Oscar Fernández, director del Instituto Balseiro, evaluó los desafíos y responsabilidades de encabezar la prestigiosa institución.

Por: Lucía Céspedes. Estudiante de la ECI.

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Cuando eligió estudiar telecomunicaciones, su  tío le adelantó “esto es el futuro”. Con su flamante título de ingeniero, Fernández trabajó en La Plata, Córdoba y en Barcelona  antes de instalarse en el Centro Atómico Bariloche (CAB) a principios de los ’80. Su inicio en el Instituto Balseiro (IB) fue como docente, allá por 2003, y años después se convirtió en su director. Hoy su investigación acerca de redes de sensores inalámbricos para el monitoreo y diagnóstico de instalaciones nucleares, y arquitecturas flexibles para la detección, seguimiento y localización de fuentes radiactivas en distintas áreas y situaciones está totalmente parada. “A esta altura de mi vida, me la imaginaba más tranquila”, reconoció.

“El IB era una estructura muy pequeña, pero en los últimos 5 años empezó a crecer mucho de golpe. En los últimos seis años duplicamos la superficie cubierta en el CAB, en metros cuadrados construidos. No hay un recetario, las soluciones se van construyendo día a día. Lo bueno es que hay desafíos todos los días, distintos de los que había antes”.

Doble comando

El IB depende institucionalmente de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y de la Universidad Nacional de Cuyo. “Nos ata un convenio escrito en una vieja máquina de escribir en el año ’55, cuando el Instituto fue fundado”, dijo Fernández. En aquel momento, Cuyo era la universidad pública más austral; existía desde 1939, por lo que tenía un poco de historia; y además, el propio José Antonio Balseiro no quiso involucrarse con la Universidad de Buenos Aires, ni con la de Córdoba ni con la de La Plata. Las tres universidades más grandes del país iban a “respirarle en la nuca”, según apreció Fernández, por lo que Cuyo fue la elegida para ser el soporte académico del Instituto.

La CNEA, por su parte, aportaba el plantel docente, instalaciones y laboratorios; y proporcionaba alojamiento a los estudiantes. Esta doble pertenencia se mantiene hasta hoy con algunas tensiones. “Usás dos camisetas dependiendo de con quién hablás. Tenés que mantener un fino equilibrio entre dos instituciones que no necesariamente tienen los mismos intereses, aunque en general coinciden”, señaló Fernández. Uno de los desacuerdos más importantes que tuvieron fue acerca de la creación de la carrera Ingeniería en Telecomunicaciones en el IB.

¿Cuál fue el problema con el inicio de esta carrera?

La decisión de crear la carrera fue del Ministerio de Planificación que se encarga de áreas estratégicas y críticas, como satélites, fibra óptica, comunicaciones y material nuclear. A fines del 2010 nos propuso hacer la carrera, pero la CNEA no quería saber nada con “Teleco” ya que su razón de ser es la investigación en ciencia y tecnología nuclear, y Teleco no tiene nada que ver.

También hubo problemas con la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN). Ellos querían que hiciéramos una carrera en conjunto pero los grupos de investigación crecen por afinidad, no por imposición. Para nosotros, el “no” fue no. Su rector (Juan Carlos) Del Bello, me llevó a la Justicia Federal, y dieron lugar a la cautelar que suspendía la carrera. Como la CNEA depende del Ministerio de Planificación, el juez ya venía influenciado. No me dejaron usar el presupuesto establecido para Teleco, la CNEA se jugó a doblegarnos por inanición.

Para pagar a los docentes, en vez de tenerlos como empleados de la CNEA, esos fondos los pasé y los usé desde la UNCuyo. Mientras, a los 5 chicos que ya teníamos elegidos los “escondimos” en ingeniería mecánica. Ellos hicieron una movida grande en redes sociales. Teníamos medio año para solucionarlo antes de tener que correrlos o invitarlos a que hicieran definitivamente otra carrera.

De julio a diciembre del 2012, con ayuda de Martín Gill (en aquel momento Secretario de Políticas Universitarias de la Nación), y con el por entonces rector de la UNCuyo, (Arturo) Somoza, se fue destrabando.  Finalmente se acordó que la UNRN y nosotros hacíamos carreras separadas, con perfiles diferentes. De los cinco quedaron dos chicos que van a ser los primeros recibidos el año que viene.

Históricamente, ¿el Instituto ha tenido otro conflicto político de peso?

En los ’90 había una decisión política de reconvertir la CNEA. Quitarle la “A” de “atómica”, o reconvertirla en “ambiental”. Era mala palabra lo nuclear, siguiendo la moda y las imposiciones de la vuelta a la democracia. Sobre todo para Estados Unidos el plan nuclear argentino era un tema delicado, porque buscábamos tener independencia, y a ellos eso no les conviene. A la CNEA le quitaron el área de producción de energía y se le vino la noche, porque parte de lo que se vendía en energía financiaba la investigación. Los recursos eran exiguos, se quitó presupuesto. Las centrales nucleares se transfirieron al Ministerio de Economía. También querían cerrar los institutos. El Balseiro estuvo en verdadero riesgo en ese momento. A los docentes e investigadores no se nos participaba de nada, no teníamos acceso a la información. Supongo que nos salvamos porque el país se fue poniendo peor y fueron surgiendo cosas más importantes, más urgentes.

La importancia de mostrar

La realidad actual es otra. 60 años de historia han forjado una reputación internacional de primera línea, y un lugar importante para el IB en Bariloche. Por eso, Fernández destacó la importancia de no encapsular las producciones del Instituto, sino salir a mostrarlas.

“Siempre pensamos qué hacer para que la comunidad lo sienta como propio, que se sienta incluida. El día que se llevaron el satélite ARSAT-1, por ejemplo, hicieron un festival y llevaron a La mancha de Rolando, me pareció fantástico. Son cosas que hay que trabajar para llegar a la gente, pero no es fácil. La cosa no es que nos parezca bien a nosotros, sino al público”.

Entre estas iniciativas están la Muestra CAB-IB, realizada todos los años en el Centro Cívico, y la Beca IB para Alumnos de Enseñanza Media. Se trata de un concurso de monografías en escuelas secundarias de todo el país. Los ganadores van al Instituto con un par de docentes y están una semana allá. “Quedan marcados por esa experiencia, algunos vuelven años después para estudiar. Precisamente uno de los de Teleco, que es presidente del centro de estudiantes, fue becado en 2009”, contó Fernández.

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