Por María Paulinelli *

Los relatos de la memoria. Un relato más de la contemporaneidad. Un relato donde la subjetividad se alza victoriosa y enuncia la memoria como espacio. Un espacio difuso, lábil, casi opaco en la demarcación de límites. Cercano a los diarios de vida, enraizado en los textos autoficcionales, deshilachado en las imágenes de los libros de viajes, sustancia permanente de los textos no ficcionales, fragmentario e inacabado en las múltiples posibilidades narrativas… Pero siempre, desde el espacio de la memoria.  A veces, como el testimonio cierto y comprometido de una vida. Otras, en las distintas formas de imaginar cómo se puede recordar. 

Y entonces, siento que cierro un círculo que abrimos hace un tiempo… en estos absurdos días de soledad y aislamiento. Lo hacemos con los relatos de la memoria… sustancia de todos los relatos. Referenciales, imaginados. Individuales, colectivos. Testimoniales, sospechados.  Comprometidos, distraídos.

Conjuramos, entonces, la memoria en la presencia de otros tiempos, con otras  utopías, sueños y esperanzas…

El relato de los hechos. La memoria.  Contar las historias sucedidas y a veces, recordadas.

Soldados de Salamina (2001), del español Javier Cercas

Escrito en primera persona, es la voz del narrador, Javier Cercas, quien explica cómo dispuso esos enunciados y cómo resultó el proceso de escritura.

Estructurado en tres capítulos –Los amigos del bosque, Soldados de Salamina y Cita en Stockon– el texto prioriza el relato de la investigación de los acontecimientos –un fallido fusilamiento de unos de los jefes de la Falange, durante la Guerra Civil Española y el reconocimiento de ese anónimo soldado protagonista del hecho– conjuntamente con la enunciación del proceso de escritura, afirmando así, la adscripción a la no ficción como propuesta. Hechos realmente sucedidos y  la  enunciación, casi testimonial  del narrador, alejan el texto del tradicional concepto de ficción como imaginación y creación de mundos posibles, para  instaurar un nuevo tipo de relato: el relato factual. El relato de los hechos.

Distintas significaciones se pueden  advertir en el texto. La consideración  del héroe: “Alguien que se cree un héroe y  acierta. O alguien que tiene el coraje y el instinto de la virtud, y por eso no se equivoca nunca, o por lo menos no se equivoca en el  único momento en que importa no equivocarse, y por lo tanto no puede no ser un héroe”. Por eso, el texto recupera la imagen de ese ignoto miliciano, Mirailles, y lo trae hasta el presente para revelar la contundencia de un héroe en el gesto de piedad-salvar la vida de un enemigo- sino también, en un gesto de coraje: enfrentarse a los mandatos de una guerra, jugándose la vida en esa acción. Y así el texto se cierra con la reflexión del autor: “Piensa en un hombre acabado que tuvo el coraje y el instinto de la virtud y por eso no se equivocó nunca o no se equivocó en el único momento en que de veras importaba, no equivocarse. Piensa en un hombre que fue limpio y valiente y puro en lo puro…”.

También, es posible reconocer, una filiación con la tradición occidental en el rastreo de los héroes que mantuvieron o “salvaron” los principios de la civilización. Por eso la mención una y otra vez, a los también ignotos soldados que en Salamina, detuvieron el avance  enemigo y salvaron así  dicha civilización. Tradición que se emparenta con otras tradiciones, como la latinoamericana explicitada por Bolaño –también protagonista en el texto– y otras tantas. “Se acuerda como yo me acuerdo de mi padre y Ferlosio del suyo, y Miquel Aguirres del suyo, y Bolaño de sus amigos latinoamericanos, todos soldados muertos en guerras de antemano perdidas…”. Y, como contrapartida de esa continuidad, está la propuesta de un nuevo tipo de novela: “Una historia con hechos y personajes reales”.  Una novela que se hace “como si estuviera descubriendo la historia (o el significado de la historia) a medida que contaba”. 

Entonces, la memoria aparece como el tema fundamental que logra cohesionar todo lo anterior en la formulación de un relato cosido a los recuerdos: “Las novelas se escriben combinando recuerdos”.  Recuerdos que se dicen y que a su vez, se recuerdan de otros relatos que se dicen: “Lo que le había contado a su hijo y lo que este me contó a mí, no era lo que recodaba que ocurrió sino lo que recordaba haber contado otras veces”. Por eso,  la enunciación de un relato que es la suma de voces que recuerdan así, de esa manera. De ahí las marcas en el texto que documentan esa acción de recordar.

Quizás la significación más apasionada, más humana, es la propuesta de la memoria como continuidad de la vida, como permanencia, como posibilidad de seguir siendo: “Pensé aunque hacía más de seis años que había fallecido, que mi padre  no estaba muerto, porque todavía había alguien que se acordaba de él. Luego pensé que no era yo quien recordaba a mi padre, sino él quien se aferraba a mi recuerdo, para no morir del todo”.

Soldados de Salamina es todo eso. Un relato que tiene la tristeza del fracaso en ese “de todas las historias de la Historia, la de España, es la más triste, porque termina mal”. Un fracaso pero iluminado ahora por el poder de la memoria.  En esa certeza que significa recordar.

Una profunda relación entre narrar y recordar, pues, en esos relatos reales  amasados con la factualidad que despliega la memoria.  Un sentido de ficción que abandona el frágil mundo de la imaginación y de los mundos posibles, para vertebrar desde entonces, la narrativa que habla de lo que verdaderamente sucedió. Ahora, atado a la memoria, a la acción de recordar una y otra vez… para que no vuelva a suceder… para mantener presente los héroes, sin rostro, sin estatura alguna… para entender la grandeza desde el heroísmo común de los que supieron cómo actuar: “Nadie se acuerda de ellos ¿sabe?. Nadie. Nadie se acuerda de por qué murieron, de por qué no tuvieron mujer e hijos y una habitación con sol”. “No hay ni va a haber nunca ninguna calle miserable de ninguna mierda de país que vaya a llevar el nombre de ninguno de ellos. Ah, pero yo me acuerdo vaya si me acuerdo de todos, de Leda y de Joan, y de…”. “Se acuerda porque, aunque hace sesenta años que fallecieron, todavía no están muertos, precisamente porque él se acuerda de ellos. O quizás no es él quien se acuerda de ellos, sino ellos los que se aferran a él para no estar del todo muertos”.

De ahí, la importancia de nombrar y también, de recordar. 

Lo leo una y otra vez. Me enamoro de ese miliciano envejecido, atado a los recuerdos para conjurar la muerte y el olvido. Pienso en tanta tristeza amontonada, en tantas batallas imposibles. Me acuerdo de lo que escribió Andrés Rivera: “¿Qué revolución compensará la pena de los hombres?”. Pienso, entonces, que  quizás, la memoria puede ser un reaseguro contra esa pena. También, contra la  ausencia y el olvido. Quizás eso quiso decir Javier Cercas en su texto.  

Remedos de otros textos.  Remedo de otros viajes.  Relato de memoria

Odisea del cangrejo ( 2005), del cordobés Fernando López

El texto enuncia la memoria de un viaje. Un viaje hacia el pasado, en una paradójica situación de regreso de la muerte a la vida. El protagonista, paulatinamente, se afirma en su conciencia. Recuerda y al recordar, no solo enuncia su experiencia, sino que  construye la memoria de su grupo, de su generación. Es pues, un relato de memoria.

Es, también, el relato de un viaje. Un viaje de regreso que es un relato de memoria que se  enuncia a medida que se realiza: “Me queda un resto para entablar la partida. Mientras tanto, trabaja la memoria”. Un relato de memoria, que como tal, “me  permite avanzar y retroceder en el camino de entender algunas cosas”.  y que en esos avances y retrocesos posibilita inferir el sentido del “cangrejo” con que “esa Odisea” aparece especificada. Este es el sentido del título.

El relato se enuncia desde un sujeto que explicita el proceso de construcción de la memoria y la acción misma de relatar. Se accede así a las transformaciones de esa subjetividad  que recuerda. Y al recordar, comienza un viaje al pasado que adquiere significación pues posibilita entender lo vivido y  vivir así un presente diferente. 

Es esa significación, la que se amplía con  la materialidad de la inclusión en un grupo. El texto referencia  la voz, la  mirada de una generación determinada: la  enclavada entre los 60 y los 70. El sujeto de la enunciación narra sus experiencias para hacer inteligible algunos acontecimientos.  Ese es  el  tiempo cronológico hasta donde trabaja la memoria. Es por eso que este tiempo aparece nombrado como “vivo y antiguo” y  es el  límite hasta donde o desde donde trabaja la memoria.

La memoria individual se entremezcla con la memoria colectiva. Acontecimientos, hechos, situaciones y  el espíritu de una época –ideas, expectativas, hábitos, lecturas, costumbres-se vislumbran en los enunciados caóticos y desordenados. Aparecen, entonces, en la difusa y ya inexistente Córdoba, los recorridos de una generación militante, presente todavía,  a pesar de la opacidad  de los sueños y las utopías, del oscurecimiento de la revolución como propuesta.

El texto termina siendo una mirada  irónica, por momentos. Pero también confirma la necesidad de mirar de variadas y disímiles maneras ese tiempo.  Humanizarlo, quizás. Desmitificarlo, tal vez.

La mención a La Odisea, no es gratuita. Retrae a ese sentido de humanidad primordial imprescindible para entender el mundo. Remite a esa conflictiva situación de las personas en el dualismo permanente que significa una vida tironeada entre el heroísmo y la simplicidad del hombre común Quizás, Fernando López, quiso hacer su héroe de manera similar. Mostrarlo en las cotidianas y no por eso, menos gratificantes escenas de una vida que quiso-en algún momento- ser distinta. Ese héroe que  hoy, sabe –debe saber- que la Revolución tiene otros espacios, otros nombres y, fundamentalmente, otros tiempos y héroes diferentes.

Posibilidades de narrar la memoria, en la metáfora de un viaje. El viaje de regreso a la vida… pero también, de regreso a un pasado… La memoria, relata irónicamente esa odisea.  

Nota: En el 2007, Fernando López, publica Áspero cielo. Una cierta  continuidad de La Odisea del cangrejo.   

Una foto. Los recuerdos. Relato de memoria 

Aquí, no. Ahora, no, el italiano Erri De Luca 

El texto es un fragmento de fragmentos. Instantes de una vida. Iluminaciones de momentos. Imágenes que se desplazan de las certezas de las fotos  a la tenue linealidad de los recuerdos.

Un relato pausado, lento, entrecortado,  desde una voz que pronuncia las palabras que narran pero que también, interpelan, preguntan, interrogan.  “Ahora, en la fotografía que nos detiene, yo podría apearme en esta parada. Saldría a tu encuentro cruzando la calle. Aún podríamos tener una continuación. ¿Qué haremos? Lo entenderemos. Agarrados del brazo entenderemos toda nuestra vida”. La memoria es la sustancia requerida. “Es la memoria que sobre algunas palabras, se acalora con el tiempo en vez de enfriarse…”.

La vida en un pasado es la materia demandada. Por eso, dice: “Lo evoco con exactitud en esta hora, tal vez no con verdad. Muchos pormenores no forman un recuerdo, muchos recuerdos no constituyen un pasado. No vaya, yo, a agraviarte, madre: no había otro pasado que aquel”.

El rezongo de la madre –Aquí no, ahora no-, es la metáfora que anuda las significaciones de los recuerdos que aparecen.  Los límites. Las carencias. Las pérdidas. Las incomprensiones. Las tristezas que todo hombre puede guardar en la memoria. Por eso, es que la imagen de la madre es recurrente. Semeja una espiral que va y vuelve y, en cada giro, deja vislumbrar lo que siempre está presente, aunque sean otros tiempos, aunque eso, sea pasado. “Ya no sé si miras hacia mi lado. No se te ha consentido reconocer a tu hijo viejo. Solo has visto a un hombre que desde un cristal te miraba. La hora que llega para mí será una hora cualquiera de tu tiempo. Y sin embargo me la anuncias, quieta en una fotografía, quieta en los años, joven como yo jamás he podido serlo”. Esa madre que compendia ahora y entonces, el tiempo que vivía. “Tú eres el siempre, nacías por la mañana, morías por la noche, apareciendo y despareciendo por la misma puerta, dirigiendo la luz de la mañana y llevándotela otra vez contigo por la noche”.

El texto deambula por el tiempo de la infancia. La familia. Las casas habitadas. La escuela. Los amigos. Ausencias y presencias. La muerte sin palabras. Más aún. Escudriña instantes de la vida, más de grande, adolescente, quizás un poco como adulto. “He tenido veinte años y el frío de las antesalas. De una, la más extraña, aún me acuerdo”.

Ha vivido algunos tiempos de la vida. “He sido una persona en este mundo no solo en los diez primeros años de la vida, sino también en los siete del matrimonio. Ser en el mundo, por lo que he podido entender, es cuando se confía una persona y tú eres responsable y al mismo tiempo tú eres confiado a esa persona y ella es responsable de ti. Siete años, no fueron pocos”.

Habla del matrimonio interrumpido, en ese tiempo. “Cuando murió, no me di cuenta. Dormía en la silla, las manos enlazadas con las suyas, mis ojos cerrados y los suyos abiertos hacia mí. Cuando solté los dedos de los suyos, me quedé solo en el mundo. Estuvo poco conmigo, una breve duración en el transcurso de la vida, pero había venido”.

Se desplaza de la centralidad de esas fotos que vuelven de a momentos, a un lento desgranarse de hechos, situaciones que muestran soledades, quizás imposibilidades. “Los álbumes, los archivos, no me sostienen la memoria, sino que la sustituyen”. Por eso es que explica: “Miro la fotografía. No me asombra el modo en que se va agrandando ni los detalles que consigo captar. La gente sale de las pastelerías con los paquetes envueltos en papel…”. Pero también, es la memoria que vuelve con la fuerza de un pasado vivido y recordado y paradójicamente, sustituye la referencialidad inmóvil de la imagen fotográfica. “Una luz fuerte se filtra, blanca y densa, tal vez, desde nubes altas. Que ya no es fotografía lo deduzco por la nariz, Está el olor de la Torretta, el domingo: mercado, gentío, frío”.

Y en ese desplazarse por tiempos y personas, por fotos y recuerdos,  acuerda finalmente la rotundidad del tiempo y su transcurso. Las cosas no resueltas. Las palabras no dichas. Las presencias no presentes. “Cada cual tiene una verja en alguna memoria: cada cual se ha quedado fuera de un jardín”.

Erri De Luca, cierra el texto dejando la memoria: “Cargo el vacío que me han dejado y con las manos sujetas, siento que me manda la impaciencia y el impulso de dejar el tiempo de la foto y del autobús”.

No deja las palabras, se une eternamente a ellas. “Todas las palabras caen hacia atrás, y yo voy a posarme en la arena del fondo”. 

Bellísimo texto. Pocas veces, he sentido tanto la nostalgia de la ausencia. Las cosas que se fueron. Las presencias entrañables. Las palabras que no pude decir en su momento. La vida que viví y que ya no tengo. Increíble Erri.  Casi único. Todo lo que escribe… es una maravilla. Como este breve texto.
No dejen de leerlo…

Testimonios, acontecimientos sucedidos, autoficción, entrevistas, biografías…. Todos fragmentos de un único relato de memoria 

El antiguo alimento de los héroes (1988), del cordobés Antonio Marimón. 

Marimón reflexiona en su obra sobre gestas populares como el Cordobazo del 29 de mayo de 1969

Un texto de fragmentos anudados en ese título a la significaciones que Borges explicitara en el poema del texto El otro, el mismo: “Todo esto te fue dado y también/ el antiguo alimento de los héroes/ la falsía, la derrota, la humillación”. Significaciones que Marimón explicara en un fragmento: “Todo lo que pasa, incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras, todo eso le ha sido dado como material para su arte. Tiene que aprovecharlo. Por eso yo hablé en un poema del antiguo alimento de los héroes: la humillación, la desdicha, la discordia. Esas cosas que nos fueron dadas para que las transmutemos, para que hagamos de la miserable circunstancia de nuestra vida, cosas eternas o que aspiren a serlo”. Por eso, las virtudes que se desplazan en ese haz oscuro de relatos –como dice en el poema inicial– y que apuntan a la construcción del héroe a partir de las vicisitudes que estructuran el enunciado. Un carácter de excepcionalidad de esa porción del mundo y de la Historia en donde las humillaciones, los bochornos las desventuras deben ser trasmutados  en la dureza del espíritu que permite resistir toda adversidad, la habilidad para enfrentar y superar dificultades, la eficacia para  sobreponerse y saber lo acertado y adecuado de las acciones y las decisiones. Una transmutación desde la miserabilidad a lo eterno, o en última instancia a “cosas que aspiren a serlo”, como dice.

Una fragmentariedad que, a su vez, supone una explosión de la unicidad de una historia, en esa presencia múltiple de espacios y tiempos.  Una multiplicidad de relatos que hacen estallar la direccionalidad de una mirada, la unicidad de una versión. Pero que también, permiten  acoger mínimos, pequeños, distintos protagonistas que implican el reconocimiento de la individualidad, de la excepcionalidad del ser humano… mostrando  la desintegración de un héroe único, o la convivencia de muchos héroes en un momento de la Historia. Esto es lo que permite leerlo como un texto de memoria, ya no anclado en el carácter autobiográfico del enunciador, sino en el relato de una circunstancia histórica determinada. Un relato circular que se inicia en un presente –Advertencia– que retorna a los pasados inmediatos –Lorera– , más  lejanos –Pasos–, para retornar  a ese  instante antes del presente –Epílogo–.

¿Qué narra ese relato además de la historia  de todos esos héroes?  ¿Utopías que no fueron? ¿Imágenes de épocas que casi pudieron ser eternas? ¿El resguardo de las palabras como una posible continuidad de protagonistas y de acciones? ¿La morosidad de hacer un mundo nuevo en los cambios del lenguaje y de las formas narrativas…  en la potencialidad de unos hombres  que creían que la revolución estaba en todas partes, que era de todos  y que sobre todo era la vida? ¿La memoria que no muere a pesar de las ausencias, de la noche, de los horribles vacíos de la vida?  ¿Qué narra ese relato?   Advertencia, plantea todo eso. Las voces, las presencias, las ausencias. “Los amigos, y en su torno un haz oscuro de relatos (…) Una crónica que asoma irregular desde sus caras/ cargadas de años (…) Y al mismo tiempo es su historia, una morosa/ y quizás inescribible torre de lenguaje. / Se trata de Córdoba, / de un instante singular y colectivo, demencial y lógico./ Se trata de los amigos, ahora en una habitación del / Valle de México”.

Lorera testimonia la experiencia de la cárcel, de la represión, de la situación límite. Un marasmo de rostros y de voces, completa el testimonio en primera persona de la excepcionalidad de ese estado. Los héroes, trasvasando ese “antiguo alimento” en la eternidad  o en “cosas que aspiren a serlo”.

Pasos fragmenta el pasado más lejano de esa voz que recorre los relatos. “Este es mi primer recuerdo, o al menos son las imágenes que mi conciencia elige como primer recuerdo. O se trata en mi memoria, de aquello que abre la posibilidad del relato de un recuerdo”. El padre, la madre, los amigos. Las lecturas. Las creencias. La militancia. Nuevamente los héroes… Pablo, Héctor, Rubén, los sin nombre  con los rostros perdidos en  el tiempo. El  clasismo y su enamoramiento de un mundo diferente. Las gestas populares,  el Cordobazo. Los obreros, estudiantes, los barrios populares. Córdoba, sus hombres, utopías y esperanzas. También, el desgranarse de ese mundo en la represión, la detención, la ausencia… La necesidad de seguir preguntando por qué todo sucedió de esa manera en los diálogos con Héctor en el presente del exilio. “-Nosotros, ¿no queríamos ver? – Fue imposible no ver como vimos: esto es lo grave”.

Y entre todos esos fragmentos, palabras que hablan del relato: “Era el milagro de la representación, pero sobre todo un fenómeno más asombroso: vivía el instante en que se capta el signo”. La rotundidad de una esperanza: “Hay quienes opinan que el relato se constituye en oposición a la muerte: quizás sea cierto pero yo creo en algo mucho más simple: el relato, se opone a la intemperie, al frío, la soledad y la noche”. Y concluye: “De este modo el relato nos ayuda a creer en el mundo, a amar el mundo”. El relato cosido a la memoria en esos testimonios de aquel tiempo. En ese completamiento de la historia cuando en El ausente, habla de la detención de Pablo –el comienzo de su ausencia– y recrea ese momento a través de una fotografía, del testimonio de quien está presente y de la memoria que completa, que sobrevuela la escena tratando de mostrar la significación de un héroe camino a la derrota. Distintas marcas en el texto lo adscriben a un relato de la memoria. Numerosas. Reiteradas. Quizás sea esta afirmación de Marimón, lo que lo define exactamente con tal. “La memoria parece una escritura interna; en la memoria veo la escena como proyectada por una ficción de otro individuo, diáfana y borrosa por la luz de la lectura”. ¿Quiso significar acaso que el trabajo de la memoria se continúa en la lectura? ¿Que todo texto es un relato de memoria en la virtualidad de la lectura que supone todo proceso de escritura? Preguntas que se suman a un profundo, complejo, único relato de memoria de un tiempo no resuelto, presente todavía.  

De nuevo me quedo sin palabras. Es muy hermoso el texto. No dejen de leerlo.  

Termino, por ahora, este recorrido por las formas actuales que toma la escritura. Los dejo en la presencia que deja la lectura.
Que sean las palabras, la certeza posible de que aún estamos vivos, que podemos ser eternos… a pesar de la precariedad de la existencia.

Foto principal: www.muyinteresante.es

* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex Escuela de Ciencias de la Información, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.