Por Roy Rodríguez *
Exponente de la psiquiatría alternativa, Rodolfo Paredes reflexiona sobre factores críticos de la vida en pandemia y su efecto en la subjetividad. A futuro, el aprendizaje para asumir la realidad de la muerte y el desafío de “construir nuevas formas de compartir”.
Quizás los saberes de la ciencia occidental, eurocéntrica y capitalista hayan sido los más cuestionados, desde las vivencias, desde el transitar de los días y las horas del Covid 19. Y, sin embargo, esos mismos saberes y prácticas parecen seguir sustentando días y horas, ahora que hay un fin. Un fin, no en el sentido sincrónico de los hechos, si no en la conciencia de que el tiempo es otro. Y que la muerte (como fin, como posibilidad final) volvió –desde la naturaleza o desde los laboratorios– a acompañar nuestra cotidianeidad. Nuestra conciencia. Y a la imperfección de los sistemas en los que convivimos. El pensamiento surge después de escuchar la grabación de la charla con Rodolfo Paredes. Reconocido médico psiquiatra, inquieto generador de espacios de innovación en la salud pública de la provincia de Córdoba, sobre todo en su tránsito por el Instituto Neuropsiquiátrico provincial, habla junto al fuego, en un alto del trabajo grupal, colectivo y ancestral: trasegar el vino. Mover el líquido que comenzó a gestarse en las flores de la primavera pasada y que reposó durante el invierno en el silencio del monte, ese que se quema a cien kilómetros al norte… Fuego, silencio y frutos, después de un año y medio de pandemia. Algo que se quema, algo que nace. Algo que muere.
–Pensaba que el vino necesita el silencio para ser mejor, para madurar… ¿La pandemia, al principio, nos interpeló desde el silencio?
-Hay diferentes realidades. Por ejemplo, la que estamos compartiendo en este momento, en un proceso comunitario, colectivo de hacer algo rico y donde las cuestiones que tienen que ver con lo que recibimos como mensaje, estarían dentro de una vacuola de silencio. Nosotros, con estas prácticas colectivas, construimos nuestras propias vacuolas silenciosas. Ahí no llegan los mensajes que están afuera. Ahora, mientras escuchamos música o en la charla, mientras trabajamos, vamos diciendo lo que va pasando y vamos construyendo. Y esos son los mensajes que recibimos y a los que respondemos.
Cada realidad es acorde a una cartografía, al mapa que nos construimos o el territorio en que nos toca estar. No es lo mismo escuchar Cadena 3, que crea un territorio y una cartografía –que indudablemente es la que alguien vive y sufre– a vivir un silencio. Porque el silencio es casi una imposibilidad. El silencio, a pesar de la pandemia y todo lo que nos suceda, es un ejercicio arduo, difícil de conseguir. Siempre está el ruido y el diálogo, aunque sea con voces propias.
Creer que en la pandemia hubo silencio sería equivocado. Creo que fue el momento de mayor ruido. Donde intentamos llenar ciertos entres, ciertos vacíos. Pudo haber vacíos, vacíos de cosas, que se llenaron de contenidos. Dudo que haya habido silencio, incluso para la persona que le tocó estar sola y aislada en un departamento en una megalópolis… Dudo. Discúlpeme, pero me parece que los medios de comunicación no nos dejaron silencio…
-¿Generaron una cartografía propia?
-Creo que sí. Un territorio. No es lo mismo un territorio donde una persona se relaciona con alguien, digamos un vecino. A la mirada que, sobre ese mismo vecino, se construye luego de escuchar un medio de comunicación, que repite que tenemos que estar aislados. Y, por ejemplo, ve que ese vecino sale y no respeta ese aislamiento. Entonces podía ser incluso nuestro amigo, pero al atravesar esa barrera dispuesta por la cartografía del medio de comunicación, potencialmente pasa a ser un enemigo… En definitiva, hubo, tal vez, un vacío que llenamos cotidianamente de sobreinformación. Y esa sobreinformación generó diferentes territorios. Y en función de eso, alguien querido, pudo pasar a ser alguien peligroso.
-La sobreinformación generó patologías entonces, miedos colectivos, los puso de relieve…
-Empezó a generar determinadas subjetividades seriadas. Subjetividades seriadas, que eran las mismas en Córdoba en Buenos Aires, en Capital o en cualquier parte del mundo. Subjetividades determinadas, que generan sufrimientos. Y es posible que ese sufrimiento se mitigara de manera diferente. No es lo mismo lo que se sufre en una gran ciudad que en una comunidad. No es el mismo sufrimiento en un edificio donde, tal vez vivan la misma cantidad de personas que en diez hectáreas de las sierras…
-Esas subjetividades seriadas, conformadas por los medios, se manifestaban desde antes de la pandemia… ¿Se exacerbó en estos tiempos…?
-Sí, porque esos vacíos se generaron al no tolerar el silencio. Y nos atiborramos de sobreinformación. Necesitamos llenar ese vacío, buscar cosas… Porque no solamente escuchamos radio, vimos tele, o comimos con la tele. Y quienes tenían señal y un celular usaron Whatsapp. Y recibieron informaciones falsas. Y, desde ahí se empiezan a construir temores y miedos. Como decía Pichon Riviere en la teoría de la enfermedad única(1), hablando de la depresión, en ese momento nos atravesó la pérdida, el duelo…. Porque hubo cosas que se perdieron. Porque, con el aislamiento, se perdió la libertad. Y esa pérdida necesitó de un duelo…
-¿Era la pérdida de la libertad real, o la pérdida de la idea de libertad…?
-En lo personal creo que, perdón por ponerlo así, pudo haber habido pérdidas, pero también fue un tiempo posibilitador. Yo estudié cosas que tenía muchas ganas, o comencé con determinadas prácticas que antes no hubiera podido hacer.
–¿Por ejemplo?
-Una disciplina que nosotros hacemos es el Lian Gong (2). Fue un tiempo para buscar… Buscar libros, videos. Y tener el tiempo para poder hacerlo, estudiarlo, practicarlo. Era algo que tenía ganas de hacer desde hace muchos años. Hay mucha gente que se dedicó a hacer huertas u otras cuestiones relegadas. Hubo también otras posibilidades: ciertos haceres y quehaceres colectivos. Se encontraron nuevas maneras. Solidarias. Por ejemplo, acá, apenas se inició la pandemia, se armó una línea de acompañamiento telefónica, con diferentes actores sociales. El principal actor fue el colectivo de La Tricota, que se capacitó y formó para ayudar. Se buscó un lugar, un teléfono y se vio cuáles eran las personas o sectores más vulnerables… Y se los acompañó desde esa línea telefónica. La gente podía llamar, podía hablar. Después, eso se dejó porque el desarrollo del fenómeno generó sus propios dispositivos. Pero surgió, en este sentido, una necesidad de cada uno de hacer algo en esas circunstancias. De llegar con las compras a personas que estaban aisladas y que eran de alto riesgo, de asesorar a otro, de escuchar los temores y los miedos.
-Cambiando la idea del principio, en lugar de enfrentarnos al silencio, desde algunas individualidades y desde algunos colectivos, parece que hubo una posibilidad de escuchar al otro y ponerse en su lugar.
-Creo que sí, que fue una de las pocas… Tal vez movidos por la necesidad individual de no quedarnos viéndolo desde nuestras casas por televisión. Eso, en estas comunidades, en ciertos sectores, es como pensar que hay un incendio y nos vamos a quedar sin acercarnos al vecino que es bombero, sin preguntarle qué necesita. De la misma manera reaccionamos frente a algo que se mostraba como catastrófico, de lo que no se sabe y no se sabía mucho. Y donde ese no saber se llena de catástrofe, de miedos, de temores.
–Poniéndolo al revés, ¿qué aprendizajes nos quedan desde el punto de vista individual y colectivo? ¿Se puede vislumbrar alguno, suponiendo que estemos llegando a una especie de umbral final de la pandemia?
-Capaz hay muchos… Si hay un aprendizaje, tal vez tenga que ver con cosas que uno hacía como rutina, por una cuestión naturalizada, y que, durante la pandemia, dejó de hacer. Poder plantearse si hay necesidad de volver a hacer esas cosas…
–Si hay necesidad de seguir yendo a trabajar cinco veces por semana, por ejemplo…
-Sí. O de ir a la escuela… En lo particular, había dejado un solo día de consultorio en Córdoba. Y, cuando comenzó la pandemia, dejé de ir. Era algo a lo que me resistía. También me resistía a trabajar por teléfono o utilizando las redes. Tuve que implementarlo por necesidad. Comenzamos a hacer análisis mediante las plataformas de comunicación audiovisual. Incluso mi propio análisis. Hoy no viajo más. Y ese es un factor positivo para mi salud y para la de mi familia.
–Hay como una diferenciación en la percepción del tiempo… De alguna manera, el tiempo pasó muy rápido y muy lento a la vez. Es como si la pandemia nos hubiera cambiado esa percepción.
-Me parece que eso también es algo viejo, que tal vez comenzó a vivenciarse ahora. El tiempo cronológico es diferente al tiempo kayrologico. Para los que hacemos ciertas prácticas, como las prácticas grupales, por ejemplo, cuando somos parte de un grupo y estamos trabajando entusiasmados, el tiempo pasa muy rápido. O cuando se lee algo interesante. No sé. El tiempo pasó… ¿Ya pasó? Creo que siempre ha pasado eso. Ahora habría que ver cómo lo han percibido el resto de las personas. Es posible que para mucha gente el tiempo de la pandemia haya sido eterno. Personas que salían a trabajar y de pronto estuvieron todo el día en su casa. El tiempo se les volvió eterno, quizás. A otros no nos ha alcanzado…
-¿Cómo ve el futuro desde la práctica médica y la salud pública?
-Creo que ha habido aprendizajes… En esta cuestión del tiempo, me parece que la pandemia nos ha dado también espacio para el detenimiento. Que se detuvieran esas cosas que nos llevaban sin que tuviéramos conciencia, para detenernos en los vínculos. Soy consciente de que hago un recorte muy pequeño, como parte de una comunidad pequeña. Quizás no sea lo mismo en una megalópolis. Si bien en la cuestión médica explotó el trabajo, la demanda y todo lo demás, creo que esa cuestión de tomar contacto con la posibilidad del fin, del final, puede que dé como fruto otros contactos, otras formas de relacionarnos, de ser más auténticos, quizás. De redefinir las relaciones con el otro, de otra manera.
-¿El fin, en el sentido de la muerte? Que estaba como escondida…
-Sí. Creo que eso queda. Porque la pandemia puede estar por terminar, pero vendrán mutaciones. Vamos a tener que aprender a convivir con eso. Con la cuestión del fin, de la muerte… Tenemos que aprender a convivir con esa idea. Y en ese contexto, en un mundo donde cada vez se limita más el contacto físico y la cercanía con el otro, el desafío es cómo acompañarnos. Cómo seguir siendo compañeros. Esa es una necesidad de nuestras prácticas. Cómo construimos nuevas formas de compartir. Y que ese compartir, de alguna manera, modifique a cada uno y pueda modificar al otro. Y seguir evolucionando, creciendo. Esta realidad nos pone en cuestión y debemos encontrar nuevas formas de evolución. Y elegir conscientemente las maneras con que construimos.
Algo quema, algo muere. Algo nace.
Foto principal: www.pampadiario.com
* Licenciado en Comunicación Social egresado de la ECI-UNC. Trabajó en varios medios nacionales y de Córdoba y actualmente se desempeña en el área de Extensión de la FCC-UNC.