Por María Paulinelli *

Ante una realidad de abandono del Estado y desesperanza electoral, la luminosidad de lo posible encandila los relatos. Los hace necesarios. Nos hace pensar sobre nosotros. Los pibes suicidas, de Fabio Martínez, y El humo y la ceniza, de Emanuel Rosso.

¡Hola!

Creo que nunca, como hoy, querría hablar con Ustedes, cara a cara.  Mirarnos y mirarnos. Tratar de entendernos, no solo con los significados que tienen las palabras, sino también, con esa consistencia que dan los gestos, las miradas, las entonaciones cuando hablamos…

Esa parca consistencia de saber que aún queremos nuevos días venturosos… que aún creemos que los otros aún esperan ser reconocidos como otros… como esos ellos que forman parte del nosotros, y no en el discurso vacío que insistente los nombra y los apela. 

Consistencia que provoque una sociedad de iguales donde  ese Preámbulo de la Constitución que nos dio vida como pueblo, ratifique la premisa de la democracia: se come, se educa y se cura.  Eso… para todos.

Consistencia que acabe con esa ausencia de futuro en los niños desahuciados… sin alimentos, sin sueños, sin cobijo y ahora con el temor ancestral de morir cuando van hacia la escuela, cuando caminan de la mano de sus padres.

Consistencia que niegue el desabrigo, la intemperie frente a un Estado que está ausente, tan ausente que en las elecciones no pensamos en proyectos sino en negar la participación con otra ausencia –que es la resultante de aquella, la primera– con la eliminación de las propuestas, con la elección indiscriminada de cualquiera como forma de resolver los problemas que tenemos, con el total desmedro de la posibilidad que significa.

Consistencia que vuelva al pasado como posibilidad de recuperar lo bueno que tuvimos, pero no como un mandato que paralice todo cambio, todo destello que indique que, aún,  estamos en camino.

Consistencia que nos haga vivir en estos días que son puro presente –sin avizorar una mínima salida–  pero que nos empuje a otros días más amables, más benignos.

Consistencia que nos permita la utilización de las palabras –no como baraúnda que entontece– sino como signo de la humanidad que nos construye, que nos hace ser personas en los ciclos de la vida, en la Historia de los siglos.

Consistencia que crea nuevamente en la educación como propuesta, que crea en el conocimiento como fundante de toda vida humana, que crea que desde la racionalidad pero también desde la imaginación y la alegría… los pueblos podemos construir un mañana diferente.

Por toda esa consistencia que necesitamos con urgencia, es que les escribo. Es que recupero la memoria de nosotros centrado en ese espacio que fue nuestro, que sigue siendo hoy y que debemos hacer que siga mañana. Un espacio de luz donde la sabiduría es el bien que nos identifica.  

Y entonces, ocurre que sentí –al leer los libros que ustedes escribieron– una urgencia que se acompasa a la urgencia de estos días.

Una urgencia que resulta una mirada que se detiene –en ese mundo posible que la muestra– y que se expande desde ayer, hasta este hoy que estamos compartiendo.

Esa mirada que se actualiza desde la imaginación que crea lo posible, y se desperdiga en tanto dolor amontonado, en tanta penumbra quejumbrosa que remite a otros sucesos factuales, no tan viejos,  que se repiten incesantes.

¿Me siguen, me acompañan?

Cada tiempo busca y crea distintas maneras de relatar, de mostrar lo que es el mundo. Hoy, en la difuminación de normas, en la desaparición de géneros,  en la hibridación de modalidades discursivas, es posible incursionar por incontables formas diferentes. Algunas pretenden referenciar lo real, hacerlo realidad de discurso que relata. Otras, construyen el mundo posible desde la imaginación, la fantasía. Aquellas, desde la interpelación y el compromiso. Estas, desde la metáfora que puede significar también una mirada. Todas  desde la capacidad de narrar que tenemos los humanos. Todas desde ese espíritu del tiempo que anima la escritura.

Por eso digo. La luminosidad de lo posible encandila los relatos. Los hace necesarios. Nos hace pensar sobre nosotros.

Fabio Martínez y Emanuel Rosso así lo entendieron y lo entienden. De ahí sus novelas.  Retazos de un mundo que es de todos. Prolijamente descripto. Ubicable en el interior del país nuestro. Cercano en el tiempo que vivimos. Resultan así,  interpelaciones sobre ese mundo real que compartimos. 

Fabio Gabriel Martínez y Los pibes suicidas

El texto tiene una estructura compleja. Una introducción, tres partes divididas en capítulos titulados y un Final también con capítulos. Señalo esa complejidad en la estructura, porque permite inferir ese sentido de obra abierta que supone la vinculación entre el comienzo y el cierre, entre un desenlace y otro  imaginable. Es que el título —Los pibes suicidas— puede remitir tanto a esa pandilla de amigos en el secundario —ahora veinteañeros— como a ese destino que puede resultar inmodificable para todos. A su vez, el epígrafe de la Primera Parte, señala: El mundo puede dividirse en dos grupos: los que pensaron en suicidarse y los que no. De ahí, la interpretación que cada lector puede atribuirle. De ahí, también, la esperanza o la desesperanza que significa cada mirada que resulta en la lectura.

Pero, me detengo más en la estructura. Ese inicio presenta a  Martín –la primera persona que enuncia– el Culón, La Gringa, El Porteño. Integraron en la adolescencia la pandilla que da título al libro. Así dice: Caminamos por el medio de la avenida. A lo lejos, aparecen dos puntos amarillos. Pronto se vuelven nítidos. Es un Ford Sierra a una velocidad descomunal. Nos hace cambio de luces, toca bocina, aturde. Bajamos la mirada y seguimos. El auto nos esquiva. Las gomas se queman en el asfalto. Una corriente de aire helado envuelve nuestros cuerpos. Son las cinco de la mañana de un lunes de invierno y desde el viernes nos estamos reventando la cabeza. No podemos parar. El fragmento no tiene desperdicio. Sintetiza una manera de ser de ese grupo humano.  Modalidad que se complejiza en el relato. 

Ese inicio también, adelanta la violencia que se expande en el desarrollo de la historia. Algo explota. / Silencio./ La sangre mancha el piso.  (Coloco la barra para indicar los puntos y aparte que le dan un ritmo particular a la lectura. Desde ahora, respeto ese recurso del autor de esa forma)

El Final muestra a esos protagonistas, seis meses después, una mañana. Arreglamos el horario, nos despedimos. / Salgo de la telefónica y empiezo a caminar, sin rumbo fijo. En medio han sucedido acontecimientos de todo tipo. Ellos –en la figura de Martín— deambulan. Sin rumbo fijo. Sin que pueda dilucidar cuál es el camino. Un final que puede tener otra lectura. ¿Se suicidan realmente? ¿Es tan solo un espejismo que los persigue permanentemente? Complejidad de las posibles interpretaciones.

En contraposición a esta ambigüedad del desenlace, el texto describe morosamente los lugares donde se desarrolla el relato. Tartagal, Yacuiba. Mosconi, la frontera con Bolivia. Una descripción que abarca la historia, las costumbres, modalidades de subsistencia, formas del habla coloquial etc, etc. Es decir una suerte de relevamiento que propone una compleja mirada sobre esa región. Esta precisión se acompaña con la remisión a acontecimientos como la privatización de YPF en la década de los noventa y los supuestos saqueos y hechos de violencia que se dan tras los cortes de ruta y la represión consiguiente. Es decir, que una referenciación a lugares y hechos sucedidos, propone un relato sobre la realidad de comienzos de siglo en el norte de Argentina. Insisto en esto porque implica la significación que damos finalmente al texto.

Seguimos. Las tres partes permiten el desarrollo de las distintas situaciones que avanzan desde lo individual a lo social, y justifican esa acertada descripción de los lugares donde se desarrollan los acontecimientos.

La Primera Parte profundiza la descripción inicial de los protagonistas. Carga de significación ese desamparo existencial que los agobia. Así conjuntamente con la narración de sus vidas cotidianas, se suma la profundización en ese desabrigo social en que se encuentran. Desabrigo que los lleva a incursionar en el suicidio. Un intento fallido en La Gringa. Así dice: Al final cuando cerró los ojos, una luz blanca se encendió de golpe e iluminó su interior. Sintió una paz infinita. Era como estar en una pileta una mañana de verano, flotar en el agua y sentir el sol. El sol suave en la cara…  Asimismo el suicidio de Pato, otro de los pibes. Un suicidio que es a su vez, un gesto de rebelión frente al orden existente. ¿Qué mierda pensó cuando se tiró de acá? Esa mañana Pato se agarró la pija por arriba del pantalón y le dijo a una compañera que se la chupara frente al cura. Lo echaron del colegio. Ya estaba harto. Para nosotros era un ídolo. Escuetamente, sin mayores datos, cuenta. Caminó hasta el puente y desde el mismo lugar donde ahora estoy, saltó. Su cuerpo chocó con la canalización del río. Lo velaron a cajón cerrado.

También, presenta las modalidades de circulación del contrabando de mercaderías. Modalidades que se completan con la transcripción del habla de los lugareños. Un habla que, también, carece de la autenticidad indispensable… de manera similar a la mercadería que circula, a las expectativas de un futuro. En Yacuiba son todos amigos, como en Tartagal: “amigo que va a llevar, venga amigo, compre baratito, amigo; dos pesitos más, amigo…

La Segunda parte se expande al ámbito social. Un epígrafe de Carlos Menem, ironiza sobre las transformaciones producidas por el Neoliberalismo. No sé si voy a sacar al país del problema económico. Pero seguro que voy a hacer un país más divertido.

De ahí, la inserción en el relato de la privatización de YPF y sus consecuencias. Magistralmente lo metaforiza. Arriba, perdido entre los árboles, las ramas, el barro, las víboras, los insectos, está el tanque de agua con partes oxidadas y una escalera partida a la mitad. En el frente, despintado, solo queda la letra del medio. La P de petrolíferos, la Y y la F desaparecieron. Abajo, como un pueblo fantasma, aún respira Vespucio. (…) En cada rincón de lo que alguna vez, fue un pueblo-campamento, y ahora solo es un barrio olvidado, perdido entre los cerros, se escuchan los sonidos de los renacuajos….  Reforzando esta anomia de desolación, narra ese accidente en el pueblo de Vespucio. Un accidente que permanece en la memoria colectiva por lo horroroso, por la muerte irrisoria de tantos.  …se le vendrán a la cabeza las vías del tren y ese aire frio que siente cada vez que pasa sobre ellas.

La Tercera Parte condensa la intemperie social de los protagonistas y de los habitantes de la zona. Un epígrafe lo sintetiza. Voy a subir al techo a ver, mirar el desastre, bajo la luz, de la luna gigante. Ese desastre que es la privatización de YPF ya anunciada. Ahora se narra desde el protagonismo de quienes lo vivieron. A principios de los noventa se privatizó YPF y más de tres mil personas quedaron sin trabajo. Entre ellos, mi viejo. Pocos volvieron al negocio del petróleo y muchos se fueron. Vespucio parecía un pueblo fantasma y el dinero de las desvinculaciones se escurrió entre idas y venidas a Salta y Yacuiba.

El Final, cierra el texto. Propone un cierre que cada lector elige, como les planteaba más arriba.

Y la Historia también cuenta y Fabio lo hace en su relato, cómo la gente se cansó de tanta espera indiferente, de esa eterna huelga de hambre y cortó las rutas. Desde entonces, los piqueteros, se establecieron en los caminos y nada volvió a ser como antes. Pero cuando se lanzó la propuesta de cortar la ruta no se habló más. La mayoría aceptó. La huelga de hambre se acabó. Los vecinos gritaron por trabajo y comida. De golpe varios autos, camiones se acercaron, y los que estaban esa tarde en la plaza, los que pedían para que el departamento San Martín fuera autónomo y no dependiera más de la Capital que se llevaba los recursos, los que tenían el rostro lleno de bronca corrieron hacia los autos, los camionetas y los camiones. Se ayudaron entre ellos. Levantaron a las señoras y los niños para que subieran a los acoplados y se fueron de la plaza cantando y vociferando consignas.

Una suerte de situación diferente a la anterior, donde no se resolvía ni se mejoraba nada. Los protagonistas, chapotean así, entre posibilidades que lentamente se transforman en espejismos, en fantasmagorías. Y la muerte, la desaparición, ese desabrigo, están siempre presentes. Tarde o temprano todos nos vamos a ir, igual que Hugo, el Pájaro, Pato, el Chueco. Hasta El Porteño se va a ir, dice.

Hasta que un día un gendarme mata a un piquetero. Sucede entonces, lo imprevisible. Lo increíble. Prendo la tele y pongo el canal local. Hay personas que corren por la banquina. Algunos tiran piedras y los gendarmes avanzan con escudos y cascos por el medio de la ruta. Entre los uniformados y los piqueteros se levanta humo negro. Las imágenes son difusas porque la nube de humo se hace más grande, En la parte inferior de la pantalla, con letras rojas, el medio titula. Disturbios en Mosconi. Un muerto. 

Me detengo en la lectura. Maravilla esa persistencia solo de imágenes en el relato que hace Fabio. Imágenes que desfilan insomnes en las palabras que las representan. La protesta social. La destrucción del pueblo. Los saqueos. La explosión anunciada que finalmente se produce. La inmensa tristeza. La protesta vencida. El dolor que no acaba. El Culón tenía razón. Esta ciudad iba a arder. / Cierro los ojos y apoyo la espalda en los escalones. Al rato vuelvo a abrirlos y es la misma imagen, no hace falta repetirlo. / Me levanto y camino. Solamente camina. Es como si resultara imposible hacer otra cosa.

Dos ejes de sentido sostienen el relato. Dos ejes que se condicionan mutuamente. La historia de los pibes suicidas, por un lado. La historia de las secuelas de un proyecto económico político por el otro. Uno es la resultante del otro y viceversa. 

No hay amaneceres transparentes ni estrellas en los mediodías. Solo la inercia de lo que quedó trunco para siempre. Sin embargo, el protagonista, se levanta y camina. Y…  eso es mucho.

Durísimo texto. ¿No? 

Mientras… este martes de agosto, mi televisor muestra imágenes similares. Siento que se cuenta la historia nuevamente. Esa historia que es necesario escuchar, mirar, leer, conocer, interpelar, también imaginar, todas las veces que sea necesario… porque nos hace pensar sobre nosotros, sobre los que ya fueron, sobre los que están siendo, sobre quienes serán en el mañana. 

Que haya un tiempo nuevo, diferente.

Depende de todos.

De cada uno de nosotros. 

Emanuel Rosso escribe El humo y la ceniza

Escribe y tal vez, sueña. Penetra en un mundo diferente que, sin embargo, es la metáfora del mundo que vivimos. 

Reconocíamos formas distintas de contar las historias. Emanuel cuenta desde la construcción de un mundo posible que es parte de lo real material que nos sustenta… pero se convierte en mirada que transforma y se hace significado nuevo, diferente en cada lectura que propone. Es decir, elige un  procedimiento que va y viene entre lo real y lo creado imaginado.

No olvida que el mar no huye,-como dice un viejo aforismo judío- y siempre retorna a las imágenes de ese mundo desvalido, desamparado y descuidado que creó equivocadamente “algún dios infantil, que lo abandonó a medio hacer, avergonzado de su ejecución deficiente; es obra de un dios subalterno, de quien los dioses superiores se burlan; en la confusa producción de una divinidad decrépita y jubilada que ya se ha muerto… Como dice el epígrafe de Hume que inicia el texto.

Podría decirles también, que se aventura en las formas del policial negro como relato que supone un mundo congelado en los males de una sociedad atravesada por el capitalismo. Un capitalismo ignorante de los hombres que aún viven mientras, desgarran su existencia. Un capitalismo que niega y que transforma la existencia natural del mundo y de sus ciclos. Un capitalismo que llena de penumbras y convierte la transparencia en opacidad y los destellos en inviolable oscuridad.

Leo el otro epígrafe que dice La humanidad es una bestia irremisiblemente hipócrita, obtusa y cruel, a la cual no vale la pena intentar enseñarle nada –de Heráclito de Efeso— y me retraigo un poco. Lo pienso nuevamente.  Emanuel escribe cargado de una ternura diversa, diferente, que se ensimisma en la posibilidad de encontrar una manera de hacer más vivible el mundo, de hacerlo más humano. Lo digo así después de leer una y otra vez el texto que me tiene encandilada.

Siento que es posible hacer belleza desde la oscuridad del mundo y dibujar —aunque solo eso— un espacio purificado tal vez, en el rescoldo del humo y las cenizas. Tampoco olvido que hace poco, justificó la tersura de su prosa en la inmersión en ese mundo, cuando me dijo en una conversación fugaz: La oscuridad me devolvió la mirada. Es decir, su mirada es la respuesta a esa humanidad explicitada por Heráclito. Una mirada esperanzada en el fuego que consume, la violencia que sacude y purifica, la erradicación del mal en sus distintas formas.

Pero, vamos al texto.

Una estructura circular, abre y cierra el relato en dos lugares similares. El inicio con la presentación de ese protagonista —quizás un detective, quizás un marginal, alguien distinto, común en el género negro—. Presentación que supone la existencia de un proyecto, que se completa totalmente en el fragmento final. Ambos fragmentos están escindidos de los días que estructuran los capítulos… porque son cinco los días que contienen los acontecimientos  del relato. Cinco días, donde un narrador protagonista enuncia desde esa primera persona que mira… pero que también reconoce la existencia de otra realidad que se mantiene agazapada, pero que emerge intempestiva. Una realidad, no solo de recuerdos, sino de la viscosidad del mal que inviste ese real de cierta magia, de un cierto clima sobrenatural inexplicable, pero visualmente identificable.

El espacio se define en esos lugares que existen realmente en el sudeste de la Provincia de Córdoba… que pueden variar algunos en su denominación, pero que otros,  se pueden identificar como existentes. Sin embargo, el relato nos adentra en un mundo que evade los límites de lo material y  de lo lógico. Evade lo comprobable. Extrema las posibilidades de lo posible hasta tensarlo. Y entonces, entendemos que todo está metaforizando otro sentido. La oscuridad del mal, puede ser las mil formas del poder que arrasa todo. La destrucción de la naturaleza, la desaparición de los eucaliptus, puede remitir a la explotación de la tierra con formas no convencionales a los ciclos naturales. La violencia que arrasa con las vidas de mujeres, puede ser la denuncia de una sociedad patriarcal que niega las necesarias igualdades. El racismo, incontrolable, evidenciado en notación de un color de piel que estigmatiza. Las diferencias sociales, la invasión y consecuente negación de derechos en la vida cotidiana, es la obviedad con que últimamente, convivimos. 

Y así una y otra vez, nos asomamos a lecturas posibles, a miradas oblicuas sobre el mundo que vivimos y que existe realmente.

Todo eso explicitado en un enunciado que  plantea la investigación de un crimen que debe llevar a cabo el protagonista enunciador. Una investigación que se multiplica y se refracta en otras historias que se añaden una a otra.

A su vez, el protagonista, busca las respuestas a su pasado y a su origen escindido de un relato de memoria. Y esas travesías de búsquedas e interpelaciones se combinan con el sentido de esa investigación que es una misión cargada de misterio rayando en los límites de lo sobrenatural…. Con la presencia del mal corporizado en Chugalá y otros seres demoníacos. Con una organización llamada El Cónclave casi imposible de asir en su existencia… cuyo objetivo es erradicar el mal de la sociedad de los humanos.  Maravilla penetrar ese intrincado espacio. 

Y ocurre lo inaudito. Estalla la violencia final que purifica. Extremaunción le hace honor a su nombre. Agoniza entre sangre y fuego. Unos nubarrones tapan el sol y al pueblo lo cubre un velo gris, como la piel de un muerto. / Todos saben que no habrá castigo por lo que suceda hoy. Tras cada puerta reforzada de los grandes caserones del Este acontece el espanto. Las madres se vuelven contra sus hijas y las persiguen con tijeras. Quieren mutilarles su sexo, pues no debe quedar en el mundo nada que produzca placer. La envidia y la sospecha ponen a hermano contra hermano, cada uno convencido de que el otro quiere matarlo. Y no se equivocan. Como toscos guerreros medievales o viejos gauchos pendencieros, se matan con cuchillos y machetes. Aquellos que tienen la responsabilidad de cuidar a los más viejos o a los más pequeños, toman noción de lo frágiles que son las vidas que tienen a su caro y de los fácil que es terminar con ellas. Es la hora de las bestias. Y las bestias corren libres. Invaden los hogares, trepan por las tapias, corren por los techos.  Acorralan, golpean, asesinan. La muerte pisotea por igual las rosas que adornan los jardines de la abundancia y los cardos que crecen en los baldíos de la penuria.

He transcripto demasiado.  Observen el ritmo de la prosa. La presentación del escenario. La inmediatez de las acciones. La ambivalencia de las reflexiones que estimulan aún más la virulencia de las imágenes. La fuerza de las imágenes poéticas del comienzo y las finales. Hermoso, ¿no? 

Sorprende el trabajo con la enunciación. Prima una primera persona desde la escueta manifestación de sus acciones y sensaciones. Despierto rodeado de oscuridad y confundido. Tardo unos minutos en recordar dónde estoy. Estiro el brazo y manoteo el cable del velador, busco la tecla que enciende la luz. Me duele el cuerpo, me siento una torre bombardeada a punto de desmoronarse. Cansancio. Agotamiento físico y mental. 

Esa enunciación en primera persona que también,  incluye la mirada poética que se explaya y carga al mundo de una  cierta belleza. Trato de retener una imagen que tuve en un sueño: estaba en un pozo profundo y húmedo. La luz alta, lejana, intocable. Luchaba por salir, pero mis manos se hundían en el barro. Alguien se asomaba desde arriba, no sé si quería ayudarme o lastimarme. Eso es todo. Un remolino levanta la arena del camino y se lleva volando los detalles.

También la poesía del mundo y sus creaturas en imágenes de todo tipo. El viento trajo un murmullo del campo, un murmullo viejo, ni cristiano ni rankulche. Los símbolos y las visiones. Y las ideas, que envenenaron mi corazón. La desconfianza se arrastró como una culebra entre los hombres. Y el murmullo corrió detrás de la culebra, y se convirtió en una demanda.

Una primera persona que relata inciertamente, que mira oblicuamente el espacio con sus cosas. Otra vez, el aleteo en la ventana. Y aunque es de noche, las chicharras gritan desde los árboles del patio. Voy hacia las cortinas y el sonido se transporta. Ya no vienen de afuera, sino de mi mano. El mismo quejido que salía de la panza de Virginia. Arranco el vendaje lo más rápido que puedo. La carne está enferma, brota sangre y pus, Algo se mueve debajo de la piel. Me agarro fuerte la muñeca, intentando hacer un torniquete. No puedo dejar que eso se vaya hacia el resto de mi cuerpo. El corte se hace más grande y asoman unas patas. ¡Chicharras! De la herida salen un montón de chicharras. Cavaron y pusieron huevos en mi cuerpo. Grito.

La impersonalidad de la tercera persona que cuenta y organiza las acciones despojadas de toda subjetividad… más aún que avanza en la estructura de fragmentos ordenados cronológicamente que permiten comprender la dimensión total de lo que significa ese día de fuego como lo titula. Un día que finaliza con la imagen de Kurosky —el protagonista narrador— reducido ahora a una sombra más en el desorden del mundo. Kurosky ve violaciones, desmembramientos, canibalismo… y en los ojos de todos, la locura y el ansia de matar.

Pero también, esa tercera persona que adelanta el relato en fragmentos que suponen otra visión que complejiza aún más, ese mundo posible que se narra. Por aquel entonces —y no es que por estos días la cosa haya cambiado mucho— en todo el territorio de Extremaunción y sus zonas rurales, las mujeres seguían siendo “la esposa de“. Esa situación de pertenencia las hacía vulnerables a los designios de sus maridos, de sus padres, abuelos, tíos, hermanos…

El uso de formas discursivas cercanas al relato de los hechos como el Diario personal para dimensionar el sentido de ciertas acciones, de ciertas situaciones. Ampliar datos sobre los distintos personajes. Mis ojos han visto lo indecible. He mirado al diablo y le he jurado lealtad. Quien lea estas líneas me juzgará codicioso, pero mi motivación no ha sido otra que la búsqueda de una justicia que siempre me fue esquiva. El diablo me dio lo que siempre debió ser mío a cambio de que sacrificara al cordero y escupiera la cruz, que no tiene ningún poder en esta tierra. Y puso el látigo en mi mano para que marcara la espalda de los mansos y me adueñara de su carne y de su sangre; de sus esposas y sus hijas, hasta que me harté de ellas.

La transcripción de un supuesto informe periodístico que posibilita la información sobre El Conclave, la brujería, muerte y complicidad policial, estructurado en distintos fragmentos que remedan el esquema de una crónica. Asimismo, la elaboración de un informe sobre Las armas mágicas elaborado por Daniela Osorio, de la cual se dan todos los datos, proponiendo así, certificar cierta autenticidad.

De esta manera, ese trabajo sobre la enunciación, posibilita la contigüidad de lo real, lo real simulado y lo imaginado sobrenatural. Se unen así el relato del protagonista en la elección de su identidad Miro al Leviazón y veo algo de mí mismo en esos ojos inyectados de sangre. Yo también, puedo ser un monstruo, pero elijo no serlo. 

La intempestiva historia de Extremaunción y los pueblos aledaños como metáfora de una sociedad. Apenas una sombra efímera, suficiente para recordarme que allá afuera, en algún lugar, algo sobrevive al gran incendio            El mal, mejor dicho el Mal, reducido al humo y la ceniza… pero en la subsistencia que otorga la consistencia del mundo creado por dioses imperfectos. Por eso, Chugalá concluye: Nunca voy a irme de acá. La creencia es poder, y hay muchos ahí afuera que ahora creen en mí. Siempre va a haber alguien susurrando en mi nombre. Estoy en el filo del hacha y en la pólvora, soy la envidia y el recelo.

Entonces, en el final del texto, Emanuel usa un recurso magistral. Vuelve al día de fuego, donde arden todos los males y vergüenzas, mediante la indicación de una hora que completa la cronología pautada en horas y minutos. 13: 10h. Sobre el tejado del teatro, arrecia una lluvia agridulce.

La continuidad de la vida en la lluvia que cae. Una lluvia ambigua, pero lluvia también, como elemento purificador. Después del fuego, de la violencia, de los males, de las desgracias posibles… cae la lluvia mezclada entre el dolor y la esperanza. Lo agrio del mundo… y, también, lo dulce.  

Siento la inutilidad de mi esfuerzo en contarles ese mundo posible de El humo y la ceniza. Será necesario que lo hagan propio en la lectura. 

Afuera es la mañana. Un sol parece querer salir entre las nubes. Digo parece, porque está indeciso. No tiene la fuerza necesaria para hacerlo. 

Yo, mientras, converso con Ustedes…  ¿Serán días mejores?, me pregunto

¡Hasta pronto, amigos!

Un abrazo.

María 

Textos 

Martínez, Fabio Gabriel. 2022 Los pibes suicidas. Edición Gráfica Carolina Ellenberger. Narrativa Federal. Córdoba.
Rosso, Emanuel. 2023. El humo y la ceniza. Gogol Ediciones. Córdoba. 

 

Foto principal: conflicto social en Tartagal, Salta, 1997.

Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.