Más que un gremio, AMMAR es una familia. Allí Luciana Fernández –trabajadora sexual, delegada y travesti– encontró contención y apoyo.
Por Giannina Valverdi. Estudiante de la ECI y Waldo Cebrero. Egresado de la ECI. Periodista en El Argentino
Esta mañana, Luciana Fernández escogió una flor para adornarse el pelo. Es un tulipán dorado hecho de tela, con una perlita en el centro. Realza su nuevo peinado: corto atrás, negro, ondulado, con un mechón cayendo sobre su frente morena. Antes lo usaba largo y rubio, con un rodete y un flequillo fatal. “En la calle –explica Luciana, travesti, de 26 años– la rubia gana más. Se para y los clientes viene solos”. Pero ahora está feliz y orgullosa de su pelo oscuro. Sabe que cambiar de look no es solo mudar de imagen. “El cambio es de a dentro para fuera -afirma– El pelo largo y rubio representa el pasado para mí. La cocaína, las cosas feas. Todo eso quedó atrás. Hasta me veo más linda. Eso se lo debo a mi familia, las chicas de AMMAR”.
Luciana Fernández es delegada de la Asociación de Mujeres Meretrices de Córdoba (AMMAR). Representa a la más de doscientas chicas trans que taconean las noches de Córdoba, al filo de muchos peligros, el más constante e impune: el acecho policial. “Ahora estoy abocada a que mis compañeras trans se afilien a AMMAR. Somos nuevas en la organización. Acá van a encontrar apoyo e información”, dice. La entidad que nuclea y representa a las trabajadoras sexuales en Córdoba logró (después de 14 años) que el Poder Judicial reconozca su personería gremial. Desde la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), AMMAR se ha constituido en la voz cantante de los derechos laborales de las meretrices. “Nosotras somos laburantes, como cualquiera. Este es un trabajo re digno. Estoy orgullosa de ser una trabajadora sexual y una chica trans. Si tengo que volver a nacer y elegir de vuelta, elegiría lo mismo. Por eso una de las luchas es por una obra social y una jubilación, como otros trabajadores”, sostiene.
Luciana llegó de Buenos Aires hace cuatro años. Desde hace algunos meses, la sede de AMMAR es su hogar. Allí participa de las actividades de la organización: talleres de oficio, de prevención de VIH; acciones solidarias en barrios, como copas de leche. AMMAR cuenta, incluso, con una guardería y brinda educación primaria y secundaria. “Yo terminé la primaria en AMMAR. Ahora curso el secundario. La escuela me hace no pensar en las drogas y el alcohol. Cuando termine quiero estudiar derecho… Si es muy difícil, me cambio a teatro”.
Sombra azul
Desde hace dos años, en Córdoba rige la Ley Provincial de Lucha contra la Trata de Personas. En este tiempo se cerraron miles de locales nocturnos en donde se ejercía la prostitución. La medida tiene adeptos pero también es muy cuestionada. Para AMMAR la ley permitió a la policía avanzar sobre sus derechos. “El cuerpo es mío, yo con mi cuerpo decido y hago lo que quiero”, dice Luciana. Por la norma, muchas trabajadoras sexuales debieron salir a trabajar a la calle. Y en la calle el policía no siempre es el que te cuida. “El cana pasa a cobrar su coima. Pide que le paguemos con plata o especias. Eso cuando no son ellos mismos lo que nos pegan y nos arrestan sin motivos. Por eso para estar seguras nos cuidamos entre nosotras”, sostiene.
Chica trans
A los 13 años Luciana comenzó a sentirse diferente y allí ocurrió su primera transformación. Con ayuda de su prima, se maquilló, se puso unas botas blancas, pantalón ajustado, un top y salió a bailar. Orgullosa, ahora se siente muy bien y no se arrepiente de su decisión.
Su familia nunca aceptó el cambio, principalmente su padre que la echó de su casa a los 14 años. Entonces empezó a ganarse la vida sola y sin ayuda hasta que llegó a Córdoba y conoció a “las chicas de AMMAR”, su nueva familia.
Luciana dice que no es fácil estar en los tacos de una travesti. Son foco de todo tipo de violencias, desde las más sutiles a las más extremas. “Cuando camino por la calle me gritan de todo. Ellos se ríen de mí porque soy diferente. Pero yo me río de ellos porque somos todos iguales”, dice con sarcasmo. “Nosotras trabajamos con el cuerpo, pero también militamos y resistimos con el cuerpo”, afirma.
En el estudio de la Escuela de Ciencias de la Información, Luciana posa y se acomoda frente a la cámara. Se para bajo la luz, elige su mejor perfil; el izquierdo, donde esta mañana se ha colocado un tulipán. “¡Uh, soy una bomba!”, grita y se lleva las manos a la cintura.