Juan José Vera atestiguó por la desaparición de su hermano Wenceslao, dirigente sindical y militante del PRT, y señaló al ex policía Fernando Rocha como el encargado de “perseguir y exterminar a los Vera”. Más testimonios de la extensión del daño del terrorismo de Estado.
Por Alexis Oliva
“Fue secuestrado delante de mí y la persona que lo secuestró fue vecino nuestro del barrio y se crio con nosotros”, dijo Juan José Vera al iniciar el relato de la desaparición de su hermano, Wenceslao Vera, de 27 años de edad, dirigente gremial y militante revolucionario. Es una de las 43 víctimas del juicio “Diedrichs-Herrera”, el 12° por crímenes de lesa humanidad que se celebra en Córdoba.
En la octava jornada del proceso que el Tribunal Oral Federal N° 1 lleva adelante contra 18 ex militares y policías de la dictadura cívico-militar, el testigo refirió que su hermano “venía con todo un peso de estar perseguido y vivía prácticamente en la clandestinidad por una cuestión de seguridad”. A sus 27 años, Wenceslao era presidente del cuerpo de delegados del Sindicato de Obras Sanitarias, militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y pertenecía a una familia de la que varios integrantes fueron víctimas del terrorismo de Estado.
Cuatro días después del golpe de Estado, en la siesta del 28 de marzo de 1976 los hermanos Wenceslao y Juan José fueron con sus respectivas hijas a ver un partido de fútbol en la cancha de “Las Águilas”, cerca de la esquina de avenida Japón y el viejo camino a Jesús María en barrio Remedios de Escalada. En un momento, Wenceslao se retiró a hablar por teléfono y al rato regresó corriendo y perseguido por dos policías uniformados. “¡Me vio Rocha, rajen!”, alertó. Juan José pudo ocultarse con las niñas entre la gente y vio cómo los policías alcanzaron a su hermano y lo subieron sin resistencia a un Ford Falcon azul. Al pasar los patrulleros frente a donde se ocultaban, reconoció entre sus ocupantes al actual imputado Fernando Martín Rocha, alias “El Tuerto” o “Dardo”, quien por entonces era oficial del Comando Radioeléctrico de la Policía.
Los Vera eran siete hermanos, cuatro varones y tres mujeres, nacidos en la ciudad de Cruz del Eje. A principios de los 60, su familia se mudó al barrio cordobés Parque Liceo, segunda sección. Allí conocieron a Rocha, de la misma edad de Wenceslao. “Rocha iba a la Escuela de Policía y ya tenía su estilo de vida y su ambición, porque era muy pulcro muy concentrado en ser policía. Llegó bastante rápido a comisario, se ve que le fue muy útil a muchos, porque realmente hizo una carrera”, recordó Vera.
Tres días después de Wenceslao, fueron secuestrados en Capital Federal su hermana Edith (33), ex empleada y delegada en el Smata Córdoba, y su cuñado Pablo Rodríguez (35), trabajador de Obras Sanitarias. Ambos militaban también en el PRT y permanecen desaparecidos. Otro de los hermanos Vera, Eduardo “Lalo”, también delegado de Obras Sanitarias y militante del PRT, logró escapar con su familia al Uruguay, luego a Brasil y finalmente se exilió en Nicaragua. El 5 de noviembre del 76, le tocó a Juan José caer en manos de los represores.
“Se ve que yo era observado, porque querían encontrar a mis otros hermanos. Ese día en el Centro veo dos patrulleros bajando por la avenida Colón. Pasan, me miran, los miro y me di cuenta que era él (Rocha)”, narró el testigo. Dos cuadras más adelante, lo detuvieron y llevaron encapuchado al D2, al que reconoció por “las piedritas que pisaba” (los adoquines del hoy Pasaje Santa Catalina). Allí lo metieron en una habitación, donde luego de una golpiza y gatillarle en falso una pistola en la cabeza, le dijeron: “Olvidate, tu hermano (Wenceslao) ya fue”.
“Sobrevivir con lo puesto”
Días después, Juan José fue liberado y es uno de los sobrevivientes de una familia estragada por la dictadura: “Mis hermanos y hermanas fueron todos echados del trabajo en educación, Legislatura, Obras Sanitarias… Mi familia salió con lo puesto. Sobrevivimos de una manera bastante dura, sin dinero, sin trabajo y sabiendo que en cualquier momento nos podía tocar”. También debieron sobrellevar esa persecución personal, que duró hasta años después de recuperada la democracia. “Para nosotros, el enemigo más peligroso era Rocha, estaba ensañado con toda la familia. Siempre lo encontraba detrás mío. Yo sabía que tenía una agencia de seguridad sobre la Ruta 20. Él hacía seguridad en Osecac (Obra Social de Empleados de Comercio), donde a mi hermana trabajaba y él la hostigaba”, señaló el testigo.
“Por eso las historias que relacionan a nuestra familia, a mis hermanos, con Rocha, no han sido casuales. Parece que fue simplemente una misión de perseguirnos y exterminarnos, porque él nos conocía. No era solo ser un buen policía, sino que había otras cosas que tuvieron que ver con la represión. La misión que le dieron fue esa: hay que capturar a todos los Vera”, concluyó.
De Wenceslao, los Vera se enteraron por testimonios de sobrevivientes que estuvo en el campo de La Perla: “A él se la tenían jurada y después de un tiempo lo llevan y le disparan en la cabeza. Después pudimos averiguar que (sus restos) habían sido arrojados en unos campos detrás del monumento a Myriam Stefford. Una gente encuentra unos restos, denuncia, y ahí aparece le cuerpo, sin manos, para que no tenga las huellas dactilares. Ahí vimos la forma en que fue ultimado. Con estudios genéticos que nos hacen se comprueba que era él, nuestro hermano, y se le dio sepultura y pudo estar en el lugar que tiene que estar como todos los compañeros”.
En febrero de 2015, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) identificó y restituyó a la familia los restos de Wenceslao Vera, que desde entonces descansan en el memorial del Cementerio San Vicente. Su nombre también figura en la placa del Espacio de la Memoria de Cruz del Eje, junto a otras 17 víctimas del terrorismo de Estado nacidas en la ciudad del noroeste cordobés.
“Se lo llevaron de este mismo lugar”
A continuación, declaró por teleconferencia María Elsa Maldonado, esposa de Francisco Isidoro Zamora (32), propietario de un taller de herrería en Alta Córdoba y “sospechado de militar en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP)”, secuestrado el 6 de abril del 76 de su casa en barrio Los Bulevares, según consta en el escrito de acusación.
“Vino el Ejército a mi casa donde estamos en este momento y en este mismo lugar, a la una menos diez de la mañana, rompieron una sábana, le vendaron los ojos y lo llevaron, hasta el día de hoy”, narró la mujer entre lágrimas. Y añadió que los represores “eran más o menos diez personas, todos con armas largas. Y el que venía adelante venía con muchas insignias en la gorra, y en los hombros y en la chaqueta, morocho de bigote, eso es lo único que me acuerdo. Y me dijeron que si hablaba o no hablaba mi marido, que era hombre muerto”.
Una beba encerrada en el baño a oscuras
Luego atestiguó Marina Ojeda Giorda, hija de Luis Rodolfo Ojeda Sierra y Edelweiss Giorda, secuestrados el 7 de abril del 76 de su casa en barrio San Martín. En ese entonces, la testigo tenía tres meses y medio y junto a su abuela materna fue “encerrada por los captores en el baño a oscuras”. “Yo le tengo fobia y mucho miedo a la oscuridad, he hablado con psicólogos y psiquiatras y me han dicho que probablemente ese miedo venga de ahí”, señaló.
Luego del secuestro, sus padres fueron trasladados al campo de La Perla, torturados e interrogados. Giorda fue liberada el 8 de abril del 76 en Bulevar Los Andes. Le dijeron que “se olvidara de todo, volviera a su pueblo y se dedicara a criar a su hija”. Ojeda Sierra permanece desaparecido.
“Estaban todos disfrazados, como una claque”
Por último, declaró Cristina Alicia Robles por el secuestro y desaparición de su amigo Omar Alejandro Olachea y su compañera de facultad Estela Clara Schussler. La pareja militaba en el PRT y se refugiaba en el departamento que la testigo alquilaba en avenida Vélez Sarsfield 1370. En la madrugada del 20 de mayo de 1976 escucharon ruidos en el pasillo.
“Al minuto irrumpe un grupo de ocho represores, todos disfrazados, eran como una claque, horrendo verlos con pelucas disfrazados”, recordó la testigo. Luego de interrogarla sobre el paradero de su hermana María del Carmen Robles, militante de la misma organización, se llevaron a Olaechea y Schussler. Días después, ella fue liberada luego de ser interrogada en un lugar que por algunas características que pudo reconocer sería La Perla, según relató la testigo. Olaechea continúa desaparecido.