia natural que tenemos como hombres.  También, un viaje al jardín como significante y a su vez, como espacio de vida, de goce y de trabajo. Ambos temas, se entrecruzan, se alimentan, se potencian. La multiplicidad parece ser el rasgo distintivo del texto. Multiplicidad de discursos: al discurso lingüístico, se incorpora el discurso visual en las láminas que completan, ilustran, interpelan. Multiplicidad de voces que irrumpen, se desplazan, se transforman y conversan con la voz del autor protagonista. Fragmentos de Barthes, Max Sheller, Heidegger, Goethe, Novalis, Rilke y tantos otros… que dibujan, esbozan, interpelan, responden sobre el sentido de la existencia humana… sobre el jardín como un espacio singular.

También, multiplicidad en la variedad de los recursos de escritura. Una suma de fragmentos que no solo condensa voces diferentes, sino la experimentación con las diversas posibilidades del ensayo. El discurrir poético se entremezcla con la lógica de las aseveraciones. La información de datos se amplía con la presencia subjetiva de quien se expresa, goza, exclama. Pero también, la experiencia personal en la creación y mantenimiento del jardín, se trasvasa en la escritura del diario personal.                    

Un transparente ordenamiento del texto permite seguir esas dos líneas de lectura que plantean los títulos.

El epígrafe, tomado del libro de Job, afirma la posibilidad de conocer el mundo en la vinculación con las creaturas que lo habitan: bestias, aves, reptiles, peces. Un conocimiento, que a su vez,  deviene de la existencia de un Creador. “¿Quién no ve en todo esto/ que es la mano de Dios quien lo hace?”  Un epígrafe que revela la importancia de un conocimiento resultante con la conexión con el mundo natural que es el reflejo de su creador. El prólogo le posibilita explicar el sentido de la experiencia de tener un jardín.  La nominación del espacio como jardín secreto, sumado a la anterior nominación de jardín de ensueño, se mixturan para explicar la coincidencia de ambas: “…en él, sueño con la tierra venidera”.  La significación de las tareas en el jardín se explica a partir de sus propias consideraciones filosóficas: “El trabajo de jardinería ha sido para mí una meditación silenciosa, un demorarme en el silencio. Ese trabajo hacía que el tiempo se detuviera y se volviera fragante”. La propia concepción de Han sobre el tiempo como aroma, se enuncia así en la estadía en el jardín.  Tiempo fragante.

“Cuando más trabajaba en el jardín, más respeto sentía hacia la tierra y su embriagadora belleza. Desde entonces, tengo la convicción de que la tierra es una creación divina.”  Remite así al epígrafe, y vincula los dos ejes de lectura señalados en el título. Se percibe, así, una armoniosa organización del texto que profundiza el sentido último de canto, loa, alabanza agradecida.  Los distintos fragmentos desarrollan esas líneas de significación. Aluden –mediante la remisión a otras voces- al sentido del jardín. Inciden en la decisión personal de trabajar “en un jardín  que florezca permanentemente de enero a diciembre”. Un lugar que no solo es de trabajo, sino que es un lugar donde se vive. “En el jardín vivo mucho más intensamente las estaciones”…. “El jardín se ha convertido en un lugar del amor”…

Y nuevamente el sentido del tiempo. “El tiempo del jardín es un tiempo de lo distinto. El jardín tiene su propio tiempo sobre el que yo no puedo disponer“. “Cada planta tiene su tiempo específico. En el jardín se encuentran muchos tiempos específicos”… y así se mezclan las voces que hablan de un retorno a la tierra en ese sentido del jardín como espacio. Voces que hablan de la romantización del mundo: “El jardín invernal es un jardín romántico. Es que el florido jardín invernal conserva la apariencia romántica de lo infinito”.    

Podría seguir transcribiendo fragmentos de honda transparencia, donde el discurrir poético se mezcla con la lógica del pensamiento filosófico. Su voz con otras voces.

Los animo a la lectura.

Describe cada protagonista de su jardín, les da esa carnadura singular que había avisado que tenían. Los azafranes, las hostas, los cerezos en flor, los acónitos de invierno, la forsitia blanca, las anémonas, las camelias…. Las ilustraciones completan esas descripciones. La mirada poética las hace inolvidables.

Y entonces, el mundo es todo armonía en la transparencia de su voz, que musita en el Diario, las comunes vicisitudes, los ciclos vitales. Más de dos años quedan enraizados en un transcurrir de días y de meses  donde el pensamiento llega y se hace aroma en el tiempo.

 “Me gustan mucho las flores que aman la sombra. Byung-Chul significa luz clara. Pero sin sombra la luz ya no es luz. Sin luz no es sombra. Luz y sombra van juntas. La sombra da forma a la luz. Las sombras son sus hermosos contornos”.

“Pensar es agradecer. La filosofía no es otra cosa que amor a lo bello y bueno. El jardín es el bien más bello. La belleza suprema. To kalon”. “Es hermoso deambular por el jardín al amanecer y contemplar las plantas. Su sublimidad me llena siempre de asombro”. “Hoy tenemos mucho que decir, mucho que comunicar, porque somos alguien. Hemos perdido el hábito tanto del silencio como de callarnos. Mi jardín es un lugar del silencio. En el jardín yo creo silencio. Estoy a la escucha, como Hiperión”. “He llegado a la conclusión de que hoy no nos hemos vuelto más felices, Cada vez, nos alejamos más de la tierra que podría ser fuente de dicha”. Finalmente, exclama: “La tierra es bella, incluso mágica. Deberíamos respetarla, tratarla con esmero, e incluso alabarla, en lugar de explotarla tan brutalmente. Lo bello nos obliga al respeto y al esmero. Lo he aprendido y experimentado”.

Les dejo el silencio. No quiero entorpecer la transparencia de este texto maravilloso. Solo el silencio nos permitirá mirarnos, desnudarnos de tanta preocupación vana, de tanta tristeza absurda, de tanta soledad inexplicable.

Versatilidad de estructuras narrativas. Singularidad de mundos. Todo desde un jardín que sigue estando.                                                                                               

La lasitud del invierno se está yendo. Vemos que el mundo se transforma. Se llena de colores, de formas imprevistas, de olores, de ráfagas inexplicables… El jardín se convierte en el espacio que contiene y es todo un mundo al mismo tiempo… Entonces, las palabras remedan la maravilla de ser uno y todo. Al mismo tiempo. 

Es primavera, me digo. De nuevo se produce la increíble impertinencia de la vida que regresa. Voy en busca de las voces que la cuentan, que la muestran, que la dicen. Tengo amigos que aman los jardines…. que comparten la secreta alegría de haber vivido alguno. Se me ocurrió compartir con Ustedes, la magia de sus textos. La cercanía de sus voces.

Un fragmento poético sobre el Jardín de las delicias

Andrea Guiu en la búsqueda de nuevas formas expresivas, profundiza la singularidad de los recursos. Apela a la carencia de palabras para crear la maravilla de un instante, de una imagen, de una escena. La mañana apenas entrevista, las ramas, un nido, las gotas de agua que salpican… bastan para recrear ese exiguo jardín de las delicias, con la sobriedad del ojo que depura. Nada más que un momento en la fragmentariedad de la poesía y la memoria.

La poesía en la subjetividad que se construye… desde la memoria que siempre está presente. Rubén Pensa, musita en un poema el significado del Edén que habita. Un lugar de serenidad, plenitud y armonía.  Ese Edén que se explica en la presencia de los jardines en su existencia. Me llevó un poco de la vida comprender: el jardín. Ese Edén tejido en los recuerdos de los jardines de su vida. Pequeños, mínimos, sagrados. Y entonces, la memoria es el espacio en donde devienen las historias. Uno en la planta de violetas que llevaba consigo… y que con sus flores regalábale el mundo de arco-iris a mi espíritu.   Otro, el Jardín de Clara, su madre. En tanta tierra salitrosa / cultivar un jardín era casi una utopía…. Allí el verde y las flores regalaban el transcurrir del tiempo./ Las lluvias, el viento o el sol excesivo/…era la medida exacta de la existencia. /Clara amaba y entretenía su jardín /enseñando a través de él a amar la vida. Pasaron los tiempos y el jardín cambió de sitio. Se resumió a un alineamiento de tarros/ sobre el alfeizar de la ventana del comedor/ y al reflejo del baldío en el vidrio cuando la abría /y se sentaba al frente… como a mirar lejos…. /Pero era tan lleno de vida y amor / como aquel del salar.

El jardín poéticamente significado como el transcurrir de la vida… en la presencia de la planta de violetas, en la rememoración de los jardines de su madre. 

Una prosa poética en fragmentos

Sonia Lizarriturri, escribe Azafrán, en brevísimos fragmentos discursivos que dicen, narran e interpelan. Logra así, hacernos formar parte de un sutil relato de memoria en la significación de la existencia. El azafrán es la metáfora de la vida en oposición con la muerte, la desaparición y la ausencia. Condensa en sí, esa capacidad de las plantas y  las flores que con sus  olores, sabores y colores  posibilitan los jardines. Esos jardines que establecen relaciones entre los ciclos naturales y nosotros. Remiten –dice Sonia- a la variedad de sentimientos y existencias que tenemos los humanos. 

El texto, es también un texto de memoria. La memoria de la Tía María y su jardín. Esa mujer hecha de trabajo silencioso pero llena de la magia que sus manos creaban diariamente en las tareas del hogar. Una imagen que se percibe con más fuerza   en el patio: jardín y huerta al mismo tiempo. Imposible describir ese patio con justeza. La memoria dibuja y desdibuja colores, aromas, sensaciones. Nombra, entonces, árboles y plantas. Hilvana las imágenes posibles: …y al fondo, al final del patio, contra la tapia lindera con el vecino, el orgullo de la casa: las plantas de azafrán florecidas en rojo, ocre, amarillo y su perfume confundido con los azahares y el vaho de la tierra húmeda. Continuidad de la memoria. El azafrán hecho presencia. También, el texto es despedida… una nueva memoria que aparece. Es la ausencia que comienza con la muerte pero puede convertirse en permanencia. Una ausencia que se hace presencia en los aromas, sabores, en las plantas y en las flores, en la obstinada presencia de la vida que tienen los ciclos naturales. Una interpelación, palabras para la amiga que se ha ido… o mejor, partió de viaje.” Pato de mi corazón, hoy me vas a escuchar desde la estrella en la que estás descansando… y me vas a escuchar porque en este nuevo mundo que empezaste a habitar, siempre estará tu luz, siempre estarán tus aromas, siempre estarán tus animales y sobre todo tus amadas plantas y ese contacto maravilloso para sentir que acá o allá, vale la pena guiarse por el mundo de los aromas, de las especies, de las cosas que nos alimentan más allá de lo cotidiano”.

La supremacía de la vida aún sobre la muerte. La presencia permanente en esas cosas simples que significan los jardines con las plantas, las flores, los sentidos que nos hacen sentir vivos a pesar de las ausencias.  El azafrán como metáfora que condensa esta presencia. Continuidad de los afectos y también, de la memoria.

Los difusos espacios de la poesía y el relato

Gustavo Gros escribe cuentos, novelas, poemas, crítica de cine. Quizás más que escribir, creo que hace poesía con palabras. Huella es eso. El relato de una vida pero desde la sustancia poética que tienen las palabras. Por eso es un remolino de acontecimientos, un sucederse de hechos, supeditados a un momento que es la huella. Tiempo y espacio. Momentos conducentes a un solo lugar: la huella.  El relato se ordena, así,  en la sucesión empedernida de unos  antes que se reiteran como  una letanía…  enhebrando en el ritmo vertiginoso de la prosa,  la historia de alguien sin rostro y sin nombre alguno.  Un alguien que alguna vez, fue niño y vio secretamente como una niña bailarina pisaba en puntas de pie una pequeña parcela de tierra en el jardín para practicar hasta la perfección un salto con giro… Ese mismo niño que esperó a que la niña bailarina se fuera y buscó la huella donde esa punta de pie había hecho pivote para el salto y plantó una de las semillas de geranio que guardaba en los tarros vacíos de café… y la tapó y abonó el lugar y lo regó día y noche hasta que los brotes comenzaron a calar la tierra en busca de sol, de lluvia, de viento, de otros brotes que él fue plantando alrededor de esa huella… Maravilla del jardín que se empecina desde esa huella solitaria de manera anárquica, desproporcionada, abstracta en colores, jazmines, flores federales, violetas, rosales, verbenas talillas…. y  otra docena de flores y plantas que  crecían alrededor de aquella huella de bailarina y  copaban el patio hasta volverlo un lugar casi impenetrable… Pero suyo. Solo suyo y de aquellas plantas, de aquellos aromas, de aquellos insectos, de aquellos pájaros, de aquellas abejas y de los colores con que el sol se mezclaba entre todos esos pétalos y sus sombras por la mañana, por la tarde, por la noche (aunque escondido en luz de luna) y experimentaba una felicidad inaudita, santa, pura, paralizante…

Por eso es que luego de tantos antes, de vivir tantos extremos, de recorrer tantos espacios con sus tiempos, comprende que la vida no es más que una vieja y sutil huella. Se pregunta, entonces, si será una huella de belleza… o solo será una huella hecha de tiempo y de espacio confundidos. Pero de lo que sí está seguro es que la vida es un espacio tiempo  donde no hay que pensar dos veces, y hay que plantarle jardines anárquicos que den tregua a los sentidos confundiéndolos, marcando un antes y después para muchos ahora, tan fugaces como el salto de una niña bailarina…

El jardín, entonces, como la metáfora del principio de una vida. Una vida hecha de ahoras –momentos indelebles- pero enraizados en aquel espacio único –la huella de la niña bailarina- orientado desde y hacia la singularidad de la belleza.
La huella hecha jardín… y solo suyo.

Los jardines. El jardín. En días llenos de ruido temeroso, de incertidumbre vital, de desgaste total de las palabras, quería conversar con Ustedes, sobre estos textos que los nombran, los crean, los imaginan y los piensan.  

¡Hasta otro encuentro y otros textos! 

Textos                                                                                                                                   

Folco, Javier. 2018 El jardinero del tiempo de la colección Refugio Minuzio de la Librería Portaculturas.   Córdoba.
Gluck, Louise. 1993 Nostos. En Poesía Número 8. Medellín.
Han, Byung-Chul . 2019 Loa a la tierra. Un viaje al jardín. Editorial Herder. Buenos Aires.
Jarman, Derek 2019  Naturaleza Moderna Editorial Caja Negra Buenos Aires Olivier, Mary 2021 El trabajo del sueño. Editorial CABA Caleta Olivia.
Quignard, Pascal 2021 En ese jardín que amábamos. Editorial El cuenco de plata. Buenos Aires.                                 

Posdata

Acá, vuelvo nuevamente. Ha sido corta la despedida con su ausencia. Solo quiero contarles que está entre nosotros,  finalmente, el último libro de Alessandro Baricco: Lo que estábamos buscando.  El texto completa lo que hemos conversado últimamente sobre el mundo y las miradas. Además,  especialmente,  cierra el círculo que Baricco  abrió con Next y continuó con Los bárbaros y The Game.

Ahora, mira el mundo desde la pandemia como una construcción mítica de este, nuestro tiempo. Ese mundo digitalizado finalmente, emerge con sus angustias y sus dudas, con sus imposibilidades y obsolencias, con los rezagos de un pasado que no vuelve, con las interpelaciones sin respuestas de un presente diferente. Es el resultado  de un proceso de mutación y consolidación de las transformaciones. .. pero es también, el reconocimiento de una nueva manera de estar en el mundo desde esos treinta y tres fragmentos que iluminan mientras explican  “lo que estábamos buscando”.

Breve. Brevísimo. Inquietante. Increíble.

Lo leo y siento que seguimos siendo humanos… personas con palabras.

Baricco, Alessandro: 2021 Lo que estábamos buscando. 33 fragmentos Cuadernos Anagrama. Buenos Aires.

Ahora sí… ¡Hasta pronto!   

Foto principal: www.laangosturadigital.com.ar

 * Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.