Por María Paulinelli *

Lecturas de vidas en movimiento, real o imaginario, con Viaje al fin de la memoria de Gastón García Marinozzi, Melancólicos de Gabriela Vidal y Diario de un viajero melancólico de Jorge Cónsole. 

¡Hola!

El invierno no solo llegó. También trajo consigo las nubes, la lluvia, el color gris de la tristeza.  Ahora no ceja en su intento de ocultar el sol, de llenar con una luminosidad opaca las cosas, las plantas, las personas.  También –como este día– se anima a que, desde el cielo, se derramen montón de gotas silenciosas… que parecen perder,  irremediablemente,  el sonido, el ritmo candencioso, la caída fugaz, casi ostentosa.  Caen, lentamente, sin apuro. No hacen ruido. Sabemos así que llueve porque vemos… no porque escuchemos. 

¡Demasiado callado el universo! Quizás, necesitado de mutismo. Falta la algarabía de los rayos del sol, llenándose de polvo en esa suspensión de partículas que se expanden en el aire.

Es el sentido primigenio del invierno, me digo. Ocultar la vida como un sueño que permita, después, la eclosión de esa misma vida en sus mil formas.

Es que todo, necesita resucitar más adelante. Son los ciclos naturales. El comienzo y recomienzo. El final y luego, un nuevo inicio.

Los días pasan en una cierta melancolía de añoranzas, recuerdos y memoria.

Y entonces…  me acurruco en la lectura.

Pienso en Ustedes, mis amigos y decido proponerles que viajemos.

He leído unos relatos con sus mundos posibles deslizados en el tiempo y el espacio.

Significan, de diferentes formas, el desplazamiento que, alcanza también, la trasformación personal de cada uno en la metáfora del viaje, como la vida que transcurre.  Así es, que tienen implicancias de todo orden. Maravilla, descubrirlas. Entusiasma, comprenderlas.

Desde los inicios de la Humanidad, los viajes, fueron motivo de relatos. Una significación, lo más completa, de lo que somos como humanos. Es esto quizás, lo que  justifica su permanente relevancia  en los mundos posibles que narramos y leemos. Quizás, también, es lo que explica las transformaciones o adecuaciones de la escritura de viajes en el tiempo. De la estructura circular de los relatos clásicos, con el retorno final a pesar de las vicisitudes diversas –Ulises en La Odisea, volviendo a Itaca, lugar de su partida–  a los relatos modernos con  una estructura lineal, cuyo derrotero es la vida misma con la muerte como cierre… para llegar en estos tiempos nuestros,  a esa simbiosis de discursos entre relato de viajes, narración y ensayo.

Y…  en estas tres modalidades, la escritura triunfante en las disímiles posibilidades que la palabra enuncia. De ahí, la variedad, la multiplicidad, las infinitas maneras de contar ese  viaje que puede ser en el tiempo y el espacio…  en la interioridad de una subjetividad que se explaya cada vez con más autonomía… en los recovecos de la escritura que apuesta al movimiento de la vida.

Recorrer pues, andar, sentir esos desplazamientos y,  también, interpretarlos.

En estos días… ¿qué mejor que apostar a la lectura de viajes para quebrar el mutismo del invierno?  ¿Qué mejor que encontrar en las palabras, un espacio de libertad y transparencia para desplazarse por los mundos posibles que leemos?

¿Me siguen en los recorridos que propongo?

Un remedo del viaje mítico que une finales con comienzos. Viaje al fin de la memoria de Gastón García Marinozzi.

Un viaje que acompasa el recorrido del tiempo y el espacio en una subjetividad que se explaya, se muestra, se transforma. Melancólicos de Gabriela Vidal.

Simbiosis de discursos. Los recovecos de la escritura en el movimiento de la vida. Diario de un viajero melancólico de Jorge Cónsole.   

Un viaje quizás mítico

Gastón garcía Marinozzi, autor de Viaje al fin de la memoria / Foto: El Torreón – México

Gastón García Marinozzi, escribe Viaje al fin de la memoria.

Viaje, fin  y memoria se entrelazan en ese título que direcciona la lectura. Un viaje, un fin y la memoria que ahora… desaparece y se transforma en otra cosa. Todos los caminos son este camino frente a la nada, frente a la memoria que se hunde en un lago en pleno invierno, enuncia el narrador como últimas palabras.  Sintetiza, resume, metaforiza así todo el enunciado.

El paratexto supone agregados que completan esta significación del título. La tapa muestra una mujer con dos señales de tránsito que indican –en inglés y castellano– camino sinuoso. La imagen de ese camino sinuoso que el narrador representa con palabras. Pensaba en cómo los hechos se van sucediendo como se suceden los coches, los camiones, una ambulancia. Vienen, suceden y se van. A la vuelta, en la curva, desaparecen y nunca más volverás a verlos. Tampoco los ves antes, no sabes lo que vendrá. Y ahí están, de pronto. Llegan, pasan, se van.

La imagen de la mujer, remite a otro elemento relevante en el relato, en la memoria que se narra, en el final del tiempo que se anuncia. Es la representación de la madre. Esa madre que, también, marca el fin de un tiempo. A la misma hora, en un hospital de la ciudad de México muere mi madre. Yo no lo supe en ese momento.

Cuatro epígrafes abren el texto. Tres de ellos, significan el viaje como aventura –Herman Melville–, como deslizamiento hacia el futuro –Nicanor Parra–, como  posibilidad de imaginación –Louis Ferdinand Celine–. El cuarto, referencia el sentido explícito del tiempo relatado: las guerras y los muertos. Del tiempo vivido. Ese tiempo que ahora es nada.

El libro se estructura en tres capítulos: Martes, Miércoles y Jueves, divididos en fragmentos. Definen así, el tiempo cronológico que dura el recorrido de un viaje concreto desde el DF –México– a Nueva York –EEUU–. Además, está el viaje de la memoria del protagonista que se intercala en los distintos fragmentos del trayecto relatado. Un narrador en primera persona organiza la trama que se enuncia en un presente permanente –el viaje– y en el pasado –la memoria de lo vivido y recordado–.

La página inicial, transcribe el Inicio del Informe Final de los Atentados terroristas contra Estados Unidos de la Comisión Nacional de Investigación. Sumariamente, conocemos el acontecimiento que genera el viaje. 

Los enunciados se ordenan en dos ejes. El relato de Martín –desde la memoria– y el relato del viaje.

El relato de memoria se intercala con las secuencias del viaje. La inclusión del recordar –recuerdo–  de manera reiterada, es uno de los recursos empleados. El otro recurso es el relato en pasado que remite a ese otro tiempo vivido y recordado. La infancia feliz en Argentina. El final de ese tiempo con la inundación del pueblo, la muerte del abuelo, la persecución política, que conducen al exilio en Mexico: Nací entre muertos en una dictadura en Argentina. Me trasplantaron tan chiquito a México que no recuerdo nada de  Argentina. Es como un número de teléfono olvidado. Me trasplantaron como uno de esos arbolitos salvajes que se dan con facilidad en cualquier parte. Crecí entre desaparecidos y fantasmas, perseguí la miseria de la violencia, y a los treinta años me topé con niñas descabezadas.

Resume así, el tiempo que se inicia: Nada era triste ni nada era alegre.

Sintetiza su vida en: No tengo una buena opinión de mí. Y no me importa lo que los demás opinen, no tengo amigos, no tengo novia, tengo una madre y un trabajo a los que sufro por igual. Lo demás es algo totalmente aleatorio.   El relato del viaje se ensambla con el relato de memoria. Permite entender ese viaje al fin de la memoria. Me voy. Nos vamos a no sé dónde ni para qué… Ya me acordé: Me voy porque soy periodista y acaban de estrellarse dos aviones contra las Torres Gemelas en Nueva York y yo, que estaba tranquilamente en México

Metaforiza el abandono de la memoria, en el olvido de datos, números de teléfono, rostros, circunstancias. Ya no recuerdo qué hago aquí. No recuerdo de dónde vengo, y todos, muy pronto, se olvidarán de mí.

El fin de la memoria que significa el fin del viaje: Por fin el olvido

El otro eje del relato es el relato del viaje. Está registrado morosamente –en presente– como así también las peripecias del trayecto. Martín, el narrador, es el enviado responsable de cubrir la información sobre el acontecimiento de las Torres Gemelas.  Lleva a Beto, el fotógrafo del periódico, para el registro de imágenes. Merisi, un viejo fotógrafo de guerra, es el otro viajero. A medida que avanzan, se describen las distintas situaciones. Todo el mundo habla de lo mismo. Se cayeron las Torres gemelas. Pero no se cayeron: las tiraron.  Se intuyen consecuencias. Se avizoran finales y también inicios. Es fácil suponer que el mundo ya no será el mismo a partir de este martes. Que algo va a cambiar para siempre y no necesariamente tiene que ser para mal. La crisis de una sociedad en descomposición, se desprende de las historias que intercambian los tres hombres, así como de las historias que protagonizan en esos tres días. De ahí, la remisión a los conflictos entre EEUU y México, particularizados en la vida cotidiana. Beto, subsume en su historia personal, la ambigüedad de una existencia entre dos límites, entre dos mundos. Merisi referencia el hartazgo de la violencia, la guerra permanente. La soledad que solo conduce a más soledad y vaciamiento. Mario, desde la investigación sobre las niñas descuartizadas, resume los vericuetos del poder y su ensañamiento sobre los desvalidos e inocentes. 

 Siento la urgencia de transcribir y transcribir fragmentos. Me resulta imposible porque debería copiar páginas enteras. Los invito a leer, que hagan suya la experiencia de la lectura. Es que Gastón logra representar con palabras de ensimismada belleza, las vivencias. Nos miramos todos de una manera lenta. Nos observamos sin confianza pero con ternura. Hay kilos de angustia en este auto.

El viaje también supone el desmembramiento del grupo.  El primero en abandonarlo es Beto. … se sube al taxi, lleva una buena cantidad de dólares en el bolsillo y un abrigo. Nada más. Lleva, como todo el mundo, un deseo de olvidar. El olvido es destino, también, como la sangre.

Martín y Merisi llegan a Manhattan. Por fin llegamos a Nueva York, o casi. A lo que Nueva York es ahora, un sitio nuevo y completamente desconocido. Es por eso, que enuncia. Caminamos sin saber dónde estamos, pero no nos podemos detener. Llevamos tres días así. Llevamos toda la vida así. Caminando sin saber a dónde vamos. Y sin podernos detener.

Un  final –ese fin– que  indica el comienzo de un comienzo. Todos los caminos son este camino frente a la nada, frente a la memoria que se hunde en un lago en pleno invierno, enuncia el narrador como cierre del relato. Por eso, aventuro al decir, que este texto es la historia de un viaje, quizás mítico. Porque es el relato del inicio de otro tiempo. Atrás queda la Humanidad con sus enfrentamientos, violencias y desapariciones. Opresiones, abusos de poder, tristezas, frustraciones y mentiras. Somos el resultado de nuestras guerras y nuestros muertos. Y de nuestras lluvias. Estamos hechos de aquello de lo que escapamos.

Un tiempo que recomienza la historia de nosotros, los humanos. Un tiempo que no se especifica pero que es diferente. Busco un río, un lago, un mar, pero no los encuentro.

Y entonces, concluye: Es de día. El sol sobre Manhattan se desploma como un llanto.                                                                                                                                            

Me pregunto. ¿Habrá un mundo más humano en esa nada en que se convirtió el mundo en ese viaje al fin de la memoria?

Quiero creer que sí.

El recorrido del tiempo y el espacio en una subjetividad que se explaya, se muestra y se transforma

Gabriela Vidal, autora de Melancólicos / Foto: El país – España

Gabriela Vidal escribe Melancólicos.

Simplemente titula así, su texto: Melancólicos. “Frialdad del ánimo” decía un médico del siglo I respecto a la melancolía, explica Gaby.

Y continúa. Pienso que mi ánimo se enfrió hace tiempo. Pienso que no morí en estos últimos días porque el frío va y viene gracias al contacto físico que tenemos Emiliano y yo. Pienso que el sexo me está salvando. Pienso que, quizás, esto es amor. Pienso que amo profundamente a Ana. Pienso que Ana es lo que calienta mi ánimo y evita que termine congelándose todo mi cuerpo. Pienso…  Este fragmento sintetiza el enunciado: el relato de un viaje en la melancolía como sensación, como sentimiento, como estado de ánimo. Su hermana, Ana, ha muerto en México y ella debe ir a cumplimentar los ritos de la muerte. Allá está Emiliano, el último amor de Ana.  Un viaje en un tiempo que va más allá de la cronología de unos días, en un espacio que se diluye en la descripción de los lugares. Un viaje en la memoria de otro viaje… Ese otro viaje que solo es de la memoria y que corresponde a los días ya vividos. La infancia, la adolescencia, la juventud truncada por la ausencia.

El texto se organiza en capítulos breves con títulos que direccionan la lectura. Un narrador en primera persona nuclea esa voz que organiza el relato, los tiempos, los espacios. Una narradora –para ser más precisa– cuenta ese viaje  que tiene una estructura circular en ese comienzo  y regreso al mismo lugar de la partida.  Ahora soy yo la que va tras sus pasos. Estoy en un avión que salió a tiempo aunque llovía torrencial en Buenos Aires, es el inicio.

No reconozco la ciudad. Es la misma Buenos Aires que dejé hace mes y medio, pero no puedo reconocerla. No ha pasado más que un suspiro y no puedo entenderme con sus calles, sus colectivos, su gente, es el retorno.

Entre esos dos momentos –inicio y culminación con el regreso–  el espacio se torna diferente. Cambia. También, es otra la persona que regresa. Ella es la misma de siempre. Soy yo la que no puedo reflejar mi rostro en ningún espejo porque siento que ninguno puede devolverme un reflejo parecido a la María de hace un mes y medio.

Un viaje circular en la conjunción de los espacios. Ida y vuelta.

Un viaje lineal en la  transformación que se produce en el viajero.  La nueva María no tiene más adjetivos porque todavía no sé quién es y “nueva” como adjetivo, no quiere decir nada. 

¿Cómo denominar esa subjetividad que el viaje ha transformado? María, la nueva María, encontró un adjetivo para empezar a re-conocerse después de un mes y medio de ausencia, este adjetivo era absurda.

Y si habíamos llamado a ese viaje, un viaje circular en la melancolía, si habíamos acordado que la subjetividad se había transformado en ese viaje lineal de la existencia, el regreso significa asimismo la finalización de esa melancolía o de tristeza. Así lo dice María: La tristeza cede. La transformación ha implicado un cambio en el estado de ánimo. Es que, fatalmente, la vida continúa en esa linealidad que significa aceptar el transcurso de los días. María ha resuelto su identidad en la comprensión de su compleja relación con Ana. Ha asumido sus diferencias, sus ausencias. También, su autonomía. Queda, entonces, la vida que se vive, hasta que haya un posible encuentro con la muerte. De allí que explicite en el final del texto: Entonces, será el momento de la verdad, Ana, porque recién entonces, podré confesarte si todo este asunto de vivir valió la pena.

Continúo. Pero hay algo más sobre los viajes. La narradora relata un nuevo viaje en el espacio donde llega. Con Emiliano deben depositar las cenizas en Tijuana. Desde el DF parten en un periplo que se narra morosamente. También, la relación de ambos, los recuerdos de Ana, además de metaforizar el sentido del viaje interior que se produce simultáneamente.

El uso de un presente, refuerza  la significación de la experiencia. Permite explicitar la presencia/ abandono de la imagen de Ana en la memoria de los dos protagonistas. El duelo se realiza en los kilómetros que marcan ese incierto y –a la vez– profundo recorrido. Ruta. Arena. Mar y agua. Un duelo entre las vicisitudes, las palabras, las historias  de esas personas melancólicas que  solo atinan a buscarse, sin llegar nunca a encontrarse entre ellos dos… siempre con la presencia de ese fantasma que significa Ana en la memoria.  Sí. Cuando Ana viajó con nosotros, estábamos juntos. Dejamos a Ana, libre, en el mar, como ella quería y nosotros también quedamos libres, a lo mejor no es como queremos, pero es lo que podemos hacer en este momento. De ahí, la relevancia de ese otro viaje más pequeño en tiempo y en distancia. Cuando termina, se explicita su significación en el relato. Dar la espalda es lo más difícil. Pero lo hago, como hice todo lo demás: subir al avión, que me trajo a México, llegar a la colonia Roma, viajar cuatro días y medio para llegar a Tijuana, tomar una lancha para meterme al mar y arrojar sus cenizas en el lugar que, pensamos, ella deseaba estar durante todo ese tiempo que bautizamos con el exagerado nombre de eternidad.

Un viaje, pues, que contiene  otros recorridos distintos, más pequeños, menos fugaces, permeados –algunos– de la memoria del tiempo ya vivido.

Un viaje con un inicio y un regreso al mismo punto,  que contiene la memoria y también la linealidad de ese otro viaje hacia sí misma: ese  viaje –moderno en su estructura–  que transcurre con la existencia y que finaliza con la muerte… en este caso con la eternidad,  como un posible.

Todos recorridos con la pulsión de la vida… aunque esté teñida de “esa cierta frialdad del ánimo” que alguien llamó melancolía.

Un texto colmado de las indecisiones, las búsquedas, las negaciones, los encuentros.

Un texto lleno de las certezas que solo dan los viajes en busca de uno mismo. ¡Un hermoso y melancólico texto para leer y entender tanto!                                                                      

Un viaje en la escritura de un diario: simbiosis de discursos

Jorge Cónsole, autor de Diario de un viajero melancólico

Jorge Console escribe Diario de un viajero melancólico.

El texto de un viajero. En el 95, un día de primavera, me fui de viaje. Volví después de un año.

Un viajero melancólico. Varias razones me habían llevado a largarme de Córdoba: el abandono de mi novia de entonces; la quiebra del diario en el que trabajaba; el efecto tequila que había sumido al país en un verdadero desastre… No tenía ganas de nada… ni siquiera de buscar trabajo. La huida de todo aquello me pareció la salida más razonable.

El  diario –que se escribe– como una suma de distintas modalidades discursivas. Fue entonces, que un tipo bastante parecido a mí escribió esta suerte de diario: un desordenado y arbitrario compendio de recuerdos, sensaciones, gentes y lugares… sumado a una pequeña historia de amor, pasión y olvido.

Una simbiosis de relatos,  memorias, esbozos ensayísticos, enunciados varios ensamblados por la mirada –siempre poética, desacralizadora, impertinente por momentos– singular, única del narrador.

Un narrador, que explica –ahora– desde la tersura que confiere la escritura. Muchos años después frente al pelotón de los recuerdos, este aprendiz de escritor, reconocería que el Diario de un Viajero Melancólico, era ya un texto que quería aventurarse en la lectura de quienes pudieran interesarse.

Este Diario es un conjunto de fragmentos cortos que explicitan distintas significaciones. Uno es el sentido del viaje.  Un inicio  que referencia y justifica la partida. Ya lo leímos.

Otro, final, que explica el sentido del regreso. Así como un día uno se levanta con la decisión de marcharse, otro día lo hace con la de volver. Es una sensación extraña, no puede explicarse racionalmente. Y continúa. Hay un momento en que se siente una profunda nostalgia, una gran melancolía, una añoranza dulzona, y entonces, cuando eso pasa, si se puede hay que volver.

Pero, también, Jorge nos cuenta la significación del viaje en la vida contemporánea: como transformación, como búsqueda, como reencuentro con uno mismo en esa simbiosis de la escritura con la experiencia de la vida. Siempre hay que volver, aunque luego volvamos a partir. Siempre hay que volver, aunque solo sea para encontrarnos con nosotros mismos, en aquel exacto lugar donde alguna vez, nos perdimos.

Explicita una bella metáfora sobre la vida y la muerte en ese movimiento permanente que suscitan los viajes. Si la muerte debiera ser como un avión atravesando las nubes, la vida podría dibujarse con trenes: trenes avanzando en el horizonte; trenes penetrando en valles y praderas, en túneles y selvas; trenes titilando sobre las vías, zigzagueando sobre desfiladeros, pitando en la inmensidad de los desiertos.

Otros fragmentos, forman parte de los enunciados propios de los viajes. Moscú, Berlín, Lisboa, El Grove, Madrid… Venecia, Roma, Nápoles, son los espacios recorridos y mirados y sentidos y vividos –sí, todo eso– en las palabras que describen en una imagen increíble, confunden en la memoria de otro tiempo, simulan parecerse a algo o alguien… pero son espacios únicos de tan particulares,  y que ya nunca volverán a ser iguales, porque pasaron por el tamiz de su presencia. Son los lugares transformados en el discurso que crea esas nuevas realidades… y que forman parte de ese Diario.

Los fragmentos se entreveran. No saben de fechas, como marcan los diarios convencionales que se escriben. Acá… no. Solo saben de lugares.

También saben de encuentros fortuitos con gente notable. Julia Roberts, Nikita Mijalkov, Jack Lemmon, los espíritus de Marx y Engels. Fugaces e inolvidables en la cercanía de sus cuerpos, en la nitidez de la presencia, en el recuerdo que suscitan. De la mujer de la sonrisa eterna: Gracias a eso, durante varios días guardo en una botellita, cristales de nieve con el olor de su cuerpo.

Del Director que mientras viva, el cine estará a salvo. Ese encuentro fugaz con Mijalkov que así describe: Anonadado me quedo parado mirándolo. No atino a decir nada. Lo sigo con los ojos hasta que su alta figura se pierde entre la muchedumbre.

Del actor, único en un gag improvisado. Un anciano me pide disculpas… En ese momento me caigo de culo: es Jack Lemmon… Una foto sacada por un turista japonés, da testimonio de un encuentro de dos personas que tienen mucho en común, aunque Usted no lo crea: Lemmon por haber interpretado decenas de maravillosas películas. Yo, por haberlas visto a todas.

De los fantasmas de Marx y Engels en Alexanderplast –Berlín–: Los dos viejitos escarchados de nieve en esta gélida plaza, me despiertan ternura. Dan ganas de acercarles una taza de té caliente y decirles al oído que ellos no tienen la culpa de nada.

La memoria en las imágenes que retozan en los ojos, en los sentimientos que provocan los recuerdos, en las palabras que dicen y que dicen. Recuerdos…. Y más recuerdos. Imágenes que pasan y se van rápidamente. Recuerdos. Tengo tantos que ya no puedo controlarlos. Hay que dejarlos que te atrapen, te zamarreen, te envuelvan y finalmente te roben una lágrima, una sonrisa o un suspiro.

La memoria  de la abuela. Una carta. Unos recuerdos. Una historia entreverada en los días que se viaja. La noche llegó tibia y plácida. Los últimos rojos de la tarde se marcharon con el relato de mi abuela. Disfruté cada inflexión de su voz, cada silencio. Todas sus lágrimas. Aquella noche me dormí atesorando un recuerdo que habría de acompañarme por siempre.

La historia de un amor pasado. Selene. Encuentro. Desencuentro. Desamores. Ahora, solo olvido.  La escribo ahora, en Madrid, como una forma de expulsar fantasmas. Mientras, miro como el Parque del Retiro se tiñe de atardeceres y de primavera.

Y como una manera de continuar el viaje, los nombres, los listados, la mención de todas aquellas cosas que lo hicieron feliz, que hizo suyas… y que conforman ese espacio único y singular de la memoria.

Los libros más leídos y queridos.

Las pinturas admiradas.

Los paisajes fijos en la retina para siempre.

La gente como ese montón de personas que habitan las ciudades, que constituyen la identidad de cada espacio urbano.

La Patria. Ese lugar hecho tiempo permanente en la Historia que musita. Ese lugar que confiere la identidad de la nación y del pueblo que la habita. Un lugar que se extraña… y que también, se olvida.

Unos brevísimos cuentitos de Navidad…

Y el final. Volver. Volver siempre.

Un diario de un viajero que nos lleva, nos pierde en la inmensa imaginación de un melancólico… más que eso… nos inunda con la suave calidez de una memoria que es de todos. Nos dice que los tiempos son buenos cuando sabemos encontrar en cada lugar, en cada persona, un destello, un brillo que nos haga felices, aunque sea por un rato.

Lo leo y siento la interpeladora ternura de un amigo que alguna vez, eligió un viaje de ida solamente. Que también, lo hayan sentido Ustedes, al leerlo.

Nostalgia por quienes escribieron. Bellos textos que hablan de los viajes. También, hablan de ellos que están lejos… y que alguna vez, estuvieron con nosotros.

Gracias por acompañarme en el recuerdo.

¡Hasta pronto!  María                                

Textos

Console, Jorge.1997. Diario de un viajero melancólico. (Spanish Edition) https://a.co/d/f6XtrRa

García Marinozzi, Gastón 2016. Viaje al fin de la memoria. Tusquets Ediciones. Buenos Aires.

Vidal, Gabriela 2012 Melancólicos. Ediciones del Boulevard. Córdoba.

Imagen principal: Estación de tren / Ernest Descals

Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.