Por María Paulinelli *

El arduo y creativo ejercicio de rememorar y escribir, en El recuerdo es un perfume de Fernando Medeot, Atleta del recuerdo de Juan Cruz Taborda Varela y Las mujeres de antes no usaban teléfono de Marcelo Bailone.

¡Hola! Los días adelantan la espera inusitada del invierno.

Digo así –inusitada– porque los ritmos de las estaciones siempre tienen ritmo. El ritmo de la vida. Este año, el otoño se alarga indefinidamente… y es como si fuera primavera. Nosotros, seguimos asombrados…

Pero hay desobediencias. Desobediencias que avisan que pronto volverá el ritmo acostumbrado. Hará frío. La oscuridad será más larga. Habrá sol, pero será débil, inconstante. Estaremos finalmente en el invierno.

He descubierto en el jardín de abajo, una mancha luminosa, estridente, como fuego que se explaya. Una estrella federal, me asombra con su vitalidad esplendorosa. Me detiene en mi cavilar desanimado. Comprendo la significación de su presencia. Se acerca el solsticio. Ha comenzado la floración anual en este invierno que se acerca. Una desobediencia, sin duda, indiscutible.

Fuerte, brillante, luminosa, me remite a otros inviernos de mi vida. Son tan fuertes los recuerdos que despierta, que la siento como una metáfora de la memoria que suscita.

En la triste oquedad de los inviernos, sus flores nos dibujan historias de otros tiempos. Cuando todo parece entrar en la monotonía de la espera de un inicio, sus destellos se abren y transmiten relámpagos, instantes, momentos de un pasado que retorna, así, de esta manera, hecho memoria.

Es la flor que acompaña al solsticio del invierno. Nosotros la tenemos en junio, julio, agosto hasta septiembre. En otros meridianos, llega en los días cercanos a diciembre. Ahora, es nuestra.

Me llena de nostalgia su presencia.

Recupero el sabor que tiene la memoria.

Me acurruco, entonces, en la intimidad que solo dan las palabras en los libros.

Leo y leo.

Encuentro textos tan bellos, tan singulares, tan únicos que ustedes han escrito… que quiero compartirlos. Quiero que sean más los que vivan mi experiencia.

¿Me siguen?

Distintas formas referencian la memoria… Siempre en un entresijo de momentos. Fragmentos relatados.

A veces, con la nostalgia de tiempos luminosos. Algunos, con la certeza recurrente de que los días siguen y siguen retornando. Otros con la incertidumbre y cierta angustia que da la lejanía en los espacios.

En unos textos, la memoria revierte sensaciones. En otros, establece la continuidad de las historias. A veces, anquilosa la luminosidad de los recuerdos.

Pero todo es memoria. Única. Singular. Frágil. Cercana al deterioro, a la instantaneidad del momento en que produce ese relampagueo. Un relampagueo que puede convertirse en un relato. Que se eterniza en un texto que se escribe y que se lee.

Un relato que acompasa la voz de quien recuerda y lo mezcla con las presencias que emergen, vivas, en la rememoración que solo crean las palabras, porque si bien recordamos en imágenes, estas solo se fijan en historias narradas, contadas y escuchadas. Escritas y leídas.

La nostalgia de los tiempos luminosos

Fernando Medeot – Foto: LV16 Radio Río Cuarto

Fernando Medeot escribe El recuerdo es un perfume. Lo subtitula Un manojo de sueños para rescatar emociones escondidas.

Hace un tiempo que publica sus columnas en la Revista Convivimos. Algunos textos son de esta. Otros, fueron publicados en distintos medios o escritos para este libro. Pero todos, exclusivamente todos, pertenecen a esos mundos posibles donde campea la memoria y, con ella, la nostalgia de un tiempo que fue suyo y se hace mundo posible en el relato.

Y si campea la memoria, el texto es un conjunto de fragmentos que, como un caleidoscopio, muestra infinitamente las distintas posibilidades del recuerdo. Un tiempo ya pasado que se expande en tiempos más cercanos… desde la mirada que registra pero que también, será memoria desde ahora.

Sabemos que la memoria es el pasado que aparece, emerge de manera inexplicable. ¿Por qué ese hecho, ese acontecimiento y no otro distinto? ¿Por qué ese momento se carga de añoranza y se vislumbra en el relato que lo narra? Por qué esa fragilidad, esa incerteza que inunda la sutilidad de las rememoraciones? Inefabilidades que tenemos los humanos. Enigmático.

Quizás esos remedos de pasado acotados fugazmente en el presente, necesitan de estímulos, pequeñas persuasiones, insólitas provocaciones… Quizás… así lo sea. Cada uno recuerda… en la singularidad de las personas. En la particularidad de las rememoraciones.

Fernando necesita de algunas sensaciones en ese proceso que resulta la memoria. El olor en sus distintas formas se hace carne en la nostalgia. El recuerdo es un perfume, es el título del conjunto de fragmentos. El perfume, se asocia a un espacio que se condensa en el pueblo donde nació y donde vivió -Sampacho-. Ese es el espacio que abre el texto. Recuerdo…. Repasando el mapa de mi niñez, me veo siendo… Era verano y el recuerdo que vuelve siempre es ese perfume… Y vuelve una y otra vez, con la persistencia que tienen las certezas. Se entrevera con el protagonismo de ese yo que recuerda, relatando. Acontecimientos de la infancia adolescencia. Historias y más historias que arman los relatos. Los primeros escarceos amorosos. Debut en El Gato Negro. La amistad que no se pierde en el olvido. Clint no pudo. Norman tampoco. La presencia de la muerte, inexplicable. Sergio. Las tardes de cine. La primera cola. El muchachito llegaba a las cinco. El cine con sus miles de historias asombrosas. Vienen…. Las aventuras de la adolescencia. Rosca en Moldes.

Otras formas distintas de escritura posibilitan la memoria. Dos fragmentos enumeran los Me acuerdo… Un enlace con otros textos que también, recuerdan. Georges Perec, Henri Michaux, Joe Brianard, se encolumnan en esa experiencia desde el sintagma que reitera: Me acuerdo…

De aquellos días… Me acuerdo de mi amigo… y de este y de aquel otro… Me acuerdo de muchas cosas y no las quiero olvidar… y las escribo para que todos sepan que este pueblo traqueteado tuvo una historia mágica, llena de héroes, lanceros audaces, valiente trotamundos, felices astronautas, locos lindos, soñadores empedernidos, borrachos pasionales, sudorosos laburantes, ingenuos infieles, luchadores, poetas sin sueldo, y millones de don nadies que lustraron esta tierra con el sudor de sus ilusiones… Resume así -en esa enumeración- las distintas historias que se explayan en las palabras cargadas de nostalgia.

Esa lista de Me acuerdo se completa nuevamente en otro fragmento inacabable que remiten a otro tiempo, aún presente en la memoria. Y el olfato, nuevamente, anuncia otros recuerdos, permite otros relatos. Así dice: …podías mostrarle el pueblo a un visitante siguiendo los olores. Y nuevamente la enumeración que no termina, que se encadena una a otra. Si sentías olor a mojarras… Si bajabas en línea recta, cruzando la ruta, el perfume del potrero… Si agarrabas por Lavalle, el olor a música se escapaba por las ventanas… Si sentías… Si sentías… Y así cierra ese fragmento donde es el anfitrión que guía al visitante: Upppsss… ahí terminaba el viaje. Era el atardecer. Basta de gallito ciego, abrías los ojos y descubrías que los olores seguían estando. Tan fuertes como la nostalgia de los buenos tiempos… Es todo un tiempo. Pero también, hay otro fragmento de Olfato y nostalgia. Ese perfume que se vincula con la planificación del pueblo y de sus calles: diseñado a contramano de los vientos. Un pueblo que encierra ese misterio de sus olores singulares.

Se asoma fugazmente quien relata, en una tercera persona que también, recuerda. Como ellos, son dos fragmentos donde nombra los héroes y heroínas que vislumbraba en la luminosidad del celuloide. ¡El cine! La mitología que escribió el Siglo XX y que constituye esa gran fábrica de sueños de todos los rincones del planeta. También, estaba allí, en su pueblo. Y al leer ese fragmento, nos sacude la memoria de ese tiempo inconcluso, permanente que logra ensimismarnos aún ahora. A todos…

Particulariza historias. De amores no resueltos… o posibles. Crepúsculo. De los clubes que existieron. Atlético de oro. La interminable continuidad de la familia. Nido vacío…. Y así cada fragmento nos muestra otros espacios, otros momentos, otras historias siempre desde los relampagueos que hace la memoria. Siempre me asombro de la capacidad de la memoria para rescatar estas historias mínimas. Tal vez sean una metáfora de los años, del tiempo vivido donde las únicas preocupaciones pasaban por planear como trepar. De la nostalgia de haber compartido momentos mágicos con quienes más queríamos. De la alegría de tener vivos a todos aquellos que hoy añoramos. Hace mucho que no vuelvo al patio de la nona. Seguro que el granado ya no está, ni tampoco el eucaliptus, ni el gallinero. Íntimamente me resisto a volver. Quiero dejar que el recuerdo vibre y bailotee dentro de mi cabeza. Es la mejor manera de sentir que todavía estoy vivo.

Pero no recuerda solo. El texto está lleno de interpelaciones donde se nos pregunta, se nos interroga, se nos hace protagonistas como lectores, como oyentes, de esa memoria que puede ser también, un privilegio que tiene la lectura.

También dedica un texto a la escritura. El sentido que alcanza la escritura. Letras sobre el papel es el fragmento donde se mezclan los perfumes con la posibilidad de escribir desde la totalidad de la persona.

Bellísimo.

Podría seguir contándoles, de uno y otro fragmento. Recorrer esos hilos que se extienden desde el texto. Podría… Podría… Me anima una nostalgia casi triste. Les propongo que armen Ustedes, su propio recorrido desde ese perfume que, a veces, tiene la memoria.

La continuidad de los retornos

Juan Cruz Taborda Varela – Foto: CBA24N

Juan Cruz Juan Cruz Taborda Varela, escribe Atleta del recuerdo.

Releo una y otra vez, el título. Las palabras que lo forman. Atleta y recuerdo.

Busco el sentido de la conjunción de esas dos palabras. Se me ocurren varias interpretaciones. Digo. ¿Es esa disponibilidad y capacidad de movimiento lo que le permite incursionar por el territorio indeterminado que tienen los recuerdos? ¿Es esa certeza y seguridad en el manejo del cuerpo y de sus posibilidades lo que se manifiesta en el transparente reconocimiento de las iluminaciones que muestra la memoria? ¿Es la referencia tenaz a su condición de Hincha de Belgrano que establece permanencias en sus reminiscencias y añoranzas? Quizás, sea una de ellas solamente. Quizás, sean, al mismo tiempo, todas. Quizás, haya otras respuestas.

Intuyo que una lectura no agotará el sentido último del texto… que debo leerlo, una y otra vez… que debo dejarme atrapar por la magia que tienen sus palabras y… que veré finalmente cómo un atleta se desplaza rauda, velozmente, por los mundos posibles que relata la memoria.

Ahora, les digo.

Como todo texto de memoria, se estructura en fragmentos. Son catorce, numerados con seis ilustraciones intercaladas. Ilustraciones que muestran elementos del mundo cotidiano. Una silla, pájaros, una jaula, una casa, puertas, ventanas, una pelota, la camiseta de Belgrano. Muestran y complementan la existencia de lo dicho con palabras. Llenan de presencias, formas y colores, el frio espacio de las letras impresas. Recuperan la ternura que asoma en los fragmentos que se narran.

Tres epígrafes referencian el sentido de la escritura y la memoria. Nos internan en el territorio del mundo posible que leeremos. La memoria. Otro epígrafe –ubicado como cierre– sintetiza la significación de la totalidad del texto. Recordar no es un mero acto de la memoria, lo sabemos. Es un acto de creación. Nos remite así, a una relectura sin fin en ese concepto que lo define. Es un acto de creación… por lo tanto es inasible, permanente, inacabado. Inferimos, entonces, qué significa ese poema de Fernando Cabrera –incluido al final de los fragmentos– que explicita lo posible olvidado en ese No recuerdo, que titula y repite como un mantra. La memoria nunca está acabada. Olvido y recuerdo se unen así, en el concepto que resulta finalmente el texto: un acto de creación. Una creación que será distinta cada vez que se lo lea… que apelará a la experiencia de cada lector que lo haga suyo.

Y, ahora, lo hago mío.

Ustedes, también lo harán de Ustedes, solamente.

La memoria referencia la certeza recurrente de que los días siguen, pero siguen retornando. Un tiempo circular entre el pasado vivido y recordado. Entre un presente que recupera ese pasado y lo hace un relato, un mundo posible con palabras. Entre ese futuro entrevisto en el sentido de creación que tiene, acá, la acción de recordar. Circularidad de los tiempos que establece la continuidad de las historias, de las vidas relatadas, de los protagonistas recordados. Y entonces, el texto propone una continuidad en cada fragmento que explicita la memoria. De quienes componen la familia: la madre de la abuela, la hija de la madre, los padres de los padres, los hijos de los padres, la madre de sus hijos, los hijos de los hijos, Juan Cruz y los relatos.

Abuela, en el primer fragmento, explicita esa continuidad. Explicita una memoria: parcial, frágil, huidiza que se transforma en esa memoria que traspasa los límites de la enfermedad. La memoria, que es afecto compartido, vivido y expresado. Por eso, ese presente casi eterno a que queda reducida la abuela con su Alzheimer, metaforiza la posibilidad de esas continuidades, en la conservación de los afectos, en la persistencia de recuerdos, en la negación del olvido a pesar de los años y la muerte. Pero esta vez, en este día de mi cumpleaños en que mi abuela me llama para contarme de su madre viva pero también muerta, en este momento en donde se cruza una realidad paralela que solo vive en ella y, por efecto de una enfermedad, esta vez no la voy a corregir… Voy a seguir hablando de su madre, mi bisabuela, y sus hermanos futboleros también muertos, del pueblo que nos cobijó en el territorio de la evocación y de mi niñez evanescida. Todo en tiempo presente. Y de esa forma sutil como una trama que se teje y se desteje pero que siempre sigue estando, desfilan escenas más lejanas, más cercanas, de una familia que sigue siendo una familia en esas precisas continuidades que la memoria le niega al olvido y a la ausencia.

Continuidades que se establecen también con los amigos. Aquellos que se fueron. Otros que siguen compartiendo. Protagonistas de otro tiempo que permanecen aún presentes. Esos recuerdos que se fortalecen gracias a los cruces de la historia, como dice.

Y los fragmentos siguen escarbando de esa forma, presencias que pujan por mostrarse. Los ritos que establecen la continuidad de las costumbres, que dibujan la identidad heredada, adquirida, conservada. Los momentos, los gestos, las historias pequeñas, mínimas, rutinarias, cotidianas que componen un bagaje irrenunciable, porque son la memoria recobrada, conservada, relatada. Pero sobrevive, en el paladar y sin saberlo, la esencia de aquello que se fue, los secretos que nos hicieron saber por dónde ir para después saber volver.

La vida hecha retazos en la infancia, adolescencia y ya no tanto. De un pueblo que iba al Este y solo estaba al Este, que se quedó en la bruma de la ausencia cuando la ciudad se convirtió en el nuevo espacio. …llegó el camión de la mudanza y en unos cajones de madera alguien metió todos mis recuerdos y por una ruta recta y larga y aburrida e igual de peligrosa, ese mismo camión desandó el Este y desde entonces empezamos a entender a dónde iba el Este cuando venía.

Y por supuesto, siempre el fútbol, el Diego y Belgrano, el club de sus amores. Lo más importante, (…) es que junto a tus colores, recuerdes también, siempre, que no es preciso jugar para ganar. Que el amor, como lo hablamos aquella mañana, no se mide, no podría medirse jamás, en éxitos y derrotas. Que hay que jugar tan sólo, simplemente, para no ser olvidados. Si al final, le escribo lo que otros, ya escribieron por mí, la vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda de ella. Jugar para no ser olvidado. Nuevamente una continuidad.

También ubica en el objeto libro otra posibilidad. Vean en este hermoso fragmento que transcribo, como esas continuidades se mezclan, superponen. Como obsequio de mi abuela guardo aún mi primer libro de historia argentina, libro que ha dejado huella profunda; libro que cada tanto consulto, quizás no para buscar datos olvidados, sino para verificar cuanto funciona la memoria de aquel niño que hoy dejó de serlo (…) Libro que supe releer a mi hijo y a mis hijas en aquella primera infancia que se desvaneció tan pronto. Algún día seremos conscientes de eso: del libro que unió a mi abuela y a mis hijos, de los libros que tejen una costura invisible entre los que nos dejan y los que recién llegan.

Y entonces, descubro que las palabras también tejen esas continuidades entre ellas. No solo en las metáforas que nombran la memoria. También, en la repetición que muestra la continuidad de un texto que no acaba y que tienen la continuidad que solo proporciona la lectura. En las palabras: Mario Marito. En los sintagmas: Pero mi amigo el arquitecto me contó que estaba haciendo la ampliación de su casa…. Sos muy parecido a este chico al que le estoy ampliando la casa.

Vuelvo una y otra vez, las hojas del pequeño texto que resulta inconmensurable en la lectura.

Siento que deben leerlo para que entiendan la nostalgia y, al mismo tiempo, los interrogantes que me invaden.

Me pregunto con Juan Cruz y les pregunto a Ustedes: Entonces, ¿cómo se rearma el pasado que moldea nuestro presente? ¿Cómo se recrea, aquel viejo punto de partida que nos permita saber qué somos hoy?

Me quedo sin palabras. Digan Ustedes, a lo mejor tienen la respuesta.

A veces, la memoria anquilosa la luminosidad de los recuerdos

Marcelo Bailone escribe: Las mujeres de antes no usaban teléfono. Lo hace con el seudónimo de Ángel Eusebio.

Para mí, siempre será El Pato, el inolvidable Pato Bailone quien lo escribe. Miles de kilómetros de agua nos separan desde hace demasiados años, pero no logran disminuir la testarudez de su presencia en la memoria de otros tiempos.

Doce cuentos estructuran el texto que rezuma ese humor tembloroso de ternura, esa indiscutida mirada llena de ironía, la parquedad para expresar sus sentimientos. Las dedicatorias, confirman lo que digo. Para vos, Nonna. En esas austeras tres palabras, se revierte todo el recuerdo amontonado de la abuela, protagonista del relato que da título al texto. La Nonna, es una mujer de antes… y no tenía ni usaba teléfono.

La otra dedicatoria metaforiza su ternura y su ironía en esa afirmación que ignora destinatarios para centrarse en el contenido de los relatos. Cuentos que gozan de buena salud, recetados para mantener la mente sana.

La memoria campea en todo el texto. Se llena de una singularidad que identifica la voz enunciadora. Es la mirada que recorre desde lejos, las historias de otro tiempo, también de otros espacios.

En ese primer cuento –que da el título al texto– está esa luminosidad que atraviesa los recuerdos… pero invadidos de un sentimiento de tristeza que solo confiere la lejanía, la distancia y que El Pato define como magún. El magun, como dice mi abuela, es esa angustia o ansiedad que te perfora el pecho como si fuese una descarga eléctrica. Busco en el diccionario y encuentro otros significados de esta palabra de origen vasco o piamontés, según los hablantes de uno u otro lugar. Los transcribo. Profunda e indescifrable opresión o tristeza./Un sentimiento que vuelve de vez en cuando y apenas puede ser nombrado. /Palabra mágica, conjuro secreto, hechizo./ Finalmente explica que el ir y venir de los lugares, provoca esa sensación. Y entonces, comprendo que todas esas significaciones se deslizan por las historias de los cuentos. Se entreveran con los recuerdos relatados. Anquilosan, disminuyen, difuminan la luminosidad de la memoria. Llena de tristeza ese inmenso espacio entre el lugar donde se vive y el lugar de donde provienen los recuerdos.

Por eso, la referencia al magún en ese primer cuento. Es la contraseña para poder entrar a ese mundo posible relatado. Y entonces, El Pato, nos cuenta que una madrugada tuvo un ataque de magún. Un sueño lleno de nostalgia –…soñar con mis tres sobrinas pequeñas abrazándome y llorando de alegría por verme, e iba a despertar lo suficientemente alterado para masticarme una cajetilla de Marlboro y exhalar el humo– lo lleva a hablar por teléfono al otro día a su familia en Argentina. Habla con su madre, que borbotonea las necrológicas de rigor, y luego le pasa el teléfono a la nonna. Es ahí, cuando sucede lo increíble. Con voz entrecortada por lso afectos, la nonna alcanzó a decirme: “No sabés lo bien que te escucho, Marcelín, parece que estuvieras acá”. Su sonrisa entonces, se quebró por la emoción que le produjo escuchar a su nieto mayor hablándole por teléfono desde España. La memoria irrumpe victoriosa y conocemos a la nonna. Mi nonna, la Chocha, como cariñosamente la llaman sus hermanas, tiene 82 flamantes años cumplidos el pasado mes de febrero y una salud de hierro, forjada con extensos momentos de felicidad al lado de un gran hombre; con recetas de una cocina que huele a salsa de tomates y pan casero; con la fritada de miles de empanadas que medidas en docenas podrían superar el recorrido de la muralla chica y por millones de mates cebados con ternura debajo de la enredadera y a la sombra del cariño que la mantuvo, por más de doce lustros, al lado de Eusebio Aníbal González, el Sordo, mi abuelo. Pero esa mujer a quien no le faltó nunca nada, esa mujer con esa historia tan vital, tan singular, tan de ella… se emocionó hasta las lágrimas al hablar por teléfono con su nieto. Mi madre me lo dijo llorando y con las últimas gotas que quedaban de tarjeta: “Entendela, hijo. Es la primera vez que habla por teléfono.” Detrás quedan las distintas especulaciones sobre el avance de la tecnología en comunicación. Detrás queda la relevancia de la telefonía en el mundo contemporáneo. Una mujer, su nonna, fue capaz de vivir 82 años y algunos días, sin necesidad de hablar por teléfono.

Así termina la historia de una memoria atravesada por la imposible lejanía de un espacio, y también, por la nostalgia de otro tiempo.

Chavales, rompe esa tristeza. Propone un movimiento en esos retornos. La historia de dos amigos que se separan cuando jóvenes. Uno emigra a la Argentina. Se prometen volver a tomar una caña como siempre. Pasan los años. Nunca se escribieron cartas. Ni siquiera fueron capaces de hacer uso del teléfono. Ni de los beneficios que la tecnología les brindó a través de Internet en épocas más recientes. Pero cada uno de ellos, en distintos puntos del planeta, recordaba al otro como su amigo del alma. Y sucedió lo inesperado. Un tarde como tantas, el anciano que mantenía el ritual de tomar la caña en ese bar de siempre, vio un anciano, casi tanto como él, sentado en esta misma mesa, lo saludó con la frase que hacía 52 años no escuchaba: “ Ey, chaval. ¿Qué? ¿No te vas a tomar una cañita con tu amigo?” El magún –también dijimos– es un conjuro. Esa frase es el conjuro que atraviesa el tiempo y recupera la memoria. Vale –dijo– que para eso aún somos chavales.

No hace falta agregar nada. La memoria puede todo.

No puedo dejar de contarles de Tarritos.

Allí el magún es puro hechizo. El hechizo detenido en aquel tiempo. En el espacio lejano abandonado. El hermano menor. Los recuerdos. El tarrito. Hablar con los tarritos era toda una experiencia de niños, y después adolescentes. Pero vino la distancia. Hace mucho tiempo que no nos vemos con el Dani. Desde que salí del país –tres años atrás– hasta hoy, no te tenido oportunidad de volver a casa, por lo que a menudo nos enviamos correos electrónicos para mantenernos cerca, atendiendo a la distancia que separa España y Argentina. Y en una de esas veces, el hermano le avisa que le hablará por la noche. Espera inútilmente. Una, dos, tres, cuatro, cinco noches. No hubo nunca una llamada. Finalmente, ese viernes a las diez de la noche sucede el hechizo que solo el magún entrega a los memoriosos con tristeza. Y así dice: Puse atentamente el tarrito vacío en el centro de la mesa y al notar la primera vibración en él, lo llevé a mi oreja. Entonces, su voz, surfeó las olas del Océano Atlántico, remó por las costas del Mar Mediterráneo, cruzó ríos, trepó montañas, sopló desiertos y llegó a mi oído con un mensaje inconfundible: “Hola, boludo. ¿Estás escuchando el tarrito?”

Solamente quienes conocimos el tarrito, entienden la nostalgia que ese hechizo significa. Comprenden la inmensa tristeza que envuelve la distancia no solo de otro tiempo, sino de un espacio diferente.

Están otros relatos… son hermosos.

No dejen de leerlos.

Y volveré otro día, con menos melancolía que esta tarde… para continuar con las lecturas y otro encuentro.

Las estrellas federales siguen ardientes, a pesar del frío y de ese sol tan enfermizo. Es la memoria, me digo. Lo único que permanece tan única, tan nuestra. Tan llena de vida y transparencia.

Hasta pronto. María

Podrían esperarme… que ya vuelvo

Textos

Bailone, Marcelo, en la voz de Angel Eusebio. 2008. Las mujeres de antes no usaban teléfono. Ediciones Idea Las Palmas de Gran Canaria España.

Medeot, Fernando. 2019. Cuarta Edición. El recuerdo es un perfume. Un manojo de sueños para rescatar emociones escondidas. Edición del autor. Córdoba.

Taborda Varela, Juan Cruz. 2022. Atleta del recuerdo. Ediciones Recovecos. Córdoba.

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* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.